Читать книгу Luz de alegría - El novio perfecto - Un buen novio - Barbara Hannay - Страница 10
Capítulo 5
ОглавлениеNEEN examinó la habitación con todo el espíritu crítico del que fue capaz, pero le resultó imposible ser objetiva después de todo lo que habían trabajado Rico, los chicos y ella la semana anterior.
En lo referente a la decoración, habían optado por un estilo colonial sencillo. No era su favorito, como tampoco aquella era la cafetería de sus sueños, pero…
Las paredes blancas, las mesas de madera rústica y el suelo de tablones pulidos, junto con las reproducciones de mapas antiguos y las fotografías que reflejaban el pasado convicto de Hobart tendrían mucho éxito entre los turistas.
Un golpe en la puerta principal le puso el corazón en la garganta. Qué tonta. Seguro que no era más que Travis esperando a que le dejara entrar.
Pero no, era Rico. El pulso se le aceleró.
–Hola –saludó apenas sin aliento.
–¿Te he asustado?
–Por supuesto que no.
Rico paseó la mirada por la habitación.
–¿Estás nerviosa?
–Emocionada.
Su mirada atravesó la sala y se clavó en la vitrina.
–¡Tiene un aspecto fantástico!
Se acercó a ella e hizo ademán de tocarla, pero Neen le apartó la mano.
–Acabo de limpiarla.
Él enarcó las cejas.
–¿De dónde has sacado el tiempo para cocinar todo esto?
Su mano estaba caliente, como recién sacada de un horno, y ella sintió un escalofrío en los dedos. Rico olía a pan recién hecho y a Neen se le hizo la boca agua.
–No lo he hecho yo. Le hemos encargado la mayoría de los productos a una empresa de catering. No me pagas lo suficiente como para hacerlos yo misma.
Él asintió, pero se giró señalando la vitrina.
–Esta es tu tarta agria de manzana.
La semana anterior, mientras todos se afanaban en preparar la cafetería, ella había llevado una tarta de queso, una tarta agria de manzana y un pastel de nueces de merienda para Rico y los chicos. Todos manifestaron su aprobación, y ella aprovechó para enseñarles cómo cortar y servir los postres.
–No he podido resistir las ganas de hacer un par de cosillas. Es una de las razones por las que quería abrir mi propia cafetería. Una vez los chavales tengan más experiencia y sepamos cuáles tienen más éxito, Travis y yo podremos dedicarnos a cocinar en los tiempos muertos.
–Espero que no haya tiempos muertos.
–Pues creo que te vas a llevar un chasco. Además, aprovecharemos esos momentos para rellenar los azucareros, limpiar las mesas, reponer los frigoríficos y todas esas cosas. Y tampoco queremos agotar a los chavales desde el principio.
Les había enseñado a preparar cafés con leche, solos y capuchinos; les había explicado cómo rellenar una comanda; habían desempeñado los papeles de camarero-cliente infinidad de veces… Pero la vida real podía ser muy diferente, y Neen sabía que al principio todo serían nervios.
–¿Cuánto tardaremos en poder abrir los siete días de la semana?
–¿Siempre tienes que pensar en cómo obtener el máximo beneficio? –le preguntó mientras limpiaba los menús plastificados–. ¿No puedes simplemente disfrutar con el hecho de que hoy es el día de la inauguración, aunque solo sea por un momento?
–Necesito que este local sea rentable lo antes posible.
¿Para qué, para que pudiera sacudirse el polvo de las manos y embarcarse en el próximo proyecto benéfico?
El plan era que Travis empezara a trabajar como chef en la cocina a tiempo completo, mientras los demás trabajarían a tiempo parcial de pinches y camareros. De momento, el presupuesto no les daba para más.
–Si la razón de ser de esta cafetería es formar a los chavales para que posibles empleadores los vean en acción, entonces…
–¿Entonces qué?
–Que si nuestra fuerza de trabajo se ve constantemente mermada porque nos roban a los empleados…
–Los chicos obtendrán un empleo en empresas respetables.
–Entonces estaremos siempre formando a nuevos chicos. Ninguno de ellos permanecerá aquí el tiempo suficiente para que podamos formarlos como encargados. Así que hasta que estés dispuesto a encontrar el dinero para contratar a uno, solo abriremos cinco días. Además, los lunes y los martes son días tranquilos de todas maneras.
–No quiero que pierdan el tiempo esta semana. Tienes que asegurarte de que arriman el hombro, porque si les dejas hacer los que les da la gana…
–Estoy en ello, Rico. Lo tengo todo organizado.
Le abrió la puerta a Travis, y sonrió. El chaval vaciló y le devolvió la sonrisa, nervioso.
–¿Estás listo?
Se giró para incluir a Rico en el momento y, entonces, con exagerada parsimonia, le dio la vuelta al cartel de la puerta para que leyera Abierto.
Rico se quedó mirando la puerta como si los clientes fueran a aparecer como por arte de magia. Empezó a dar vueltas de un lado a otro de la sala; mientras, Neen le daba unos golpecitos en el hombro a Travis.
–¿Por qué no vas a dejar tus cosas en el armario?
Una vez se hubo ido el muchacho, se giró hacia Rico.
–Sé lo importante que es este proyecto para ti, pero la expresión de tu cara va a asustar a los clientes. Vete a la oficina a hacer lo que quiera que hagas allí. Si te quedas aquí vas a ponernos nerviosos a todos.
Y ella no necesitaba ponerse nerviosa, ni tampoco a un hombre que olía a pan recién hecho y le ofuscaba los sentidos.
–Perdona, pero el éxito de este local es muy importante para mí.
Significaba demasiado y ella no lograba entender el porqué. Era como si su autoestima dependiera del éxito del proyecto.
–Vete a hacer las buenas acciones del día. No quiero verte por aquí hasta después de las dos y media, cuando haya pasado el ajetreo del almuerzo. Te recompensaremos con un café y un pastel y te contaremos cómo ha ido todo.
–Está bien –asintió él dirigiéndose hacia la puerta.
¡Vaya! No podía dejar que se marchara con esa expresión de preocupación.
–Rico.
Él se giró hacia ella.
–Deséame suerte.
–Neen, has trabajado tanto que no necesitas suerte.
Estiró el brazo y le agarró el hombro. Al sentir el tacto de su mano, a Neen se le aceleró el pulso. Rico posó la mirada en sus labios durante una fracción de segundo antes de retirar la mano. Todo fue tan rápido que Neen dudó de que hubiera pasado.
–Buena suerte, Neen.
Y sin más, se marchó.
Con el pulso y el corazón a cien por hora, trató de respirar a duras penas. Respiró hondo y contó hasta tres. Centrarse en el trabajo, era todo lo que tenía que hacer.
Su primer cliente, o mejor dicho, clientes, pues se trataba de un grupo de tres, entraron en el local exactamente ocho minutos después de que Rico se marchara. Pidieron huevos revueltos con tostada de levadura natural, y Neen les invitó al café. Travis preparó los huevos, ella el café y todo fue como la seda. Chocaron palmas detrás del mostrador.
A partir de entonces, fue un constante ir y venir de clientes. No a un ritmo de locura, pero lo suficiente como para estar entretenidos. La jornada transcurrió sin incidentes; hubo un par de platos rotos, un café derramado y una pizza quemada, pero todo el mundo se lo tomó con humor.
–Tengo la sensación de que no te importaría que estuviera aquí sentado todo el día –le confió un cliente a Neen–. ¿Habría algún problema si me trajera el portátil los miércoles por la mañana y trabajara unas horas desde aquí?
–Te reservaré esta mesa –le prometió Neen.
Miró el reloj: eran las dos y cuarto. Rico debía de estar a punto de llegar. Los muchachos estaban ocupados con sus tareas cuando una nueva clienta, una mujer italiana de generosas proporciones, hizo su aparición. Neen miró a Luke y él asintió, sacando su lápiz y su libreta.
Neen se dirigió a la cocina para vaciar el lavavajillas. Acababa de abrir la puerta cuando Jason apareció en la cocina.
–Esto, Neen… Yo…
No tenía que dar explicaciones. La expresión de su cara indicaba que había problemas. Le dedicó una sonrisa alentadora y se dirigió al comedor. No había oído el ruido de platos rotos, ni gritos ni…
Se detuvo en seco al ver que la italiana estaba sermoneando a Luke. Esto despertó instantáneamente su instinto maternal, pero aun así se obligó a sonreír.
–Hola, soy Neen, la encargada. ¿Hay algún problema?
–¡Estáis empleando a delincuentes!
Ella miró a Luke, que le devolvió la mirada con la mandíbula apretada y la mirada brillante.
–Solo le he preguntado que si estaba lista para pedir; no he hecho nada malo.
–¿Conocías a esta señora, Luke?
–No, no la he visto en mi vida. No sé qué problema tiene.
Neen le quitó el bolígrafo y la libreta.
–Gracias, Luke. Ve a ayudar a Travis en la cocina.
Luke asintió con desgana, pero obedeció. Neen se giró hacia la mujer.
–¿Le importaría decirme cuál es el problema, señora?
–El problema es que en esta cafetería se emplea a criminales.
Neen se estiró todo lo que pudo.
–Eso no es cierto. Ofrecemos formación a jóvenes desfavorecidos; son chicos listos y trabajadores, y estoy orgullosa de ellos.
La mujer se puso en pie. Era más alta que Neen y había algo vagamente familiar en sus ojos.
–Deberíais emplear a chicos decentes que no hagan temer a los clientes que los van a atracar.
–¡Mis muchachos no harían nunca una cosa así! Señora, usted ha decidido venir a este local sabiendo perfectamente a qué nos dedicamos. Nadie la ha obligado a entrar.
La mujer se quedó boquiabierta.
–¿Estás diciendo que no me quieres como clienta?
Neen depositó la libreta y el bolígrafo bruscamente sobre la mesa y se llevó las manos a las caderas.
–Le estoy diciendo que si va usted a frecuentar esta cafetería, deberá tratar a mis empleados con el respeto que se merecen.
Rico estaba llegando al local. Cruzó los dedos y miró por el primer ventanal. Había tres mesas ocupadas y más clientes un poco más allá. El nudo que tenía en la garganta se aflojó. Abrió la puerta, entró en el local y… se quedó paralizado. A poco más de un metro de distancia estaba Neen, con las manos en las caderas, enfadada, imponente, y él no pudo hacer otra cosa que mirarla boquiabierto. El calor inundó sus venas y la entrepierna se le endureció. Era incapaz de mover un solo músculo. Se humedeció los labios y alcanzó a oír las últimas palabras de Neen: «… deberá tratar a mis empleados con el respeto que se merecen». Entonces miró a la destinataria de la reprimenda y el pecho se le encogió de tal manera que casi le cortó el flujo sanguíneo. Se llevó el pulgar y el índice a los ojos.
–Hola, mamá.
Neen se quedó inmóvil y lo miró con los ojos como platos.
–¿Esta señora es tu madre? –preguntó y, volviéndose a su madre, añadió–: ¿Es usted la señora D’Angelo?
–La misma.
Neen levantó un dedo en forma de advertencia.
–Siéntense aquí. No estoy dispuesta a tolerar una escena, ¿entendido?
–Por supuesto –le aseguró él, deseando sentirse tan seguro como aparentaba.
Neen no se movió hasta que la madre asintió también.
–Gracias. Siéntense y disfruten.
Ambos tomaron asiento y ella comenzó a alejarse. Rico se removió inquieto en la silla.
–Hola, mamá.
–Hijo.
–¿Qué estás haciendo aquí?
–Quería ver por mí misma la cafetería en la que has estado perdiendo el tiempo. Quería ver a los criminales que empleas para poder identificarlos el día que te encuentren muerto en un callejón.
Por encima del hombro de su madre, Rico vio cómo Neen recomponía el cuello de la camisa de Luke, le alzaba la barbilla y le enderezaba los hombros. Dijo algo que hizo al chico sonreír antes de ponerle una libreta en las manos y señalar a unos clientes que estaban esperando. Sintió como si una mano enorme se le metiera bajo el pecho y le exprimiera el corazón y deseó que la mujer que tenía enfrente le hubiera demostrado a él la misma ternura.
–No es una pérdida de tiempo. Estamos haciendo un buen trabajo. Y, para que lo sepas, ninguno de estos chavales tiene antecedentes; no suponen una amenaza para nadie.
–¡Pamplinas!
Ojalá fuera la preocupación lo que había llevado a su madre hasta allí, en lugar de diez años de cólera y amargura. «Cólera y amargura que te tienes bien merecidas», pensó.
Hacía tiempo que había dejado de esperar ganarse la aprobación de su madre. Le falló y ella nunca se lo había perdonado. Si pudiera retroceder en el tiempo… pero no era posible.
Neen dispuso frente a ellos dos tazas de capuchino humeante y dos grandes tajadas de su tarta agria de manzana acompañadas de una generosa ración de nata King Island. A Rico se le hizo la boca agua. Neen apretó los labios, cruzó los brazos y los miró atentamente.
–Venga, pruébenlo.
Él no necesitó más incentivo. Tomó con la cuchara un gran pedazo de tarta y nata y se la metió en la boca. Los ojos se le entrecerraron al saborearla y tuvo que reprimir un gemido de gusto, mientras su madre no le quitaba ojo.
Él farfulló una disculpa.
–Hoy no he almorzado y estoy hambriento. Y esto… está increíblemente bueno.
Cuando su madre se dignó a probar la tarta se le abrieron mucho los ojos.
–¿La has hecho tú? –le preguntó a Neen en un tono que había perdido su beligerancia.
–Sí, es la receta de mi abuelo.
–¿Te ha dicho Rico que soy propietaria de un restaurante?
–No.
–¿Te importaría darme esa receta?
–No le va a salir gratis.
Rico se atragantó, pero su madre tomó su bolso inmediatamente.
–¿Cuánto?
Neen soltó una carcajada.
–Guárdese el monedero, señora D’Angelo. No es dinero lo que quiero –dijo mirando a Luke, que estaba sirviendo dos batidos en una mesa cercana–. Es su primer día, y usted ha estado a punto de quebrar su confianza. Si se disculpa, le daré la receta.
La mujer miró al chico y luego a la tarta. Luego se echó hacia atrás y dirigió la vista hacia Neen.
–Rico me ha dicho que estos chicos no han tenido problemas con la policía.
–Correcto.
Apretó los labios y asintió.
–Dile que venga cuando se quede libre. Y después, ¿te sentarás con nosotros?
–Lo haré encantada.
Unos momentos más tarde, Luke apareció junto a Rico.
–Señora, Neen me ha dicho que quería hablar conmigo.
Rico se sintió orgulloso del muchacho. Estaba haciendo lo posible por mantener la profesionalidad a pesar de los prejuicios de la señora D’Angelo, y él sabía muy bien lo mucho que le estaría costando a un chico acostumbrado a librar sus batallas de una manera diferente.
–Joven, te debo una disculpa. Me he precipitado en mis conclusiones y te he dicho cosas que no debía. Es obvio que eres muy trabajador y tu jefe debe de estar muy orgulloso de ti.
Luke alzó mucho las cejas, como si le costara creer lo que estaba oyendo.
–Muchas gracias, señora –balbuceó y, tras dirigirle a Rico una mirada rápida, volvió a la cocina.
Treinta segundos después Neen regresó con un café y un trozo de tarta para ella.
–Me temo que yo también me he saltado el almuerzo.
–Son gajes del oficio.
La madre de Rico le tendió una mano.
–Bonita D’Angelo.
Neen se la estrechó.
–Neen Cuthbert.
Las dos mujeres se pusieron a hablar y Rico sintió que sobraba. En su madre, no lo sorprendía, ¿pero en Neen? La miró. Su piel era suave y sonrosada, sus labios, cálidos y sensuales, y Rico sintió una palpitación en la entrepierna. Trató de centrarse en la tarta y el café.
–También te debo una disculpa a ti, Neen, por hablarle a tu camarero como lo hice. Pero… –suspiró hondo–, vivo con la angustia permanente de que Rico aparezca algún día apuñalado o algo peor.
Su preocupación maternal era pura apariencia, él lo sabía muy bien. Tras ella había una voluntad de acero dispuesta a doblegarlo.
–Lo entiendo –intervino Neen–. Pero es todo un hombre y puede cuidar de sí mismo. Le aseguro que los que trabajan aquí no suponen ninguna amenaza.
–Ahora lo veo. Gracias.
–Le escribiré la receta, señora D’Angelo, y se la pasaré a Rico para que se la dé.
–No, no.
Rico y Neen se la quedaron mirando.
–Mi hijo y tú sois amigos, ¿no?
–Rico y yo nos conocemos desde hace dos semanas. Antes que nada, somos compañeros de trabajo, pero…
–Bueno, pues apunta la receta de tu abuelo y tráela el lunes cuando vengas a cenar. Rico pasará a buscarte; cenamos a las siete y media.
Neen parpadeó.
–Mamá, puede que Neen tenga otros planes esa noche.
Una cosa era que lo mangoneara a él y otra que lo hiciera con una empleada.
–¿Tienes planes?
–Bueno, yo…
–¿Ves? No tiene –y dirigiéndose a ella, añadió–: ¿No te gustaría probar mi comida?
–Me encantará ir a su casa a cenar, señora D’Angelo. Le agradezco la invitación.
–Qué buenas maneras –dijo dándole a Neen unos golpecitos en la mejilla–. Ahora me tengo que ir.
Se puso en pie y le ofreció la mejilla a Rico, que se la besó. Volvió a mirar en derredor y soltó un fuerte suspiro al tiempo que meneaba la cabeza.
–Ay, Rico…
Él trató de no sentirse afectado por su desencanto. Una vez se hubo marchado su madre, Rico se desplomó sobre el asiento.
–Vaya, es una mujer de armas tomar. Y parece que no aprueba tu trabajo… –opinó Neen.
–Eso no es ninguna novedad.
–Anímate, Rico. «Es una verdad universalmente aceptada que…» nuestras madres están diseñadas para avergonzarnos.
–¿Orgullo y prejuicio, de Jane Asten? –preguntó él distraídamente.
–Adivina la primera línea, es mi juego favorito. Jugaba a él con mi abuelo.
La calidez con la que hablaba de su abuelo le conmovía. Sus ojos reflejaban tanta nostalgia y aflicción que sintió deseos de estrecharla entre sus brazos y consolarla. Lo cual no era una buena idea por varias razones.
–«Era el mejor de los tiempos…».
Por lo menos podía jugar con ella. Forzó una sonrisa. Demasiado fácil: Historia de dos ciudades. Abrió la boca para contestar, pero en ese momento sonó un gran estrépito procedente de la cocina.
–Era el peor de los tiempos.
Ella se incorporó.
–«¿Adónde va papá con ese hacha?» –refunfuñó–. Por si acaso no lo sabías, esta es de La telaraña de Carlota.
Él soltó una carcajada y volvió a centrar su atención en la tarta. A medida que comía, el nudo formado entre sus omóplatos comenzó a ceder. Neen había llamado a los empleados «mis chicos»; lo cual indicaba que estaba más entregada de lo que él hubiera esperado jamás. Lamió la nata de la cuchara. Paseó la mirada por la cafetería y sonrió. De pronto cayó en la cuenta de que se sentía más a gusto en la cafetería de Neen; no cabía duda de que era su cafetería, de lo que nunca se había sentido en casa de su madre. Y por un momento se permitió disfrutar de ello sin sentirse culpable.
Neen consideró que el día de la inauguración había sido un éxito rotundo. El jueves fue igualmente bueno. Pero el viernes, en medio del ajetreo del almuerzo, Travis recibió una llamada de teléfono.
–Neen, me tengo que marchar –anunció metiéndose el móvil en el bolsillo.
–¿Cómo? ¿Adónde? Estamos en medio del almuerzo, Travis. Te necesitamos.
–Tengo problemas en casa.
–¿Qué tipo de problemas?
Él la miró entristecido.
–Es mi hermano pequeño.
Vaya.
–Dame treinta segundos –le dijo ella señalándole con el dedo.
Salió de la cocina, le dijo al resto de los chicos que los dejaba a cargo del comedor y regresó para revisar los pedidos, que estaban alineados ordenadamente.
–¿Una ensalada César y un quiche para la mesa cuatro?
–Así es.
–Vale, lo tengo bajo control. Vete, Travis.
Hizo lo posible por seguir el frenético ritmo de los pedidos. Se había corrido la voz y el hecho de que el comedor estuviera abarrotado era una buena noticia, excelente, incluso, pero la emergencia de Travis no podía haber llegado en peor momento. Esperó que los chicos se las estuvieran arreglando sin ella.
–¿Qué diablos…?
Ni siquiera tuvo tiempo de mirar a Rico cuando este entró en la cocina. Llevaba sin verlo desde el miércoles y, aunque se puso a temblar de excitación, no apartó la mirada de la tortilla que estaba haciendo.
–¿Dónde diablos está Travis?
–Ha tenido una emergencia en casa; le ha pasado algo a su hermano pequeño.
Rico soltó un juramento mientras la pizarra se seguía llenando de pedidos. Finalmente, ella lo miró.
–Tu familia tiene un restaurante; algo de experiencia tienes que tener.
Los labios de Rico se fruncieron en una mueca que ella no supo interpretar.
–Ni la más mínima.
Entonces fue ella la que lanzó una imprecación. Él era su única opción.
–Quítate esa chaqueta y arremángate, D’Angelo. No hay mejor momento para aprender que el presente. En ese armario encontrarás un delantal.
Rico la dejó asombrada. Era rápido, diestro y seguía sus instrucciones al pie de la letra. Cuando pasó el peor momento del almuerzo, se volvió hacia él. Tenía las mejillas sonrosadas y le brillaban los ojos. A Neen se le aceleró el pulso; nunca lo había visto tan animado.
–¿Qué más puedo hacer?
–¿Cómo? ¿No has tenido suficiente por un día?
–Es genial, Neen. El ajetreo, la excitación… Sabía que esto tenía que ser gratificante…
Rico parecía más vivo que nunca y Neen sintió una corriente de calor deslizándose desde el cuello hasta el pecho… y más abajo.
–¡Eres un mentiroso! –exclamó dándole un puñetazo en el brazo–. Tienes mucha experiencia en la cocina.
Rico dejó de sonreír y se la quedó mirando con ojos insondables.
–Mi madre no me dejaba entrar a la cocina del restaurante, y si me pillaba merodeando en la cocina de casa me castigaba.
–¿Por qué? –preguntó ella, boquiabierta.
Él permaneció en silencio.
–¿Y ahora? Ahora vives solo, ¿no? ¿O sigues viviendo en la casa de tus padres?
–¡Por supuesto que ya no vivo en casa de mis padres!
Era un alivio.
–Compro comidas preparadas para calentar en el microondas.
–¿No cocinas nunca?
–No cocino nunca.
El brillo había desaparecido de sus ojos.
–¡Qué barbaridad! –acertó a decir–. Porque tienes verdadero talento para la cocina.
–Preferiría que no le dijeras nada a mi madre.
Él no explicó el porqué y ella tampoco preguntó.
–Lo del lunes por la noche… si prefieres que le presente mis excusas…
–¿Crees que eso la detendría?
–Yo…
–Será agradable tenerte a la mesa familiar, créeme. Además, mi madre es una cocinera estupenda, y te mereces que alguien te sirva a ti, para variar. Me gustaría que vinieras.
–En ese caso, me encantaría –de pronto, frunció el ceño–. Pero no va a ser una cita, ¿verdad?
–Por supuesto que no, Neen. Somos amigos, nada más. Pasaré a recogerte a las siete.
–Estupendo.
¿Amigos? Le parecía muy bien.
Rico se desenrolló las mangas de la camisa y volvió a ponerse la chaqueta.
–Siempre que quieras pasarte por aquí para hacer realidad tus fantasías de cocinero, serás bienvenido.
–Lo tendré en mente.
Los labios de Rico dibujaron una sonrisa que no se reflejó en su ensombrecida mirada.
Neen trató de tomárselo con filosofía. Para su tranquilidad era infinitamente mejor que él se mantuviera alejado de su cocina. Pero dudaba que lo fuera para la de Rico.