Читать книгу Luz de alegría - El novio perfecto - Un buen novio - Barbara Hannay - Страница 7
Capítulo 2
Оглавление–NEEN.
Rico le tocó el brazo y ella dio un respingo.
–Lo siento, estaba distraída.
Bajo la formal camisa de algodón sintió un brazo firme y cálido, y apartó los dedos con desgana. Durante unos preciosos segundos, la solidez que él emanaba le recordó que en el mundo había algo más que sus problemas y tribulaciones. Si seguía centrada en sus preocupaciones se perdería un montón de cosas: diversión, amistad, la alegría de la juventud. Había solicitado el trabajo en la cafetería de Rico para distraerse; Chris acabaría por aburrirse y dejarla en paz.
Rico la observaba con los ojos entornados y ella trató de sonreír.
–Hacía tiempo que no ocurría ningún… incidente y se ve que he bajado la guardia. Pero…
–¿Pero qué?
El oscuro cabello de Rico refulgía bajo el sol de primavera, adquiriendo una tonalidad rojiza. Se había quitado la chaqueta del traje, pero la corbata seguía perfectamente anudada al cuello.
–Caminemos un poco –propuso ella, porque estar ahí parada mirándole le pareció, de repente, absurdo.
–¿Qué ibas a decir?
Ella se encogió de hombros mientras trataba de recordar qué había hecho al volver del supermercado. Había abierto la puerta con llave, Monty se le había abalanzado, ella había cerrado la puerta mosquitera para evitar que el perro se escapara y…
–Estoy segura de que cerré la puerta mosquitera con llave.
Era algo que hacía instintivamente.
–¿Crees que alguien forzó la cerradura?
–Seguro que estoy paranoica, nada más. Una semana después de que Chris y yo rompiéramos volví a casa una noche y me encontré todo abierto: la puerta principal, la trasera, todas y cada una de las ventanas… Seguro que todavía tenía una llave. Esa fue la primera vez que me mudé. La segunda fue cuando me desperté una mañana y vi que la casa en la que vivía de alquiler estaba cubierta de pintura roja.
Rico empuñó la mano derecha y se quedó mirándola unos instantes antes de dirigir su mirada al mar.
–Tengo pestillos en todas las puertas y ventanas, pero no en la puerta mosquitera. Normalmente no dejo las puertas abiertas, pero hoy hacía tan buen día que…
–Deberías poder dejar la puerta abierta sin miedo a que te ataquen –dijo él, virulento.
–Hoy he estado distraída porque he conseguido el trabajo –dijo ella sonriendo para tranquilizarlo, pero sin conseguir su objetivo–. Y esta noche tengo una cena que me está estresando bastante; necesito que todo salga bien. Por eso mandé a Monty al patio. Necesitaba treinta minutos para hacer los preparativos.
–Y después de lo de las ruedas estabas alterada; es comprensible.
No hizo mención de su exagerada reacción. No tuvo que hacerlo, flotaba en el ambiente. Aquella tarde, durante unos terroríficos segundos, ella había pensado que tendría que luchar por su vida. La boca se le secó al recordarlo. Empuñó las manos, decidida a no permitir que aquel hombre jugara con ella. No podía controlar las acciones de Chris, pero sí las suyas propias, y aunque no pensara bajar la guardia otra vez, tampoco permitiría que él controlara su vida.
–Hacía tiempo que no ocurría nada y pensé que quizá se había cansado. Además, no puede acercarse a menos de veinte metros de mí; en caso de que lo hiciera caería en él todo el peso de la ley y dudo mucho que quiera arriesgarse. Sin embargo, parece que sigue al pie del cañón, así que ¿preferirías que rechazara el puesto de gerente?
–¿Por qué iba a hacer algo así? –preguntó frunciendo el ceño–. ¿Crees que te acosaría en tu nuevo lugar de trabajo?
–No tengo ni idea de qué se le pasa por la cabeza, pero es una posibilidad, ¿no?
–No voy a permitir que un sociópata abusador determine a quién empleo o dejo de emplear y sé que tú eres la persona adecuada para este trabajo. Pero por el amor de Dios, Neen, ¿cómo se te ocurrió salir con alguien como él?
Lo había hecho porque estaba desesperadamente necesitada de amor. Chris se centraba plenamente en ella como nadie lo había hecho antes, aparte de su abuelo. Y ella lo había aceptado con entusiasmo, porque era débil y estúpida. Sus celos y su posesividad no salieron a la luz hasta más tarde. Si ella no hubiera estado tan necesitada a lo mejor se habría dado cuenta antes y habría puesto fin a la relación. Pero no lo hizo, y ahora estaba pagando el precio.
–Cometí un error. ¿Tú nunca cometes errores? –lo miró, pero en lugar de su rostro, vio un máscara oscura.
–Sí –asintió él bruscamente antes de darse la vuelta y emprender el camino de vuelta.
Ella miró en derredor, Monty seguía chapoteando en el agua, y se apresuró para alcanzar a Rico.
–Lo siento, no era mi intención desviar el tema hacia ti.
–Soy yo el que lo lamenta. A veces los inocentes pagan un precio muy alto, y es injusto.
Ella observó la pulcra corbata y los lustrosos zapatos y se preguntó qué errores del pasado lo atormentarían.
–Piensa en los jóvenes con los que trabajo. Ellos están pagando por los errores de otras personas. Ellos no tienen la culpa de ser hijos de madres adolescentes o de padres alcohólicos o drogadictos.
–¿Y tú quieres marcar la diferencia?
–¡Voy a marcar la diferencia! –dijo con ojos relampagueantes
Sus palabras, o quizá el tono en el que fueron proferidas, la estremecieron.
–¿Algunas vez has dado clases de defensa personal, Neen?
–No.
–¿Y por qué no? Es una de las primeras precauciones que deberías tomar.
Ella apartó la mirada de él y la dirigió hacia el mar y el monte Wellington, que dominaba la ciudad de Hobart.
–¿Neen?
–Esperaba que no fuera necesario, que la amenaza no llegara a ser física. Me imagino que me espía, que me sigue, y no quiero darle ideas.
Rico la miró y le dio un vuelco al corazón. De pronto le pareció pequeña y frágil. Se enfureció al pensar que alguien pudiera hacerle daño. Era importante que fuera capaz de protegerse en caso de agresión física.
–Las clases de defensa propia acaban de convertirse en obligatorias para el puesto que te he ofrecido esta mañana, Neen. Es una de las cosas de las que vine a hablarte.
Ella se quedó boquiabierta.
–Rico D’Angelo, menuda bola acabas de soltar.
–Se me olvidó comentártelo esta mañana cuando te entrevisté. La cuestión es que vas a trabajar con jóvenes desfavorecidos y algunos de ellos se han criado en ambientes agresivos.
–¿Y pueden ser violentos?
–Sin duda.
Él no tenía la intención de contratar en la cafetería a ningún maleante, pero…
–No creo que lleguemos a tener problemas, pero vas a lidiar con adolescentes.
–Y los adolescentes tienen un comportamiento hormonal e impredecible.
–El presupuesto para la cafetería cubrirá el coste de tus clases de defensa personal –ella hizo un gesto de protesta y él levantó una mano–. Insisto. Yo me encargaré de elegir al instructor, que me dará parte de tus progresos.
–Entonces esperaré a que me pases los datos –se giró para vigilar a Monty–. Este perro tiene una energía increíble.
Monty seguía revolcándose en las olas. La alegría física que desprendía por el hecho de estar vivo maravilló a Rico. Pero no tardó en volver a la realidad: estaba demasiado ocupado para nadar y holgazanear en la arena, algo que no echaba de menos en absoluto. Se giró hacia Neen.
–Mientras tanto… te convendrá practicar un poco ahora. Recuerda que si alguien te ataca tu primer objetivo es inutilizar al agresor el tiempo suficiente para escapar. Nunca te quedes a luchar con alguien más fuerte y experimentado que tú.
–Entendido.
–Si te atacan de frente, como estoy haciendo yo –explicó agarrándola por los hombros–, apártale los brazos así. Luego lo agarras por la camisa, le pegas un rodillazo en la ingle con todas tus fuerzas y gritas lo más alto que puedas.
La mayoría de las veces, el miedo a ser descubierto hacía huir al agresor.
–Ahora date la vuelta.
Ella obedeció.
–Si te atacan por la espalda, así, –dijo tomándola por los hombros y tirando de ella hacia sí mientras le inmovilizaba los brazos junto a los costados–, quiero que…
Se detuvo al ver que un perro furioso avanzaba velozmente hacia ellos. Rico comprobó, fascinado, que Monty se había convertido en una bestia asesina en un abrir y cerrar de ojos. Neen se apartó de él y vociferó «¡No!» al tiempo que mantenía la mano extendida frente a ella como si fuera un guardia de tráfico. El perro se detuvo en seco.
–¡Túmbate! –le ordenó con voz alta y dura, gesticulando con la mano.
Monty gimió y pateó la arena.
–¡Túmbate! –exclamó ella repitiendo el gesto.
Monty se tumbó en la arena y apoyó el morro sobre sus patas delanteras sin quitarle a Neen la vista.
–Los perros se rigen por un sistema de jerarquías –le explicó con una voz mucho más suave.
–Ajá –repuso él mientras su ritmo cardiaco aminoraba.
–Tengo que hacerle ver que tú estás más arriba que él en la cadena alimentaria, para que aprenda a respetarte.
Él tragó saliva.
–Estréchame la mano.
Él obedeció.
–Ahora, sin soltarla, inclínate hacia mí para que pueda darte un beso en la mejilla.
Él hizo lo que ella le pidió y se vio abrumado por su olor, una mezcla de fresas, madera… y perro. Los labios frescos de Neen rozaron su mejilla y él sintió que renacían estrepitosamente los impulsos de chico malo que llevaba diez años tratando de reprimir. Ella se apartó, pero no soltó su mano.
–Monty –dijo con voz suave al tiempo que hacía chasquear sus dedos. El perro se incorporó inmediatamente y le acarició la mano con el hocico–. Rico, acerca tu mano para que la huela, la recuerde… y te pida disculpas.
Rico hizo lo que decía, sin temor a que Monty le mordiera. La confianza de Neen se le había contagiado, y sabía que no era el tipo de mujer que pondría a alguien en peligro. Monty no tardó en lamer la mano de Rico.
–Buen chico –dijo Neen, soltando finalmente la mano de Rico y rascando el lomo del animal.
–¿Cómo es que sabes tanto de perros? –preguntó tratando de quitarse de la cabeza la curva de sus caderas en los vaqueros que llevaba puestos.
–Crecí con ellos.
–Creí que no te gustaban.
–Eso es verdad.
Vio que ella sacaba una pelota de tenis del bolsillo.
–Bueno, Monty, vamos a ver si te cansamos de verdad –dijo al tiempo que lanzaba la pelota. Rico meneó la cabeza.
«Mis chicos no saben lo que les espera».
A la mañana siguiente, cuando Neen regresaba a casa desde la playa, se encontró a un grupo de albañiles esperando junto a su puerta. Sintió un sudor pegajoso en las palmas de las manos. Miró en derredor, pero nada parecía fuera de lo normal.
–¿Es usted la señorita Cuthbert? –preguntó uno de ellos. Cuando Neen asintió, él añadió–: Nos han contratado para instalar nuevas puertas mosquiteras y sistemas de seguridad en los cinco apartamentos.
–¿Quién les ha contratado?
–La agencia inmobiliaria responsable de la propiedad –respondió el hombre.
–¿Puedo verlo?
Él le dio el formulario de pedido. El nombre de la agencia aparecía en el recuadro del solicitante, pero ella no dudó ni por un momento de que Rico estaba detrás de todo aquello.
–Yo vivo en el apartamento número tres –dijo devolviéndole el formulario–. ¿No deberían empezar por el uno?
–El residente del apartamento uno está fuera, y el agente inmobiliario no podrá abrirnos su casa hasta mañana. Tenemos entendido que el número dos está vacío, por lo que tendremos que esperar al agente.
Era el apartamento de Audra, o por lo menos, el que había ocupado antes de marcharse.
–Me han dicho que llame a la agencia inmobiliaria si tiene alguna pregunta. ¿Le importa que nos pongamos a trabajar ya? Nos llevará una hora, dos como máximo.
–En absoluto –no iba a mirarle el diente al caballo regalado. Abrió la puerta principal y los invitó a pasar con un gesto–. Adelante.
Se sentó en el patio con un taza de té mientras Monty sesteaba bajo el sol primaveral. Siguiendo un impulso, sacó el teléfono y marcó el número que le había dado Rico.
–D’Angelo –bramó una voz sin más preámbulo, lo que por alguna razón le hizo sonreír.
–Hola, Rico, soy Neen.
–¿Va todo bien?
–Sí, gracias.
Hacía tiempo que no se sentía tan cuidada por alguien. Agarró con fuerza el teléfono. Su deseo de ser cuidada, amada, era lo que la había metido en ese lío.
–Esto… solo quería darte las gracias. No sé cómo te las has arreglado para organizarlo en tan poco tiempo, pero la empresa de seguridad ya está aquí.
Él permaneció callado y a ella le invadió un sentimiento de vergüenza.
–¿Rico? –la vergüenza dio paso a algo más siniestro. Si se trataba de una de las triquiñuelas de Chris…–. Si no has sido tú el que ha pedido que me instalen una nueva puerta y un sistema de seguridad, más vale que me lo digas ya.
Tendría que llamar a la agencia para asegurarse de que todo estaba en orden, que era lo que debía haber hecho en un primer momento. ¿Qué demonios le había hecho llamar a Rico?
–El agente de la agencia inmobiliaria que se encarga de tu bloque de apartamentos me debe un favor, y decidí cobrármelo.
–Bien… –dijo ella tragando saliva–. Muy amable por tu parte. Solo quería… darte las gracias.
–Me limito a proteger mi inversión. ¿Has tenido tiempo de leer el contrato?
Neen notó sus intentos por poner distancia entre ellos y frunció el ceño. No es que esperara que las confidencias del día anterior los hubiera convertido en amigos de toda la vida, pero siempre había entablado amistad con sus jefes y no entendía por qué con Rico tenía que ser diferente.
–He leído el contrato y he cambiado una cosa.
–¿Qué?
–No voy a firmar por dos años, Rico. Creí que lo había dejado claro. Lo he cambiado a doce meses.
Él no dijo nada.
–Un descuido, sin duda, aunque me gustaría que lo reconsideraras. Cuando tomo una decisión, me gusta poner las cosas en marcha lo antes posible y se me olvidó cambiar esa línea.
–¿Por qué este proyecto significa tanto para ti?
–Tan pronto como abra la cafetería y obtenga buenos resultados, podré solicitar capital para abrir más cafeterías en otras zonas de la ciudad.
–¿Quieres crear una cadena de cafeterías benéficas?
–¿Por qué no?
A ella no se le ocurrió ninguna razón, aunque…
–¿Nunca te paras a disfrutar de la vida?
Él no contestó, y ella se estremeció al darse cuenta del atrevimiento de su pregunta. ¡No debía hacer preguntas personales ni mostrar curiosidad! La curiosidad estaba a un paso del interés, y ella no estaba interesada en ningún hombre. Punto.
–¿Estás ocupada hoy? –preguntó él–. Sé que oficialmente no empiezas hasta el lunes, pero me gustaría enseñarte el local y saber qué opinas de él.
Una corriente de emoción recorrió su cuerpo. Era la primera vez que se interesaba por un tema profesional desde que recibió los papeles de impugnación del testamento.
–Me encantaría, Rico. Pero la empresa de seguridad tiene para una hora más o menos. En estos momentos no me siento cómoda dejando que alguien cierre la puerta de mi casa.
–Claro que no. ¿Qué hay de tu coche?
–Le están cambiando las ruedas. Estará listo en algún momento de la mañana.
–¿Estarás libre por la tarde?
–Libre como los pájaros.
–Estupendo. Puedo enseñarte la cafetería y quizá presentarte a un par de aprendices.
–¿Dónde quedamos?
–Si vienes a la oficina a eso de la una y media, podemos ir juntos.
–Allí estaré.
–Por cierto, Neen –dijo él antes de colgar–. ¿Cómo fue la cena de ayer, por la que estabas tan estresada?
Le conmovió que se acordara, pero sintió un vuelco en el estómago: la noche anterior había sido un auténtico desastre.
–¿Neen?
Ella salió de su ensimismamiento y trató de inyectar algo de humor en su voz.
–Teniendo en cuenta la semanita que llevo, no fue exactamente como yo esperaba.
Había sido verdaderamente horrible.
–Siento oírte decir eso. Pero bueno, la semana no ha ido del todo mal. No olvides que has conseguido un trabajo interesante.
–Eso es verdad –convino ella antes de colgar.
Así que un «trabajo interesante». Suspirando, se preparó otra taza de té. El tiempo lo diría, pero aunque fuera verdad, no le compensaba no poder cumplir su sueño de abrir su propia cafetería. Esperaba no tardar mucho en hacerlo. Miró al cielo y musitó:
–Crucemos los dedos, abuelo.
–Nos han dejado el alquiler tirado de precio por un periodo de dos años –dijo Rico mientras abría con llave la puerta del local situado en Battery Point.
–¿Cómo demonios has conseguido eso en este lugar? –se asombró Neen–. Está prácticamente junto al mar, a tan solo un par de calles del Mercado de Salamanca. ¡Los alquileres en esta zona son astronómicos!
Rico se encogió de hombros. Aquel hombre era prodigioso.
–¿Te debían un favor?
–El propietario es el director de una granja lechera de la zona. Le he prometido hacerle publicidad en los folletos y en los menús.
–Eres un buen relaciones públicas.
Rico encendió las luces.
–Eso es lo mismo que pensó él.
Neen admiró la amplitud de la parte delantera del local, con sus dos magníficos ventanales que daban a la calle. Era una pena que no tuviera vistas al mar, aunque si fuera así, el alquiler no sería tan barato.
–Obviamente nos encargaremos de las obras de mantenimiento necesarias.
No cabía duda de que había mucha limpieza por hacer.
–¿Qué opinas?
–Creo que puede quedar genial. Bastará con una mano de pintura y un poco de trabajo duro –dio un paso atrás–. Calcula que aquí caben cómodamente unos sesenta comensales.
–Eso era lo que esperaba oír. Ven a ver la cocina.
Ella pasó una mano por el mostrador y las vitrinas de madera que se extendían por la pared del fondo. Se los imaginó pulidos y brillantes, exhibiendo una amplia selección de deliciosas tartas y pasteles. Sonrió por dentro. Era perfecto; no podría haber elegido un sitio mejor para la cafetería de sus sueños y… Se enderezó y, saliendo de su ensimismamiento, siguió a Rico hasta la cocina. Era más pequeña de lo que había imaginado.
–¿Has organizado ya una inspección de riesgos?
–Todavía no, ¿por qué? –bramó–. ¿Ves algún problema potencial?
Ella comenzó a señalar cosas.
–Hay cableado al descubierto ahí, ahí y ahí, y aquel enchufe podría provocar un incendio. Ese ventilador de techo no me hace sentir segura. Pero el horno quedará bien una vez esté limpio –abrió un armario e hizo una mueca cuando vio una cucaracha correteando en su interior–. Esta parte es muy oscura, lo que puede ser muy problemático. Necesitaremos tiras de iluminación en toda esta zona. Una buena visibilidad es importante cuando hay hornillos al rojo vivo y cuchillos afilados. No pondría en peligro a gente con experiencia, y mucho menos a novatos.
–¡Los chicos ya aprenderán!
–Por supuesto que lo harán, pero el proceso será más rápido y seguro con una buena iluminación –dijo mientras pasaba el dedo por una bancada y lo inspeccionaba con cara de asco.
Él soltó un suspiro.
–Eso costará una fortuna.
–¿Me has traído aquí para que te dé mi franca opinión o para que te dé unas palmaditas en la espalda y te diga que estás haciendo un trabajo fabuloso?
Él la miró con el ceño fruncido y Neen comprendió que estaba calculando frenéticamente el presupuesto del que disponía.
–Ahora entiendo por qué el alquiler es tan barato –gruñó.
–¿Cuánto estás pagando?
Él le dijo la suma y ella se encogió de hombros.
–Estamos en plena zona turística de Hobart. Has hecho un buen negocio.
Él no dijo nada y Neen dudó que la hubiera oído.
–¿Qué hay por ahí?
–El almacén, los servicios de los empleados y la puerta trasera.
Él le indicó el camino y abrió bruscamente la puerta del almacén. Una criatura peluda le rozó los tobillos y Neen soltó un grito.
–¿Qué…? –dijo él girándose hacia ella.
–¡Salgamos por la puerta trasera ahora mismo!
Salieron precipitadamente al patio encementado y ella pateó el suelo estremeciéndose.
–¡Qué asco!
Rico la miró como si se hubiera vuelto loca.
–¿Qué demonios estás haciendo?
Ella le señaló con el dedo.
–Puedo soportar los ratones, e incluso las cucarachas, ¡pero no estoy dispuesta a tolerar ratas!
El gesto de Rico se ensombreció.
–Aquí no hay ratas.
–¿Ah, no? –señaló algo detrás de él–. ¿Entonces qué es esa cosa que hay en el escalón?