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A modo de introducción

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La despoblación rural se ha puesto de moda. De repente se ha convertido en un tema recurrente. Ha pasado del olvido absoluto a la noticia permanente, de la falta de sensibilidad a una aparente preocupación desmedida, de la falta de políticas a aparecer como un problema estratégico, de que a casi nadie le importara esto a candidatos haciéndose fotos «rurales».

Pero la despoblación y abandono del medio rural no es un tema nuevo. La decadencia del medio rural es una cuestión de larga gestación que lleva siglos de evolución y que en las últimas décadas ha entrado en un proceso de aceleración condicionado por múltiples causas. Pero no es desde luego una cuestión nueva. Por eso sorprende que, de golpe, se convierta en uno de los problemas fundamentales de nuestra sociedad, un problema del que todo el mundo habla y opina, al que parece que tenemos que encontrar una solución mágica o que vamos a resolver a corto plazo con unas cuantas medidas puntuales y, en muchas ocasiones, inconexas.

No es un problema coyuntural y, por tanto, no podemos enfocarlo así. No se han producido en los últimos meses cambios sustanciales que hayan generado un nuevo escenario o que hayan desencadenado o agravado sensiblemente el problema. Quizá se haga más evidente, pero las causas de ello hay que buscarlas más en que nos encaminamos hacia un final de ciclo.

No es tampoco un proceso local o regional. Estamos ante un escenario global que afecta al conjunto del planeta donde la tendencia a la urbanización es una constante. El mundo es y, probablemente lo va a ser más cada día, urbano. La ciudad como sinónimo de progreso, de evolución, de innovación, de modernidad. La vida se planifica, se ordena y se dirige desde las ciudades y para las ciudades. Socializamos en lo urbano; todos, incluidos los habitantes de medio rural, somos cada vez más urbanos.

Sí hay que reconocer que, al menos en nuestro entorno, algo ha cambiado: el problema ha emergido. Y sin duda esto es una gran noticia. En España dos circunstancias han marcado el paso de esta situación. En primer lugar, la publicación en el año 2016 del trabajo de Sergio del Molino La España vacía, obra que ha alcanzado un gran éxito de público y una más que importante repercusión mediática. Por otro lado, el trabajo de algunos pequeños colectivos de algunas de las provincias más despobladas del país que han conseguido gran proyección en los medios de comunicación, sensibilizando a una parte importante de la opinión pública acerca de la realidad de los territorios del interior donde el problema está alcanzando niveles irreversibles. Dos acontecimientos que han generado, de manera inmediata, la publicación de varias obras sobre el particular, en general de carácter divulgativo, que si bien en algunos casos no aportan grandes reflexiones sobre el problema, contribuyen a mantener el debate abierto; han despertado el interés y la simpatía de buena parte de la población; han despertado el interés de los medios por el problema —con lo que ello representa de movilización y difusión—; y, lo que desde luego es un éxito muy notable: han iniciado un proceso de coordinación de iniciativas del medio rural tradicionalmente inmerso en un sistema atomizado, lo que da una nueva proyección a la situación. Todo ello ha conseguido que el tema ocupe un lugar en la agenda política. Habrá que ver si esto se traduce en que nuestras administraciones despierten del letargo en que llevan décadas inmersas en lo que a la despoblación rural se refiere.

Resulta imposible en unas pocas páginas abordar algo tan complejo y diverso. Un proceso sistémico en el que multitud de factores interactúan y motivado por numerosas y diferentes razones. Pero sí podemos plantear algunas reflexiones que nos permitan centrar algunos aspectos claves del problema con el ánimo de poder establecer puntos de reflexión, tanto en el diagnóstico como en algunas de las soluciones, eficaces o no, que se plantean, como es el caso del turismo.

Del fracaso al éxito

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