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5. Austria-Hungría. Notas sobre su historia anterior a 1914

El Imperio, católico en su cabeza, integrado por una multitud de pueblos

La derrota de los Habsburgo al término de la Guerra de Treinta Años (1648) redujo el influjo de Austria en el centro de Europa (sede del histórico Sacro Imperio), pero se extenderá hacia el Sudeste. A partir de la gran victoria de 1683 sobre los turcos que sitiaban Viena, los ejércitos del gran general Eugenio de Saboya avanzan por los Balcanes y son recibidos por las poblaciones, mayoritariamente cristianas, como los liberadores del dominio islámico turco78.

Metternich consigue para Austria en el Congreso de Viena (1815), tras la definitiva victoria sobre Napoleón, un sólido imperio en el corazón de la Alemania meridional a cambio de ceder algunos territorios y enclaves dispersos (como Bélgica); y en Italia, consigue el directo dominio de la Lombardía y el Véneto, y el indirecto de Parma, Módena y la Toscana, entregados a príncipes austriacos79.

La revolución de 1848

Iniciada en París, afecta pronto a gran parte de Europa y muy en particular al Imperio Austro-Húngaro. En Viena, al llegar la noticia de la revolución en París, la juventud burguesa se manifiesta por las calles. La revolución se extiende; el gobierno, atemorizado, hace dimitir a Metternich; y el emperador y la corte se refugian en el católico Tirol (en Innsbruck). Si en Viena tiene la revolución liberal un acento más jacobino que romántico, en los tan dispares territorios del Imperio –multiétnicos y multiconfesionales– tiene más un carácter, creciente entre sus élites, romántico y nacionalista. Pero, el mismo hecho de la disparidad del Imperio actúa de freno de las disidencias, enfrentadas ahora entre sí, lo que las lleva a reconsiderar a la vista de los hechos que más les vale volver a la unidad del Imperio. Antes de finalizar el año, el ejército acaba con las sublevaciones, abdica el monarca, y le sucede Francisco José, cuyo largo reinado llega hasta 191680.

El factor decisivo de la unidad y cohesión del Imperio dirigido por el Austria católica81 era siempre la misma persona del emperador. De manera muy acentuada sucederá esto con Francisco José que, como gran padre de familia, venerado y querido por sus tan diversos pueblos, presidirá durante casi 70 años (1848-1916) la monarquía en la que conviven más de veinte etnias de cinco religiones distintas82.

La revolución de 1848, con notable apoyo de Inglaterra, llegó también a Italia: a Nápoles, los Estados Pontificios, los dominios austriacos del Véneto y la Lombardía, y al reino del Piamonte. En Turín, al conocerse el estallido de la revolución en Viena, los liberales piamonteses impulsan al rey Carlos Alberto (1831-49) a levantar bandera en pro de la unidad italiana, ya no por medio de una república como pretende Mazzini, sino presidida por la dinastía de los Saboya. Carlos Alberto declara entonces la guerra a Austria con el propósito de convertirla en la gran causa nacional, pero sus tropas son gravemente derrotadas en Custozza83.

Concordato de 1855 con la Santa Sede

Pese a la poderosa burocracia estatal de Viena, que considera decisivo para la pervivencia del Imperio mantener vigente el josefinismo del XVIII (la soberanía del Estado sobre la Iglesia), Metternich, a partir de 1830, evoluciona de su anterior actitud para con la jerarquía de la Iglesia un tanto displicente y volteriana. Propicia sucesivos acuerdos con la Santa Sede para no enfrentar la legislación civil al derecho canónico eclesiástico. El abad Joseph Rauscher (1797-1875), formado en la escuela ultramontana del redentorista san Clemente María Hofbauer, fue el mediador decisivo en aquellos difíciles tratos y gestiones que alcanzarán su plenitud con el Concordato de 185584.

El nuevo emperador Francisco José, declarado católico fiel a la Santa Sede, acoge con gozo el Concordato. Entiende, a diferencia de sus políticos josefinistas y proliberales, que es un gran bien para la cohesión de su extensa monarquía, en la que la fe católica es mayoritaria, además de en Austria, en importantes partes muy dispares (la Galitzia polaca, Eslovaquia, Eslovenia, Croacia, Venecia, la zona ucraniana de los uniatas...)85.

Apoyo de Napoleón III a la causa de la unidad italiana

Tras el fallido intento del Piamonte de vencer por las armas a Austria con ocasión de la Revolución de 1848, estallada también en Viena y extendida a parte de su Imperio, el gobierno de Turín vuelve a intentarlo diez años después. El primer ministro italiano, Cavour, en su encuentro secreto con Napoleón III en Plombières (1858), ofrece a Francia la parte francófona de su reino –Niza y la Saboya– a cambio de su ayuda militar. Los aliados franco-piamonteses vencen a los austriacos en Magenta y Solferino, pero Napoleón, temeroso de perder el apoyo de los católicos franceses, desiste pronto de proseguir la guerra y firma por separado con Austria la Paz de Villafranca para gran disgusto de Cavour y humillación del Piamonte que por sí solo es incapaz de afrontar a los ejércitos austriacos. No obstante, por esta paz Austria cede al Piamonte la Lombardía, a la vez que conserva el Véneto y sigue tutelando a los príncipes italianos adictos.

Cavour muda entonces de táctica. A partir de 1860 promueve por toda Italia manifestaciones antiaustríacas y de adhesión al Piamonte. Las poblaciones de Toscana, Parma, Módena y las Legaciones (territorio de los Estados Pontificios) votan la anexión al Piamonte. Y en el Sur de Italia, bajo mano, apoya Cavour al republicano Garibaldi que con sus camisas rojas se apodera de Sicilia y Nápoles, pero por breve tiempo, pues Cavour envía su propio ejército piamontés a hacerse cargo de la situación. Pronto, vencida la resistencia armada de los partidarios de Francisco II de Nápoles, se tienen plebiscitos de los que resulta también la adhesión del Sur italiano al Piamonte. En Turín no aguardan a más: en 1861, recién fallecido Cavour, el parlamento proclama la creación del reino de Italia. En 1866, tras la derrota de Sadowa (Königratz), Austria se desprende del Véneto y es incorporado a Italia86.

Ya no le resta a la unidad italiana para consumarla más que la toma de Roma. Se demora un tiempo por la protección del ejército francés que mantiene Napoleón III en los Estados Pontificios, pero al estallar la guerra franco-prusiana en 1870 ha de marchar. La fuerza militar italiana pronto toma la capital. Fue un hecho –el de la cuestión romana– de enorme trascendencia para la Iglesia –como se ha señalado en los anteriores Apuntes 587– , que a la inmediata afectó ante todo al pontificado de León XIII, y que, como veremos, alcanzará una conveniente solución con los Pactos de Letrán en 192988.

Unidad y diversidad del Imperio Austro-Húngaro

Antiguos fuertes lazos ligaban a Austria con Hungría por la intervención salvadora de ésta en 1740 del trono de María Teresa, acosada con sólo 23 años diplomática y militarmente por media Europa por no serle reconocido el derecho a suceder a su padre Carlos VI. En especial, la oposición internacional a María Teresa era dirigida por el gobierno francés de Luis XV que veía la gran ocasión de acabar con Austria y los Habsburgo89.

A partir de 1867, el Imperio Austro-Húngaro es configurado como tal al conceder Francisco José a los húngaros una gran autonomía para gobernar la parte oriental del Imperio. Pese a ello, y al gran desarrollo económico en la época de la “monarquía del Danubio”, resurge el problema de las nacionalidades; sobre todo, el de la checa, disgustada con ser gobernada por Hungría, que trata de magiarizar su parte del Imperio. Con similares criterios, el gobierno de Viena, sobre todo cuando lo dirigen los liberales, espera reforzar la unidad de la monarquía dual germanizándola, tanto en la administración, como en la escuela, el ejército... El resultado fue el contrario al augurado90.

Limítrofes del Imperio Austro-Húngaro eran la independiente Rumanía y el llamado “avispero balcánico”: Serbia, Bulgaria, Grecia..., en que se padece, en cambio, una gran inestabilidad. Son Estados nuevos, nacidos a medida que los pueblos balcánicos logran liberarse del duro dominio turco, pero que sufren graves convulsiones internas y guerras entre ellos. Poco antes de estallar la Primera Mundial se tuvieron casi seguidas las tres guerras balcánicas. Son pueblos que no logran salir del caos, y sobre los que sobrevuelan los intereses encontrados de las grandes potencias; en especial, los de Austria y Rusia (ésta se sirve del paneslavismo para influir en la zona); y por otra parte, los de Inglaterra, que sostiene al “hombre enfermo” (al decadente Imperio turco) para que mantenga el control de los Estrechos que cierran la salida de las flotas rusas del Mar Negro al Mediterráneo91.

El atentado de Sarajevo (junio de 1914)

En este contexto, sucede en junio de 1914 el asesinato en Sarajevo por un nacionalista serbio del heredero del trono austro-húngaro, Fernando de Habsburgo, sobrino del anciano emperador Francisco José (1848-1916). Fue el desencadenante de la Primera Guerra Mundial, de inmensas consecuencias. El atentado no conducía irremisiblemente a la guerra, pero a ella se llegó (ver Tema 12)92.

78 Cf. VC1, 393-395

79 Cf. FZ, 104; VC2, 292-299

80 FZ, 146-150; VC2, 337

81 En tanto que la monarquía era católica, y pese al josefinismo de sus burocracias y políticos liberales, no elevaba las realidades inmanentes al mundo –la raza, la lengua, la clase social de cada cual...– a la condición de absolutas. Los problemas vendrán sobre todo por la presión del liberalismo vienés que pretende imponer la lengua germana para todo el imperio.

82 Es muy sugerente al respecto el prólogo de François Fetjö a su obra Requiem por un imperio difunto. Historia de la destrucción de Austria-Hungría (Ediciones Encuentro, Md 2016). El autor, judío húngaro, intelectual exmarxista, expone cómo pueblos tan diversos –de más de veinte nacionalidades y cinco distintas religiones– han convivido durante más de 200 años sin necesidad de una tiranía que los una, y que en cambio la eclosión de los nacionalismos profesados por sus dirigentes deshace al advenir la Primera Guerra Mundial (1914-1919) aquella unidad histórica. Los tratados de paz firmados a continuación de la tremenda contienda crearon enorme inestabilidad y vacío en todo el Centro-Este europeo, luego trágicamente tratado de llenar durante unos breves años por el nazismo de Hitler, y después por el comunismo de la Unión Soviética, persistente casi 50 años a partir del fin de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). E inconmensurable fue, desde luego, el daño a la Iglesia católica por la desaparición de la monarquía austrohúngara, como no dejaron de expresar en especial los papas de la época (Benedicto XV, Pío XI y Pío XII).

83 Cf. FZ, 144s; VC2, 334s

84 Cf. JD7, 536-538

85 Cf. JD7, 701

86 Cf. FZ, 196-200; VC2, 346s, 353

87 Cf. Aps5, 345-347

88 Cf. FZ, 199s; VC2, 432-434, 551

89 Cf. VC2, 32-34; DM, 393s

90 Cf. VC2, 459s; DM, 444-447

91 Cf. VC2, 468-470; FZ, 405-407

92 Cf. VC2, 491-494; FZ, 403-410

Apuntes de Historia de la Iglesia 6

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