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¿Qué nos depara el futuro?

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Las expectativas de futuro del medio rural y del turismo rural son sin duda una incógnita. Los indicios no son desde luego alentadores, el proceso regresivo parece en estos momentos imparable. Sin embargo, algunas circunstancias pueden transformar o al menos aminorar estas negras previsiones.

Hay que destacar en primer lugar la preocupación existente en diferentes ámbitos y desde ya hace algún tiempo, en tratar de abordar esta batería de problemas de una manera científica, ordenada y urgente. La visibilidad del problema en los últimos tiempos puede jugar un importante papel de catalizador y favorecer una mayor implicación de los poderes públicos.

En primer lugar, hay que destacar el papel que han jugado en el ámbito europeo los programas LEADER (y similares) de desarrollo rural. Unos programas que nacen en los años 90 con carácter demostrativo para después implantarse en un gran número de territorios rurales europeos e incluso exportar la metodología a otras regiones. Un programa que ha variado mucho con el transcurso del tiempo pero que mantiene algunos aspectos que le dotan de una personalidad propia. Destacar entre ellos el planteamiento de abajo a arriba a la hora de definir las estrategias de desarrollo en cada territorio: una apuesta por el desarrollo rural participativo. Dar la voz a los agentes del territorio sobre su propio futuro es sin duda un pilar básico y un proceso irrenunciable si verdaderamente se quiera abordar de una manera seria la situación. Otro aspecto destacable es el esfuerzo por la innovación, la transferencia de resultados y el trabajo en red. Y también la apuesta por la diversificación económica de los espacios rurales. Los programas LEADER han sido, en el caso de España, unos de los grandes impulsores de la puesta en marcha del turismo rural. Gracias a las medidas de apoyo financiero para la creación de oferta e infraestructura turística y de puesta en valor de los recursos, el turismo rural español es hoy lo que es. Sin duda, los resultados en este sentido han sido muy positivos. Convendría no obstante realizar evaluaciones rigurosas sobre estos criterios. Por un lado, la apuesta por metodologías participativas tiene que ser sincera y decida y no, como sucede en muchas ocasiones, más nominal que real. Hay que reconocer el esfuerzo realizado por la UE en este sentido, pero también hay que ser conscientes de que en muchas ocasiones existen interferencias que hacen que esta participación no sea tan real como debiera. Algo parecido debería decirse sobre las estrategias colaborativas que necesitan además ambiciosos planteamientos. Disponemos herramientas tanto con la presencia de LEADER como desde otros ámbitos como la Red Española de Desarrollo Rural, pero hay que avanzar más en afianzar su eficacia.

Pero sobre todo hay que llamar la atención sobre el aspecto financiero y de gestión. Respecto al primero, afirmar con rotundidad que si este programa (u otros similares) van a ser la base sobre la que se va apoyar el desarrollo endógeno, necesita de muchos más recursos, de lo contrario su capacidad real de intervenir en los territorios no dejara de ser meramente testimonial y con una repercusión muy limitada. No se trata de lavar la imagen con el argumento de que ya existe un programa de estas características, se trata de que el mismo tenga la capacidad de transformar el medio. Y para ello necesita además una optimización de los procesos de gestión que sean capaces de dar respuestas ágiles.

LEADER no es la única herramienta, aunque sea quizá la que ha alcanzado una mayor popularidad. En el caso español, hemos asistido a los intentos de abordar el problema rural a partir de diferentes iniciativas legislativas con algunas leyes que intentaban impulsar acciones para generar dinámicas de desarrollo rural con una perspectiva transversal. Sin embargo, su eficacia ha sido muy limitada. Quizá porque la filosofía y los planteamientos manifestados en estas leyes no han calado en los diferentes organismos y departamentos de la administración. Quizá porque en el fondo falte voluntad política real para afrontar el problema. Sea como fuere, las expectativas que estas iniciativas generaron se han visto bastante limitadas.

Ahora parece existir un repunte por el interés hacia lo rural. También una cada vez mayor presión social tanto de los territorios como de la ciudadanía en general. Quizá sea una buena oportunidad para que nuestras administraciones vuelvan a hacer un replanteamiento de sus políticas y se trabaje mejor, con más medios, mejor planificación y mayor sensibilidad hacia la realidad del medio rural.

Por lo que respecta al turismo rural, los retos son muchos y se abordan en otros capítulos de esta obra. Solo apuntar que las nuevas sensibilidades de la sociedad hacia la sostenibilidad, el medio ambiente, la conservación del patrimonio y la cultura y la salvaguarda de los paisajes ofrecen nuevas oportunidades. Sin duda desde el punto de vista de negocio, ya que el entorno rural es un escenario óptimo para desarrollar productos y servicios que den cumplida satisfacción a los nuevos intereses de la demanda. Pero también, porque el soporte de esta oferta devuelve el protagonismo al territorio y, con ello, a sus agentes. Y ello tendrá que pasar necesariamente por favorecer la implicación de la población rural en esta realidad, por darle voz y protagonismo y por considerar sus necesidades tanto sectoriales como generales. Y esto nos aboca a una mayor participación, una mayor asunción de responsabilidades, una mejor cooperación interna, a una recuperación del sentimiento de pertenencia hacia un territorio que se convertirá en soporte de una parte importante tanto de nuestra identidad como de nuestra realidad económica. Este efecto, en el que el turismo y su planificación pueden jugar un papel fundamental, es tan importante o más que los resultados económicos que el sector pueda generar.

El medio rural agoniza, pero no está muerto. Todavía no. Los problemas son muchos y complejos y la situación desde luego no es muy optimista. Pero ello no implica que la situación esté perdida. Nos obliga a replantearnos qué es y qué papel tienen que jugar los espacios rurales, qué relaciones tiene que mantener con el medio urbano, cómo valoramos las diferentes situaciones existentes en una ruralidad cada día más diversa. Cómo innovamos en el nuevo escenario de la globalización para encontrar el espacio y la función le corresponde al medio rural. Y cómo, entre todos, construimos un nuevo futuro.

Del fracaso al éxito

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