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1. Contexto general al final del XIX y principio del XX

Concluida en 1871 la Guerra Franco-Prusiana, transcurren más de 40 años sin conflicto armado alguno entre las naciones europeas. Los litigios que surgen se resuelven por vía diplomática. Distintas conferencias internacionales se reúnen con la convicción de que el diálogo –“diálogo entre caballeros”– ha de mantener invariablemente la paz, y que ya no ha de haber entre los grandes países civilizados y cultos conflicto alguno general: “el peor negocio es la guerra”; ésta es una especie de “insensatez de tiempos pasados y pueblos incultos”.

Los conflictos armados entre naciones en aquellos 40 años fueron muy breves, y siempre en combates fuera de Europa, salvo los de su extremo más sudoriental (“el avispero balcánico”, de 1911 a 1913). La guerra ruso-turca concluirá el mismo año en que principia (1878); igualmente, la chino-japonesa en 1894; la de España con Estados Unidos en 1898; la del pueblo boer con Inglaterra en Sudáfrica se prolonga algo más (1899-1902); y la rusojaponesa concluye al año de iniciada, en 1905.

No obstante, pese a la confianza tan extendida en una paz indefinida, algunos dirigentes políticos europeos y sus estados mayores militares no dejan de tomar precauciones ante una posible guerra, que finalmente estallará. A la tremenda Primera Guerra Mundial (1914-1919), de magnitud antes nunca conocida, y de tan graves consecuencias para la Iglesia y el mundo, no se llegará de manera necesaria o inevitable, pero el hecho del atentado de Sarajevo en 1914 contra el heredero del imperio austro-húngaro la precipitó. Otros importantes factores antiguos también la propiciaron6.

Factores que abonaban la gran confianza en una paz duradera

A alimentar esta confianza entre las élites gobernantes de las principales naciones europeas (de sus altas burguesías y aristocracias a ellas asociadas) contribuyen varios importantes factores:

− el hecho mismo de la inalterada y prolongada situación de paz, que marca a la belle époque y tiene su hito más representativo en el París de 1900.

− los enormes progresos científicos de la época y sus aplicaciones a la industria, a las comunicaciones, a la medicina, a la sanidad e higiene públicas, a las nuevas construcciones urbanas...7

− la gran expansión colonial, ante todo de Inglaterra y de Francia, volcadas sobre inmensos territorios, las vuelve menos interesadas en debatir sobre litigios intraeuropeos8. Algo semejante sucede a la nueva gran potencia emergida al fin de la guerra franco-prusiana, la Alemania reunificada. Su canciller Bismarck (1862-90), con mano férrea, trata a continuación de apartar a Alemania de todo conflicto armado, de no provocar a sus vecinas Francia y Rusia, ni a Inglaterra en el gran reparto colonial9.

− el general gran auge económico de la época enriquece a las más altas clases sociales y les da la euforia de que nada grave ha de suceder; auge, que beneficia también a los más necesitados, pero con frecuencia muy lentamente. Muchos emigran a las ciudades (o a América) al ser desposeídos de sus tierras o anulados los tradicionales contratos de arrendamiento por largos plazos y módicas rentas10. Luego, estas poblaciones, en sus nuevos lugares de trabajo, sometidas a duras condiciones, se proletarizan sin que intervenga el Estado hasta casi el final del XIX (en Inglaterra, algo antes) frente las amoralidades provocadas por el liberalismo económico de la época11.

− en las distintas naciones de vieja raíz cristiana crece una alta sociedad desapegada de la fe, sobre todo entre los varones, cuyos intelectuales se imbuyen en las filosofías de la época y tantas veces acuden a París a beber “en las fuentes”, incluso desde la América hispana12. A la vez que son hostiles a la Iglesia, están convencidos de que marchan por el buen camino, de que la pura razón del hombre, y no otros principios (la salvación por Cristo), han de traer el bien y progreso a la humanidad. En Francia (y en las naciones de Iberoamérica), la filosofía ad hoc, de confianza del hombre en el hombre, fue entones ante todo el positivismo de Augusto Comte (1798-1857)13; en España, más lo fue, en la época y hasta los años 1930, el importado kantismo del alemán Friedrich Krause (1781-1831)14.

− en Alemania, en el XIX-XX, prosigue el profundo influjo de Kant (1724-1804) en sus universidades, y con alcance universal llegará hasta el presente –piénsese en la ONU– con su mensaje de regeneración de la humanidad por su desvinculación de toda religión revelada y el consiguiente imperio de “la religión de la pura razón” –la única digna para el hombre, por “no heterónoma”– ; regeneración moral, que ha de conducir a “la paz perpetua”, título de una conocida obra suya, y cuyo significativo subtítulo es “el milenio”. Daba así Kant extensión universal al pensamiento de Rousseau, del que fue admirador, y al del pseudomesianismo de los ilustrados del XVIII15.

− también en Alemania, y ante el fallido intento de Kant (que no logra, como reconoce, su “propósito capital de restaurar la Metafísica” para una válida fundamentación de la Ética), Hegel (1770-1831) construye su total sistema filosófico de la Metafísica idealista. Influirá enseguida en el mundo de Occidente, en sus universidades y en los programas políticos liberales, por su comprensión de la historia en clave dialéctica como puro proceso en el que no existe principio alguno fijo sino permanente movimiento de los principios (al modo de Heráclito) por el despliegue de la Idea o Espíritu Absoluto, hacedor y deshacedor de religiones, culturas, instituciones políticas y jurídicas... De la llamada “izquierda hegeliana” provendrán a continuación Feuerbach (1804-72) y Marx (1818-83)16.

− la nueva concepción del mundo al margen de la fe en Cristo que se impone con más o menos radicalidad en la alta política europea y en gran parte de su intelectualidad ha contado durante el XIX-XX con conocidos y principales difusores en las universidades de Occidente, en los distintos medios de comunicación, y en especial en el llamado Estado Docente, director de la enseñanza pública –y en gran parte también de la privada– por la que han pasado generaciones y generaciones de alumnos que reciben una cosmovisión, en mayor o menor grado, adversa a la Iglesia, presentada como rémora del progreso y de la que logra la modernidad liberarse de su influjo en la sociedad, paso a paso, a partir del Renacimiento y, sobre todo, por medio de una pléyade de filósofos que del XVII en adelante han pensado cómo el mundo ha de caminar por sí mismo hacia el progreso, la justicia y la paz17.

Actitud y respuestas de la Iglesia ante estos antecedentes

La Iglesia, anunciadora al mundo de la total necesidad de ser salvado por Cristo, no niega el orden natural (“los valores naturales”), pero afirma que la ley natural por sí sola es insuficiente, se corrompe (“no prosigue largo tiempo y con vigor”). Esta advertencia, singularmente proclamada por san Agustín ante el naturalismo de Pelagio, pierde fuerza, es bastante desoída, durante las mundanidades del Renacimiento.

El Magisterio de los papas del XIX-XX, ante el avance del naturalismo en Occidente, no ha dejado de señalar cómo aquellas mundanidades, que entonces no llevaron a la pérdida de la fe, no obstante, han concurrido notablemente a que se sigan muy graves consecuencias. Ante el naturalista proceso de implantación del liberalismo en Occidente, el Magisterio de los papas ha sido constante y unánime. Consúltese una u otra de las colecciones de encíclicas publicadas; ya enteras, o en extractos en el Denzinger18.

A partir de Gregorio XVI (1830-46) no han dejado de pronunciarse los romanos pontífices en sus encíclicas y decretos (dirigidos al episcopado universal) sobre la pretensión de fundar una sociedad al margen de Dios. Al mismo tiempo, han proclamado cómo el verdadero camino es el de la fe en Cristo; proclamado siempre como el Salvador, tanto en la paz como en las situaciones más adversas de persecuciones contra la Iglesia.

Aquellos romanos pontífices impulsan, en medio de las graves dificultades y contradicciones de la época, a las que se suma la aparición del llamado “catolicismo liberal”, un extraordinario crecimiento de la piedad del pueblo católico (en el que prende con extraordinario vigor el culto y devoción al Corazón de Jesús, y recrece el amor a la Virgen) que superará las frialdades del XVIII, y responderá generosamente con toda suerte de iniciativas apostólicas de clérigos y laicos, y con un extraordinario aflujo de vocaciones sacerdotales y religiosas dedicadas a la cura de almas, la enseñanza, la beneficencia, las misiones extranjeras...

La adhesión al sucesor de Pedro, ferviente en el católico pueblo llano, crece durante el XIX también entre las jerarquías eclesiásticas que dejan de lado el galicanismo y otros regalismos, y también entre notable parte de laicos de la alta sociedad que pasan a sincera adhesión al Papa y a laborar apostólicamente con gran entrega: en la extensión de las catequesis, la buena prensa, la promoción entre el pueblo fiel de la Liturgia y la lectura y meditación de las Sagradas Escrituras, el apoyo a las misiones extranjeras, la acción social y benéfica, la promoción de obras y patronatos parroquiales... Aquellos seglares son el origen del asociacionismo apostólico moderno de los laicos –de los llamados “movimientos apostólicos”– que confluirá sobre todo en la Acción Católica, promovida por Pío XI (1922-39).

El legado del papa León XIII (1878-1903) al mundo del siglo XX

León XIII, en su pontificado de más de 25 años, transmite a la Iglesia y al mundo un extraordinario legado. Prosigue el gran impulso de su antecesor, el beato Pío IX, a la vida sobrenatural en la Iglesia. Promueve y fortalece la piedad y el culto del pueblo católico¸ muy en especial a la Virgen María (a la que dedica no menos de quince encíclicas o amplios escritos para exhortar al rezo del Rosario), y de manera muy significada al Corazón de Jesús, al que en 1899 consagra el universo entero (“el acto más grandioso de nuestro pontificado”). Presenta la devoción al Corazón de Jesús (encíclica Annum sacrum) en su doble vertiente, íntima y social, vinculada tanto al trato íntimo con Cristo (en especial, en la Eucaristía), como a construir el reino de Cristo en el mundo.

León XIII había aportado también un extraordinario magisterio doctrinal (teológico, filosófico, histórico y de doctrina social de la Iglesia), muy directamente inspirado en la filosofía y teología de santo Tomás de Aquino, que el Papa urge vivamente que retornen a los estudios en la Iglesia, para bien de ella y de la humanidad entera; para servir a la fe, y también para contribuir a que la razón humana, por medio de un verdadero diálogo con el mundo moderno, pueda acoger con humildad y gozo el don de la Revelación divina, y sean ordenadas las realidades de este mundo conforme al designio redentor y salvador de Cristo Jesús.

Muy marcada en el ánimo de León XIII aparece su honda conciencia histórica, su convicción de que los males más graves que aquejan a la sociedad del XIX tienen su raíz decisiva en el alejamiento de Dios de las élites rectoras de las naciones de Occidente –alejamiento, no por igual en todas partes, ni sin grandes excepciones– una vez acabada la plenitud de la Cristiandad medieval. Tales males –expresa el Papa– se hallan particularmente manifiestos ya en el XVI al surgir el llamado derecho nuevo19, prescindente de Dios en la ordenación de la sociedad

En sus relaciones con los Estados, tuvo León XIII que afrontar muy difíciles situaciones pese a su deseo de alcanzar acuerdos con ellos para bien de la Iglesia. Con el Estado italiano, unificado en 1870 a costa del fin de los históricos Estados Pontificios, entiende que no puede transigir. Y con el poderoso canciller Bismarck, promotor del Kulturkampf, consigue que desista en su mal trato a la Iglesia en Alemania. Con los zares rusos no logra impedir los abusos y persecuciones contra los católicos (polacos, lituanos, uniatas varios...). Mantuvo con los Estados de la época múltiples relaciones. Seguramente, las más difíciles fueron con los gobernantes de la III República francesa por su decidida voluntad a partir de 1879 de secularizar radicalmente la vida de la nación20.

En los anteriores Apuntes 521 se ha expuesto con cierta amplitud cómo León XIII trató de enmendar aquellas actitudes de los gobiernos galos pese a que aún seguía en vigor el Concordato de 1801 con Napoleón, firmado entonces con muchas dudas por el papa Pío VII, pero que con el transcurso de los años fue reconocido en sustancia por los sucesivos papas del XIX como beneficioso y permaneció inalterado pese a los numerosos cambios políticos del país.

En aquella situación, León XIII promueve en los años 1890 el ralliement, la adhesión de los católicos franceses a la III República con la esperanza de que ésta cese en sus persecuciones contra la Iglesia, a lo que responden los gobernantes que de ningún modo pueden renunciar a su laicismo, constitutivo del ser republicano francés. Conviene tener presente que se trataba de una cuestión de orden prudencial, en las que no siempre se logra el acierto. En sus últimos años repetía el Papa a sus íntimos: “¡me han engañado, me han engañado!”, como refiere el reconocido historiador de la Iglesia Ferdinand Mourret, que cita como principal fuente la biografía de León XIII escrita por su secretario privado, el canónigo belga T´Serclaes, bajo la dirección del mismo Papa, para ser publicada cuando fallezca22.

Para su gran proyecto, concebido en cuanto inicia el pontificado, de unidad de los pueblos bajo la soberanía de Cristo, con frecuencia citaba en especial a Inocencio III, el Papa de la plenitud medieval23.

6 Cf. CO1, 196s

7 Cf. CO1, 157-161

8 Cf. CO1, 152-161, 186-212

9 Cf. VC2, 477-479; FZ, 303-307

10 En España, la gran emigración a sus mayores ciudades y a América se dio a partir de las desamortizaciones (cf. CO3, 146-156, 196s; Aps5, 194-202, 273-275)

11 Cf. VC2, 408-411; FZ, 225s; Aps5, 307-317

12 Cf. VIAL, Gonzalo, Historia de Chile (1891-1973), I, Santiago 1981, 44-47

13 De manera muy gráfica describe el gran conocedor de la historia de Chile, Gonzalo Vial, cómo los intelectuales de la generación nacida entre 1822 y 1827, todos ellos de la alta sociedad, pierden en su mayoría la fe, y se entusiasman con el movimiento liberal-revolucionario francés de 1848, y toman para sí “con fervor delirante” los nombres de los héroes de la Revolución francesa glorificados por el poeta Lamartine –presidente de la efímera 2ª República francesa (1848)– en su obra Los Girondinos: Marat, Brissot, Vergniaud, Robert de Lisle... Varios futuros jefes de Estado de Chile proceden de aquella generación, así como notables líderes del partido radical, del socialismo, y hasta del comunismo local (cf. VIAL, Gonzalo, Chile, cinco siglos de historia, Zig-Zag, Santiago, 2010, 637s). La filosofía que prende entre ellos fue sobre todo el positivismo de Comte, de gran trascendencia en la enseñanza pública del país, y que tuvo en Diego Barros Arana (1830-1907) el autor y difusor de una historia de Chile en 16 volúmenes en clave positivista, denigradora de la obra de España en América (cf. Ibid., 718s, 908-912).

14 Cf. UR4, 496-540; GIL CREMADES, Juan José, Krausistas y liberales, Seminarios y Ediciones, Md 1975, 54-56; FRAILE, Guillermo, Historia de la Filosofía española desde la Ilustración, Bac, Md 1972, 122-187; Aps5, 279-282, 422, 432.

15 Cf. Aps4, 208-210

16 Cf. Aps5, 113-126

17 Para una síntesis de la evolución del pensamiento filosófico moderno: Aps3, 511-528; Aps4, 87-132, 147-210; Aps5, 113-135, 207-212, 319-332

18 Bac Maior ofrece la gran obra El Magisterio pontificio contemporáneo (desde León XIII a Juan Pablo II) en dos volúmenes, que citamos como MP1 y MP2. Para el Magisterio anterior, de Gregorio XVI y Pío IX, pueden consultarse el Denzinger y los volúmenes de la Bac de Doctrina pontificia, II (Documentos políticos) y Doctrina pontificia, III (Documentos sociales), que citamos como DP2 y DP3

19 Así lo señala explícitamente el papa LEÓN XIII en su encíclica Immortale Dei, nº 10 (cf. MP2, 855s)

20 Cf. Aps5, 343-397

21 Cf. Aps5, 409-413

22 Cf. MOURRET, Fernando, Historia general de la Iglesia, tomo IX, vol II, edición española, Md 1927, 536; Ap5, 413s.

23 Cf. JD8, 35-66; Aps5, 347-350

Apuntes de Historia de la Iglesia 6

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