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Comunicaron a Erlendur que habían localizado al padre de Elías. Este pidió que le dejaran ver el cuerpo de su hijo en el depósito de Barónsstígur. Después lo llevaron al despacho de Erlendur en la comisaría de Hverfisgata, donde le esperaba en ese momento. Erlendur se despidió de Sunee, de su hermano y de la intérprete a la entrada del bloque. Dos agentes les acompañarían por el barrio a buscar a Niran. Sigríður se quedó en el piso. Erlendur pensaba que ya tenía toda la información que la madre de Elías podría proporcionarle en esos momentos. Estaba claro que no sabía por qué habían agredido a su hijo, ni por qué Niran todavía no había vuelto a casa. Ni siquiera se imaginaba por dónde podía andar. Hacía relativamente poco que se habían mudado al barrio y ella no conocía a los amigos de su hijo, solo sabía aproximadamente dónde vivían. Erlendur comprendía que no pudiera seguir en casa de brazos cruzados, esperando a que llegara alguna noticia. Toda la policía de la ciudad estaba buscando a Niran. Se habían repartido fotos suyas por las comisarías. Podía estar en peligro. O escondido. Lo principal era encontrarlo lo antes posible.

Elínborg se puso en contacto con Erlendur y le contó que había estado hablando con los empleados de la farmacia por donde le habían dicho que solían andar Niran y sus amigos. A los empleados no les sonaba que un grupo de chicos anduviera habitualmente por la farmacia. No se habían dado cuenta de la presencia de una pandilla detrás del edificio y se quedaron parados cuando Elínborg empezó a pedirles detalles sobre el tema; de todas formas, los chicos del colegio pasaban el rato por la zona. Había una pared llena de pintadas y colillas en la acera, junto a una puertecita que había en la parte de atrás. Elínborg dijo que hablaría con los compañeros de clase de Elías.

—Una vecina de Sunee, Fanney, dijo que Sunee recibía visitas.

—¿Qué clase de visitas?

—No estaba claro. Ella pensaba que podía ser alguien que fuera a visitarla, ya sabes, un hombre.

—¿Un novio?

—Quizá. No lo sabe. Nunca le ha visto. Pero tiene esa sensación. Sabe de estas visitas desde el verano pasado.

—Tendremos que preguntarle a Sunee —dijo Erlendur—. Habrá que comprobar sus llamadas de teléfono. Quiénes la han llamado y a quiénes ha llamado.

—Muy bien.

El móvil volvió a sonar cuando Erlendur estaba llegando a la comisaría. Era Valgerður. Se había enterado del crimen y estaba asombrada y horrorizada. Habían acordado verse esa tarde pero Erlendur dijo que quizá tuvieran que anular la cita. Ella dijo que no importaba.

—¿Sabéis ya lo que pasó? —preguntó Valgerður preocupada.

—Todavía no —respondió Erlendur.

—No quiero interrumpirte, ya hablaremos —dijo ella, y se despidieron.

Erlendur se envolvió mejor en el abrigo mientras entraba a toda prisa en la comisaría, y en aquel momento se dio cuenta de que Niran no podría estar al aire libre con un viento del Norte como aquel. El viento gélido y seco le mordía el rostro. Cuando levantó la vista, vio una pálida luna de hielo.

En la recepción había un hombre de mediana edad muy nervioso que le explicaba al policía de guardia que su coche había sufrido daños. El hombre estaba escandalizado de que la policía eludiera el problema con tanta soltura, como si no fuera delito causar daños que ascendían a miles de coronas. Erlendur no llegó a saber de qué delito hablaban, pues iba con prisa, pero creyó oír que alguien había rayado el coche de aquel hombre.

El padre de Elías estaba sentado en el despacho de Erlendur, con la cabeza gacha; era un hombre delgado, de unos cincuenta años, con la parte de arriba de la cabeza calva, unos mechones de pelo oscuro en la frente y barba de varios días. Tenía la boca muy pequeña y dientes grandes y salientes, que daban a su rostro un aspecto un tanto repulsivo. Se puso en pie al entrar Erlendur, y se dieron la mano.

—Óðinn —se presentó el hombre, a media voz. Tenía los ojos rojos de haber llorado.

Erlendur colgó su abrigo en la percha y se sentó a su mesa.

—Te acompaño en el sentimiento por la muerte del niño —dijo—. Es tan espantoso que no puede expresarse con palabras.

Hizo una pequeña pausa y observó al hombre. Óðinn vivía solo en el apartamento de Snorrabraut, según había declarado a la policía. Mientras iba camino de comisaría, informaron a Erlendur de que el hombre se asustó cuando la policía le informó de lo ocurrido a Elías. Iba vestido con unos vaqueros muy desgastados, un impermeable fino de color claro, y llevaba una vieja bufanda roja con el escudo de un equipo de fútbol extranjero.

—¿Tienes idea de dónde puede estar tu hijastro? —preguntó Erlendur.

—¿Niran? ¿Qué le pasa?

—No le encontramos. Aún no ha vuelto a casa.

—No tengo ni idea —dijo el hombre—. Tengo... —Se quedó callado.

—¿Sí? —dijo Erlendur.

—Nada —dijo el hombre.

—¿Cuándo fue la última vez que hablaste con tu familia?

—Siempre es de forma esporádica. Nos divorciamos. Quizá ya lo sepas.

—¿No puedes imaginarte qué puede haberle pasado al chico?

—Yo... esto es horrible, espantoso... jamás habría pensado que pudiera suceder algo semejante en este país. ¡Atacar así a un niño!

—¿Qué crees que ha pasado?

—¿No es evidente? ¿No es racismo? ¿Puede haber otro motivo para agredir a un niño de esa forma? ¿Qué puede hacerle un niño a alguien?

—Todavía no sabemos lo que pasó —dijo Erlendur—. ¿Les has telefoneado o visitado últimamente?

—No. El otro día fui al cine con Elías. Nunca he tenido demasiada relación con Niran.

—¿Y no tienes idea de lo que puede haber pasado?

Óðinn sacudió la cabeza.

—¿Pensáis que a Niran también le ha pasado algo?

—No lo sabemos. Lo están buscando. ¿Se te ocurre algo?

—¿De dónde puede estar? No, nada. No se me ocurre nada.

—Sunee se mudó cuando os divorciasteis —dijo Erlendur—. Parece que los chicos no se han adaptado demasiado bien al nuevo barrio. ¿Lo sabías?

Óðinn tardó en responder.

—¿No te enteraste de que tenían problemas?

—No tenía mucha relación con Sunee —dijo Óðinn, finalmente—. Se había acabado.

—Te pregunto por los chicos —dijo Erlendur—. Sobre todo, por tu hijo.

Óðinn se quedó callado.

—Elías siempre quiso más a su madre —dijo al poco rato—. Muchas veces discutíamos sobre su educación. Ella siempre hacía su santa voluntad en todo lo que tenía que ver con la educación. Incluso le llamaba por su nombre tailandés. Rarísima vez le llamaba Elías.

—Sunee está muy lejos de su casa. Quiere aferrarse a algo que la relacione con su pasado, ya que está en otro país —dijo Erlendur.

Óðinn le miró en silencio.

—Tu madre se lleva bien con ella —dijo Erlendur—. Por lo que he oído, son muy amigas. Fue a casa de Sunee en cuanto se enteró.

—Siempre se han llevado bien.

—Tengo entendido que Sunee es tu segunda mujer tailandesa... ¿Es así?

—Sí —respondió Óðinn.

—Sé que no te hizo mucha gracia que Sunee te dijera que tenía un hijo más mayor y que quería que viniese a Islandia —dijo Erlendur.

—Lo sospechaba —dijo Óðinn—. No fue una sorpresa. Pero me había dicho que era soltera. Y luego resulta que quería traerse a Niran.

—¿Qué te pareció?

—No me hizo gracia que ese chico viniera. Pero me aguanté. No me metí en el asunto. La dejé que hiciera lo que le diese la gana.

—¿No te quisiste divorciar en ese momento?

—Sunee estaba bien —dijo Óðinn.

—No ha aprendido mucho islandés en los años que lleva viviendo aquí —dijo Erlendur.

—No —dijo Óðinn.

—¿Intentabas enseñárselo?

—¿Por qué me preguntas eso? ¿Qué tiene que ver con el caso? ¿No sería mejor que intentaras cazar a quienes lo hicieron, en vez de hacerme estas absurdas preguntas que no tienen nada que ver con el caso? ¿A qué vienen estas preguntas?

—Probablemente agredieron a tu hijo a primera hora de la tarde —dijo Erlendur—. ¿Dónde estabas a esa hora?

—Trabajando —respondió Óðinn—. Estaba en el trabajo cuando llegasteis. ¿Piensas que yo he matado a mi hijo? ¿Estás loco?

Dijo estas palabras sin alzar la voz ni excitarse, como si la idea fuera demasiado estúpida para enfadarse.

—La experiencia demuestra que este tipo de casos suelen estar relacionados con la familia —dijo Erlendur sin inmutarse—. No es raro que quiera saber dónde pasaste el día.

Óðinn se quedó callado.

—¿Hay alguien en el trabajo que pueda confirmar que estuviste allí?

—Sí, dos personas. ¡No puedo creer que penséis que tengo algo que ver con esto!

—Así es nuestro trabajo —dijo Erlendur—. Muchas de las cosas con las que me encuentro parecen incluso más absurdas.

—¿Intentas decirme que he atacado a mi hijo para vengarme de Sunee?

Erlendur se encogió de hombros.

—¿Estás loco?

—Siéntate y estate quieto —dijo Erlendur al ver que Óðinn se ponía en pie—. Debemos considerar todas las posibilidades. ¿Por qué ibas a querer vengarte de Sunee?

—¿Qué quieres decir? ¡Yo no quiero vengarme de ella!

—No he dicho que tuvieras motivo alguno —dijo Erlendur—. Lo has dicho tú.

—Yo no he dicho nada.

Erlendur se calló.

—Intentas liarme —dijo Óðinn, bastante furioso—. Pretendes que diga algo que no quiero decir. ¡Estás jugando conmigo!

—Eso fue lo que dijiste.

—¡Maldita sea! —gritó Óðinn, dando una patada al escritorio. Erlendur estaba sentado en su butaca, inmóvil, mirándole, con las manos cruzadas sobre el pecho, reclinado hacia atrás. Parecía que aquel hombre fuese a lanzarse encima de él en cualquier momento.

—¡Yo jamás le haría nada a mi hijo! —vociferó—. ¡Nunca!

Erlendur no movió un músculo.

—¿Has hablado con su novio? —dijo Óðinn.

—¿Su novio?

—¿No te ha hablado de él?

—¿Quién es? ¿Quién es el novio de Sunee?

Óðinn se mantuvo en silencio. Clavó los ojos en Erlendur, quien se inclinó hacia delante.

—¿Fue el motivo de vuestro divorcio? —preguntó Erlendur con cautela.

—No. Me enteré hace poco.

—¿De qué?

—De que salía con alguien.

Invierno ártico

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