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V. PRIMER DISCURSO SICILIANO (SOBRE EL ENVÍO DE AYUDA A LOS QUE ESTÁN EN SICILIA)1

Introducción

Atenienses, dejo a otro acusar a Nicias [1] y decir que, por una parte, no quería zarpar de aquí desde el principio y que, por otra, o exagera las desgracias haciéndolas más y más grandes o, si éstas en efecto son así, él es el responsable único. Pues no se aviene con la naturaleza de un hombre prudente desear acusar de forma temeraria a cualquier conciudadano y, si somos justos, le debemos estar agradecidos a Nicias por sus hazañas del pasado2. Y para que veáis, atenienses, cuánto disto de toda voluntad de discordia3 o deseo de denigrarlo, comenzaré mi discurso a partir de este aspecto.

[2] Hay dos cuestiones sobre las que deliberáis, la primera es sobre si debéis enviar a buscar el ejército o mandar ayuda, y la otra sobre si se le debe quitar el mando a Nicias, en caso de que prevalezca la opción de enviar ayuda. Sostengo que es necesario que Nicias conserve el mando además de los que elegís ahora, y que nada se haga sin contar con él. Escuchad lo que sigue sobre que no es posible llamar a los de allí y sobre que es necesario enviar a quienes los ayuden.

Valoración de la situación y proyecto

[3] En primer lugar, atenienses, desterrad el presente desaliento en la deliberación al considerar que la situación de allí seproduce sin vuestra intervención. Pues ni somos inferiores a los enemigos en preparativos, ni, por supuesto, afirmaríamos que nuestras naturalezas son inferiores. Si por estos motivos fuera, este asunto hubiera llegado a su término hace tiempo [y no hubiera resultado peor de lo que se hubiera podido pedir]4. Lo que ha producido una pérdida de tiempo ha sido que no se emprendiera una acción rápida, y que los generales no navegaran enseguida contra Siracusa5, y también que tuvo lugar una revuelta en el campamento cuando Alcibíades se había marchado6, Lámaco se había muerto7 y Gilipo había conseguido llegar8. Nada más me inquieta, ojalá hable con [4] la ayuda de los dioses. Pues, ¿dónde se hubiera levantado esta muralla, en la actualidad un obstáculo9, de no haber venido ayuda de Lacedemonia? O en lo que respecta a la ayuda, y no me refiero a ésta, ¿cuándo hubieran tenido tiempo los siracusanos para enviar a buscar ayuda, si alguien les hubiera hostigado desde el principio10 o si con una actuación rápida hubieran dificultado el socorro que venía, si se hubieran dado cuenta a tiempo y no hubieran permitido que los de Sicilia llegaran a tener una fuerza igual a la de los nuestros11? Pero ahora la lentitud de uno o dos hombres12 y el azar del momento nos obliga a deliberar sobre lo ya pasado. Pues incluso el propio Nicias da testimonio de en qué medida éramos superiores en todos los aspectos13.

¿Por qué digo ahora esto? No con voluntad de acusar a [5] Nicias ni porque la situación esté peor así tanto por haber llegado a este punto de una manera o de otra, sino porque es de la mayor importancia para el futuro. Ciertamente si los enemigos nos superaran por completo, acaso vacilaría. Pero puesto que en todo y en todas partes les hemos vencido con actuaciones correctas, es sin duda posible tomar [6] precauciones y enderezar lo que suceda en el futuro. Reflexionemos sobre que hay muchas cosas de los asuntos de allí que no podemos dejar. En primer lugar, atenienses, a todos es dado darse cuenta de la inoportunidad de suspender lo decidido y como niños echarse atrás, por ser fáciles de animar14, pero también prontos a la hora de abandonar. Y también estre los megarenses, beocios15 y entre todos cuantos habitan ciudades grandes o pequeñas, es importante que se considere necesario mantenerse en lo decidido y que la emisión de un decreto es el límite de todas las discrepancias. Ciertamente a ninguno más que a nosotros ello nos resulta conveniente. En cuanto que sois los más sabios de los helenos y los mejores en decidir lo que es necesario para vuestros asuntos y en juzgar lo que otro dice, en esa misma medida es necesario que caiga sobre vosotros una mayor vergüenza, si resulta que suspendéis lo que habíais dedicido16. Se cumpliría necesariamente uno de los dos supuestos: o que pareciera que al principio hicisteis un decreto fuera de razón o que después os equivocasteis.

[7] Ciertamente, no es cuestión de decir que desde el principio hubo pocas deliberaciones entre nosotros o que resolvimos en una pequeña parte del día todo el asunto. Incluso pasaré por alto que desde el mismo comienzo de la guerra acordasteis que los siracusanos eran enemigos y que ayudaríais a los helenos de allí en apuros y omitiré las expediciones que habéis enviado para la empresa17. Pero al [8] mismo tiempo que deliberábamos sobre enviar esa gran expedición, ¿qué argumento no fue esgrimido18 o qué tiempo no fue empleado o a quién se impidió hablar? Incluso al final en asamblea para deliberar sobre los preparativos cuando compareció Nicias y de nuevo se opuso desde el principio más o menos con los mismos argumentos que ahora están en la carta, que Sicilia es muy grande y que ni es fácil de ocupar ni de mantener19, incluso si la conquistáramos, atenienses [...]20. Se pueden decir dos cosas: que no nos encolerizamos, hasta el punto de impedirle decir lo que le parecía, y que tras escucharle todo, aún más nos afirmamos en zarpar21. Como era de esperar, atenienses. Pues, en [9] la medida de lo posible, todos los tales discursos son más de los que impelen y mueven que de los que disuaden. Pues el tamaño y perímetro de la isla es un premio adecuado al atrevimiento de la empresa y que estén mezclados los habitantes de la isla y estén en desacuerdo va en nuestro favor. Pues si todos tuvieran un solo linaje, serían finalmente difíciles de persuadir o forzar, pero mezclados y con aportaciones de todas partes tienen para nosotros la condición de aliados no menos que de enemigos. Pues no podrían unirse, de forma que podemos utilizar a unos de aliados contra los otros22. De la misma manera que, en mi opinión, es más fácil ocupar una ciudad enfrentada por facciones, [10] así una isla que desde el principio está dividida. Todavía más, atenienses, antes de que nuestra flota arribara a Sicilia, los siracusanos tuvieron alguna ayuda de los aliados, pero con la situación presente los que antes eran forzados a obedecerles, si permanecían a su lado, eran vacilantes partícipes de sus asuntos, pero si se cambiaban de bando, se convertían en terribles enemigos. La guerra removió bien todas estas cuestiones. Ahora, por su repentino éxito y porque parecen haberse recuperado inesperadamente, aparentan ser sumisos. Pero si tuviera lugar una nueva expedición, en poco tiempo descubriríais, atenienses, que la grande y poblada Sicilia era vuestra.

[11] En un principio, convenceros para hacer la expedición requirió por igual de discursos como de un detenido examen. Pero en la actualidad, si se observara la empresa en su conjunto, se apreciaría que es conveniente y que no está por encima de nuestras posibilidades llevarla a término [y que no es imposible ejecutarla] si lo queréis23. Pues del mar hemos dominado tanto cuanto era posible y en lo que hace a la tierra nadie podría mencionar batalla alguna, de cuantas han tenido lugar hasta ahora, que no hayamos vencido [12] por diferencia24. Pero ¿cómo no va a estar fuera de lugar que consideremos que no debemos arriesgarnos, porque hemos vencido tantas veces, y porque ahora no ha resultado una sola batalla según lo proyectado, estimemos sin remedio la situación? Los siracusanos saben ser atrevidos después de haber fracasado muchas veces y de forma continua; por el contrario, nosotros, que hemos cosechado tantas victorias sobre ellos25, ¿no haremos lo mismo? Y a partir de los sucesos, que juzgamos un descalabro, ¿no creeremos que no es bueno doblegarse fácilmente? ¡Vamos, por Zeus! [13] Si alguno en Siracusa, cuando tenían fracaso tras fracaso, hubiera dicho que era necesario terminar la guerra y entregarnos la ciudad, y hubiera conseguido persuadirlos, ¿hubiera sido posible que hubiera venido Gilipo en su ayuda o, por Zeus, si hubiera venido, qué haría? ¿Y cómo? De ninguna forma. Ahora creo que por afianzar sus esperanzas y ser siempre superiores a los obstáculos han sacado tanto provecho de ello que parece que combaten26 en plano de igualdad. Que algo de todo el conjunto de circunstancias [14] haya resultado según su plan no se debe temer, como tampoco debemos parecer inferiores a ellos en tener esperanza, y, puesto que todos los hombres nos han considerado no sólo capaces de ejecutar lo decidido, sino también de sobresalir todavía más en momentos de dificultades27, no destruyamos a la ligera esta reputación que hemos ganado para nosotros en el tiempo pasado.

Y ciertamente cuando a pesar de que Nicias, que estais [15] ba absolutamente en contra de la expedición, ha estado a su mando y a pesar de la pérdida de tiempo, hemos tenido una tan gran superioridad en las operaciones, es evidente que al principio no nos equivocamos con lo que decretamos. Por otra parte, si la tentativa tiene sentido, aunque no hayamos progresado mucho, es evidente que, si ahora asediamos la propia Siracusa y controlamos su territorio dependiente, fácilmente otra expedición en un abrir y cerrar de ojos conseguiría [16] todo lo demás. Pues no creáis que si los siracusanos se animaron cuando llegó Gilipo con dos trirremes28, cuando llegue el contingente que enviemos, no tendrán mayores esperanzas nuestros soldados, para los que habrá un gran motivo de ánimo al ver a los suyos y al considerar el número de las situaciones que enderezaron.

[17] Ciertamente, atenienses, al principio votar contra la expedición era propio de sensatos, pero ahora volverse atrás, después de haberlo decidido e incluso haber enviado un contingente tan importante y ser evidente para todos por lo que ha sido planeado, será para todos una señal evidente para que pueda ser calificado de dos maneras, de irreflexión y cobardía. De irreflexión, si nada de estas cosas hubiéramos visto al principio, de cobardía, si diera la impresión [18] de que huimos de los siracusanos. Ningún beneficio estimable hay en todo esto, de manera que por su causa tuviéramos que soportar semejante vergüenza, más aún siendo atenienses, con los que no se aviene considerar por mucho tiempo si hemos de sufrir algo, sino si por acometer tal acción alcanzáramos una buena reputación. Ni se podría decir que hay algo que ganamos al soportar.

Pues no hay razón para que los que somos objeto de asechanzas reaccionemos con enemistad, ya que tanto si cumplimos la empresa como si no, a la enemistad añadiremos la impresión de ser inferiores29. Por tanto huir resulta [19] más una vergüenza que un beneficio, pero no si me hacéis caso. Pero puesto que es necesaria la enemistad, la corresponderemos con una acción acorde, y sabremos que por ejecutarla en los términos planeados nos libramos nosotros de los enemigos, pero que si huimos del problema nos dejamos atrás unos enemigos. Así pues, al escoger lo que es adecuado conseguiremos al mismo tiempo ayudarnos, en tanto que una conducta vergonzosa sólo aporta perjuicios.

El momento actual de la guerra en Sicilia

Ninguno de vosotros piense que la situación [20] es distinta a cuando enviamos la expedición y por eso la retiraremos, si triunfa esta opinión. Pues no la enviamos entonces animados por la paz con los lacedemonios30. Hay una prueba importante de ello, atenienses. Pues mientras se disputaba todavía la guerra, incluso mucho antes de la paz, emprendimos estas empresas31. Pe ro [21] ¿qué fue lo que nos hizo animosos para la campaña?32 Lo más justo, atenienses, y lo que cualquiera que estuviera bien dispuesto para con nosotros deseaba33: ánimo por nuestros recursos y la conveniencia de conseguir el control del mar por esta conquista, que vendría a fortalecer no poco nuestra posición y producir muchas dificultades al Peloponeso34. Ciertamente no se ha de considerar si por entonces estábamos en paz, sino si conviene para la marcha de la guerra lo hecho por nosotros allí y que se decida cuando la guerra está en su punto álgido, si se deben indagar con rigor las primeras acciones.

[22] Y, en efecto, ni la fortificación, ni las deserciones han de ser consideradas obstáculos35. Pues si fuéramos a atacar por tierra a los peloponesios tomando a los nuestros que están en Sicilia, tendría algún sentido. Pero si es necesario permanecer dentro de las murallas, aunque enviáramos dos veces su número, no veo el beneficio que está asociado con hacerles volver e incluso si no es lo más perjudicial de todo para el cerco, que algunos dicen que sufrimos, que todos [23] sean reunidos sin hacer nada. Yo creo que los esclavos no se escapan ahora por considerar con desdén nuestro número, sino por querer desde el principio pasar desapercibidos y por pensar que nada les sucederá, una vez que estén entre los enemigos, haciendo uso de una naturaleza acorde a la de los esclavos, que es la más contraria tanto de nombre como por las pretensiones a la de los amos36. Pues a cambio de ser bien tratados, sienten odio y desean vengarse por lo que sería razonable estar agradecido. Esta naturaleza es no estar en modo alguno bien dispuesta para con los amos. [24] Yo encuentro, incluso con respecto a las deserciones, que la expedición es de lo más oportuno. Pues al vernos huir atacarán por despreciamos, pero si nos ven animosos, al punto, si acompaña la fortuna, mejorarían su disposición natural. Incluso lo que ahora hacen aquí, a los que de ellos transportemos en las naves, no podrán hacer allí. Por el contrario, de la misma forma que ahora se pasan al enemigo que controla el territorio, si controlamos nosotros el territorio allí y le ocurre al enemigo lo mismo que a nosotros aquí, no podrán pasarse al otro bando, sino que verosímilmente sus partidarios más bien se pasarán a nosotros.

Fuera de estas cosas no se ha de contemplar si de todo [25] lo que va a suceder soportaremos algo más o menos, sino si seremos constantes en todo ello en provecho de grandes resultados y si nos sentiremos pagados por los hechos mismos. Considero mucho mejor, pensando en ventajas ulteriores, liquidar las dificultades presentes antes que no poder resolver éstas y desdeñar voluntariamente aquéllas. Sin [26] duda por lo que hace a la guerra lo más conveniente es el traslado de las operaciones a Sicilia. Pues si hubiéramos decidido luchar contra los lacedemonios en la manera que ellos nos desafiaron, otro sería el discurso. Pero ahora, ¿qué decidimos desde el principio? Permitirles saquear nuestro territorio, y que nosotros utilizáramos nuestros barcos y no prestar atención al saqueo de la tierra, puesto que tenemos mucha, sino presionar en el Peloponeso, considerando que no es el luchar con los que están aquí cerca lo que es bueno para nuestros asuntos, sino el hacer daño a las tropas que tienen fuera37.

No consideréis que es menos conveniente en el conjunto [27] dominar Sicilia que navegar en torno al Peloponeso, ni que sería mejor desalojar a los de Decelía que arrebatarles sus recursos externos. Pues si no pueden enviar nada a Sicilia ni recibir nada de allí, pero todas estas cosas están bajo vuestro control, no hay cosa que mejor les pueda destruir [28] o que más les haga dudar de lo que se ha de hacer. Si estimamos más el Helesponto que el Ática por el suministro de trigo, ¿en qué medida se debe valorar más a Sicilia que al Helesponto? Pues uno controla el transporte de los barcos desde el Ponto, pero la otra viene a equivaler a ambos territorios38, pues asegura el transporte de todo lo procedente [29] de Sicilia hasta el Pireo. Pero a los que llevan con dificultad los asuntos de aquí y la fortificación de Decelía, yo les diría en primer término que es de lo más sorprendente abandonar toda el Ática y al mismo tiempo molestarse por la fortificación de Decelia, como si los del fuerte no tuvieran [30] más problemas que nosotros. Consideremos a continuación —¡así se vuelvan contra los otros las palabras de mal agüero!— si la situación es ahora peor para la ciudad y digna de mayor preocupación que en aquel tiempo, cuando todos los peloponesios y sus aliados devastaban el territorio circundante y la peste apremiaba haciendo que las relaciones con los enemigos parecieran de paz39 y todo estaba lleno de humo, de piras funerarias40 y destrucción dentro y fuera de la ciudad. Yo encuentro que en toda la guerra hubo tantos muertos —¡así no se vuelva a repetir, [31] Zeus Salvador!—, cuantos causó la peste. Si abrumados por el dolor hubiéramos terminado la guerra, como algunos nos sugerían, ¿es posible que hubiéramos realizado alguna de las muchas y hermosas acciones de después? No es posible. Por el contrario, creo que al llevar la situación del momento con ponderación y confiar en mejores tiempos los derrotamos en muchas batallas navales41 y finalmente al conseguir capturar vivos a los que estaban en Pilos los condujimos con sus armas aquí42. La guerra gusta de recompensar con tales cosas a los que pasan fatigas y penalidades. Y no sólo nosotros lo reconocemos así sino que hay un imponente ejemplo de nuestros padres, que abandonaron a los hijos, mujeres, ciudad y territorio por creer que nada es más temible que retirarse indignamente43. Si al escuchar [32] hablar de la transformación del Monte Atos o el Helesponto se hubieran quedado al punto anonadados como en una tragedia, o después de esto, cuando consiguieron la victoria en Artemisio, viéndose forzados a huir hacia el interior de la Hélade por el número de las naves que los perseguían, hubieran considerado que iban a esforzarse sin fin y que la guerra los desbordaba, y todavía peor, si, cuando por fin vieron toda el Ática llena de enemigos y fuego, no hubieran soportado ver y considerar todo ello con valentía y con un temple más que humano, por así decirlo44, ¿dónde estarían tantos trofeos?, ¿dónde estaría nuestra hegemonía sobre los helenos?, ¿dónde los propios helenos?, ¿qué hecho habría tenido lugar de los que, por hablar después de realizados, no es digno vivir sin haberlos realizado? Es necesario que con estos ejemplos anteriores no seamos peores con respecto a lo por venir, con la idea de que el bienestar y el placer proceden de los trabajos y de que las mayores hazañas esperan a los mejores hombres.

[33] Dicen algunos que los de Segesta engañaron en lo que dijeron sobre las riquezas45. Yo estoy de acuerdo en que, si la expedición la hubiéramos hecho por los de Segesta, sería necesario admitir las acusaciones contra ellos. Sin embargo, si los de Segesta y Leontinos facilitaron un pretexto46 para la expedición, pero las cráteras y la carrera hasta Egina eran propias de quienes querían otra cosa47, ¿por qué charlaremos sin sentido de estas cosas? Pues, si los de Segesta llegaron a ser nocivos para nosotros, no conviene que por este motivo los imitemos ni, porque ellos mintieran por necesidad, es adecuado que por tal motivo decretemos a propósito algo contrario a nosotros mismos ni, puesto que fallamos en conseguir los recursos de los de Segesta, conviene que seamos privados voluntariamente de otros muchos recursos y no parecidos a los que esperábamos de ellos.

[34] Todavía quiero decir sobre esto lo que sigue. Atenienses, si confiados en las riquezas de Segesta y en las esperanzas, que éstos nos presentaron, si confiados en tales cosas decidimos que eran recursos suficientes para hacer la guerra, marchemos de Sicilia, hagamos venir a los de allí, sea toda la argumentación en vano, por no ser acorde con el tema. Pero si aquéllos, por ser bárbaros, hicieron promesas para parecer por encima de lo que eran, pero nuestra fuerza procedía de otro sitio [....]48, hagamos memoria de una acción nuestra acorde con la situación presente.

Hubo un tiempo, atenienses, en que unos de los nuestros [35] saqueaban con doscientas trirremes, e incluso más, el territorio del rey, en tanto otros acampaban en torno a Egina; mientras, los corintios marcharon contra Mégara49 pensando o bien en obligar a moverse a los que asediaban Egina, o bien en sorprender sin socorro a los de Mégara. Sin embargo, nosotros conseguimos un tercer ejército —eran los más viejos y los más jóvenes de la ciudad50—, que mandó Mirónides, y enfrentándonos con los corintios les vencimos en las puertas de Mégara y de nuevo, como se negaron a admitirlo, conseguimos otra victoria en las proximidades del trofeo. Observando esto y considerando que [36] ha sido concedido a la ciudad por su buena fortuna el tener ánimo, es adecuado que por temor no se pida volver aquí a los de Sicilia, pues los que están en el Pritaneo51 no guardan mejor Atenas. Pero, si es necesario mandar ayuda a los de allí, cosa que yo no discuto, que se envíe la apropiada y que se reparen las naves que hacen agua con refuerzos, que darán tiempo para reponerse y ánimo para no temer al ejército que Gilipo reúne en Sicilia. Pero se ha de prever quiénes se opondrán con el envío de mensajeros o nos conseguirán un ejército, venta de Sicilia o del sitio que sea, y se ha de decir adiós a hablar en términos de que, si ocupáramos Sicilia, no sería fácil de conservar. Pues, yo querría, atenienses, que Sicilia ya estuviera así, ya que considero que es la tierra más idónea para conservarla de forma estable. [37] Veamos el ejemplo del rey, que posee Chipre distando tanto no sólo de Chipre, sino incluso del mismo mar y todo ello por medio de la flota fenicia52, y aún controla a los propios fenicios que tienen las naves, sin tener ninguna propia, por así decirlo. Paso por alto hablar de Cilicia y de [38] la región alrededor. ¿Cuál es el motivo, atenienses, de que quien tiene una superioridad en conjunto, aunque no en las mismas cosas, someta todo a su poder y controle todo con facilidad haciendo uso del recurso del miedo? Después de estos argumentos, atenienses, es imposible que un gran imperio se establezca, si algunos asustan a los que lo intentan, por pensar que no lo conservarán, si se llega a tener éxito. [39] Pero ahora aquí se podría ver que el ejercicio del poder es divino, pues se salva a sí mismo. De la misma forma que en las casas particulares es difícil manejar a uno o dos esclavos, en tanto que muchos se neutralizan los unos a los otros, de la misma forma en los imperios el número de los sometidos confirma la fuerza a los que los han reunido, pues todos se temen los unos a los otros. Así Sicilia, añadida a nuestras posesiones de aquí, será mantenida a salvo por ellas y las mejorará y se convertirá, si se ha de decir la verdad, en vínculo del imperio. Derrotados muchos hombres y de todos los linajes, no sólo no tendrán escapatoria, sino que considerarán bueno todo mal que no exceda sus males presentes.

Los posibles peligros en caso de no decidir de forma adecuada

¡Ojalá tengamos sólo este motivo de [40] temor! Pero veo a los otros más próximos que éstos si movemos, atenienses, la flota de Sicilia. No es necesario que sepa esto por los oráculos de Bacis y Anfílito53, sino que os anticipo, bien lo sé, que siracusanos, selinuntios y todos los enemigos de allí vendrán aquí, si mandamos venir a la flota. Pues los haremos venir a ellos no menos que a los nuestros, si decidimos lo que algunos aconsejan. No bastará a los siracusanos no haber sufrido daño alguno, sino que esto lo pondrán en la cuenta de la fortuna y de los lacedemonios, que les liberaron, en tanto que a nosotros nos considerarán enemigos, como si los hubiéramos subyugado y ahora sólo fuera posible la venganza.

Ciertamente es de admirar, atenienses, que se repute temible [41] para la ciudad que nuestros trirremes estén en el puerto de los siracusanos, pero que naveguen los de los siracusanos y los aliados hacia el Pireo, lo consideren favorable para la situación. Si alguien nos garantiza que éstos mantendrán la paz y no querrán devolver a los lacedemonios el favor, que éstos les han prestado ahora, pensemos que está en nosotros decidir lo que queramos de estas posibilidades. Pero si no vamos a huir de ellos, de forma que no estaremos forzados a defendemos allí donde nos ataquen, ¿por qué llenaremos de confusión el Ática abandonando Sicilia?, ¿por qué hemos de traer aquí la guerra, si es posible controlarlos, para que no salgan de su territorio de grado o a su pesar? ¿Acaso nos es difícil decidir en torno a ellos, pero no es lo peor de todo que ellos decidan sobre nosotros? Y ciertamente no sólo es peligroso traer a los de allí, sino que también los de aquí no parecerá que son tan dignos como los de antes.

[42] Me indigna que los peloponesios no duden en fletar otras naves para ayudar a los de Sicilia y, sin embargo, nosotros no nos atrevemos a hacerlo en nuestro propio favor. Condenamos al exilio a los generales Pitodoro y Sófocles y exigimos dinero al tercero de ellos54, porque volvieron de Sicilia y participaron allí en las alianzas, pero nosotros mismos haremos volver fracasada una expedición tan grande, que será necesario que venga no según unos acuerdos, sino que —me avergüenzo de decirlo— parecerá una fuga. Pero cuando, atenienses, huyamos de hombres que están cercados por una muralla y nos escapemos de la isla por entender la salvación un beneficio ¿dónde depositaremos nuestra confianza?, ¿qué guerra será la que nos espera? [43] ¿No recordaremos, atenienses, aquel día en el que enviamos las naves mientras cantábamos peanes y levantábamos las cráteras e imitábamos la procesión y alegría de las empresas terminadas? ¿No sentiremos vergüenza del mismo sol, si viene a ser testigo de dos cosas tan diferentes, de la gran brillantez y gloria de entonces frente a la humillación [44] de ahora? ¿Qué botín nos traerán a su vuelta, atenienses, o qué acción de gracias elevaremos a los dioses por sus hechos o qué epinicios cantaremos aquí con ellos? o ¿en qué carrera competirán unos contra otros cuando vuelvan, semejante a la muy recientemente tenida? No volverán de otra manera, sino con el silencio, incluso de los jefes de los [45] remeros, tan sólo no sintiendo vergüenza del mar. Después casi odiamos a los que en las confrontaciones gimnásticas abandonan antes de tiempo y de forma indigna, en especial si hacen la renuncia justo antes de la victoria55. Sin embargo, ¿después de haber emprendido tal confrontación y casi haber terminado la empresa con el bloqueo de Siracusa, con Sicilia casi en nuestras manos, vamos a dejar escapar el galardón de la victoria? Ciertamente no, atenienses. Bien lo sabéis. Bastará para los refuerzos con sólo ser vistos y todo lo de los siracusanos se desvanecerá. Y tanta ventaja sacarán de Gilipo, cuanto mayor haya sido el sitio. Lo más sorprendente de todo es que Nicias —¿quién puede [46] estar menos animado con respecto a estas cosas que él?— dejó en vuestras manos la elección afirmando que habia dos posibilidades, o enviar refuerzos o hacerles volver, y no os privó de esperanza de una vez por todas y ello a pesar de estar atemorizado, añadiré que atemorizado desde el mismo principio, pero vosotros, que escuchabais estas mismas cosas de él y que le enviasteis a su pesar, determinaréis de antemano que no es posible conseguir nada de allí. En modo alguno. Por el contrario, haced memoria [47] de las cosas dichas antes, incluso preguntando a los demasiado inseguros si desde el principio tenían esta misma opinión o estaban con vosotros. Si confiesan que coincidían con vosotros, pensad que se acusan de cambiar de criterio, pero si pensaban de otra manera, considerad que se equivocaban por dos razones, en primer lugar, si, antes de llegar a una decisión, cuando era necesario responder [se callaron], y en segundo lugar56, si sostienen ahora con violencia la opinión en la que fueron vencidos.

Peroración

[48] Para que veáis cuánta seguridad acompaña a mi opinión, escuchad lo principal. Marchándoos de allí terminaréis con todas las esperanzas y ni siquiera os quedará un sueño de los asuntos de allí. Pero si enviáis socorro, no os equivocaréis en alguna de estas dos cosas: o conseguiréis Sicilia, como yo pienso, o, si esto es imposible, ciertamente será posible zarpar a salvo de allí. [49] Pero después, si prevalece lo peor, queda lo que algunos ahora consideran lo mejor, ¿qué separa una opinión de la otra? Es necesario enviar generales que pasarán por encima de su lentitud aprovechándose de su edad y experiencia. Esta parte de la carta me agrada —que sea necesario actuar así—, para que no quedemos atrás de los enemigos57, pues si pudiéramos anticiparnos a ellos en estas cuestiones o bien no reaccionarán o nada podrán.

Discursos III

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