Читать книгу Apuntes de Historia de la Iglesia 6 - Antonio Pérez-Mosso Nenninger - Страница 8

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Prólogo

El presente volúmen de Apuntes 6 aporta una breve síntesis de la historia de la Iglesia del siglo XX centrada en sus más significativas manifestaciones externas –historiables– de su vida: su Liturgia, Magisterio, evangelizaciones, jurisdicciones, prácticas religiosas, prácticas de la caridad, relaciones con el mundo, contrariedades internas, persecuciones... Y a la vez procuran enmarcar estos signos externos de la vida de la Iglesia en el contexto histórico de la época.

Hilo conductor de la síntesis es ante todo la historia de los Papas del siglo XX y la del Concilio Vaticano II. Una mención especial se hace a la historia de la Iglesia en España, a la que se dedican varios temas. Así mismo, se dedica espacio a las dos guerras mundiales, que marcan la historia del siglo XX, y por ello se desarrollan también varios temas sobre la previa historia de las cinco principales naciones enfrentadas en aquellas dos tremendas contiendas: Inglaterra, Francia, Alemania, Austria –que habían sido el corazón de la gran unidad espiritual de la Cristiandad medieval– y Rusia, de la que se trata con mayor extensión por la breve referencia a su historia en los anteriores Apuntes, y requerirlo la importante cuestión del ecumenismo con la Iglesia ortodoxa, extendida sobre todo en Rusia; y también, por el universal influjo del comunismo a partir del triunfo de la Revolución de Octubre en 1917.

El común problema de fondo de la época, advertido sin cesar por el Magisterio de los romanos pontífices del siglo XX y sus inmediatos predecesores del XIX, es el de la extendida prescindencia de Dios y de la salvación por Cristo, presentadas como lo obvio, como la gran conquista de la modernidad, tanto por la vía más especulativa de las ideologías ateas como de un modo práctico por la relajación de las costumbres. En qué grado, y por qué, han afectado en unos u otros momentos y lugares tales realidades adversas, la historia puede dar algunas respuestas; sobre todo, si es iluminada por la fe y las consiguientes rectas teología y filosofía.

La Iglesia, por la misión de Cristo recibida de anunciar la salvación a todos los pueblos, a la vez que proclama la Verdad, advierte de las desgracias que se derivan para los individuos y las sociedades de no acoger el don de Dios. La historia, por su parte, constata con creces el fracaso de los humanos para estructurar sociedades en paz y justicia si falta el reconocimiento de la soberanía de Dios sobre el mundo; soberanía, que ha tratado de ser sustituida por otras, a lo que han concurrido decisivamente todo un conjunto de ideologías inmanentistas, elaboradas en ambientes muy minoritarios pero de inmensa trascendencia, difundidas por plurales y poderosos cauces: vía enseñanza, mass media, teorías políticas del Estado y de los partidos...

A estas ideologías hemos hecho especial referencia en Apuntes 4 y 5, y cuyas raíces tienen que ver, en realidad, con errores muy antiguos, deformadores de la fe apostólica, y denunciados por el Magisterio de la Iglesia para bien de sus fieles y del mundo entero ya desde sus primeros siglos. No puede, por ejemplo, hablarse con propiedad del marxismo sin hacer referencia al error judaico denunciado por el apóstol Pablo de una pretendida salvación antropocéntrica1; ni del idealismo hegeliano, sin referencia a las gnosis del siglo II racionalizadoras de los misterios de la fe2. La reflexión paulina de que “el griego busca ciencia y el judío resultados”, mientras él en cambio anuncia “a un Cristo muerto y resucitado”, luz tenida por “necia”, y fuerza despreciada por “ineficaz” e “impotente”, es de permanente validez en la historia.

La atenuación en la práctica de los efectos o consecuencias de estas ideologías en las distintas naciones, al no dar sus dirigentes unas u otras leyes adversas a la Iglesia, o dejar de aplicarlas con rigor, guarda relación con múltiples factores: en especial, con la fe y la vigencia de la tradición religiosa de cada país, con el espontáneo respeto de las gentes a la ley natural y, muy decisivo, con la actitud de la Santa Sede y de los episcopados de cada nación en sus relaciones y acuerdos con los Estados para la defensa y bien de los fieles en las materias de fe y moral que trascienden a la vida pública de un país (sobre matrimonio, enseñanza, moralidad pública, defensa de la familia y la vida, calendario de festividades religiosas, presencia de la Iglesia en las escuelas públicas, en los hospitales, en las cárceles, en la asistencia religiosa al ejército...).

La Iglesia, en unión con Cristo hasta el fin de los tiempos y animada por el Espíritu Santo, sigue cumpliendo su misión de que el orbe entero tenga a Dios por Padre. Las dificultades y contrariedades de la Iglesia, obviamente, son: unas, comunes o universales; y otras, más particulares, según personas y circunstancias de cada lugar.

Para el caso que más a la inmediata nos afecta, el de nuestra España contemporánea, cabe decir que han concurrido sobre ella factores históricos de gran bien, y otros enormemente desquiciadores, y que pese a éstos no puede incurrirse en olvidar o menospreciar los tan numerosos signos de persistencia en la fe que se dan por toda nuestra geografía. Quizá hoy uno de los mayores, después de la específica vida litúrgica y sacramental del pueblo fiel, es la arraigada piedad popular, que celebra públicamente –no sólo en el templo– los misterios de Cristo (nacimiento, pasión, muerte, resurrección, presencia real en la Eucaristía...), así como las solemnidades de la Virgen y de los santos patronos en las fiestas anuales de cada pueblo o ciudad.

A la vez que estos Apuntes relatan hechos históricos de reconocida trascendencia, se pone especial empeño en relacionarlos, exponer antecedentes y consecuencias. Se invita al lector a reflexionar sobre cómo la historia corrobora la verdad conocida por la fe: las palabras de Cristo “sin mi nada podéis hacer”.

Sobrepasa el objeto de los Apuntes –pues compete a la Teología de la historia– el tratar acerca del sentido de la historia a la luz de la Revelación como en su día hace san Agustín ante la caída de Roma y acerca del futuro de la Iglesia. Pero no deja de ser un misterioso signo de los tiempos el curso histórico de nuestro mundo de Occidente.

Decimos “signo misterioso” por la obvia razón de que la gran extensión del ateísmo contemporáneo no ha provenido de naciones paganas o aún por evangelizar, sino del mundo más cristiano, al que la fe dio extraordinario vigor para edificar una civilización, la más próspera del orbe, y que en la medida en que Occidente olvida la raíz de tal civilización –la fe en Cristo– ha sido y es el gran difusor por el universo entero de una “cultura” sin Dios, de unas ideologías inmanentistas y de grandes relajaciones morales3.

A este misterioso proceso aluden en especial los anteriores Apuntes, y con el acento puesto en que es la Iglesia –pese a miserias y faltas en su mismo seno– la roca de Pedro, la que permanece firme anunciando a Cristo –Camino, Verdad y Vida– por todo el mundo, con frutos y vitalidad humanamente inexplicables, y a la vez con enormes pruebas, aún aumentadas en el siglo XX, al que no sin razón suele llamarse “el siglo de los mártires”.

Signo especial de nuestro tiempo, en que crece el ateísmo, pero que lo diferencia del anterior de la modernidad, marcada por las ideologías incubadas en Occidente desde el XVII y luego difundidas por el orbe entero, es el del derrumbamiento de las utopías generadas por tales ideologías prescindentes de Dios o declaradamente contrarias. La tremenda realidad de los hechos (dos guerras mundiales, y otros grandes desastres actuales) han conducido a las desesperanzas de la llamada postmodernidad, aunque no a la conversión. Sigue faltando el amor a la Verdad. Tal declive de las utopías ha contribuido a la caída de los comunismos. No obstante, en ambientes más intelectuales, sigue teniendo enorme influjo la ideología marxista, en síntesis con el liberalismo burgués, para desarraigar –“desalienar”– de toda creencia, tradición religiosa y principios de ley natural sobre la familia, la protección de la vida desde la concepción hasta su término, la distinción de sexos, el derecho de los padres a la educación de sus hijos anterior al del Estado...

Es la Verdad de Cristo la que el mundo necesita. Pertenece a los designios de la Providencia, como lo han enseñado un Papa tras otro desde hace más de 200 años, que el culto y devoción al Corazón de Jesús han de contribuir decisivamente a preparar la gran conversión anunciada en las Escrituras. La Iglesia no ha dejado de proclamar al mundo su esperanza en tal conversión; en realidad, doble, y conexa una con otra. Por una parte, la conversión universal, la de todos los pueblos (“el mar”, “las naciones”) que reconocerán un día a Cristo como a su Rey, a quien son debidos toda obediencia y amor.

Por otra parte, también está anunciada la conversión del pueblo de Israel (cuando se le descorra el velo que le impide reconocer en Jesús al Mesías aguardado: cf. 2Co, 3, 12-16), la cual será de inmenso bien para todas las naciones, todas las gentes. San Pablo expresa en el capítulo once de la Carta a los Romanos: “porque si su reprobación [–la de Israel–] ha sido la reconciliación del mundo [–ocasión de anunciar el Evangelio a las naciones–] ¿qué será su readmisión sino como una resurrección de entre los muertos?”. El Concilio Vaticano II, en la declaración Nostra aetate, expresa en estos términos la esperanza de la Iglesia en la conversión universal:

“La Iglesia tiene siempre ante sus ojos las palabras del apóstol Pablo sobre sus hermanos de sangre, a quienes pertenecen la adopción y la gloria, la alabanza, la ley, el culto y las promesas; y también los patriarcas, y de quienes procede Cristo según la carne (Rm 9, 4s), hijo de la Virgen María. Recuerda también que los apóstoles, fundamentos y columnas de la Iglesia, nacieron del pueblo judío... Como afirma la Sagrada Escritura, Jerusalén no conoció el tiempo de su visita (cf. Lc 19, 42). Gran parte de los judíos no aceptaron el Evangelio (cf. Rm 11, 28) ... No obstante, según el Apóstol, son todavía muy amados de Dios a causa de sus padres porque Dios no se arrepiente de sus dones y de su vocación. La Iglesia, juntamente con los profetas y el mismo Apóstol (cf. Rm 11, 11-32), espera el día, que sólo Dios conoce, en que todos los pueblos invocarán al Señor y servirán como un solo hombre” (Sof 3, 9)4.

La vocación del pueblo de Israel, del que toma carne el Verbo, llamado a ser “luz de las naciones” –vocación, nunca cancelada– ha sido siempre confesada por la Iglesia por fidelidad a la palabra de Dios revelada, y pese a que ha pervivido cierto extendido antisemitismo en ambientes católicos. Ha sido pueblo sometido en la historia a grandes padecimientos, y no siempre sin culpa, pero al que Dios sigue manteniendo sus promesas. El Concilio Vaticano II ha querido poner más de relieve esta verdad.

Sólo Dios sabe cuándo será la anunciada conversión de Israel y suceda que “los reinos de la tierra se conviertan en reinos de nuestro Dios” (cf. Ap 11, 15). La Revelación enseña, y la historia refrenda, que el olvido o pérdida de vigor de estas verdades5 (y consiguientemente, la del gozo definitivo del amor de Dios en la vida eterna) repercute en daño de la humanidad, y afecta en especial a la vida del cristiano al tentarlo de naturalismo, de proceder en la práctica, en su obrar, con olvido de Dios.

El p. Orlandis, inspirador de Schola Cordis Iesu, decía que aun no siendo los males más graves este naturalismo práctico y el liberalismo ambiental, sí son muy insidiosos para muchos cristiano. Ante esto, entendió que la vocación de su vida era dar a conocer el tesoro de la devoción al Corazón de Jesús como el providencial remedio al naturalismo y su aneja frialdad religiosa, y el dar a conocer, ante el liberalismo, la verdad de la realeza de Cristo sobre la humanidad entera; y viviendo ambas verdades según el providencial camino de infancia espiritual trazado por santa Teresa de Lisieux.

Signo muy especial de los tiempos, que ha marcado al siglo XX y preanuncio de futuros inmensos bienes son los mensajes que, de una manera del todo asombrosa humanamente hablando, ha dado la Virgen María en Fátima en 1917. Tras su llamada a consagrar Rusia y el mundo a su Inmaculado Corazón se han dado hechos de trascendencia universal (2ª guerra mundial, expansión del marxismo por el orbe, caída del comunismo en Rusia y satélites... ). Estos mensajes son luz extraordinaria sobre la realidad de nuestro universo contemporáneo, y a la vez gozoso motivo de esperanza en la intervención de la Madre de Dios en bien de sus hijos: la humanidad entera por Cristo redimida y del todo necesitada de conversión.

Para la elaboración de estos Apuntes han servido fundamentalmente los manuales y colecciones de historia eclesiástica e historia general de uso más común y valor reconocido, y de los que en cada caso se da la conveniente cita.

A un conjunto de personas que ha contribuido muy directamente en la redacción de estas síntesis deseo expresar mi más reconocido agradecimiento; en especial, a mis profesores de Historia eclesiástica en la Gregoriana, los padres jesuitas Vincenzo Monachino, Hans Grotz y Mario Fois; y de modo muy entrañable, a don Francisco Canals Vidal. A sus pacientes enseñanzas orales durante años, y al gran número de sus escritos, deben sobre todo su existencia estos Apuntes. Movido por el santo anhelo de que el Corazón de Cristo reine en el mundo, se prodigó en Schola Cordis Iesu, y en tantas otras partes adonde le llamaban, para prolongar el magisterio del padre Ramón Orlandis Despuig, S.J., providencial gran transmisor de la conciencia que la Iglesia posee de ser el Pueblo de Dios en medio de la historia.

1 Cf. Aps5, 327 (El mesianismo o milenarismo marxista). Ya en los años 1930 notables autores católicos (cf. CN1, 24), y de manera muy significada el ortodoxo ruso Nicolás Berdiaeff, en sus obras La religión del marxismo. La idea del mesianismo proletario (cf. Revista Cristiandad, 1 jul 1945, p. 299-301) y El sentido de la historia (cf. Ibid. p. 339s), ponían de manifiesto las raíces religiosas del comunismo, su inversión de la salvación de Cristo por una del todo antropocéntrica ligada a una lectura de la Biblia en clave interpretativa marxista sobre el sentido de la historia. Muy expresiva al respecto es la calificación del comunismo como una “herejía del cristianismo” –no una teoría económica más– hecha por Philippe Chenaux, profesor de historia en la Universidad vaticana de Letrán, en su reciente obra L´Église catholique et le communisme en Europe (1917-1989).

2 Cf. UR4, 294-299; Aps1, 124s (Nota sobre la pervivencia de gnosticismos y dualismos maniqueos), El ideal gnóstico de la salvación por la ciencia, pretendido introducir en las primitivas comunidades cristianas (cf. Aps1, 137-139), revive en gran manera en la filosofía de Hegel.

3 Conocida es la importante obra de Henry de Lubac El drama del humanismo ateo, que hoy sigue publicando Encuentro Ediciones. Motivo siempre de reflexión es el hecho de que estas ideologías inmanentistas, que han alcanzado extensión universal y sin las que no se explican un sinnúmero de realidades contemporáneas de primera magnitud, han provenido casi sólo de pensadores germanos, franceses e ingleses. El hecho del llamado “ateísmo práctico”, el que prescinde y ni se cuestiona la existencia de Dios, extendido en la actualidad, no puede ser atribuido sin más al consumismo o al puro hedonismo actuales, pues desde mucho antes ha operado en las conciencias un conjunto de ideologías que en mayor o menor grado han afectado a la fe y a la moral.

4 Cf. VATICANO II, Declaración Nostra aetate, nº 4

5 El olvido o debilitamiento de la verdad de que Cristo es el Alfa y Omega de la humanidad –“el Príncipe de los reyes de la tierra” (Ap 1, 4)– ha contribuido a reforzar las dos antiguas y persistentes tentaciones contrarias: la de acomodarse a la Babilonia de las grandes corrupciones morales (a lo establecido: “es lo que hay”) sin mayor esperanza o perspectiva de futuro, o la de servir a la Bestia que, recrecida por los grandes resentimientos que provocan las corrupciones de la Babilonia, se enfrenta a ella con mitos e ideologías seductores, alzados en lugar de Cristo, presentados como redentores de la humanidad. Muy notables estudios sobre ello son el de Francisco Canals Vidal, Mundo histórico y Reino de Dios, Ed. Scire, Bna 2005, y el de Xavier Prevosti, La Teología de la historia según Francisco Canals Vidal, Ed. Balmes, Bna 2015.

Apuntes de Historia de la Iglesia 6

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