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VI. SEGUNDO DISCURSO SICILIANO (EN FAVOR DE LO CONTRARIO)1

Exordio

Pedir a los dioses, atenienses, que la [1] ciudad conozca este éxito y todos los demás es para mí lo más agradable y sé que está al alcance de todos. Pero, cuando considerasteis por primera vez el tema de Sicilia, yo pensé que era necesario un buen consejo y ahora necesitáis aún más. Pues en un solo y mismo día deliberamos sobre la ampliación de nuestro poder y sobre nuestra salvación. No me son desconocidas las palabras que escucharíais con más agrado, pero la situación se halla en un punto tal, que no es posible eludir la necesidad, ni aun si lo quisiera. Es mucho mejor ofenderos, si viene el caso, al convenceros e instruiros, que pasar por alto que os tropecéis con vosotros mismos.

Estoy pertrechado y dispuesto, pero pido que se me [2] conceda hablar con franqueza. Pues si fuera preciso que hicierais algo contrario a vuestra opinión al escucharme, estaría bien que tomarais precauciones. Pero puesto que está en vuestro poder escoger lo que os plazca, considerando lo que se dice, no es correcto eludir la decisión, sino escoger lo mejor tras poner las dos posibilidades una al lado de [3] otra. Además de esto, si el placer que producen los discursos tuviera el poder de orientar los sucesos, sería una desgracia no escoger esta forma de hablar en público2. Pero puesto que los sucesos no resultan en la forma en que son dispuestos los discursos, sino que según resulten las cosas al final, así parece que son los discursos pronunciados al principio sobre ellas, es necesario que se acepten los discursos hechos con buena voluntad y no echar a perder en [4] una pequeña parte del día todo el futuro. Puesto que no es propio de una persona sensata en los negocios dar a cambio algo de gran valor por poco, verdaderamente tampoco es equiparable el encanto ocasional de un discurso con la ulterior seguridad de todos3.

La retirada es posible

[5] Primero voy a contestar a lo último de lo que se ha dicho4. Después trataré de examinar lo demás, en la medida de lo posible. Afirmo que unos y otros pensáis bien, atenienses, tanto los que desde el principio teníais la idea de que no era necesario navegar a Sicilia y conserváis los mismos argumentos, como los que ahora tenéis la opinión contraria habiendo votado entonces con la mayoría. Pues unos calculaban desde el principio lo que era más conveniente, mientras que los otros muestran con los hechos que preveían lo que iba a suceder. Mientras fue posible tener esperanza, estaban con vosotros, pero cuando la experiencia evidencia la realidad, se sitúan en [6] virtud de lo que se ha puesto de manifiesto. Era, según creo, propio de una persona que gusta de las disputas querer mantenerse en lo decidido al principio, pero propio de quienes tienen cabeza y de los que quieren salvar a la ciudad adaptarse a las circunstancias. Los decretos no enderezan los hechos bélicos, sino que según esté la situación en la guerra, así han de ser los decretos en torno a ella.

Ésos no dicen otra cosa sino que, puesto que al principio [7] fuimos arrastrados, por ello mismo también ahora debemos equivocarnos haciendo del mal un remedio del mal5. Sin embargo, yo, a partir de lo que me encuentro escuchando en vuestra compañía6, considero que lo contrario hubiera sido lo mejor para vosotros, si desde el principio lo hubiéramos rechazado. Ciertamente lo mejor para todos los hombres [8] es captar el futuro por medio del cálculo. Pues es signo de las dos mejores cosas: éxito y buena deliberación. Si para los que se equivocaron en escoger lo mejor, no es posible en una segunda oportunidad cambiar de posición a partir de las circunstancias presentes, se les quita lo que es más propiamente humano, aprender de la experiencia, de forma que por necesidad sea ilimitada la desventura. Además, [9] si alguno os preguntara en qué aspecto más importante difiere una ley de un decreto, encontraríais que las leyes descubriendo lo justo de una vez por todas establecieron el orden común para siempre, en tanto que los decretos están asociados con las necesidades7. De la misma forma en que los sucesos acaecen de una u otra manera según las circunstancias, así las circunstancias producen y liquidan decretos y decisiones. Y con razón, hablamos, en la ley, con los conciudadanos de tal manera que basta formular lo mismo por siempre, pero los decretos han sido descubiertos para los de fuera y para las eventualidades de la guerra. Por tanto ninguno de ellos es estable ni inconmovible ni imposible de [10] ser suprimido. Pero si se ha dicho que es posible suprimir las propias leyes, si en algo perjudican, no sería criticable rehacer un decreto sobre la expedición y la campaña. Pero yo no afirmo que vosotros vayáis a suspender nada de lo decretado. Pues si se puede mostrar que nosotros decretamos que no sería posible volver de nuevo aquí, sería otro discurso. Pero aquello se cumplió y no dificultéis una segunda iniciativa.

El análisis de las presentes circunstancias

[11] ¡Vamos, pues, por los dioses! Si alguno desde el principio hubiera podido presentaros con precisión el futuro —sería, según parece, un dios, pues ningún hombre sería capaz de oponerse a los que entonces os incitaban— en el sentido de que la situación llegaría a tal extremo que nuestra primera preocupación sería por los expedicionarios antes que por Sicilia, ¿hay alguien tan loco o desgraciado hasta el punto de comprometer a la ciudad en tales gastos y peligros después de ver la situación [12] a la que se ha llegado?8 No lo creería9. Por tanto, haréis volver a los hombres, que de haber previsto lo que iba a suceder no hubierais enviado, una vez que conocéis lo sucedido. Más, si son distintas las circunstancias10, atenienses, cuando tomamos la decisión y ahora cuando la cambiaremos, si os persuado. Pues entonces, en tregua con los lacedemonios y tras haber vencido con brillantez en la guerra de casa y sin enemigos, actuábamos de forma arrogante, como era de esperar11. Pero ahora veis a los enemigos desde la muralla, y en vez de aquella fastidiosa y pesada invasión anual de nuestro territorio acampan ahora constantemente ante nuestras puertas12, y ha resultado, si hay que hablar con seriedad, un asedio en toda regla. Hemos gastado parte de nuestro dinero13 en esta buena expedición y nos hemos servido de otra parte en ocasiones anteriores, los esclavos huyen todos los días y hemos disminuido en un número tal, como para que se pudiera guarnecer de forma suficiente la mayor ciudad después de la nuestra. Veamos si [13] parecerá que nos conocemos o guardamos de forma adecuada la ciudad, si asediados nosotros intentamos hacer lo propio a otros allende los mares y, antes de poder abandonar nuestras murallas, navegamos contra otros perdiendo de vista el Ática y sin ser capaces de gobernar sobre los de casa queremos gobernar sobre los habitantes de Sicilia, helenos y bárbaros al mismo tiempo. Por el contrario, es dado hacer tales cosas no a los que están en necesidad, sino a los que prevalecen.

[14] Así están las cosas aquí. Pero ¿qué sucede allí? No están mejor que éstas, sino en un estado más preocupante, en la medida que tienen lugar en tierra extraña y es mayor la carencia de lo necesario14 y tienen peligros más apremiantes. Las naves hacen agua, los marinos están en desorden, el dinero se ha esfumado, la mayor parte de los comerciantes se han ido, los esclavos han desertado, los enemigos atacan15, hemos sido derrotados en una batalla, el transporte de víveres ha caído en manos enemigas, Sicilia ha hecho defección, Gilipo se ha ido para traer refuerzos, hemos resuelto de forma contraria a nuestros ruegos y más allá de lo esperable16. Somos despreciados por unos17, ante otros calumniados18, tan sólo los más débiles, los inútiles en momentos de necesidad, restan como amigos19. El dinero de los de Segesta se ha esfumado20. Dicen que los siracusanos no cederán en nada, si no reciben una compensación acorde [15] con la agresión. ¿Y ahora, soportaremos esto, atenienses? Y, sin que se acomoden los hechos a lo que decretamos, ¿consideraremos adecuado seguir con lo decretado, como si bastara, aunque no termináramos de comportarnos como locos, o como si los siracusanos fueran a seguir el conflicto con nosotros según nuestros deseos? Y de los tres generales enviados uno ha muerto21, el otro se ha pasado al enemigo y ha quedado uno, al que enviamos allí contra su voluntad, ¿a éste le agregaremos ahora de nuevo otros? ¿Y no reputaremos como signo de todo el conjunto, de que cuidamos allí nuestros intereses de manera desigual a nuestra fuerza, si el que nos hizo concebir esperanzas en esta empresa está ahora con los enemigos, nos hemos visto forzados a recurrir al hombre que más se opuso a todo ello? Pero, como si buscáramos un añadido a nuestros males, ¿enviaremos otros generales y otro ejército y nos enzarzaremos en una contienda? ¿Por qué nos animamos, atenienses?, [16] ¿acaso por cosechar de forma estable nuestros frutos? Pero sí podrían caer en manos de nuestros enemigos. Entonces, ¿por el número de hoplitas y hombres de a caballo? Temo hablar, pero estoy obligado. Terminamos, atenienses, con las personas alistadas y trastornamos inoportunamente el orden militar. Pues las tropas que eran necesarias que quedaran para la salvación de la ciudad, después de reclutarlas a la sombra de Segesta y Leontinos las enviamos hacia el oeste y ahora hemos puesto las cosas no lejos de la moraleja de la fábula22. Pues por el deseo de empresas mayores y lejanas... Pero omitiré las palabras de mal agüero.

Sin embargo, no creo equivocarme si, para que no perdamos nuestras posesiones, os hago una propuesta. ¿No [17] imitaremos, atenienses, a los médicos que no permiten que progresen los flujos en el cuerpo, sino que detienen la inflamación antes de que el cáncer se difunda por todas partes23? ¿No controlaremos los deseos desmedidos, sino que, vista la primera desgracia, añadiremos otra y dificultaremos la situación con nuevos caballos, hombres y recursos y alimentaremos la guerra con un mal alimento, como si alguien descuidando una hoguera trajera para sofocarla madera, virutas y leños con la idea de dominar el fuego por este procedimiento?

La expedición ha fracasado

[18] No paséis vosotros, atenienses, por algo tan estúpido ni os engañéis a vosotros mismos, como los que cierran los ojos para no ver lo que no quieren. Por el contrario, al ver hasta qué punto ha llegado la situación y en tanto tenéis la oportunidad y capacidad de decidir, parad y no queráis ver de las dos vías posibles la que va en contra vuestra y no reconocer la que va a vuestro [19] favor. En lo que hace a necesidad y carencia de lo imprescindible, la situación no se encuentra en tales términos como para que nos reprochemos a nosotros mismos el haber emprendido la empresa de forma cicatera, sino que todo se ha hecho por la brillantez y pertrechos de la expedición, pero hemos fracasado por obra de la fortuna y por dejar escapar nuestra ventaja inicial —ésta fue nuestra ocasión— y por no atacar Siracusa en el momento de su mayor temor. Por todo ello acúsese a Nicias y a quien se quiera. La oportunidad se ha esfumado y no sería posible recuperarla, ni si enviáramos dos veces tantos hombres. Vistos de forma repentina, sorprenden los pocos a los muchos [20] y los débiles a los fuertes, pero cuando disponen la guerra con tranquilidad, los que han temido cosas terribles son mucho más hábiles para defenderse que los que atacan, tanto por la rabia a causa del miedo pasado, como por la fuerza acumulada durante el ocio.

Por la carta me parece que Nicias ha llegado a la misma [21] conclusión que defendió entonces. Pues al intervenir, atenienses, queriendo disuadiros de la campaña pidió un número tan alto, que creía que no se lo concederíais, para que desde este proyecto dierais un giro hacia la necesaria paz, con lo que es evidente que no llegamos a esta situación por escasez de recursos, pues embarcó con todo lo que pidió. Al escribir por la situación de allí, me parece manifiesto que tiene vergüenza de deciros pura y simplemente que debéis llamarles de vuelta. Y añade como para animarnos que existe la posibilidad de o bien hacer volver a los de allí o bien de enviar un socorro tan importante, que bastara para resolver las dificultades de allí. Por tanto, atenienses, si ahora acaece [22] lo mismo que entonces y os decidís en favor de la ayuda y del envío, de cuantos el quiera, pero encontrarán las mismas dificultades...24 Por Zeus, ¿no sucederá lo mismo? ¡Ojalá no, Zeus y todos los dioses! Yo quiero no que no suceda, sino que no haya ocasión ni de temer por ello. Pero creo que todos sabemos que ahora no sólo nos hemos reunido para rogar como en un templo, sino para considerar el tema en su conjunto. Es necesario que en nuestros ruegos pidamos a los dioses los dones mayores y más placenteros, pero en las deliberaciones, quienes después no quieren hacer reproches a los dioses y a ellos mismos, es necesario que escojan lo más seguro a partir de los datos presentes.

[23] Que se me diga qué dios, pues ciertamente ningún hombre sería adecuado, es necesario que tomemos como garante para tener confianza como para que la fuerza expedicionaria desplazada de nuevo25 controle la situación allí y ningún nuevo peligro nos anuncie Nicias. Porque, por Zeus, ¿ha dicho que les hagamos volver o que enviemos quienes les ayuden? Pero él mismo al marcharse de aquí pidió esto y aquello como si fuera suficiente y, sin embargo según su testimonio de ahora nada de ello parece haber [24] bastado. ¿Qué pasaría si os equivocarais por segunda vez o Nicias estuviera entre decir la verdad y atender vuestro deseo? ¿No escogeremos, atenienses, lo que es claro y manifiesto antes que lo velado e incierto, que rápidamente nos confundiría de nuevo? Por el contrario experimentaríamos lo mismo que si unos angustiados y asustados por los pasajeros de una nave en peligro fletaran de nuevo otra nave por el mismo riesgo. En tales circunstancias, los salvadores sacan a los náufragos del agua, no se sumergen con ellos.

La guerra en Sicilia es imposible

[25] Y ciertamente, atenienses, si enviamos un contingente tan numeroso, como para que fuera una ayuda evidente para ellos, se dejará muy debilitada la posición de los de aquí, de forma que a los que enviemos en ayuda de los de allí también será necesario buscarlos para que ayuden a los de aquí26. Pero si nos dividimos con los dos objetivos, por una parte, de no dar la impresión de abandonar a aquéllos y, por otra, de poder mantener la situación aquí, temo que consigamos lo contrario de lo que pretendemos: prestar ayuda insuficiente a unos y a otros, incompleta para cada uno a causa del otro, y después estaremos sentados en mitad de los dos27. Temo [26] por el Pireo por saber que los peloponesios intentaron penetrar en él incluso al principio de la guerra28, antes de haber sufrido el más mínimo descalabro naval. Temo también por los que marchan, no vaya a irles peor de lo que se puede decir con buen agüero y aun pretendiendo ser de auxilio para los de allí, necesiten quienes vayan a salvar a ambos. Pues si en una, atenienses, en sólo una batalla naval fueramos derrotados —así los dioses vuelvan esto contra los hijos de los siracusanos y los que están de acuerdo con ellos—, no sólo no podremos controlar la situación allí, sino que ni podremos encontrar cómo huir29. Pues al punto será cerrado el puerto, y nos veremos poco menos que sorprendidos en las ensenadas de los enmigos. Y ¿qué pedirán que se haga entonces éstos que ahora están despreocupados? ¿O pedirán que se envíen refuerzos para impedir el aprovisionamiento de los siracusanos, con lo que lograrán apoderarse de ellos? Sí, por Zeus, pero temerán esta segunda expedición. Cobrarán mayor ánimo conscientes de [27] que dominaron la primera expedición. Incluso considerarían que así ya hay un testimonio nuestro de que reconocemos que la situación no marcha bien. Pues al enviar a éstos ahora parecerá que no estamos con ánimo, sino asustados.

[28] Pues bien, cada una de las posibilidades por separado tiene un gran peligro, ya sea disminuir las fuerzas de aquí, ya hacer una expedición allí con el número de hombres que sea. Pero, ¿cómo se opone una cosa a la otra? Con lo que aquí va mal, cobra ánimo el enemigo de allí, de forma que, si resistieran por un poco de tiempo, no pasarían más peligros, pero al suceder de nuevo algo allí fuera de lo planeado, [29] todos los de aquí compartirían el peligro. No digo que sea derrotada nuestra expedición o que ellos sean superiores en todo, sino que si sólo llegara un rumor engañoso o un comentario de que hemos fracasado, todo estaría trastornado y cambiado, no habría nadie de los que os obedecen a vosotros por obligación, que al punto no se pusiera de parte de los lacedemonios. Pero si se nos priva, atenienses, de los aliados e ingresos30, ¿qué nos queda? No lo voy a [30] decir, pero todos lo ven. Después nos recuerdan que desde el mismo comienzo se decidió no combatir con los peloponesios en nuestro territorio31, sino luchar en expediciones y periplos. Pero no quieren recordar, a pesar de ser lo más razonable, que este mismo hombre Pericles que nos persuadió a ello también nos convenció de no ampliar el imperio durante la guerra32. Pues yo, atenienses, entiendo que nuestra ciudad en tanto supera a todas las ciudades, que no sólo podría vencerlas una a una, sino que incluso a algunas de ellas asociadas en sus respectivos pueblos, pero ciertamente no es superior a la naturaleza humana ni es sensato [31] que tal se le demande. De la misma forma sostengo que vosotros solos venceríais a todos los peloponesios y también que no os resultaría difícil ocupar Sicilia, si tuvierais sólo de enemigo a los siciliotas. Lo mismo digo incluso de los asuntos de Italia, que no se os hubieran escapado si hubierais estado libres de lo demás. Pero si va a ser necesario luchar al mismo tiempo contra los peloponesios, los de Sicilia, tanto helenos como bárbaros, y además de con éstos con los que se les unan del continente de enfrente33, no puedo tener ánimo, sino incluso temo que nuestras esperanzas son excesivas. Pues este episodio de la guerra tiene [32] el peligro de convertirsenos en mayor que el conflicto principal, puesto que consideramos que es necesario someter Sicilia, Italia y Cartago y prácticamente a todos los hombres, para que trayéndoles aquí vayamos contra el Peloponeso. Pero a mí, atenienses, —y ninguno me tome por difícil— me parece que lo que primero conviene y es necesario es lo contrario, someter el Peloponeso, para que por su medio dominemos a los de fuera, y que más bien es necesario por ellos someter a los otros que atacar a los de allí inoportunamente por causa de éstos.

Sobre que no debéis confiar en el rumor de que gran [33] parte del contingente de los siracusanos está por nosotros, escuchad34. Nadie, atenienses, de los que habitan Sicilia, de los helenos o de los bárbaros, odia a los siracusanos y es favorable a nosotros por igual, sino que os diré cómo me parece que es su actitud. Ellos, en tanto ninguno de nosotros había llegado a Sicilia, sentían aversión hacia los siracusanos, de la misma forma que muchos de nuestros aliados hacia nosotros, pues creo que nadie de buen grado quiere ser un esclavo. Pero al hacer acto de presencia un contingente tan grande, y enviado de nuevo otro por nosotros, y puesto que es manifiesta nuestra intención, no les odiarán a ellos más de lo que nos temerán a nosotros, de forma que nos hemos convertido en conciliadores para ellos35. Pues preferirán con mucho a los de casa e iguales, aun si es necesario verse algo sometidos a ellos36, que a los extraños y forasteros. Esto es lo que temo y además de ello, atenienses, la maledicencia de los lacedemonios, por la que somos vilipendiados como si hubieramos sobrepasado a todos en gobernar por la fuerza.

[34] Es de lo más absurdo abandonar el Ática para librarnos de luchar y de peligros, pero preferir arrostrar todo tipo de riesgos por los de Siracusa. ¿Acaso no habéis escuchado la carta en el sentido de que, si no se toma la muralla a la fuerza con un destacamento numeroso, nuestra situación en tierra se puede dar por terminada37? En efecto, es sorprendente evitar estos mismos peligros por nuestras casas y propiedades y sufrirlos por una tierra extraña y por lo que nada nos compete. Y ciertamente aquí la batalla se libraría contra los peloponesios y beocios, pero allí contra estos mismos38 y contra otros aún más numerosos, los originarios [35] de la propia isla y los de donde la fortuna quiera. Y nada diría sobre la custodia del territorio si lo hubieramos ocupado, pues desconocería por completo la situación presente. Sin embargo, podría decir sobre el ejemplo de Chipre que el rey39 gobierna Chipre y todo el territorio sin interrupción desde el suyo propio, pero es que antes de bordear el cabo Malea40, todo el territorio a la derecha es hostil.

Pero dejemos esto. Que alguno de los dioses nos conceda [36] Sicilia y lo demás, si lo queréis, y yo, que todo lo temo, os lo garantice. Pero ¿por qué se deben temer miedos y peligros lejanos pasando por alto los que están ante los ojos? Con respecto a esto dígase que Sicilia es grande, buena y ventajosa para la guerra. Pero que no se cambien para nosotros los apelativos ni que nos pase lo del persa41, quien después de escuchar a Mardonio sobre que Europa era grande, buena y no peor que Asia para poseerla, vino a descubrir que su seguridad era una ganancia estimable. Pues cuando una acción no es desde un principio posible, todo lo demás son charlas insustanciales y sombras.

No es una vergüenza retirarse de Sicilia

—Por Zeus, sí es vergonzoso huir de [37] Sicilia— ¿Acaso si fuera posible conquistarla huiríamos o en cualquier eventualidad? Pues si vamos a huir y es posible conquistarla, muéstrese cómo es posible. Pero si huiríamos en cualquier eventualidad es porque no consideran importante otra cosa que el salvarse. Todavía les preguntaría de buen grado si acaso consideran vergonzosa la vuelta de las trirremes y soldados. Pero ciertamente rogamos desde el principio por recibirlos sanos y salvos. ¿O no sienten vergüenza por esto, sino en el caso de que vuelvan sin éxito en la empresa? Si la vergüenza está aquí, ¿cómo se consigue más, si permanecen hasta que tener éxito sea imposible? A mí, por el contrario, atenienses, me parece que hay mayor vergüenza en esta posibilidad. [38] Pues si se quedan con intención de hacer algo y después sufren más de lo que ahora han sufrido, ¿cómo no sucederá lo que he dicho? Pero cuando decimos que sólo sentiríamos vergüenza de que no hagan nada, la petición de que vuelvan ahora no comporta vergüenza alguna. Pues ella no ha estropeado aún más la situación allí, sino que la expedición de entonces ha demostrado que nosotros deseamos imposibles, de forma que se deben pedir cuentas a los que nos persuadieron de la expedición, no a los que nos aconsejan la vuelta. Por ellos estamos forzados a huir, como ellos mismos dicen, habiendo sido posible haber permanecido [39] en nuestro territorio desde el principio. Pero yo no diría, atenienses, que esto es una fuga, en modo alguno. Pues si no nos atreviéramos a resistir a éstos en sus ataques, con razón se diría que es cobardía. Sin embargo, si les atacamos porque sí, si prospera el asunto, es de prudencia proseguir, pero marcharse si fracasa. Pues las guerras por la primacía tienen su dinámica en cobrar ánimos, si es posible la victoria, pero si no, lo segundo, no terminar peor que [40] al principio. De la misma forma, creo, vemos a los buenos hombres de negocios, quienes, si no pueden conseguir más, no perjudican voluntariamente lo que ya tienen, sino que lo intentan, si es posible, sin ponerse agresivos, si algo se les opone. Con tales consideraciones, atenienses, no es necesario que Nicias se retire ahora de la muralla42 ni que se retiren los soldados que tantos combates han librado, según parece, ya que se comprometieron de una vez por todas. Locura y estupidez es todo esto.

[41] Recordad unos pocos y destacados casos de que nada fuera de lo normal ni de la naturaleza humana haremos, si no llevamos un asedio de forma interminable. Sé que en Tesalia realizamos una campaña en favor de Orestes, pero como no prosperaba, volvimos de nuevo aquí con él43. También sé que después de ir contra Eníadas en Acamania, como no fue posible tomarla44, volvimos; el general era Perieles, no Nicias. Sé además que ocupamos no un poco de Beocia, como ahora dicen estos de Siracusa, sino que la tomamos en su totalidad y que de nuevo la abandonamos, cuando fuimos derrotados, por valorar más la seguridad de los capturados en la batalla45. Recordad que en pro de la paz devolvisteis Acaya y otras zonas a los peloponesios46. Pero ya que renunciasteis de buen grado a las ventajas conseguidas en la guerra, para que hubiera paz, ciertamente es razonable que en tales circunstancias bélicas y problemas no se quieran duplicar las dificultades. Pero estas son dificultades más que dobles y no inferiores por sus efectos a quitarnos el ánimo.

Tened también presente que los lacedemonios después [42] de invadir cada año el Ática no sentían vergüenza de retirarse otras tantas veces después de trastornarnos cuanto podían. Y por Zeus que irrumpían en nuestra tierra mientras les era posible. Pero cuando tuvieron miedo por su territorio, cesaron. Ahora de nuevo montan guardia en Decelia, ya que la situación les es favorable. Tal es la naturaleza de la oportunidad y de lo posible. Ningún hombre lo hace todo según lo predice ni las guerras se doblegan a los deseos, sino que resuelve las más de las cosas la fortuna, la que deberían conocer y observar los que participan de ella en lo que dé.

[43] Aparte de todo ello este su argumento es contrario al más prudente, que anuncia que, si nada consiguieran los que ahora marchan, será posible hacer regresar a ambas expediciones. Pues si es vergonzoso huir en cualquier circunstancia que sea, aún será más vergonzoso, cuando la vuelta afecte a las dos expediciones47. Pero si la necesidad es poderosa, ¿por qué tenéis que asustar con palabras pasando por alto los hechos? La retirada ahora es tanto mejor cuanto que en un cambio de fortuna nos retiraremos tras ganar batallas, atenienses, por tierra y mar y casi haber ocupado Siracusa, dejando a todos los hombres pruebas de dos cosas, de nuestro buen ánimo en la contienda y de adecuación a las circunstancias, y ningún siracusano o selinuntio48 ni ningún otro de los de allí se jactará a nuestra [44] costa ni podrá decir que nos han echado. Pues todos los hombres sabrán que, mientras fue un asunto entre ellos y nosotros, no pudieron resistirnos, sino que, sólo cuando los lacedemonios y corintios atacaron junto con otros antiguos enemigos, fue necesario considerar las nuevas circunstancias. De forma que se agrega no sólo seguridad, sino también [45] buena opinión a esta forma de pensar. Éstos temen que se dé la impresión de huir —pero yo pido a los dioses no tener razón—, yo temo, por el contrario, que después de ser superiores no podamos huir y nos pase lo mismo que a los que juegan a los dados, a los cuales es posible ver cuándo van perdiendo, aunque indemnes en la mayor parte, cómo la porfía mezclada de rabia les lleva al desastre final49.

Incluso me parece que sucederá lo contrario y que el [46] envío de ayuda no implica la ocupación de Sicilia o la vuelta de nuevo de los hombres, en tanto que el mandarlos llamar ya es liquidar la situación de allí, como recientemente habéis oído50. Pero si nosotros, mientras haya ocasión, los mandamos llamar y nos juntamos todos, afirmo que con la ayuda de los dioses habrá esperanza para la situación de allí, como antes también sucedió cuando según las oportunidades enviamos expediciones y después pudimos atacar con más fuerza51. Si nos precipitamos hacia lo imposible, sostengo que alguno de nosotros considerará el fracaso una ganancia, si sólo sucede que hemos fallado en la empresa y no nos pasa nada más. Después ¿qué general, atenienses, [47] tendrá ánimo para traer todo el contingente aquí, cuando, según lo anunciado por vosotros, parece que habéis votado en contra de que regresen ni siquiera unos pocos, antes de llevar a cabo aquello por lo que fueron enviados?52 Ahora cuando también Nicias teme vuestros comportamientos, ¿qué pensará que va a sufrir después de no haberse cumplido vuestras expectativas por dos veces? Por tanto, o enviáis a hombres para que venzan o..., no quiero agregar la otra posibilidad. En lo que yo digo todo está oportunamente [48] a vuestro alcance, tanto ocupar Sicilia, si es posible, como que éstos queden a salvo, si la ocupación no tiene lugar. Pues si es fácil poner en orden todo lo de aquí recurriendo a todo nuestro poder, es fácil hacer una nueva expedición naval contra Sicilia. Pero si la empresa es enorme, ¿por qué vamos a encontrar nuevas dificultades más allá de nuestras fronteras para nosotros porque no tenemos [49] bastante con lo de aquí? Voy a exagerar. Si dijeramos que la situación en Sicilia es igual y compartida con la del enemigo —si esto fuera así, yo diría que nosotros somos superiores en mucho—, todos nosotros sabemos con seguridad que no tanto beneficio obtendríamos en Sicilia, si tuvieramos éxito, cuantos problemas nos resultarían de fracasar. Cuando el miedo es mayor que la esperanza, ¿cómo no será oportuno tomar precauciones?

No hay que temer represalias siracusanas

[50] Me asombro de que los que temen que los Siracusanos vengan contra nosotros recomienden hacer una expedición contra ellos, como si fuera sin riesgos53. No obstante, yo pienso que los siracusanos no están tan fuera de sus cabales como para que, libres de unos problemas inesperadamente, se procuren de buen grado otros nuevos, especialmente, sabiendo por nosotros mismos que no resulta ventajoso mandar una expedición tan importante desde casa. Sin embargo, haría votos a todos [51] los dioses para cogerles aquí. Pues no nos enfrentaremos con un número de sus naves igual al que dispondrán allí por su seguridad, pero al mismo tiempo creo que aprenderán la ley de las grandes y lejanas expediciones54. Con ella chocó el rey de los persas en su expedición aquí, pero también chocaron los cartagineses al cruzar el mar hacia Sicilia con miles de hombres en su fuerza terrestre y naval55. No es posible por igual guardar lo propio y apoderarse de tierras muy lejanas, sino que el castigo sigue al atrevimiento. Los lacedemonios, que lo saben, nada cuidan tanto como las expediciones a tierras lejanas. Pues ciertamente no son los menos poderosos de los helenos por haber conseguido poco a poco su superioridad.

La historia de Atenas es maestra

Pero si se debe decir algo soslayando [52] lo demás, si se nos presenta una situación de urgencia, no se debe por tal motivo agregar de buen grado a esto lo que no es conveniente, sino que se debe distinguir entre rechazar a los que vienen en nuestra contra y no querer rehuirles. Pero yo tengo miedo, por una parte, de lo que he dicho hace poco56; tambien tengo miedo, por otra, contemplando los malos augurios por los misterios, ya que no los desvelasteis de forma digna, antes de que nosotros zarpáramos, y también al contemplar cómo han quedado los Hermes57, y, por fin, al considerar que quien nos aconsejó todo esto está maldito y que las familias sacerdotales han lanzado maldiciones contra él solo en público58. También me acuerdo de la expedición de Egipto59, que hábilmente ha pasado por alto y que supuso la pérdida de doscientas de nuestras naves y eso que ya poseíamos una parte de Egipto no inferior a toda Sicilia. Y no paramos ahí, sino que pasado el tiempo, fueron otras cincuenta naves en socorro de las de allí, y no sólo no ayudaron a aquellas sino que perdieron [53] además lo que se había ganado. Con éste, con este ejemplo siento escalofríos, atenienses, y ni de noche ni de día me abandona su recuerdo. Pido de todos vosotros que os guardéis de Sicilia como de Egipto, no forjéis muchos ejemplos semejantes. Pensad que no le hubiera pasado tal desgracia a la ciudad o el segundo envío no se hubiera destruido, si diciendo estas cosas entonces, os hubiera persuadido a no navegar contra Egipto desde el principio, pero si [54] no, al menos, a no enviar trirremes por segunda vez. Pero si todos sabéis que os equivocasteis en aquello por el criterio de los que la aconsejaban y por tener en menos a los que se oponían, mirad no vayáis vosotros mismos a ser castigados por la derrota de nuestra opinión. Tened presente que ni con la importante y gran victoria en Chipre resultó que adquiriéramos la propia Chipre, sino que marchándonos la abandonamos60. Todos vosotros sabéis igualmente que es insalubre el territorio, donde se halla el campamento61.

[55] Si no tienen todo ello presente, no debe ser insoportable pensar en que, si despedidos con peanes, les recibiremos derrotados, sino lo que sería lo más terrible, si, a los que enviamos en su día para aumentar el imperio y con tal apariencia, los mandaremos llamar con otros cantos, y la carrera62 de entonces hasta Egina no les permitirá ahora llegar a salvo a sus puertos.

Peroración

He dicho. Ruego a los dioses por dos [56] cosas: que o bien estéis de acuerdo o que me equivoque y yo solo sea acusado de cobardía.

Discursos III

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