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2. Inglaterra. Notas sobre su historia anterior a 1914

La revolución religiosa inglesa del siglo XVI ha sido decisiva para el siguiente curso de su historia. La nación británica, por la política de su corona y el influjo de las corrientes protestantes venidas de Alemania, se separa de Roma durante el reinado de Enrique VIII (1509-47). Y contribuye pronto, política y militarme al triunfo de la Reforma protestante en media Europa frente a la resistencia católica –en especial de España– a la desintegración de la Cristiandad medieval. Una clase social enriquecida, en gran parte al hacerse con los bienes de la Iglesia en tiempo de Enrique VIII, ha regido desde entonces los destinos de la nación.

La religión católica es oficialmente perseguida, denunciada como alta traición al país por no reconocer la supremacía religiosa de la corona. Durante más de dos siglos, numerosos fueron los mártires salvo en los breves reinados de María Tudor (1553-58) y de Jacobo II (1685-88), y hasta que advenga la Revolución francesa, que suscitará en Inglaterra un nuevo ambiente menos hostil a los católicos –a “los papistas”– , ya reducidos a una minoría.

La oligarquía, de gran poder económico, formada por grandes terratenientes (futuros torys en su mayoría) y por un alto empresariado urbano, promotor de la gran expansión comercial y colonial británica (futuros whigs), tiene en el Parlamento la principal sede de su poder también político. La corona inglesa durante tiempo se resiste a ceder de su autoridad y poder a ningún parlamento. Pero, mientras en casi toda Europa las monarquías evolucionan hacia el absolutismo, en Inglaterra se producen dos revoluciones que llevan al definitivo triunfo del parlamentarismo24.

Las dos revoluciones del XVII

La revolución de 1649 acaba con la vida de Carlos I Estuardo (1625-49), hecho ejecutar por Oliver Cromwell (1649-58), jefe del fuerte “ejército de los santos” –calvinistas escoceses– , llamado por los parlamentarios de Londres para que les apoye a combatir al ejército leal al rey. Cromwell, tras la victoria, no realiza la esperada restauración parlamentaria, sino que implanta su personal dictadura. Pero, al morir, el país vuelve a la anarquía, y Monck, antiguo general de Cromwell, en 1660 hace restaurar la monarquía Estuardo con Carlos II Estuardo (1660-85), hijo del rey decapitado. Era católico en secreto, no lo afirmaba. Por su corrupción moral hizo muy grave daño a la causa católica pese a las advertencias del papa beato Inocencio XI.

La revolución de 1688. A la muerte de Carlos II, le sucede su hermano Jacobo II Estuardo (1685-89), que no oculta su fe y desea restaurar el catolicismo, hasta la fecha tan perseguido. Pero, en el momento en que tiene un descendiente varón, el futuro Jacobo III (hijo de la gran apóstol del Corazón de Jesús, María de Módena), ante el peligro de una próxima restauración católica, los torys, que le apoyaban, se pasan y unen a la oposición wigh, cuyos jefes exilados en Holanda (entre ellos, el filósofo Jhon Locke) conspiran con Guillermo de Orange, el calvinista y absolutista estatúder de los Países Bajos, yerno de Jacobo II.

Guillermo, durante 30 años había sido el tenaz adversario militar de Luis XIV, deseoso de apoderarse de Holanda y luego asaltar Inglaterra, y al que Guillermo impide invadir los Países Bajos una y otra vez, incluso con la extrema decisión de abrir las esclusas e inundar los Países Bajos con el agua del mar. Fue el candidato elegido para derrocar a Jacobo II. Con su ejército cruza el Canal de la Mancha y en poco tiempo derrota a Jacobo II.

La revolución de 1688 fue victoria decisiva para el parlamentarismo británico. El dirigente holandés, coronado como Guillermo III Orange (1689-1702), suscribe cuantas restricciones al poder real le fijan los parlamentarios. Su fuerte calvinismo era la garantía para torys y whigs de que Inglaterra no había de retornar al catolicismo. Pronto, el triunfo del parlamentarismo se consumará al instaurarse en Inglaterra la nueva dinastía, alemana y protestante, de los Hannover, de escasa relevancia en el gobierno efectivo del país. Aquel parlamentarismo no evolucionará nunca, hasta hoy, hacia la elaboración de una constitución, característico signo del pragmatismo inglés, no afecto al típico constitucionalismo liberal –racionalista– del continente europeo25.

La persecución cesa con la Revolución francesa. Al triunfar la revolución de 1688, pese a que el gobierno de Guillermo de Orange había proclamado la libertad religiosa, prosigue la persecución contra los católicos (por “intolerantes” en la terminología de Locke, pues siguen sin reconocer la soberanía del rey de Inglaterra también en religión). Sólo un siglo después, por los acontecimientos de la Revolución francesa, cambia la situación. Un nuevo clima de simpatía hacia “los papistas” surge en Inglaterra al enfrentarse en guerra a la Francia de la Revolución. Numerosos franceses, en especial sacerdotes, buscan refugio en la isla. La misma actitud del papa Pío VII (1800-23), que se ha negado a secundar el bloqueo económico dictado por Napoleón en 1807, contribuye a esta buena acogida, y a que comience a pensarse en Roma en el restablecimiento de la jerarquía católica en Inglaterra26.

Expansión naval de Inglaterra y su lucha con Francia por la hegemonía

En la primera mitad del XVII comienzan las expansiones de Inglaterra por los mares, algo a la zaga de las holandesas y sin éxitos semejantes27. Los continuados incidentes entre ambas expansiones llevan a la guerra, y la gran escuadra holandesa es finalmente vencida en 1653 por la inglesa, recién reforzada por Cromwell. En los siguientes próximos años, Inglaterra expulsa a los holandeses de “Nueva Amsterdam”, transformada en “Nueva York” (1664), y progresa su dominio en las aguas del Caribe –con y sin cooperación francesa según los casos– pese a las resistencias españolas28.

La pugna entre Francia e Inglaterra por la hegemonía mundial política y económica venía de largo tiempo atrás; sobre todo, desde el fin de la Guerra de Treinta Años (1618-48). A la nación francesa, hegemónica en Europa tras la victoria de 1648, se le enfrentará Inglaterra que trata de contrabalancear el poderío galo oponiéndole el de una u otra nación del continente. Durante tiempo no lo logra, tanto por la decidida oposición de Luis XIV (1643-1715)29 como por la larga crisis de las dos revoluciones inglesas del XVII30.

Tras el triunfo de la revolución inglesa de 1688, el poderío británico se rehace rápidamente. Provisto de gran escuadra naval y sólido ejército hará frente a los sucesivos planes de expansión de la Francia de Luis XIV. La gran victoria naval en 1692 de La Hougue (frente a la costa de Normandía) sobre la escuadra francesa consolida el poder de Inglaterra en los mares. Son guerras que no dilucidan quién en definitiva tiene la primacía, pues Luis XIV no desiste de sus planes y provoca una guerra tras otra31.

La Guerra de Sucesión de España (1701-14)

La contienda definitiva para Luis XIV, en la que ya no vence o deja de conseguir condiciones muy favorables de paz, fue la de la Sucesión de España. El último Austria español, Carlos II Habsburgo (1665-1700), ante su conocida imposibilidad de descendencia y los consiguientes pactos entre las potencias europeas, primero secretos y pronto harto conocidos, para repartirse el Imperio hispano en cuanto fallezca, finalmente testa (después de años de dudas y asistido por su consejo) en favor del pretendiente francés (el futuro Felipe V, nieto de Luis XIV). Pero, con la condición de que los tronos de España y de Francia nunca recaigan en una misma persona, en un mismo Borbón.

En un primer momento, la sucesión así dispuesta en favor de Felipe V (1700-46) es reconocida en España y en Europa sin mayores problemas. Pero cuando Luis XIV reclama –pretexta– que ya no está obligado a cumplir tal condición y que a la corona francesa le asiste el derecho en un futuro no lejano de que pase España y su aún inmenso imperio a dominio francés, estalla la guerra internacional. La gran coalición antifrancesa, liderada por Inglaterra, vence tras larga y extenuante contienda. “La hegemonía de Francia en Occidente –concluye Vicens Vives– había hallado su fin”32.

Pugna con Francia en el XVIII y hasta la caída de Napoleón en 1815

Durante el XVIII, la fuerte unidad ideológica –la del común pensamiento ilustrado– que impera en las cancillerías y cuadros de gobierno de las naciones europeas no es óbice para que se sucedan las guerras entre ellas. Cada una tiene su propia razón de Estado, y la defenderá con las armas en no pocas ocasiones. Desaparecida la unidad de la Cristiandad medieval –pérdida oficialmente confirmada por la diplomacia internacional en los tratados de Westfalia (1648), y no por los papas– prevalecen los secularizados intereses de cada Estado. Se forman así a lo largo del XVIII diversas coaliciones armadas según los intereses y circunstancias de cada Estado, aunque nunca militando en un mismo bando Francia e Inglaterra, contrarias por su litigio por la hegemonía mundial; ni Prusia y Austria, por su común aspiración al futuro liderazgo del mundo germánico unido33.

La política gala, pese a la derrota en la Guerra de Sucesión española, se resiste a ceder la primacía al vencedor británico, y de nuevo vuelve a perder en luchas extendidas ya a tres continentes; sobre todo, en la Guerra de Siete Años (1756-63) por la que el Canadá y la India pasan de Francia a Inglaterra34; y finalmente, en el fracasado empeño de Napoleón Bonaparte (1799-1815) por hacerse el árbitro del globo35.

La creación del Imperio Británico

Durante el siglo XIX, entre el Congreso de Viena (1815) y el Congreso de Berlín (1878), Europa, y sobre todo Francia e Inglaterra, se hacen presentes como nunca en el orbe entero. A las exploraciones de los lugares más recónditos e inhóspitos por misioneros, sabios geógrafos y arriesgados aventureros, les suceden pronto distintas emigraciones, tanto de colonos en busca de trabajo como de comerciantes que aportan técnica y capitales, apoyados por sus respectivos gobiernos con toda suerte de recursos, incluidos los de las armas.

A un tiempo se conjugan objetivos económicos y políticos; algunos, del todo amorales (como el entonces recrecido tráfico de esclavos). No obstante, pese a las graves lacras de aquellas colonizaciones, las naciones de vieja raíz cristiana del Occidente europeo realizan entonces por el orbe entero, sobre todo a partir de los años 1870, una extraordinaria obra evangelizadora36 y civilizadora37. Aunque, pese a la heroica labor de los misioneros, la llegada entonces a África y a Asia de las naciones de Occidente ya no es en un contexto de vigor de fe como el aportado en el siglo del XVI por España y Portugal que llevó a la pronta y plena asimilación de los pueblos de Iberoamérica y de Filipinas (salvo en parte de Mindanao, adonde había llegado antes el Islam).

Por su potencial económico y político, la nación inglesa obtiene los mayores réditos. Sus dominios crecen sin cesar en África y Asia bajo la dirección de los grandes magnates que habían hecho la revolución de 1688, que tienen su poderoso asiento en el Parlamento, y por jefe político más relevante a Palmerston (1851-65), hasta que le suceda una nueva generación de gobernantes menos favorables al “espléndido aislamiento” de Gran Bretaña y más comprometidos en los asuntos políticos europeos. Su máximo representante será Benjamín Disraeli (1866-80), jefe tory, hebreo, de extraordinario talento y simpatía, impulsor como ninguno del gran Imperio Británico presidido por la reina Victoria Battenberg (1837-1901).

Las comunicaciones con los grandes dominios británicos del Canadá y la India se fueron asegurando con un conjunto de bases navales esparcidas por todos los mares (Gibraltar, El Cabo, Santa Elena, las islas Mauricio, Adén, Singapur, Las Malvinas, Ceilán...). La apertura del Canal de Suez en 1869 potenció sobremanera las comunicaciones con la India, el Este de Asia y la lejana Oceanía. Tras la derrota de Francia frente a Prusia en 1871, Inglaterra queda como indiscutible primera potencia del orbe hasta ser desplazada por los Estados Unidos al término de la Primera Guerra Mundial (1914-19)38.


El imperio británico al comienzo del siglo XX

Impacto de la expansión colonial de Inglaterra en la vida de la Iglesia

En cuanto Inglaterra y Holanda comienzan a expandirse por los mares desde la primera mitad del XVII, numerosas antiguas misiones católicas en África y Asia, sobre todo portuguesas, van desapareciendo. La hostilidad contra los católicos en Inglaterra y sus dominios se mantendrá casi inalterada hasta muy avanzado el XVIII en que ya el número de éstos en la isla ha descendido en gran manera39.

Pero a partir de la mitad del XIX, con el gran resurgir de las misiones en África, Asia y Oceanía, ante la magnitud desbordante de la labor que han de realizar los misioneros, su indiscutible obra civilizadora y el prestigio que dan a Europa de la que provienen, sucede que incluso las naciones protestantes (que envían también sus pastores misioneros, en particular Inglaterra a su Imperio) rara vez ponen entonces trabas a las evangelizaciones católicas; y tampoco las puso la misma III República francesa, salvo entre musulmanes, pese a su duro laicismo en la metrópoli a partir de 187940.

Comportamiento de Inglaterra con la católica Irlanda

La población de Irlanda, duramente probada por la política anticatólica de los gobiernos ingleses, permanecerá en su inmensa mayoría fiel a la Iglesia católica. En 1649, por alzarse los irlandeses en favor de Carlos I Estuardo (del que, aunque anglicano, esperaban que hiciese cesar las persecuciones contra los católicos), emprende Cromwell (1649-58) una tremenda campaña de sanguinarios actos de terror. La isla quedará medio despoblada, el culto católico prohibido y expropiadas las tierras (“plantaciones”) de los sublevados para afincar en ellas a los soldados veteranos de Cromwell, sobre todo en el norte (el Ulster). Tales sucesos –comenta Vicens Vives– rompieron la unidad espiritual y racial de Irlanda, y explican muchos hechos de la historia posterior de Inglaterra e Irlanda41.

Pese a todas las persecuciones y medidas legales anticatólicas, los irlandeses logran mantener su jerarquía episcopal. En 1800, para que se integren al Reino Unido se les concede cierta tolerancia religiosa. Tras la caída de Napoleón (1815) surge un gran líder: Daniel O´Connell (1786-1847), que mueve y entusiasma al católico pueblo irlandés en pro de las libertades religiosas y políticas tan coartadas, y sin recurrir a la violencia. El gobierno tory de Londres se resiste a ceder, pero ante el riesgo de guerra civil da finalmente el bill test de 1829 que reconoce la igualdad del ciudadano católico ante la ley. Esto benefició no sólo a los católicos de Irlanda; también, a los de Inglaterra, Escocia, el Canadá y las demás colonias británicas42.

Por otra parte, la tremenda hambre y mortandad de 1845-47 en Irlanda lleva a casi la mitad de su población a emigrar a los Estados Unidos o a Inglaterra. Muchos se afincan en Inglaterra para trabajar en los puertos, minas y tendidos de ferrocarriles, lo que decide en 1850 a la Santa Sede a restablecer en Inglaterra la jerarquía católica, con Wisseman como arzobispo de Westminster y doce obispos sufragáneos43.

En adelante, siguió creciendo el número de católicos de origen irlandés o descendientes, sobre todo en las grandes ciudades industriales inglesas. Aunque pobres, logran con grandes esfuerzos construir sus iglesias, escuelas y hospitales. Poco integrados con la gran sociedad, que les mira con temor y un tanto por encima, van consiguiendo que crezca el número de sacerdotes y religiosos que les atienden, e incluso llegan a enviar misioneros al extranjero –los de Mill Hill– . También la piedad cálida y popular prende entre ellos; en los años 90 se extiende en gran manera la devoción al Corazón de Jesús. Su gran apóstol fue entonces el padre Faber (1814-63), convertido del anglicanismo a ejemplo de John Henry Newman (1801-90), gran teólogo y futuro cardenal, beatificado en el 2010 por el papa Benedicto XVI en la misma Inglaterra44.

Por la evolución de los dirigentes irlandeses (en realidad hacia el liberalismo, común generador de nacionalismos entre católicos por vía romántica, no jacobina45), las relaciones de León XIII con los gobernantes de Inglaterra fueron complejas. Desde Roma se defendían los derechos religiosos de los católicos irlandeses, y a la par se va dando en la isla una preocupante deriva política hacia el nacionalismo con prácticas terroristas (por agravios, viejos y recientes, con los que tratan de ser justificados los atentados46).

Inglaterra, al fin de la Primera Guerra Mundial, deja de ser la potencia hegemónica del orbe, desplazada por los Estados Unidos. Al declive de su poderío político y militar se le suma el de su economía. Pero su problema más grave seguía siendo el de Irlanda, exacerbado durante la guerra mundial. Seguía en pie la propuesta de Londres en 1914 del Home Rule, de una concesión de más derechos. No era aceptada por los republicaos irlandeses del movimiento Sinn Fein (nosotros solos), liderado por Eamon De Valera.

El Sinn Fein declara por su cuenta la independencia, forma un gobierno, y una oleada de terror inunda Irlanda para expulsar a los ingleses. La sublevación en Dublín del Lunes de Pascua de 1916 es dominada al tercer día por el ejército británico. La inutilidad del empeño, apoyado moral y económicamente por irlandeses emigrados a los Estados Unidos, lleva a los moderados del Sinn Fein a aceptar en 1921 el acuerdo que les ofrece el gobierno inglés de Lloyd George de crear el Estado Libre de Irlanda, sin el Ulster, que era de mayoría “unionista”, probritánica desde los tiempos de Cromwell. Aquello, de momento, pacificó notablemente el país47.

La “cuestión irlandesa” había sido durante bastante más de un siglo el “talón de Aquiles” de Inglaterra, su más grave problema político y social, pues a la vez que triunfa al crear su gran Imperio y no es sacudida por revolución social grave alguna (el obrerismo y sindicalismo británicos nunca han aceptado el marxismo), no logra en cambio poner fin a las luchas terroristas que resurgen entre unionistas (que dominan en el Ulster) e independentistas fenianos48.

Cada año, en el Ulster, se repetía la provocadora manifestación de los unionistas (orangistas) que desfilan por las calles de los barrios católicos para recordarles en el día preciso la histórica derrota de Drogheda (1690) por el ejército de Guillermo III Orange49, que no dejaba de saldarse sin muertos pese a la presencia de tropas británicas enviadas por el gobierno de Londres para impedirlo. En este contexto, el terrorismo prosigue por ambas partes hasta casi el fin del siglo XX50. La lucha cesó gracias al Acuerdo de Viernes Santo de 1998, impuesto a ambos bandos –como es conocido– por las cristianas madres de los enfrentados hasta entonces a muerte.

24 Cf. SJ3, 717-741, 914-928; VC1, 136-141; DM, 156-159, 186-191

25 Cf. SJ4, 76s; NH3, 316s; VC1, 337-346, 395-401, 426s; 482s; DM, 290-300, 422-428

26 Cf. NH4, 315-318

27 Numerosos aventureros holandeses, de fuerte credo calvinista y decidido espíritu emprendedor, apoyados a fondo por el Estado y la poderosa banca de Amsterdam, se asientan en las islas del sudeste asiático, en zonas del Caribe, en Sudáfrica, y durante un tiempo en la costa occidental norteamericana. Mientras tanto, los ingleses hacían también grandes negocios en ultramar, pero sin lograr aún dominios de territorios al modo de los holandeses. En la costa oriental norteamericana se fueron estableciendo en los años 1620-1650 colonias de ingleses, en su mayoría puritanos, contrarios al anglicanismo oficial, con grandes dificultades durante tiempo para sobrevivir y consolidar las colonias, la “Nueva Inglaterra”, embrión de los futuros Estados Unidos (cf. VC1, 350-354; DM, 300-304).

28 Cf. VC1, 351s; DM 290-300

29 Cf. VC1, 364-387; DM, 305-316

30 Cf. VC1, 337-346, 395-401; DM, 290-300

31 Cf. VC1, 401-404; DM, 305-316

32 Cf. VC1, 404-412; DM, 387-391

33 Cf. DM, 387

34 Cf. VC2, 64-72; DM, 387-397

35 Cf. VC2, 231-257; FZ, 75-95

36 A muchos lugares llegaba el Evangelio por primera vez. Causas de este trágico retraso por siglos del anuncio del Evangelio por Asia y el interior de África se dieron en la vida de la Iglesia, especialmente en el siglo V en zonas muy indicadas por su situación geográfica para misionar estos continentes (aun antes de aparecer en el siglo VII la casi infranqueable barrera del Islam). Estas causas surgen sobre todo al término del Concilio de Calcedonia (453), dogmático en su doctrina pero al que acompañaron trascendentales imprudencias, graves omisiones disciplinares y un siguiente silencio magisterial de más de 100 años acerca de la espléndida ortodoxia de san Cirilo (“el doctor de la Encarnación”), que permitieron por estas ambigüedades que prosiguiese el nestorianismo y que las multitudes más fervientes del Oriente –de Egipto, Siria y Palestina– se separasen de la Iglesia por incurrir en la tan grave equivocación de pensar que Roma se había vuelto nestoriana (cf. Aps1, 354-358).

37 Cf. VC2, 363s; FZ, 292-312

38 Cf. VC2, 365-369; FZ, 269-279

39 Cf. SJ4, 293-296

40 Así se puede constatar en el extenso y documentado volumen 29 de la colección de Fliche-Martin dedicado a las misiones. Una síntesis preciosa de la inmensa y sacrificada obra misionera realizada en el XIX puede verse en NH5, 373-377

41 Cf. VC1, 344; DM, 295s

42 Cf. JD7, 264-266

43 Cf. NH4, 320-324; NH5, 207-215

44 Cf. NH5, 219-222

45 Van evolucionando los dirigentes irlandeses hacia el liberalismo de la mano de los liberales ingleses, que les apoyan –sobre todo, más adelante, el gran líder whig Gladstone (1809-98) (cf. JD8, 215s)– para alcanzar los reconocimientos políticos y sociales. Sobre los orígenes liberales –no jacobinos sino románticos– de plurales nacionalismos, ver Nota sobre la evolución del romanticismo en Aps5, 109s, y en Aps5, 333-341.

46 Ya en el año 1882 se dan en Irlanda unos cien atentados, con 26 asesinatos (cf. JD8, 225-228)

47 Cf. VC2, 562s; O´BEIRNE RANELAGH, John, Historia de Irlanda, Cambridge University Press, Md 1999, 171-173; SPECK, W.A., Historia de Gran Bretaña, Cambridge University Press 1996, 199-202

48 Cf. VC2, 457s; FZ, 276-279

49 Cf. VC1, 403; Aps4, 44-47

50 Cf. O´BEIRNE RANELAGH, John, Historia de Irlanda, Cambridge University Press, Md 1999, 276-280

Apuntes de Historia de la Iglesia 6

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