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LAS TABLAS ETNOGRÁFICAS (VÖLKERTAFELN) DEL SIGLO XVIII Y SU GÉNESIS*

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Berta Raposo Fernández

Universitat de València

Muchos siglos, incluso milenios, antes de surgir las nacionalidades como instituciones políticas, ya nos encontramos con testimonios literarios en los que se caracteriza, define o juzga de manera esquemática a los pueblos, extranjeros o no. En la épica homérica la utilización del epitheton ornans como recurso estilístico revela muchas de esas caracterizaciones. Así, se nos aparecen los «aqueos de hermosas grebas» o «aqueos de vivaces ojos», los abios, «los más justos de los hombres», los tracios, «diestros jinetes» (Homero, 1985: 73, 33, 234), los misios, «luchadores cuerpo a cuerpo», los «nobles hipemolgos, que se nutren de leche» (Homero, 1996: 347). Los etíopes pasan por ser «excelentes e irreprochables»; los egipcios son un pueblo de buenos médicos, los carios balbucean de manera incomprensible (Weiler, 1999: 97 y ss.). En el caso de los cíclopes y los feacios, los poemas homéricos llegan incluso más allá de la esquematización del etpitheton ornans y esbozan una descripción de las costumbres, el orden social, las herramientas y la indumentaria de esos pueblos extraños.

Según Wilfried Nippel (2007: 35), algunas de estas opiniones y visiones surgieron, por un lado, en el contexto de la expansión colonizadora de los griegos en el ámbito mediterráneo y, por otro, en el de su enfrentamiento con los persas. Por otra parte, los excursos etnográficos del llamado «padre de la historia», Heródoto de Halicarnaso, en sus logoi, describen antropológicamente a los pueblos con los cuales los griegos entraron en conflicto en el curso de su expansión desde Egipto hasta Escitia e India. Heródoto se esfuerza por no emitir juicios de valor y se remite a los egipcios al designar como bárbaros a todos los que hablan otro idioma, lo cual no tiene por qué ser en un principio peyorativo (Nippel, 2007: 34, 36). El contraste entre griegos y bárbaros fue politizado en la tragedia ática de la segunda mitad del siglo V a. C. y acompañado de una tendencia a la generalización (Nippel, 2007: 39): en vez de escitas, tracios, persas, egipcios, se habla simplemente de bárbaros y se los caracteriza como esclavos que se dejaban dominar por soberanos déspotas, en contraposición a los griegos, que vivían en libertad.

En la época alejandrina, los juicios etnográficos se hacen más excluyentes y sesgados, basándose en teorías ecológico-climáticas, formuladas igualmente por Heródoto, además de por Hipócrates, el padre de la medicina (Beller, 2007). Uno de los ejemplos más llamativos, conocido como la llamada paradoja de Epiménides, se formula en la Epístola de San Pablo a Tito, al remitirse a las palabras de un falso profeta: «Dijo uno de ellos (...): “Los cretenses, siempre embusteros, malas bestias, panzas holgazanas”. Verdadero es tal testimonio» (Nácar y Colunga, 1975: 1502).

En época romana nos encontramos con el primer tratado puramente etnográfico en la Germania de Tácito (98 d. C.), que es una colección de lugares comunes que se habían ido acumulando desde hacía tiempo sobre los bárbaros del norte. Tácito nunca nombra sus fuentes ni pretende basarse en observaciones personales (Nippel, 2007: 42). Lo que le interesa es establecer un contraste, una oposición con el mundo romano, variando a su conveniencia la valoración de los germanos en sentido negativo o positivo: o como un pueblo retrasado y primitivo, o como amante de la libertad, sencillo y puro. Los germanos se convierten en sucesores de los escitas, de los galos y de los celtas, para lo bueno y para lo malo, ya que las cualidades que se les atribuyen son ambivalentes. Basta comparar algunas de las afirmaciones de otros historiadores sobre dichos pueblos. Tácito afirma sobre los germanos: «si indulseris ebrietati suggerendo quantum concupiscunt, haud minus facile vitiis quam armis vincentur» («Si cedieras a su embriaguez, dándoles cuanto desean, podrías vencerlos más fácilmente por sus vicios que por las armas»).1 (Tacitus, 1972: 34). Pompeyo Trogo dice algo semejante sobre los escitas: «Priusque Scythae ebrietate quam bello vincuntur» («A los escitas los vence la embriaguez antes que la guerra») y sobre los galos: «gens aspera, audax, bellicosa» («pueblo huraño, osado, belicoso») (Seel, 1985: 189-190). Sobre los hispanos: «Corpora hominum ad inediam laboremque, animi ad mortem parati (...). Bellum quam otium malunt» («Sus cuerpos están preparados para el hambre y las penurias, sus ánimos, para la muerte (...). Prefieren la guerra al ocio») (Seel, 1985: 297-298).

Los estereotipos étnicos se convierten así pues en ambulantes e intercambiables, pasando de unos pueblos a otros. Así se va formando un repertorio de lugares comunes que serán utilizados una y otra vez por los escritores antiguos y medievales para caracterizar a los distintos pueblos y naciones.

En la Edad Media reina de manera generalizada la idea de que las gentes están viviendo en un territorio al cual han llegado después de un largo peregrinaje; de ahí la importancia de ser conscientes de los orígenes (Hoppenbrouwers, 2007: 45). La existencia de muchos y muy diferentes pueblos e idiomas siempre ha causado estupor e incluso inquietud, y esto se expresa, por ejemplo, en el mito de Babel, que es más tarde deconstruido en el de Pentecostés. En un intento de poner orden en este caos, el obispo hispanovisigodo Isidoro de Sevilla, en las Etimologías, hace una triple división de la humanidad en descendientes de Sem, Cam y Jafet, y deriva de ahí el concepto de «pueblos elegidos» típico de la Edad Media. Esto se expresa en la literatura por medio de una forma retórica más que de un estereotipo: el autoelogio. En su Historia Gothorum, Wandalorum et Suevorum, Isidoro declara a los godos como descendientes de Magog, hijo de Jafet, y los caracteriza como un pueblo brillantísimo (Rodríguez Alonso, 1975: 171). En el reino franco de los merovingios, el prólogo largo de la Lex Salica (entre el 576 y el 641) define a los francos como un famoso pueblo, consagrado por Dios, fuerte en las armas, valeroso, rápido y austero (Raposo, 1998: 306). En época carolingia, el monje franco-renano Otfrid von Weissenburg, en el prólogo a su refundición épica del Nuevo Testamento conocida como Libro de los Evangelios (hacia el 870), con el fin de justificar el uso de la lengua vernácula en esta obra, compara a sus compatriotas los francos con los romanos:

Sie sint so sáma chuani, / sélb so thie Románi (...) Sie éigun in zi núzzi / so sáma-licho wízzi, // in félde ioh in wálde, / so sint sie sáma balde (...) joh sint ouh fílu kuani, // zi wáfane snelle / so sint thie thégana alle. (Son tan valerosos como los romanos (...) y gozan de las mismas excelentes cualidades; en el campo abierto y en el bosque son igualmente válidos (...) siempre prestos a las armas; así son todos estos guerreros) (Erdmann, 1973: I.1, vv. 59-64).

Esas excelentes cualidades legitiman, e incluso obligan, a los francos a difundir por escrito en su propia lengua la palabra de Dios (Raposo, 1998: 308). La autoalabanza estereotipada es instrumentalizada aquí para un fin externo.

Una variante muy tosca de la autoalabanza la encontramos en las Glosas de Kassel2 combinada con un estereotipo negativo, aunque tampoco se puede descartar un uso irónico de ambas figuras. Se trata de un glosario con frases breves de la vida cotidiana en un latín bastante deficiente y en antiguo bávaro, probablemente para uso de viajeros, donde se puede leer:

Stulti sunt Romani, sapienti sunt Paioari, modica est sapientia in Romana, plus habent stultitia quam sapientia. Tole sint Uualhâ, spâhe sint Peigira; luzîc ist spâhi in Uualhum, mêra hâpent tolaheitî denne spâhi (Los italianos son estúpidos, los bávaros son listos; la sabiduría es escasa entre los italianos, tienen más estupidez que sabiduría).3

La palabra que se usa aquí para designar a los extranjeros es uualhâ, que en alemán moderno pasará a ser Welsche y que, según la zona y la proximidad geográfica, puede designar a los italianos o a los franceses; en cualquier caso, a los vecinos de lengua romance, que se concretizan en italianos en el sur y en franceses en el suroeste de Alemania. Ésta es la palabra que luego, en las Tablas etnográficas del siglo XVIII, se usará para los italianos.

En los albores de la Edad Moderna asistimos a un proceso de sistematización de los estereotipos que es testimonio del creciente impulso de ordenación de una realidad cada vez más inabarcable. Joannes Boemus (Johann Böhm) pasa por ser el fundador de la etnografía (Stanzel, 1999b: 14 y ss.) con su obra Omnium Gentium Mores, Leges et Ritus de 1520, que proporciona informaciones sobre diversos pueblos extraídas exclusivamente de lecturas, no de datos empíricos o de viajes, y muestra una clara tendencia a la clasificación, comparación y elaboración de listados. Además, es muy característica de esta época la difusión de estereotipos en la literatura de ficción. Son sobre todo los autores dramáticos quienes utilizan a menudo diccionarios de epítetos para componer personajes-tipo (Stanzel, 1987: 89). Pueden valer como ejemplos de ello la lista que aparece en los Poetices Libri Septem de Escalígero (1561), o el Thesaurus Epithetorum del francés Ravisius Textor de 1617, adaptado al inglés por Joshua Poole en 1657, con su lista de cualidades aplicables a diferentes naciones.

Otro ejemplo de la aplicabilidad de los esterotipos nacionales a la literatura lo da Agrippa von Nettesheim en su obra De incertitudine et vanitate scientiarum (1530), que alcanzó gran difusión en el siglo XVI y pronto se tradujo a varios idiomas, cuando compara el comportamiento amoroso de diferentes naciones con el fin de demostrar la vanidad del mundo:

El francés finge estar enamorado, el alemán oculta su amor, el español se convence a sí mismo de que es amado, pero el italiano no sabe amar sin celos.

Al francés le gusta una mujer agradable, aunque no sea bella; al español le gusta una bella, aunque sea vaga e indolente; el italiano prefiere a una tímida, el alemán desea a una que sea más atrevida y descarada.

El francés, con su amor tozudo al final se convierte de sabio en necio; el alemán lo gasta todo y al final se vuelve listo, pero demasiado tarde; el español acomete grandes empresas por amor; el italiano lo desprecia todo porque sólo quiere disfrutar del amor (citado según Bleicher, 1980: 15).

Aquí se traslucen caracteres típicos de novela o de obra teatral, y este potencial literario de los estereotipos se mantendrá, con mayores o menores restricciones, hasta nuestros días. El resurgimiento de la teoría del clima en los siglos XVII y XVIII (Beller, 2007) refuerza la creación y propagación de estereotipos en esta etapa de la Edad Moderna, fundamentando los caracteres nacionales en las tres zonas climáticas fría, templada y cálida.

Por último, este proceso de formación de los estereotipos nacionales encuentra su expresión más palpable en lengua alemana en dos curiosas producciones gráficas llamadas Völkertafeln (Tablas etnográficas).4 La primera de ellas es una litografía realizada por Friedrich Leopold en Augsburg, probablemente hacia el año 1725. La segunda, un cuadro al óleo anónimo procedente de la región austríaca de Estiria, que está basado en la litografía de Leopold y que data probablemente de mediados del siglo XVIII. La primera, perteneciente a una colección privada, suele denominarse como Litografía de Leopold; la segunda, que actualmente se conserva en el Museo Austríaco de Etnografía en Viena (Österreichisches Museum für Volkskunde), se designa como Tabla etnográfica de Estiria.

Ambas obras ofrecen una clasificación de los representantes «típicos» de diez naciones europeas alineados horizontalmente siguiendo una dirección aproximada de oeste a este y de sur a norte. La clasificación tiene lugar con arreglo a diecisiete conceptos o cualidades alineados verticalmente. Cada uno de estos tipos –español, francés, italiano, alemán, inglés, sueco, polaco, húngaro, ruso y turco o griego (sic, es decir, identificando a ambos en uno)– aparece representado por una imagen con una indumentaria característica.5 Ello da lugar a una doble estructura, ya que las descripciones se pueden leer en sentido horizontal/sintagmático o vertical/paradigmático. Leídas de manera horizontal ofrecen la perspectiva comparatística típica de la literatura etnográfica, lo cual se refleja a veces en la gramática, con formas comparativas o superlativas. Por ejemplo: la naturaleza del sueco es calificada de «cruel»; la del polaco, de «aún más salvaje»; y la del ruso, «la más cruel». El culto divino del español es «el mejor»; el del francés, «bueno»; el del italiano, «algo mejor»; y el del alemán, «el más devoto». En cambio, la lectura vertical ofrece el retrato completo de una nación y exige un mayor esfuerzo de combinación de conceptos, que a veces pueden resultar contradictorios, o simplemente inconexos; sobre todo cuando aparece una forma comparativa o superlativa cuyo término de comparación no se conoce si no se consulta la casilla anterior en sentido horizontal.

Aunque es evidente que la Tabla etnográfica de Estiria está basada en la Litografía de Leopold, ambas obras difieren sobre todo en las imágenes representativas de las naciones: las de la Litografía de Leopold muestran una indumentaria aún muy cercana a la del siglo XVII, mientras que la de la Tabla etnográfica de Estiria está modernizada de acuerdo con los usos de mediados del siglo XVIII (quizá con la única excepción de la imagen del español, que aparece vestido con un ropaje que más bien correspondería al siglo XVI, lo cual parecería denotar un carácter anticuado). Los textos son casi idénticos en una y en otra, con algunas excepciones.

Ofrecemos una traducción aproximada de los textos de la Litografía de Leopold (tabla 1) y de la Tabla etnográfica de Estiria (tabla 2), siguiendo los resultados de la investigación lexicográfica realizada por los autores del volumen colectivo Europäischer Völkerspiegel. Imagologisch-ethnographische Studien zu den Völkertafeln des frühen 18. Jahrhunderts, editado por Franz K. Stanzel (v. bibliografía).6

A la vista de la breve panorámica histórica aquí expuesta, puede afirmarse que las Tablas etnográficas no representan un hecho aislado, sino que se inscriben en la tradición milenaria de la formación de estereotipos nacionales iniciada, como se indicó más arriba, mucho antes de que existieran las naciones modernas. La primera mitad del siglo XVIII puede considerarse como una etapa de culminación de este proceso. Prueba de ello es la aparición en esa época de obras comprables a las Tablas etnográficas que contribuyen a engrosar la literatura popular sobre estos temas. Se trata, por un lado, del Laconicum Europae Speculum, una serie de nueve litografías publicadas a partir de 1736 en la ciudad de Augsburg, al igual que la Litografía de Leopold. En cada una de ellas aparece una nación representada por un cuadro alegórico enmarcado por diferentes emblemas alusivos al carácter y las cualidades de sus gentes.7 Los textos están en latín y se acompañan de una breve traducción al alemán. Por otro lado, hay que consignar la monumental enciclopedia de Johann Heinrich Zedler Grosses vollständiges UniversalLexicon aller Wissenschaften und Künste, aparecida entre 1723 y 1750, que dedica un extenso artículo al tema «Naturaleza (o carácter) de los pueblos» (Naturell der Völker), en el cual se aducen causas físicas (clima) y morales (educación) para explicar las diferencias entre los caracteres de los pueblos, que se presentan como algo casi inmutable y científicamente comprobado. Además, en cada artículo dedicado a cada nación, se encuentra un subapartado que trata del carácter nacional respectivo.8

De todo ello se desprende que la evolución de los estereotipos nacionales y/o étnicos, cuyo anclaje en la realidad es muy relativo y su carácter a menudo intercambiable, partiendo de unos orígenes literarios relacionados con la retórica (manifestados en las dos formas características del epíteto y la autoalabanza), sobre todo a partir del comienzo de la Edad Moderna desemboca en una tendencia creciente a una fundamentación pseudocientífica en forma de taxonomías, listados y comparaciones, tendencia que no remite ni siquiera en la época de la Ilustración. Es más: es entonces cuando encuentra su punto culminante en las Tablas etnográficas.

TABLA 1. Verdadera presentación y descripción de los principales pueblos de Europa y sus cualidades


[Traducción aproximada de la Litografía de Leopold, según Stanzel 1999a, reverso interior]

TABLA 2. Breve descripción de los pueblos de Europa y sus cualidades


[Traducción aproximada de la Tabla etnográfica de Estiria, según Stanzel 1999a, portada interior]

Estereotipos interculturales germano-españoles

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