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«DURCH DEN SCHÖNISTEN, EBENEN, BREITEN, SAUBEREN WEG NACH BARSELONA KOMMEN»: LOS CUADERNOS DEL VIAJE A ESPAÑA DE THOMAS PLATTER

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Lorena Silos

Universitat de Barcelona

A principios del siglo XVI, Thomas Platter der Ältere (1499-1582) sentó las bases que darían lugar a la leyenda que en Suiza todavía existe en torno a su familia. La evolución personal de este erudito, profesor y editor, que pasó de ser un humilde cabrero a convertirse en el más celebrado intelectual del Renacimiento suizo, encarna el deseo de superación de muchos de sus contemporáneos. Platter fue asimismo el autor de la primera autobiografía escrita en la Suiza de lengua alemana,1 que compuso con la intención de inspirar con su vida a sus once hijos (cf. Liechtenhan, 1993: 458). Dos de ellos nos han dejado también escritos de carácter autobiográfico: el diario del primogénito Felix (1536-1614),2 eminente médico y profesor de la Universidad de Basilea, y los cuadernos de viaje del joven Thomas, su hermano menor, sobre los que se tratará a continuación.

La infancia y juventud de Thomas Platter der Jüngere (1574-1628) se desarrollan en una época de grandes turbulencias, especialmente en el plano religioso, a causa de los enfrentamientos existentes entre quienes apoyaban a la Iglesia de Roma y los partidarios de la Reforma. También en Suiza se encadenaban las luchas entre los ciudadanos católicos y los defensores de las doctrinas reformistas impulsadas por Ulrich Zwingli. En Basilea, no obstante, cuna de la familia Platter, la Reforma se impuso con fuerza debido principalmente a la fuerte tradición humanista de la ciudad.3 Este factor influyó indudablemente en la evolución intelectual de los hermanos Platter: por una parte, el entorno marcadamente intelectual del hogar familiar habría favorecido su pasión por el estudio, pero, por otra, también la situación geográfica de Basilea, situada en un Dreiländereck –un rincón pluricultural y plurilingüe– en el que convergen Francia, Alemania y Suiza, estimularon indudablemente la sensibilidad y la conciencia intercultural de esta familia, impulsando sus ansias por conocer lo «ajeno».4

En estos apuntes de viaje que llevan por título Dess Thomas Platters Reiss,5 Thomas Platter describe el viaje que realizó por Francia, España, los Países Bajos e Inglaterra. Su motivación a la hora de emprender este viaje y, especialmente, de plasmar sus vivencias sobre el papel obedece claramente a los objetivos del intelectual humanista, que ansiaba conocer y comprender, para después instruir.6 El texto carece por lo tanto de toda intención literaria: las experiencias aquí narradas asemejan entradas en una enciclopedia y responden a una actitud ante la vida en la que la formación intelectual ocupaba la principal prioridad.7

Asimismo, resulta evidente que Platter, lejos de pretender reflejar la personalidad del sujeto que narra, materializa en sus cuadernos una forma muy concreta de viajar y observar, la del estudioso, que no pretende retratarse en sus palabras, sino que «registra» sus vivencias de manera metódica y diligente (Platter, 1968: 5). Con excepción de este manuscrito que hoy nos ocupa, Thomas Platter no dejó ningún otro documento de valor científico o literario en su legado. De hecho, lo poco que sabemos de su vida más allá de los años en los que se desarrolla su viaje por Europa nos ha llegado a través de los escritos de su padre o de su hermano Felix. Nacido en 1574, Thomas Platter cuenta apenas ocho años cuando su padre fallece. Será su hermano Felix, casi cuarenta años mayor que él, quien se hará cargo entonces de su tutela y, preocupado especialmente por su formación, lo animará a abandonar Basilea para comenzar sus estudios de Medicina, tal como él mismo había hecho cuarenta años antes, en la ciudad de Montpellier. En el prólogo dirigido al lector que introduce su relato, Thomas expresa vivamente su agradecimiento al hermano que lo acogió y subraya asimismo su intención de mostrarle cuán provechoso había resultado el viaje de estudios que Felix había financiado (Platter, 1968: 5). En este mismo prólogo, Platter se refiere igualmente a aspectos que resultan esenciales para abordar el análisis de su texto. En breves líneas, establece, en primer lugar, la metodología que ha utilizado en la elaboración de su escrito, acentuando así desde el principio el carácter científico del texto, y examina también la temática que tratará. Si bien a lo largo de sus páginas el autor se ocupará de temas de lo más variopinto, su prólogo se centra exclusivamente en el aspecto de la religión, como si este fuese el único punto sobre el que tratase la obra. A modo de captatio benevolentiae, Platter explica que se referirá a las ceremonias de los «papistas» –es decir, de los defensores de la fe católica–, a sus santuarios y hablará sobre aquellos que sirven a esta religión, no por inclinación personal, sino porque desea retratar fielmente lo observado durante su viaje (Platter, 1968: 6).

¿Pretende quizá, así, despejar cualquier duda ante una posible sospecha de acercamiento a la fe de Roma? Ciertamente, pues a continuación establece que, gracias a su retrato de estas costumbres y creencias, el lector –reformado, eso sí– podrá deducir hasta qué punto estos «papistas» prefieren «las cosas pasajeras e inútiles a las cosas eternas y necesarias para alcanzar la gracia» (Platter, 1968: 6). Así, ya desde las primeras páginas, se revela que la principal motivación de Platter será apuntalar las ideas reformistas a través de su incursión, supuestamente objetiva, en el universo católico. No obstante, como veremos a continuación, la imparcialidad de este etnólogo aficionado se pone en entredicho a causa del pavor que en él produce la imagen de una España oscura y primitiva, que han cimentado sus años de infancia en la Suiza reformada de Zwingli y, especialmente, su etapa como estudiante en Montpellier, feudo de la resistencia protestante frente a la corona francesa, de marcada tendencia católica.

El relato de los viajes de Thomas Platter por Europa comprende cuatro años y medio. Comienza el 16 de septiembre de 1595, fecha en la que el joven abandona Basilea8 para estudiar Medicina en Montpellier, y finaliza el 15 de febrero de 1600, cuando Platter retorna ya licenciado a su ciudad natal para ejercer la medicina. La lectura de estos cuadernos de viaje muestra que las semanas que Platter permanece en España constituyen realmente un mero aperitivo para el largo viaje de formación que el joven emprendería en 1599, a modo del «Grand Tour» que realizaban los jóvenes ingleses por Francia, Suiza o Italia para complementar sus estudios, y que lo llevaría, atravesando Francia y Bélgica, hasta Inglaterra.

Precisamente en 1595, el mismo año en el que Platter llega a Montpellier, Francia había declarado la guerra a España. Las hostilidades entre ambos países –cuya relación ya era tradicionalmente conflictiva– no finalizarán hasta que tres años más tarde, tras la firma de la Paz de Vervins en mayo de 1598, se abra de nuevo la frontera de los Pirineos. Platter recibe esta noticia con gran entusiasmo y decide, ante esta situación política más sosegada, dirigirse hacia el sur. Sus deseos de conocer el país vecino resultan evidentes en la lectura de su texto y no hay mejor prueba de ello que el enorme interés con el que se lanza, todavía en Francia, a aprender la lengua española (Platter, 1968: 287). Sin embargo, a pesar de que en todo momento el autor expresa su deseo de realizar un retrato objetivo e imparcial de todo cuanto observa en su recorrido, no cabe duda de que su imagen de España ha sido alimentada por los estereotipos vigentes en la Francia de Enrique IV y que estaban definidos por el fantasma de la Inquisición y de un sanguinario Felipe II, abanderado de la Contrarreforma. Así, España personifica para el joven suizo ese otro, temido y aborrecido: una imagen modelada por la leyenda negra que hasta entrado el siglo XVIII, con el ocaso del Imperio y la invasión de las tropas napoleónicas, definiría el heteroimagotipo español en Europa (Leerssen, 2000: 277).

Con su equipaje de prejuicios –de los que, no obstante, lucha por deshacerse– y acompañado de un compañero de estudios, Sebastian Schobinger, suizo como él, Platter abandona Montpellier el 13 de enero de 1599. En aquel entonces la región de Perpiñán pertenecía todavía a Cataluña, de tal manera que ocho días más tarde, Thomas Platter ya ha cruzado la frontera que separa España de Francia. La construcción del otro comienza desde el mismo momento en que abandona Francia y todo le resulta llamativamente diferente: los campos y su vegetación (Platter, 1968: 320),9 los ropajes de las mujeres (383) o el peinado de los hombres (344), la manera de cocinar, de beber o no beber, pues, en la relación de Platter, los españoles son, muy a menudo, abstemios (380). Resulta necesario precisar aquí que, si bien el autor se refiere continuamente a España y a los españoles en su narración, no es ajeno a las particularidades del principado de Cataluña y, una y otra vez, establece las diferencias existentes con Castilla (381), mencionando, entre otros aspectos, el sistema monetario (383) o el estilo en la edificación (355) y deteniéndose especialmente en la lengua.10 La extraordinaria formación del joven y su interés por acercarse a lo desconocido se revelan en este detalle. Platter distingue sin dificultad ambos idiomas (326) y los transcribe en su texto sin cometer error alguno. Su relato está salpicado con frases o refranes que va recogiendo a lo largo de su periplo, tanto en catalán como en castellano (326, 327, 334), con los que refuerza las observaciones por él realizadas.

A pesar de su curiosidad científica y su profunda formación, la representación de España como la temida alteridad se irá consolidando a lo largo del relato y cimentando a través de una sensación de temor de la que Platter no logra desprenderse: teme ser atacado por los bandoleros que, según tiene entendido, saquean sin piedad a los viajeros11 (334), desconfía de todo mendigo que se le aproxima, censurando sus pícaras maneras de requerir su ayuda (337), al tiempo que observa sobrecogido el gran número de ahorcados que se suceden al margen de los caminos y que evidencia, según el autor, la elevada criminalidad (334). Así, página tras página, va retratando un país en el que parecen imperar el vandalismo y la brutalidad. Este escenario social, que tanta inquietud genera en Platter, responde a la grave crisis económica que Cataluña sufrió a finales del siglo XVI y de la que el autor también se hace eco.12 En repetidas ocasiones, alude, por ejemplo, a la escasez de productos de primera necesidad o a la curiosa costumbre de que las posadas no ofrezcan comida a sus huéspedes (346-347).

A pesar de estas experiencias negativas, el autor no puede dejar de mostrar su admiración a su llegada a Barcelona. Platter describe la ciudad, que alcanza tras casi tres semanas de viaje, como «eine von den schönisten, reichesten unndt besten erbauwen, die in gantz Spangien möchte sein» (339). Su estancia en Barcelona, recogida en diez episodios de su relato, se extiende durante aproximadamente cuatro semanas. La semblanza de la villa, que comienza con una evocación de la Barcelona mítica, en la que Platter establece los orígenes de Barcino, se asemeja a un paseo en el que el joven estudiante suizo nos guía por las calles de una Barcelona todavía medieval. Con precisión y una exactitud que puede llegar a resultar abrumadora, Platter describe los barrios de artesanos, las callejas cercanas al puerto donde –como ahora– se exhiben las prostitutas y sus decenas de iglesias (344-347). La visita obligada a la universidad por parte del erudito (352) se combina con representaciones teatrales (347) y veladas en fondas y tabernas, donde Platter se nutre de todo tipo de datos y referencias para su escrito.

Pese a todo su empeño, en sus reflexiones el autor no logra desvincularse de los estereotipos que sobre España existían en el resto de Europa: por una parte, la leyenda negra; por otra, el carácter apasionado del español. En este sentido, Platter –haciendo uso del método científico– intenta justificar este temperamento con el clima, más caluroso y seco, que caracteriza a esta región. Así, debido a las altas temperaturas, los españoles mostrarían su ira o su entusiasmo con mayor facilidad que otros pueblos, también, evidentemente, en el plano sensual. Incluso la circunstancia de que la ceguera sea una enfermedad más frecuente en España que en otros países podría, según el autor, radicar en el caluroso clima del país o en el también ardiente carácter de sus habitantes. Así, Platter argumenta que las intensas temperaturas podrían provocar que el flujo sanguíneo se descompensase por una insolación, con consecuencias fatales para la vista, pero recurre también a Venus, la diosa del amor, sugiriendo que la promiscuidad generalizada y los usos amorosos del país en la era de la Inquisición intensificarían los casos de sífilis y, por consiguiente, la incidencia de la ceguera relacionada con esta enfermedad (371).

Por suerte, en ocasiones Platter sí se despoja de su mirada de científico y no puede evitar revelar aquello que más le sorprende o disgusta: entre otras cosas, el hecho de que la vida en España esté dominada por el deseo de aparentar. La pretensión como modus vivendi no sólo se refleja en las celebraciones alocadas de Carnaval, ya de por sí pura mascarada, o en la exagerada forma de vestir de hombres y mujeres, sino que también, y ahí es donde le afecta a Platter principalmente, gobierna la forma de vivir y practicar la religión: la devoción privada apenas existe y el sentimiento religioso se materializa en rituales y ceremonias que acontecen a la vista de todos. Esta exhibición y ostentación de las creencias religiosas sorprende, casi repele, al Platter protestante, educado en la sobriedad de la iglesia reformada de Zwingli. En la descripción pormenorizada del suizo, la vida religiosa en España asemeja una representación teatral.13 Los ritos repetidos una y otra vez pierden su significado y se convierten, como Platter indica, en pura superstición (382): desde las estampas con poderes casi mágicos (339) y la manoseada agua bendita en las iglesias hasta la forma casi enfermiza de santiguarse sin cesar (382) o el poder de la cenizas del Miércoles de Ceniza, cuyo efecto sobre los creyentes sorprende hasta al propio Platter:

Dies fest der Faßnacht hatt tag unndt nacht gewehret biß an den eeschermittwoch, da man einem yeden nach der morgenmeß ein wenig eschen auf die stirnen gestrichen, welche so viel gewürket, dass sie alsbaldt von der thorheit gelassen, witzig worden unndt in siben wochen kein vleisch mehr gessen haben; muß gewißlich ein kreftiges pülverlin sein (374).

(Esta fiesta del Carnaval se alargó día y noche hasta el Miércoles de Ceniza, cuando a todas las personas, después de la misa de la mañana, se les impuso un poco de ceniza en la frente. Fue tal el efecto de esta ceniza que a todos los abandonó al momento la locura, se tornaron sensatos y no comieron carne durante siete semanas; ciertamente tiene que ser un polvo muy eficaz).

La fiesta del Carnaval que Platter tiene ocasión de presenciar constituye asimismo un irónico paralelismo con la descripción que el autor realiza de los procesos inquisitoriales, durante los cuales los procesados por herejía son también «disfrazados» para que todo el mundo los reconozca como lo que son, o, más bien, no son. Así, Platter describe cómo los condenados portan –tanto durante su encarcelamiento como en las procesiones– el denominado sambenito: una larga túnica amarilla, adornada con ángeles y demonios que luchan por hacerse con el alma del pecador (351). Nuevamente, el joven suizo apunta aquí a la importancia de la apariencia y la exteriorización de la fe en la religiosidad española. Y no sólo en lo que a las prácticas se refiere, sino a la presencia de la Inquisición en la sociedad: sus vestiduras, el dramatismo de sus métodos e, incluso, la imponente grandiosidad del edificio en el que tienen lugar sus procesos y castigos (350).

Las reflexiones de Platter sobre el aspecto religioso constituyen la sección más interesante de su relato y, en este sentido, el punto culminante de su periplo por tierras catalanas es la excursión que realiza al santuario de Montserrat.14 Su tono, hasta ahora comedido e imparcial, se torna aquí emocional y subjetivo, especialmente cuando se sugiere el miedo cerval que tiene a ser detenido por los inquisidores por haber visitado el monasterio sin pasar por el confesionario (370).15 A pesar de sus esfuerzos por ofrecer un relato objetivo y libre de acentos personales, su auténtica subjetividad16 –fruto, como se ha dicho, de años de formación en la religión protestante y modelada por el discurso de una Francia que ansiaba demonizar todo lo español– se descubre precisamente en el momento en el que Platter se convierte en su «otro» y, travestido en peregrino católico, acude a Montserrat.17 En este capítulo, el temor a ser capturado por la Inquisición parece regir incluso el ritmo narrativo de su relato y censurarlo en momentos en los que quizá el lector esperaría un mayor compromiso por parte del autor con su propia fe. Si bien desaprueba la superficialidad con la que los peregrinos del santuario parecen vivir su relación con el pecado y el perdón y subraya, nuevamente, el componente supersticioso en la religiosidad española (358), no da apenas muestras de escepticismo ante los supuestos milagros efectuados por la Virgen, a los que dedica la mayor parte de su descripción del monasterio. Probablemente más por miedo que por consideración, Platter no desea ofender en modo alguno a las autoridades religiosas del país. Su actitud se revela especialmente en la mesura con la que trata estos temas y en alguno de sus comentarios: «... so einer yetz gemelte historien nicht wahrhaftig zesein glauben wurde, man ihn alsbaldt in daß inquisition hauß gefenklich einziehen unndt vielleicht auch verbrennen wurde» (363) (Si alguien cuestionase la veracidad de alguna de estas historias, sería encarcelado al momento en la casa inquisitorial y quizá también condenado a la hoguera).

Sin embargo, esta impuesta neutralidad en sus comentarios casi lo convierte en portavoz de las mismas creencias que intenta cuestionar y justifica las aclaraciones realizadas en este sentido por el autor en su prólogo.

Por lo plasmado en su escrito resulta evidente que el viaje por Cataluña de Platter no hizo más que cimentar la imagen que el suizo tenía ya de la España de la Inquisición. Sin embargo, al examinar cómo Platter reconstruye el estereotipo español en su texto, resulta evidente que intenta derribar su calidad de cliché, fundamentando su representación de España a través de la mirada del científico. Así, la observación empírica y la descripción pormenorizada de lo vivido se acompañan de fuentes diversas a las que alude continuamente: cita libros y manuales con títulos y autor,18 se refiere a historias que declara haber escuchado de primera mano (347) y aporta asimismo pruebas varias –cartas, facturas y otros documentos–, todas ellas escritas en la lengua original. Esta evidencia dota de consistencia a su discurso y sustenta, por lo tanto, una imagen que le servirá ahora de instrumento para deconstruir el catolicismo en aras de apuntalar la Reforma.

La imagen del español que se construye paulatinamente a lo largo del texto está, por lo tanto, destinada a demonizar la fe de los papistas: el español temperamental, embaucador y superficial no puede ser guía espiritual de Europa. Con su escrito, Thomas Platter se alinea en una tendencia que caracteriza la narrativa de viajes de la época, convirtiéndola en herramienta ideológica contra la fe católica y la Contrarreforma.19

Estereotipos interculturales germano-españoles

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