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INTRODUCCIÓN

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Lamentablemente, la historia de Occidente conoce innumerables casos de estereotipos que han dado como resultado racismo, agresión, guerras y violencia en general. Lo peor es que ni la inteligencia ni el conocimiento de los otros, que son las víctimas de los estereotipos, pueden evitar esos conflictos. A partir de aquí voy a utilizar la definición de Eskin como base de mis reflexiones:

A prejudice is a favorable or unfavorable attitude toward, opinion on, or judgment about someone or something considered as a mere instance or occurrence of a class or type –and thus, by definition, directed at a string of referents– held by a string of proponents of sound mind in spite of sufficient knowledge, information, evidence, experience, or reason to support or justify such an attitude, opinion, or judgment, carrying an implicit or explicit intent to denigrate, derogate, or detract from someone or something else, and coming with a string of prejudices in tow (Eskin, 2010: 59).

El alto reconocimiento de que gozan Martín Lutero y sus compañeros de lucha llega hasta nuestros días por haber influido y transformado su mundo de forma radical en los inicios del siglo XVI al desencadenar la Reforma protestante, al crear una nueva Iglesia y al catapultar con estos hechos de manera definitiva, ya sea al menos desde una perspectiva histórico-religiosa, la Edad Media. No obstante, no es menos lo que los miembros de la orden de los Jesuitas fueron capaces de hacer en el curso de la Contrarreforma, que desde el año 1540 no sólo renovó la Iglesia católica de raíz, sino que al mismo tiempo consiguió extender la influencia de la fe católica no sólo en países aislados, sino también de forma global. Sin embargo, los Jesuitas fueron prohibidos en toda Europa en el año 1763 por el Papa Clemente XVI y de forma universal en 1767, pero la orden volvió a ser autorizada en el año 1814 por el Papa Pío VIi y goza desde entonces de una popularidad creciente y una influencia nada desdeñable. Y todo esto, de nuevo, a escala global.

Parece evidente que el vasco Ignacio de Loyola comprendió extraordinariamente bien los rasgos de su tiempo cuando en 1534 fundó, junto a un grupo de simpatizantes, una nueva orden estructurada de forma militar que consiguió la aprobación papal en 1540 y que verdaderamente dejaba ver características que apuntaban al futuro. Los Jesuitas se propusieron sobre todo tres metas: educación, es decir, el fomento de la formación al más alto nivel bajo la bandera del Humanismo, misión (evangelización) y propagación de la fe católica en el sentido de un apostolado terrenal. Los Jesuitas apuntaban con ello a conseguir una presencia a nivel mundial y a establecer misiones en los rincones y confines más alejados del globo, diferenciándose así de manera radical de las órdenes monacales tradicionales, ya que, según su consigna, «Encontrar a Dios en todas las cosas» («En todo amar y servir»), no se apoyaban en instituciones monacales para la autocontemplación introspectiva y para el culto divino, sino que enviaban a sus representantes por todo el mundo, dirigidos de forma centralizada y organizados por su punto de apoyo principal en Roma y bajo el dominio supremo del Papa, al que únicamente estaban sometidos. Especialmente la zona asiática (China, las Filipinas y, en parte, la India) y el Nuevo Mundo se convirtieron en los puntos principales de las operaciones jesuitas (de forma extensa y detallada sobre esto Haub, 2007).

A principios del siglo XVII los Jesuitas fundaron una misión en Paraguay, que pronto creció y se convirtió en un asentamiento del cual más tarde surgiría el mal afamado «Estado jesuita». En la actual Bolivia se establecieron a partir de 1667 y 1769 las misiones provinciales de Chiquitos y Mojos. En 1683 los Jesuitas, procedentes de Quito, atravesaron los Andes y se instalaron en las selvas a orillas del río Marañón, que es una de las principales fuentes fluviales del Amazonas. En 1740 llegaron a Argentina, mientras que a México ya habían llegado en 1572. En el año 1697 misioneros jesuitas alcanzaron la Baja California y en 1721 la actual provincia de Nayarit (Hausberger, 1995).

Francisco Javier o Xavier viajó como primer Jesuita a la India (1540) y después a Japón (1549) y a China, donde murió en 1552. Su ejemplo fue seguido por multitud de jóvenes de toda Europa a lo largo de los siglos, aunque sólo a una parte de ellos les era concedido el permiso de desplazarse a Asia, porque la Evangelización de América se consideraba exactamente igual de importante, aun cuando las circunstancias culturales fueran allí muy distintas y se requirieran unas capacidades manifiestas para crear en aquellas selvas vírgenes o en aquellos desiertos asentamientos que permitieran la supervivencia y por los que se sintiera atraída la población autóctona para escuchar la palabra de Dios y finalmente ser bautizada. En China, por el contrario, predominaba desde hacía tiempo una cultura de elite, a la que sólo padres jesuitas extraordinariamente bien formados podían enfrentarse, a ellos pertenecía de forma especial el italiano Matteo Ricci (1552-1610) (Hollis, 1968).

Naturalmente, todo esto no son sino trazos de una historia extremadamente compleja que ha sido estudiada por numerosos investigadores (Sommervogel, 1890; Mitchell, 1980; Malachi, 1987; O’Maley, 2006). Lo que se ha revelado como interesante desde el punto de vista germánico es que, desde principios del siglo XVIII y de forma cada vez más numerosa, jesuitas de habla alemana, es decir, hombres procedentes de las zonas del sur de Alemania, que incluyen a las actuales Suiza, Austria, Bohemia y Croacia, eran enviados a las misiones. Hasta este momento, sin embargo, habían sido vistos con desconfianza, sobre todo desde la perspectiva española e italiana, ya que procedían de aquel país en el que la Reforma protestante había ganado un peso preponderante (Meier, 2007). Pero las zonas del norte de México, la actual provincia de Sonora y el estado americano federal de Arizona suponían un desafío extraordinario en relación con las condiciones climáticas y por la actitud hostil de algunas tribus indias, especialmente de Apaches y Seris. A pesar de todas las dificultades, los Jesuitas perseveraron, lucharon para continuar en dirección norte, se esforzaron sin descanso por la ampliación de sus misiones y por la conversión de los indios, a los que enseñaron modernas técnicas de cultivo, instruyeron tanto de forma lingüística como teológica, transmitieron un saber técnico y artesano y a los que ellos, en suma, estaban empeñados en vincularse.

A todos estos aspectos, ya sean las experiencias transculturales, las publicaciones de los autores jesuitas, extensas y la mayoría de las veces provistas de un marcado e impecable carácter científico, ya sean los conflictos político-religiosos mantenidos sobre todo con los propietarios españoles de las plantaciones y las minas y con los representantes de las órdenes de los Dominicos y los Franciscanos, que finalmente condujeron a la derogación universal de la orden de los Jesuitas, a todos estos aspectos, decíamos, hemos dedicado una gran atención porque aportan una clave importante para la comprensión global de las circunstancias históricas en el siglo XVIII, también desde el punto de vista de la historia de las mentalidades (Classen, 1997c). Pero aún deberíamos considerar más importante el hecho de que los misioneros redactaran en su tiempo libre, después de su expulsión, durante su arresto o en los años posteriores a su liberación, extensas disertaciones. Por ejemplo, tratados geográfico-antropológicos, enciclopedias o ensayos religioso-misioneros, en los cuales ponían en palabras aspectos en parte personales, en parte eruditos, con los que conseguían salir, al menos parcialmente, de su posición tan aislada y tomar parte en el discurso científico. En algunos casos incluso hallamos profusas correspondencias que nos ofrecen perspectivas muy personales.

En efecto, a nosotros no nos interesan tanto los temas religiosos o económicos, sobre los que la mayoría de las veces está puesto el punto de mira en estos textos, como las observaciones particulares que hacían los misioneros alemanes mientras permanecían en España a la espera de poder ser trasladados a México. La mayoría de ellos pasaron muchos meses en Cádiz o en Sevilla, porque los costes del transporte eran muy altos, el espacio en los barcos muy escaso y el viaje en sí mismo, la mayoría de las veces, realmente peligroso. Los misioneros pasaban su tiempo aprendiendo español, esforzándose en conocer el país, dedicándose a estudios generales, orando, ampliando su formación como sacerdotes o preparándose para su futura actividad como misioneros. Aquí se nos ofrece una oportunidad excepcional para rastrear experiencias transculturales en un contexto europeo y, especialmente, para investigar sobre la cuestión de cómo reaccionaron los Jesuitas alemanes ante el mundo español, cómo reflexionaron sobre sus encuentros y cómo fueron ellos mismos a su vez aceptados o juzgados por los españoles (sobre la transculturalidad, véase Welsch, 2000).

Estereotipos interculturales germano-españoles

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