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Capítulo 4

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SI NEEN hubiera pensado que los labios de Rico serían tan fríos como su persona habría estado muy pero que muy equivocada. Eran unos labios calientes, abrasadores, que le transmitieron una tórrida quemazón de la cabeza a los pies.

Contuvo el aliento, pero no se apartó, y él la sujetó con más fuerza. La lengua de Rico le acarició tentativamente los labios, creando en ella un doloroso deseo que amenazó con hacerle perder la compostura, hasta que pensó que moriría si no respondía a aquel beso. Sus lenguas se rozaron y ella lo sintió gemir. Olía a loción de afeitado, pero su sabor era aterciopelado, como el de un Chardonnay cremoso. Se hundió en él para bebérselo entero.

Ni la mesa clavándosele en las costillas ni el estrépito de las tazas y vasos rompieron la magia inesperada del momento. Un momento lleno de energía y esperanza que le resultaba ajeno y, al mismo tiempo, maravilloso.

Más estrépito de platos.

Rico.

Parloteos. Risas.

Besándola.

Era maravilloso y…

–¡Un error!

Las palabras le salieron del alma, mientras le plantaba una mano en el pecho y lo apartaba de su lado. Se pasó el dorso de la mano por la boca para deshacerse de su sabor, en un intento de apaciguar el vociferante deseo que la poseía. Tal era el estremecimiento que sacudía su cuerpo, que tuvo que agarrarse a la mesa para no caerse. Rico la miraba, respirando agitadamente, aturdido y con expresión sombría.

Neen no se había imaginado que entre Rico y ella pudiera desatarse una lujuria tan instantánea. Él era tan contenido y estaba tan centrado en sus proyectos… Nunca había experimentado nada igual, ni con Chris ni con nadie.

Chris. Pensar en él le produjo un sudor frío. No estaba dispuesta a repetir la historia. Con el corazón en la garganta apartó los dedos de la mesa y se colgó el bolso en el hombro.

–Te deseo lo mejor en tu proyecto, Rico, pero después de pensarlo un poco más creo que no soy la persona adecuada para el puesto.

Necesitaba algo que la distrajera de sus problemas, pero no «ese» tipo de distracción.

Se puso rígida cuando él trato de tocarla. Los labios de él palidecieron.

–No te vayas, Neen. Por lo menos no hasta que te haya pedido disculpas –dijo mirando a otro lado–. Aunque ni yo mismo sé lo que ha pasado.

La luz de sus ojos se había esfumado, dejándolos apagados, sin vida. Neen deseó escapar del tumulto que se había desatado en su interior, de las recriminaciones que la abrumaban, de su propia estupidez. Pero esos ojos… si ella abrigaba recriminaciones, él las sentía multiplicadas por diez.

Tratando de recuperar la compostura, apoyó el bolso sobre su regazo y lo agarró con tanta fuerza que sus nudillos adquirieron un color blanquecino.

–Te doy dos minutos para explicarte.

Él se llevó dos dedos al puente de la nariz.

–Ya te dije que puse en duda tu compromiso con el proyecto.

Neen deseó que sus ojos perdieran ese tono apagado y que el color volviera a sus mejillas.

–Por eso no me elegiste a mí primero.

–Y, sin embargo, tú has aportado al proyecto algo más importante que el compromiso.

–¿Ah, sí? –preguntó tratando de que su voz sonara fría y cortés.

–La falta de prejuicios. No has juzgado a los chicos ni tampoco has dado por hecho que la cafetería está destinada al fracaso. Has aportado… un sentido de la justicia que me ha abrumado. Estás dispuesta a juzgar a las personas por sus acciones y no por cómo las percibe la sociedad.

–¿Por qué te sorprende tanto?

–Porque estoy acostumbrado a trabajar con gente como yo, que lucha una dura batalla contra los prejuicios y el conservadurismo, y había olvidado que hay gente que piensa por sí misma.

Ella meneó la cabeza. Rico debería salir y conocer más gente.

–Estaba preparándome a oír algo despectivo sobre los chavales, a que me dijeras que vivo en un mundo de color y fantasía por creer que esto puede funcionar. Y en lugar de eso, has aportado soluciones prácticas a posibles problemas y yo he sentido…

Ella se lo quedó mirando. ¿Qué había sentido?

–Esperanza.

–¿Y por eso me has besado?

–Se suponía que era un beso de agradecimiento, pero…

–Pero te has visto abrumado por mi magnetismo animal, ¿verdad?

Él entornó sus ojos.

–No te subestimes; eres una mujer atractiva, aunque intentes ocultarlo bajo esos trajes de chaqueta que llevas.

Neen parpadeó. Fue a decir algo, pero no salió sonido alguno de su boca.

–Lamento muchísimo mi falta de profesionalidad. Como te he dicho, no me explico lo que ha sucedido, pero quiero que sepas que estoy avergonzadísimo.

–Yo sí me lo explico. ¿Cuándo fue la última vez que te tomaste unas vacaciones, te soltaste la melena y te divertiste un poco? –preguntó señalándole con el dedo–. ¿Cuándo fue la última vez que te tomaste un descanso en el trabajo?

–Yo no me tomo vacaciones, Neen, ni tampoco días libres. Quiero hacer algo que merezca la pena, no repantigarme en un sofá.

Aquel hombre era como sus padres: comía, respiraba y dormía por su causa.

–Muy bien, pues te vas a convertir en una triste estadística. ¿Por qué no te inmolas directamente en una pira y terminas con todo?

Sus ojos relampaguearon, pero ella hizo caso omiso.

–No eres supermán, Rico. Estás hecho de carne y hueso, como el resto de los mortales. Y si no introduces algunos cambios en tu vida, te vas a quemar.

–Al menos lo haré por una buena causa.

–Eso díselo al resto del personal femenino al que acabarás besando inoportunamente.

–Te prometo que eso no volverá a ocurrir jamás.

Ella trató de ignorar el vuelco que le había dado el corazón.

–Dejando aparte la falta de profesionalidad, ¡soy tu jefe! Y estaría mal por mi parte darte a ti o a otra mujer la impresión de que estoy disponible cuando no lo estoy. En mi vida no hay tiempo ni lugar para el amor.

Ella parpadeó. ¿Por qué diablos no?

–Neen, eres importante para este proyecto. Te suplico que no dejes que mi comportamiento te lleve a dejar este trabajo.

Ella lo miró y, sin poder evitarlo, soltó una carcajada.

–¿Qué es tan divertido?

–¡Tú!

El hombre no tenía ni idea de cómo funcionaban las relaciones humanas normales. Era todavía peor que ella en ese sentido, y por alguna razón, eso la animó considerablemente. Pensó en su flamante sistema de seguridad, en las clases de defensa personal… y en el hecho de que Rico había sido lo suficientemente caballeroso como para no comentar la manera en que ella había respondido a su beso. Aquel hombre le gustaba; no podía evitarlo.

–Yo tampoco quiero darle a nadie la impresión de que quiero una relación. Todavía no estoy preparada para intentarlo de nuevo.

–Tomo nota –convino él en voz baja.

–Bueno, con tal de que eso quede claro, supongo que todavía tienes una encargada para tu cafetería.

Él se desplomó en el asiento.

–Gracias.

Pero no se dieron la mano; tocarse no parecía una buena idea.

–Bueno –dijo adoptando de nuevo una actitud profesional–. ¿Cuándo crees que vendrán los del servicio de control de plagas y el electricista?

–Mañana, o el viernes como muy tarde. Si trabajan durante el fin de semana, el local debería estar listo para pintarse el lunes.

–Genial. ¿Qué te parece si quedamos tú, los chicos y yo en la puerta del local a las nueve?

–Si quedamos a las ocho y media, te evitarás la hora punta en el puente.

–A las ocho y media, entonces. Dejaré los trajes de chaqueta en el armario y me pondré un jersey viejo y unos vaqueros –dijo al tiempo que se ponía en pie.

Él también se incorporó.

–Yo haré lo mismo.

¿De verdad tenía vaqueros ese hombre? A ella le parecía que su ropa informal debía de estar relegada al mismo oscuro agujero que el romance.

–¿Tienes una fotografía de Chris?

–¿Por qué? –preguntó ella frunciendo el ceño.

–Quiero saber qué aspecto tiene. Me gustaría poder identificarlo si empieza a merodear por el local.

No se le había ocurrido.

–Traeré una el lunes.

–Que pases un buen fin de semana, Neen.

–Hasta luego, Rico.

Cuando salieron a la calle, tomaron direcciones opuestas. Ninguno de los dos se volvió para mirar al otro.

El lunes, seis chicos se presentaron a echar una mano. Su excitación conmovió a Rico, que se sintió abrumado por una sensación familiar de impotencia. Tenía que sacarlos de la calle, encontrarles un trabajo, darles esperanza. Pero no tenía empleo para todos de momento. No soportaba pensar en los desastres que les acechaban: drogas, alcohol, violencia.

–¿Qué quieres que hagamos hoy, Rico?

–Hay que pintar las paredes, y en algún momento tendremos que sacar brillo al suelo, pero será mejor que esperemos a terminar con la pintura. Y la cocina necesita un buen repaso.

Estaba a punto de sugerir que crearan dos grupos, uno para la zona del comedor y otro para la cocina, cuando Neen tomó los cubos y el detergente y comenzó a repartirlos.

–Bien. Necesitamos un montón de agua caliente para lavar las paredes. Y también hay que extender esas fundas por el suelo.

Los chicos obedecieron sus órdenes; algunos parecían divertidos, otros se empujaban unos a otros y se lanzaban insultos en tono desenfadado. A Rico le entregaron un cubo de agua jabonosa y, tras estar a punto de protestar, se lo pensó mejor y se dispuso a lavar una pared, sin dejar de observar a Neen, que había adoptado el papel de organizadora.

Los chicos hacían un montón de ruido mientras trabajaban. En un momento dado Carl le dio un empujón a Luke, que en venganza le arrojó un trapo mojado. La trifulca que siguió a continuación terminó en un cubo derramándose que lo dejó todo empapado.

Rico se dio la vuelta.

–¡Portaos bien! Esto es una cafetería, no un campo de fútbol. Si no os vais a tomar esto en serio, mejor os vais. Conozco a veinte chicos a los que les gustaría estar en vuestro lugar.

–Nos estábamos peleando en broma –se quejó Carl.

–Cálmate –masculló Luke.

Travis, el mayor, los miró con enojo y se acercó hacia ellos.

–¿Algún problema? –preguntó haciendo crujir sus nudillos. Carl y Luke se apresuraron a negar con la cabeza y volvieron al trabajo.

Rico le lanzó una mirada rápida a Neen, esperando que el comportamiento de los chicos no la hubiera desalentado. Ella le devolvió la mirada.

–No pensé que fueras de los que lloran sobre el agua derramada.

La crítica implícita en el comentario le puso tenso.

–Este programa es importante y quiero que todo el mundo se lo tome en serio.

–Ya. ¿Y eso significa que no podemos reírnos ni pasarlo bien?

–Por supuesto que no –miró a Carl y a Luke, que le habían dado resueltamente la espalda. ¿Habría sido demasiado duro con ellos?

–Bien, me alegro de que lo hayamos aclarado –dijo ella.

A partir de ese momento, nadie le hizo ni caso, lo cual no le importó lo más mínimo. Mientras trabajaban, Neen entabló conversación por los chicos. No le dieron los detalles que Rico conocía; los hogares rotos, las drogas, la violencia, la pobreza, pero hablaron de sus equipos de fútbol favoritos, de lo que les gustaba hacer durante el fin de semana y de la comida que les gustaría servir en el café. Le contaron sus sueños y, en menos de tres horas, Neen sabía más sobre ellos de lo que él había averiguado en tres años. A pesar de eso, en un momento dado, Neen arrojó el trapo a un cubo y, volviéndose hacia los chicos con las manos en las caderas, anunció:

–¡Se acabó! ¡Esto pasa ya de castaño oscuro! Vamos a establecer unas normas aquí y ahora. Pensaba esperar a que la cafetería estuviera en funcionamiento, pero me temo que no puedo soportarlo más.

Los chicos se quedaron mirando a Neen con la boca abierta de sorpresa.

–El lenguaje que estoy oyendo en esta sala es espantoso y todos los que vais a trabajar en este lugar lo sabéis. En el momento en que entréis por esa puerta, los malos modales y los tacos se quedan fuera. Y como oiga alguna palabrota en horario de trabajo, os vais a enterar. ¿Queda claro?

Los chicos murmuraron «Sí, Neen», «Perdona, Neen», «Claro, Neen…», y ella sonrió.

–Gracias.

La sonrisa hizo que a Rico le diera un vuelco el estómago. Recordó el beso robado y sintió una palpitación en la entrepierna. Apretó los dientes y volvió a concentrarse en la pared. ¿Qué demonios le había llevado a besarla? No había actuado con tanta fogosidad desde que era un chico de diecisiete años, siempre metido en líos. Neen parecía despertar en él los impulsos de chico malo que llevaba diez largos años tratando de sofocar. No podía permitirse dar rienda suelta a dichos impulsos ahora. Ya habían hecho suficiente daño; no permitiría que volvieran a hacerlo.

Neen se acercó cuando Travis y él estaban a punto de empezar a colocar la cinta de enmascarar en uno de los ventanales.

–Travis, ¿te importaría ayudarme a descargar un par de cosas del coche?

El joven soltó inmediatamente la cinta de enmascarar y la siguió. Cuando Neen pasó cerca de Rico, le guiñó un ojo. La calidez del gesto, la complicidad que transmitía, le inundaron de calidez y le hicieron recordar la dulzura de su boca.

Al cabo del rato, Neen hizo su aparición desde la cocina.

–Venga, chicos, dejad el trabajo. Es la hora de comer.

Los chicos la siguieron, alborozados, mientras Rico se quedaba atrás deliberadamente. Recogió los rollos de cinta y los arrojó en su caja de herramientas, escurrió un par de trapos y…

«¡Maldita sea!».

Tiró los trapos en un cubo y salió al patio trasero, donde encontró a Travis a cargo de una barbacoa en la que se estaban asando salchichas y cebollas. Sobre una pequeña mesa plegable había una pila de bollos de pan, salsa de tomate y ensalada de col. El olor de la cebolla frita hizo crujir sus tripas.

–Pensé que íbamos a pedir una pizza.

–Creí que esto sería más divertido.

–Tienes razón.

Ella enarcó una ceja.

–¿Pero?

–Pero nada. Ha sido una buena idea, y punto. Tienes que decirme cuánto te ha costado, no quiero que lo pagues de tu bolsillo.

Ella se lo quedó mirando unos instantes, como esperando a que dijera algo más. Él permaneció en silencio, y Neen se sentó en el escalón encogiéndose de hombros.

Rico se preparó un perrito caliente, se sirvió ensalada, tomó una lata de refresco y recorrió el patio con la mirada. El único sitio libre para sentarse era el escalón, junto a Neen. Vaciló. Siempre podía acomodarse en el comedor que acababan de limpiar. Él solo. Podría hacer algunas llamadas… Pero un sexto sentido le indicó que Neen no se lo iba a permitir. ¡Maldita sea! ¿Quién era el jefe allí? Con un suspiro, tomó asiento en el escalón junto a ella.

Comieron en silencio durante un rato, pero él empezó a sentirse incómodo.

–Veo que te llevas bien con los chicos.

Ella asintió.

–Yo sí, pero tú no.

¿Cómo…? Rico se atragantó con el perrito caliente y Neen le golpeó la espalda hasta que dejó de toser.

–Eso no es importante –dijo fulminándola con la mirada–. Tú eres su jefa, eres la que tiene que trabajar con ellos. Yo solo soy…

–¿La persona que les está dando la oportunidad de sus vidas? ¿Por qué haces esto, Rico, si no te permites a ti mismo disfrutar con el proceso?

–En la vida no todo es diversión –le espetó.

Neen terminó la ensalada y se limpió los dedos y los labios con una servilleta de papel.

–Tampoco tiene por qué serlo el pesimismo. Yo no sé nada de tu vida, pero sospecho que estos chicos tienen más razones para quejarse que tú. Y, sin embargo, encuentran el momento para divertirse un poco. Son personas, como tú y como yo, con sus sueños y esperanzas. Sí, han empezado la vida con mal pie, pero no son ellos los que corren el peligro de perder su humanidad. Tú sí.

Se puso en pie y empezó a recoger los restos, mientras animaba a los chicos a que se sirvieran más comida. Él la miró y sintió ganas de llorar. No corría el peligro de perder su humanidad, pues la había perdido diez años atrás.

Neen también tenía ganas de llorar. La manera en que Rico mantenía las distancias, su desapego, su aislamiento… Estaba haciendo mucho por los chavales, y estos eran buena gente. Un poco brutotes, no lo negaba, pero al igual que los niños pequeños y los perros grandes, daban lo mejor de sí cuando se les prestaba algo de atención y se les elogiaba discretamente. Y, como acababa de descubrir, cuando se les imponían límites estrictos.

No les resultaba fácil, pero estaban haciendo un esfuerzo por no decir tacos. Parecía que les gustaba tenerla de jefa, algo que la conmovía hasta el punto de querer abrazarlos a todos. Y desde la regañina de Rico habían dejado de jugar a darse empujones unos a otros.

Neen depositó el rodillo sobre la bandeja, se llevó las manos a la parte baja de la espalda y se estiró, aprovechando para mirar a Rico. Estaba invirtiendo mucho esfuerzo en los chicos, pero no disfrutaba de los momentos que pasaba en su compañía.

Como si fuera consciente de estar siendo observado, él alzó la vista y Neen quedó atrapada en su mirada. El recuerdo de su beso robado la invadió, haciéndola estremecer. Él se enderezó, depositó el pincel sobre la lata de pintura y se acercó a ella poco a poco.

Neen se dio cuenta de que lo deseaba. Lo deseaba de una manera primaria, elemental. Dio un paso atrás, con la boca seca y el corazón desbocado. Normalmente evitaba a los ejecutivos almidonados; no le resultaban nada atractivos.

–Sé que esto no es exactamente lo que creías que ibas a hacer al firmar el contrato.

Él no se había dado cuenta de cómo reaccionaba su cuerpo ante él, gracias a Dios.

–No pasa nada; es divertido.

Él no dijo nada.

–Quiero decir… Sé que la diversión no entra en la descripción del puesto, pero…

–Me alegro de que estés disfrutando, Neen.

La miró largamente, y el corazón de Neen latió con fuerza. Necesitaba darse una ducha fría y poner distancia entre ellos. Se llevó la mano al bolsillo trasero y sacó una fotografía que le tendió.

–Aquí está la foto que me pediste.

Como por arte de magia, él volvió a adoptar una actitud profesional, distante.

–Bien –dijo mientras miraba la foto–. ¿Estarás libre durante media hora después del trabajo? Me gustaría presentarte al monitor de defensa personal.

–Claro, gracias.

Sin decir otra palabra ambos se dieron la vuelta y volvieron a sus respectivas tareas. En un intento de ahogar el retumbar que invadía sus oídos Neen se puso a tararear una canción de heavy metal que pensó que los chicos conocerían.

Uno a uno, se fueron uniendo a ella. Todos menos Rico.

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