Читать книгу Río negro - Arnaldur Indridason - Страница 5
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ОглавлениеDe camino a casa, Elínborg se pasó por una tienda de alimentación. Habitualmente empleaba un buen rato en hacer las compras y evitaba los comercios baratos porque contaban con una oferta muy limitada y la calidad iba pareja con el precio. Pero ahora tenía que darse prisa. La habían telefoneado los dos chicos para preguntar si no pensaba preparar cena como les había prometido, y ella les aseguró que sí, aunque dijo que tendría que ser un poco tarde. Intentaba preparar la cena todos los días para poder sentarse a pasar un rato con la familia, aunque solo fueran los quince minutos que sus chicos tardaban en devorar la comida. También sabía que si no guisaba algo apetecible, los chicos se lanzarían a por carísima comida basura con el poco dinero que habían ahorrado del trabajo de verano, o se lo sacarían a su padre. Teddi, su marido, mecánico de automóviles, era una auténtica calamidad culinaria, sabía preparar gachas de avena y huevos fritos, pero ahí se acababa todo. Eso sí, estaba siempre dispuesto a recoger la mesa y fregar, y no remoloneaba a la hora de hacer las demás tareas de la casa. Elínborg buscó algo rápido y vio un preparado de pescado bastante decente, cogió un paquete de arroz, cebolla, un par de cosas más que necesitaba en casa y al cabo de diez minutos estaba otra vez en el coche.
Una hora más tarde estaban sentados a la mesa de la cocina. El chico mayor protestó por las albóndigas de pescado, porque el día anterior también habían cenado pescado. No le gustaba nada la cebolla y la dejaba en el borde del plato. El pequeño era más del estilo de Teddi y se comía todo lo que le echaban. La chica, que era la más pequeña de los tres, y que se llamaba Theodóra, había telefoneado para pedir permiso para quedarse a cenar en casa de una amiga. Estaban estudiando juntas.
—¿No hay más que salsa de soja? —preguntó el mayor. Se llamaba Valþór y acababa de empezar la secundaria. Ya sabía perfectamente lo que quería ser en la vida: al terminar la enseñanza obligatoria había optado por la Escuela de Comercio. Elínborg tenía la impresión de que estaba saliendo con una chica, aunque él no decía ni una palabra al respecto. No hizo falta investigar mucho para confirmar las sospechas. Un preservativo cayó del bolsillo del pantalón cuando Elínborg iba a meterlo en la lavadora, hacía apenas unos días. No le preguntó absolutamente nada, eran cosas de la vida, pero se alegró de que fuera prudente. Nunca había conseguido ganarse plenamente su confianza. La relación que existía entre ambos siempre estaba llena de tiranteces, el chico era siempre muy independiente y en ocasiones un tanto descarado. Aquella era una característica de su temperamento que Elínborg no aguantaba y que no sabía de dónde podía haber salido. Teddi le manejaba mejor. Los dos eran aficionados a los coches.
—No —dijo Elínborg sirviéndose el resto del vino blanco en una copa—. No tenía ganas de hacer salsa.
Miró a su hijo y pensó una vez más si sería conveniente decirle algo acerca de su descubrimiento, pero decidió que estaba demasiado cansada como para iniciar una discusión con su hijo en ese momento. Estaba segura de que el chico se sentiría molestísimo por lo que había hecho.
—Dijiste que esta noche ibas a hacernos un filete —le recordó el muchacho.
—¿Qué cadáver es ese que habéis encontrado? —preguntó el pequeño, que se llamaba Aron. Había visto las noticias de la televisión, y salía su madre delante de la casa de Þingholt.
—Un hombre de unos treinta años —dijo Elínborg.
—¿Lo mataron? —preguntó el mayor.
—Sí —dijo Elínborg.
—En las noticias dijeron que aún no se sabía si había sido un asesinato —explicó Aron—. Solo que se sospechaba que era un asesinato.
—A ese hombre lo asesinaron —dijo Elínborg.
—¿Quién era? —quiso saber Teddi.
—Nadie que conozcamos.
—¿Cómo lo mataron? —preguntó Valþór.
Elínborg la miró.
—Sabes que no debes preguntar esas cosas.
Valþór se encogió de hombros.
—¿Fue por asuntos de drogas? —preguntó Teddi—. ¿Que él...?
—¿Queréis dejar de hablar de eso? —les rogó Elínborg—. Todavía no sabemos nada.
Todos sabían que no debían insistir, pues a Elínborg no le parecía adecuado hablar de su trabajo. Los hombres de la familia siempre habían sentido mucho interés por el trabajo de la policía y, cuando sabían que ella estaba trabajando en algo que pudiera parecer emocionante, eran incapaces de reprimir sus preguntas sobre los menores detalles del caso, e incluso se permitían opinar. Por regla general solían perder el interés si la investigación se prolongaba, y le concedían una tregua.
Eran seguidores adictos de las series policiacas de la televisión, y cuando los chicos eran más pequeños les parecía de lo más emocionante y aventurero que su madre fuera detective de investigación criminal como los protagonistas de las series. Pero pronto se dieron cuenta de que había algo que no acababa de encajar, o bien por lo que ella les contaba de su trabajo o bien por lo que sabían por propia experiencia. Los héroes de las películas policiacas parecían modelos por su aspecto y sus movimientos, eran espléndidos tiradores y capaces de mantener agudas discusiones con serviles delincuentes, solucionaban en un abrir y cerrar de ojos los casos más complicados y charlaban de literatura universal en medio de una persecución de coches que te ponía los pelos de punta. En cada episodio se cometían crímenes de lo más horripilante, dos, tres o cuatro, y al criminal siempre lo capturaban al final y le daban su merecido.
Los chicos sabían que Elínborg trabajaba muchísimo a horas y a deshoras, y que tenía un sueldo bastante flojo, como ella misma decía. Según ella, nunca había participado en una persecución en coche. No tenía pistola, y no digamos fusil, pues la policía islandesa no utilizaba armas de fuego en su trabajo. Los criminales eran las más de las veces unos pobres desgraciados, unos miserables, como los llamaba Sigurður Óli, y la policía los conocía a casi todos ellos. Los casos más importantes eran atracos y robos de vehículos. Agresiones a personas. La sección de estupefacientes se encargaba de las drogas, y delitos muy serios, como las violaciones, solían llegar con regularidad a la mesa de Elínborg. Asesinatos había pocos, aunque su número variaba de un año a otro: algunos años no se cometía ninguno, y otros años podía haber hasta cuatro. En los últimos tiempos, la policía había apreciado una tendencia peligrosa: los delitos estaban mejor organizados, era más frecuente el recurso a las armas, y la violencia se estaba generalizando.
Por regla general, Elínborg volvía a casa por la tarde, muerta de cansancio, y preparaba la cena y echaba un vistazo a las recetas en que estaba trabajando, porque la cocina era su hobby, o se tumbaba en el sofá y se quedaba dormida delante del televisor.
En esos momentos, había veces en que los chicos dejaban de mirar la serie policiaca y observaban de reojo a su madre, y la policía islandesa no les resultaba demasiado emocionante.
La hija de Elínborg no era de la misma madera que sus hermanos. Enseguida se puso de manifiesto que Theodóra era superdotada, lo que le acarreaba ciertos problemas en el colegio. Elínborg se oponía a que adelantara un curso, porque quería que creciera junto a niños de su misma edad, pero los estudios le resultaban excesivamente sencillos. La chica tenía que estar siempre haciendo algo más, jugaba al balonmano, tomaba clases de piano y estaba en los boyscouts. No veía mucho la televisión y, a diferencia de sus hermanos, no le gustaban especialmente ni las películas ni los juegos de ordenador. Era un verdadero ratón de biblioteca y leía de la mañana a la noche. Elínborg y Teddi se pasaban el tiempo llevándole libros de la biblioteca cuando era más pequeña y, en cuanto tuvo edad para ello, se encargó por su cuenta de sacar los libros. Tenía once años, y hacía unos días había intentado explicarle a su madre las ideas esenciales de la Historia del tiempo.
En ocasiones, Elínborg hablaba con Teddi de sus compañeros de trabajo, cuando creía que los niños no estaban escuchándoles. Estos sabían que uno de sus colegas se llamaba Erlendur y les resultaba un auténtico misterio: a veces era como si Elínborg no tuviera la menor gana de trabajar con él, y a veces era como si no pudiera vivir sin él. Los chicos habían oído a su madre decir varias veces que le extrañaba que un padre de familia tan nefasto y un solitario con tan mal carácter pudiera ser un policía de investigación criminal tan magnífico. Admiraba su trabajo, aunque el hombre como tal no siempre acababa de caerle bien. Otro cuyo nombre le mencionaba a veces a Teddi al oído se llamaba Sigurður Óli, y lo primero que los niños sacaron en claro era que debía de ser un bicho raro. Algunas veces, su madre suspiraba con fastidio si lo mencionaba.
Elínborg estaba conciliando ya el sueño cuando oyó un leve ruido en la casa. Todos se habían ido ya a la cama menos el mayor, que seguía pegado a su ordenador. Elínborg no sabía si estaría haciendo algún trabajo para el colegio o simplemente chateando o escribiendo en su blog. El chico no se iba a dormir hasta medianoche. Valþór seguía su propio reloj, se acostaba de madrugada y era capaz de quedarse en la cama hasta la tarde si se le presentaba la oportunidad. Elínborg estaba preocupada, pero sabía que no servía de nada discutir con el muchacho. Lo había intentado muchas veces pero él era terco e independiente, y no le hacía caso a nadie.
Pasó toda la noche pensando en el hombre de Þingholt. En el espectáculo que no habría podido describirles a sus hijos aunque hubiese querido. Le habían cortado el cuello y había sangre en las sillas y las mesas del salón. El forense haría un informe exhaustivo, que aún no estaba listo. Los policías opinaban que el asesino debía de haberlo planificado todo de antemano: tuvo que llegar al lugar con la idea de llevar a cabo aquella agresión. No había huellas de pelea. Y el corte se había realizado en el punto exacto del cuello donde podía causar mayores daños. En el cuello había también cuchilladas más pequeñas, que indicaban que el cuchillo había sido presionado contra la víctima varias veces. Es muy probable que el asalto fuese rápido y pillase a la víctima totalmente por sorpresa. La puerta de la vivienda no estaba forzada, lo que podía significar que fue él mismo quien la abrió a su asesino. Pero también podía pensarse que alguien hubiera entrado en el piso con el hombre, o que algún invitado suyo hubiera realizado aquel brutal ataque sin previo aviso. No habían robado nada y no había objetos desplazados de su sitio. No cabía pensar en un atraco, aunque tampoco podía excluirse que el interfecto se hubiera topado de manera inesperada con los atracadores, con las visibles consecuencias.
En el cuerpo del hombre apenas quedaba una gota de sangre, que había encharcado el suelo de la vivienda. Aquello indicaba que siguió vivo, y con el corazón latiendo, algún tiempo después del ataque.
Elínborg ni se planteaba ponerse a freír unos filetes crudos después de aquella visión, por mucho que su hijo mayor se quejara.