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La gobernabilidad contemporánea

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La homogeneidad y la diversidad es un asunto que se ha presentado con frecuencia en la formación de los Estados. Así como se le atribuyen fortalezas y debilidades a la homogeneidad, también se le atribuyen fortalezas y debilidades a la diversidad. En la formación de los Estados más antiguos, sobre todo europeos, ha sido más frecuente la homogeneidad. En cambio, en los Estados que se formaron en el continente americano no hubo homogeneidad racial. En los conquistados y colonizados por España y Portugal hubo, en cambio, homogeneidad religiosa, salvo en los territorios selváticos aún no incorporados. Esta homogeneidad religiosa ancló en sus territorios una misma ética: la moral judeo-cristiana. Aun con sus variantes y diversidades, sobre esa base se pudo ir construyendo la institucionalidad de los Estados. En la parte del continente americano conquistada y colonizada por los ingleses no hubo total homogeneidad religiosa. Se aceptaron diversas formas de cristianismo. Hasta hace poco se impuso y mantuvo una militante segregación racial, sustentada en la prédica de la superioridad anglosajona. Sólo en las últimas décadas se ha ido aceptando, y hasta propiciando, una participación negra y latina, aunque sin que haya en rigor un notorio proceso de mestizaje.

Ya no son dables los métodos compulsorios que se usaron en la Península Ibérica y en el incanato para procurar la homogeneidad. A partir del Siglo de las Luces paulatinamente en el mundo se han ido adoptando fórmulas de gobierno democráticas. De modo que la homogeneidad y la diversidad siguen siendo en los países del continente americano un asunto importante, aunque ahora exige otro tratamiento. Tratándose del Perú, ese es el caso sobre todo de la selva, donde la mayor parte de su población originaria no está incorporada al cauce social imperante. Tampoco su ética, que es el sustento más profundo en que se asientan las ciencias sociales, tiene mucho que hacer con la que norma al resto del país. Pero poco a poco, no obstante esta incorporación por realizar, el Perú ha ido adoptando la forma de gobierno prevaleciente en el Mundo Occidental y Cristiano, esto es, la democracia. Claro que lo ha ido haciendo bajo su propia modalidad, no siempre igual a los demás países de Latinoamérica.

En democracia, la soberanía reside en el pueblo, y el Estado es la expresión o manifestación legal de la Nación. El Estado se puede organizar de tres grandes modos. En el Estado unitario sólo hay un gobierno central, que asume casi todas las funciones significativas. En el Estado federal hay varios Estados, sin soberanía, que asumen funciones internas significativas, aunque en lo internacional, para efectos de defensa, relaciones exteriores, etc., hay una sola personería. En el Estado confederado hay varios Estados con relativa soberanía. Ese fue el caso, por ejemplo, de la URSS, que en Naciones Unidas estaba representada tanto por Rusia como por Bielorrusia y por Ucrania, y que tenía un buen número de repúblicas musulmanas. En el caso de la Confederación Peruano-Boliviano se confederaron el Estado Nor Perú, el Estado Sur Perú y Bolivia. Como es previsible, los Estados federales o confederados suponen un aparato administrativo bastante más complejo y, por ende, exigen la existencia de gente relativamente preparada en los distintos lugares del territorio del Estado.

El gobierno es la forma en que se organiza el Estado para designar a sus funcionarios, así como las funciones que cada uno de ellos asume. En el pasado lo usual era el gobierno monárquico, que podía devenir en tiranía, o el gobierno aristocrático, que podía devenir en oligarquía. En los últimos tiempos lo usual ha sido la dictadura, entre las sociedades menos evolucionadas, o la democracia, entre las sociedades más evolucionadas. Las dictaduras evolucionan del estado policial hacia la concentración en vez de separación de poderes; hacia la pérdida de autonomía de las instituciones; hacia la imposición de un partido único; y hacia el gobierno aplicando violencia. Los gobiernos mediante partido único muchas veces se denominan a sí mismos democráticos, aunque en rigor son formas disfrazadas de dictadura.

En democracia, el gobierno se forma en base a la representación. Pero la representación en lo político es diferente a la representación de derecho privado. A diferencia del mandato de derecho privado, el mandato político no es ni imperativo ni revocable. Una vez otorgado, quien lo recibe goza de él por el plazo convenido. De modo que se configura una representación indirecta o por mediación. Su mal uso no quita legalidad sino legitimidad. Esta representación se puede atemperar mediante el plebiscito, o consulta al pueblo, o el referéndum, o mecanismo de confirmación o revocación de una norma. Además, el mandato tiene que tener un plazo, al término del cual debe haber alternancia. De lo contrario, si en algún momento no hay alternancia, la democracia comienza a devenir en dictadura. Otro mecanismo para atemperar este mandato tan amplio es la rendición de cuentas, que debe ser periódica y consustancial a toda función pública.

La democracia se puede expresar bajo la modalidad parlamentaria o bajo la modalidad presidencialista. En la modalidad parlamentaria se estrecha el vínculo entre el Poder Ejecutivo y el Poder Legislativo. Así, la administración en la práctica resulta ejecutando los mandatos del Parlamento. En la democracia presidencialista se le confiere al jefe de Estado poder decisorio en lo que son actos políticos o de gobierno, y se le confiere, vía el Consejo de Ministros, y eventualmente vía cada ministro, poder en todo lo que son actos administrativos.

Se dice que la forma de gobierno moldea al hombre. La democracia es, sin duda, la forma de gobierno más próxima a los derechos humanos, por cuanto se procura sustentar en la libertad y en la justicia. Ello significa que gobierna la mayoría, aunque con respeto a la minoría. Todos están en la obligación de obedecer en tanto los gobernantes hayan accedido al poder conforme a las reglas establecidas. En la práctica, los grandes actores de la democracia son los partidos políticos debidamente organizados. Ello supone la existencia de por lo menos más de un partido político. Son las cúpulas partidarias las que en rigor organizan el juego democrático. Pero la voluntad de quienes llegan a ser mayoría siempre está atemperada por los límites que imponen las constituciones y los derechos humanos.

Como contraposición a las monarquías absolutas en el pasado, muchas veces también se configuraron gobiernos aristocráticos, en base a alguna clase social. La deformación de los gobiernos aristocráticos generó los gobiernos oligárquicos. En la actualidad, cuando las democracias son frágiles y poco institucionales, el riesgo es que en la práctica se configuren gobiernos oligárquicos. Los grupos que controlan los sectores de producción son normalmente más fuertes y mejor organizados. Además, muchas veces influyen o controlan la prensa y los medios audiovisuales. Así, aunque su poder de voto es igual al de cualquier ciudadano, su poder de voz es mucho mayor al de los demás ciudadanos. Tal es su poder de voz que puede hasta intimidar y amedrentar a los que conducen los poderes del Estado. Su influencia empieza a volverse notoria en las resoluciones judiciales, en la orientación del quehacer legislativo y en los actos políticos y administrativos del Ejecutivo.

Para contrarrestar esta tendencia, cada vez más perceptible, en los países anglosajones se ha acuñado la frase voz para los sin voz. Es decir, se procurarán mecanismos para darles alguna suerte de voz, y por ende de opinión, a las grandes mayorías silenciosas. De esa forma se procura recuperar en algo el balance de opinión que debe tener todo sistema democrático. Ello quiere decir que la democracia no sólo debe ser respetuosa de las tendencias de las minorías, sino que también debe tratar de escuchar la opinión de las grandes mayorías cuando son silenciosas. Sencillamente porque de lo contrario sólo se escucharía la voz de las minorías que controlan la prensa y los medios audiovisuales.

Así, en democracia se tienen que respetar las tendencias de las minorías, aún no incorporadas al cauce social imperante. De ahí proviene el respeto que en democracia debe haber por la diversidad, por la diferencia. Esta sucesión de contraposiciones y acomodos entre la homogeneidad, o lo que está dentro del cauce social imperante, y la diversidad, o lo que está fuera del cauce social imperante, configura el devenir permanente de la vida en democracia. Si bien lo cómodo, por la mayor facilidad de manejo que conlleva, es lo homogéneo, el compromiso democrático impone respetar lo diverso. Por lo demás, la diversidad puede generar sinergias que contribuyen a enriquecer la cultura que van labrando.

Pero, sin duda, la máxima fragilidad de la democracia depende de la mayor o de la menor educación o instrucción de quienes ejercen la soberanía, esto es, del pueblo. Cuando el soberano, o sea el pueblo, es poco educado o instruido, se puede desvirtuar el sentido de la democracia. Desde Roma los pueblos han buscado que el gobernante proporcione pan y circo. Vale decir, que el gobernante genere las condiciones para que haya mantenencia y haya entretenimiento o recreo. El inconveniente de un pueblo poco educado es que privilegia a quienes sólo pueden proveer entretenimiento o recreo. Un pueblo mejor educado se inclina más hacia quienes pueden generar las condiciones favorables para que haya mantenencia, esto es, la debida provisión de alimentos, víveres, etc. Simplemente porque cuanto mayor sea la educación, menos subjetivo o emocional y más objetivo o racional será el proceso de toma de decisiones.

Así, entre los pueblos poco educados el factor popularidad tiene una significativa gravitación para que alguien acceda a los cargos electivos, trátese de la presidencia o vicepresidencias, miembros del Congreso, alcaldes o regidores, etc. En cambio, entre los pueblos más educados el factor confiabilidad tiene una mayor gravitación para que alguien acceda a los cargos electivos. De modo que en una democracia incipiente, de pueblos con menor cultura y civismo, un grueso porcentaje de las personas que acceden a los cargos por elección deberán su nombramiento a su popularidad. Mientras tanto, en una democracia más desarrollada, con pueblos de mayor cultura y civismo, una mayor cantidad de personas que acceden a los cargos por elección deberán su nombramiento al respeto y confianza que inspiran.

Cambiar las precitadas tendencias ha resultado en extremo difícil, por cuanto han sido resultado del desarrollo cultural y del civismo de cada pueblo. Ello no admite ni sustitutos ni soluciones repentinas. Esa fragilidad de algunas democracias ha hecho que se interrumpiesen mediante golpes de Estado, tratando de restablecer el orden que se iba perdiendo y detener la desconfianza que enfriaba las inversiones productivas. Otra consideración que ha menoscabado la predictibilidad de los gobiernos democráticos ha sido la extensión del voto para todos, así como el acceso a los cargos electivos por cualquiera, ambos sin un mínimo de consideración por los requisitos de educación e instrucción. Entre otras ha sido por estas razones que se ha acuñado la conocida frase que los pueblos tienen los gobernantes que se merecen. El problema ha sido que la democracia, poco o nada reglada, y ampliamente discrecional, ha contribuido a apartar a unos pueblos de otros, distanciando aquellos que privilegian la confiabilidad de aquellos que privilegian la popularidad. No obstante todos sus inconvenientes, la democracia sigue siendo la menos mala de las distintas formas de gobierno.

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