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Capítulo 7

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UNA vez puesta la denuncia, Rico insistió en seguir a Neen con el coche hasta su casa. Quería verla entrar y asegurarse de que echaba los cerrojos. Necesitaba saber que estaba segura. Pensó que protestaría, pero no lo hizo. Quizá el incidente la había asustado más de lo que estaba dispuesta a admitir.

Rico aparcó y se dirigió al cobertizo para coches de Neen. Le había hecho prometer que se quedaría dentro del vehículo hasta que él llegara para abrirle la puerta.

–No es necesario, de verdad –dijo ella meneando la cabeza mientras salía del coche.

–Puede que no.

En cualquier caso, le hacía sentir mejor. Caminaron juntos hacia el apartamento. La mano de Neen tembló ligeramente al abrir la puerta. Exhalando, encendió las luces del pasillo y del exterior. Monty comenzó a ladrar en el patio trasero, lo que tranquilizó en parte a Rico. El perro la protegería.

–Quiero que cierres la puerta con llave, que eches el pestillo y que…

–¿Te apetece entrar? –preguntó, temerosa–. Tengo hambre y pensaba preparar un suflé de queso con finas hierbas. Con mi receta salen dos porciones muy generosas.

¡Maldita sea! Si algún día se encontraba con ese Chris… Se forzó a sonreír.

–¿Me dejarás batir la masa?

Neen sonrió de pronto y Rico se dio cuenta de que era la primera vez que sonreía desde que él entró en la cafetería. Eso ayudó a aflojar el nudo que sentía en el estómago.

–Puedes batir hasta hartarte –dijo poniendo los ojos en blanco–. Venga, será mejor que deje entrar al perro antes de que eche la puerta abajo o se haga daño.

Monty la recibió con todo el gozo del que era capaz su enorme corazón, tirándose a sus pies, lamiéndole las manos, los brazos y, cuando ella se inclinó para acariciarlo, también la cara. Pero en ningún momento le saltó encima.

–Cómo ha cambiado.

–No creas que ha cambiado tanto. Eso sí, el paseador de perros que encontraste ayuda mucho, sobre todo en días como hoy en que llego tarde a casa.

Le sonrió, agradecida. Le había comentado de pasada que necesitaba encontrar a alguien que paseara a Monty y dio la causalidad de que Rico conocía a un chico del barrio que tenía tiempo libre y los había puesto en contacto.

Neen se lavó las manos en la pila y le indicó que hiciera lo mismo. Le mostró el artilugio para batir los huevos como si este fuera la fruta prohibida y ella, Eva en el Paraíso, y él no pudo evitar sonreír.

–Qué tentadora –dijo, dispuesto a contribuir a la jovialidad del momento.

–Creo que Nigella ha demostrado lo sexy que puede ser una mujer en la cocina.

Se giró hacia la nevera y él cerró los ojos. Nigella no tenía ni punto de comparación con aquella mujer.

–¿Alguna vez has separado la clara del huevo?

–¿Que si he hecho qué? –preguntó él con la mirada en blanco.

Ella se frotó las manos y sonrió.

–Huy, creo que nos vamos a divertir. Será mejor que te pongas esto –dijo rebuscando en un cajón y tendiéndole un delantal.

Él hizo lo que le pedía y se concentró de lleno en la lección, decidido a hacerle olvidar a Chris. Pero mientras seguía las instrucciones de Neen y creaba algo que nunca antes se hubiera atrevido a hacer, descubrió que era su propia mente la que se calmaba. En aquel momento se sintió más vivo que… más vivo que Louis. Justo en ese instante, todo se oscureció. ¿Qué estaba haciendo? No había ido a casa de Neen a divertirse.

Un repentino golpe de viento hizo vibrar las ventanas. Una de las ramas de la grevillea golpeó el cristal y Neen dio un salto del susto. Trató de disimular dirigiéndose a la nevera para sacar una botella de vino. Rico apretó la mandíbula. Chris debería estar colgado por los pulgares por amenazarla de esa manera.

Neen sirvió dos copas y le acercó una.

–Sabes cómo preparar una ensalada, ¿no?

–Soy muy bueno cortando los pepinos en rebanadas.

Lo dijo con tanta seriedad que Neen soltó una carcajada. Pero la risa no alejó las sombras, y cada vez que ella miraba por la ventana, Rico agarraba con fuerza el cuchillo. Se aclaró la garganta, dispuesto a hacerla sonreír como había hecho en el casino.

–¿Sabes que se te da muy bien enseñar?

–Debo llevarlo en los genes.

–¿Tus padres son profesores?

Su rostro se ensombreció.

–No –contestó sonriendo, pero él advirtió que se había puesto tensa–. Me refería a mi abuelo; fue él quien me enseñó a cocinar. Era muy paciente y nunca se ponía nervioso en la cocina. Intento parecerme a él.

–¿Es él la razón por la que quieres abrir tu propia cafetería?

Ella asintió.

–Cuando era pequeña me pasaba horas describiéndole al detalle el local de mis sueños.

El horno emitió un pitido y los dos dieron un respingo. Neen sonrió.

–Hora de cenar. Pon la mesa mientras yo llevo la comida.

–¿Quieres comer aquí o en el comedor?

–Donde prefieras –contestó ella, ocupada en la preparación del aliño.

Cenaron en la mesa de la cocina. Rico quedó boquiabierto cuando ella sacó del horno un suflé perfectamente formado.

–Lo he hecho yo –dijo tontamente.

–Es perfecto.

Rico sirvió los platos y alzó la copa de vino.

–Salud.

–Salud –respondió ella imitando el gesto.

No podía posponerlo por más tiempo. Se llevó el suflé a la boca y lo mantuvo en la lengua unos instantes. Experimentó una explosión de sabor y se quedó mirando a Neen, incapaz de decir una palabra.

–Comida de dioses –dijo ella.

Y lo había hecho él. Él. Se le hizo un nudo en la garganta que le impidió comer durante unos momentos. Finalmente, el aroma de la comida disolvió el nudo. Comió hasta hartarse. Neen le sirvió más sin decir palabra y él siguió comiendo hasta que el suflé desapareció. Ella sonrió.

–¿Te encuentras mejor? –preguntó.

Se encontraba mejor que cuando conseguía una subvención del gobierno, mejor que cuando salvaba a un joven del desastre. Frunció los labios, recriminándose por ser tan superficial.

–Rico –dijo Neen, como si hubiera adivinado sus pensamientos–. No hay nada malo en disfrutar los frutos del propio esfuerzo. No le hace daño a nadie.

¿Que no le hacía daño a nadie? Él se quedó inmóvil. No, aquello estaba mal. Eran momentos como aquél los que le desviaban de lo que era importante.

–Eres demasiado ambicioso. Si no paras de vez en cuando, te quemarás.

–Encuentro gran satisfacción en mi trabajo.

–Pamplinas –Neen se levantó y comenzó a recoger la mesa–. ¿Quieres lavar o secar?

Él se puso en pie y llevó los platos a la pila.

–Mejor lavo yo. Tú sabes dónde guardar las cosas –abrió el grifo del agua caliente–. ¿Por qué crees que mi trabajo no me resulta satisfactorio?

–Porque nunca sonríes en el trabajo.

Sus palabras le hirieron y se quedó mirándola sin saber qué decir.

–Esta noche has sonreído mientras hacías el suflé. Y también mientras lo comías.

–Mi trabajo es importante. Tengo que mantenerme alerta constantemente para no perder subvenciones u oportunidades de inversión. Tengo que asegurarme de que los chicos no se metan en líos. ¡No tengo tiempo de sonreír!

–No digo que no seas bueno en tu trabajo, Rico. Creo que lo haces genial. Lo que digo es que de vez en cuando deberías hacer cosas que te hagan disfrutar.

Él se volvió a la pila y dio un resoplido de impaciencia.

–Quería darte las gracias, Rico. Que Chris se presentara de esa manera me asustó, pero tu compañía esta noche me ha ayudado a quitármelo de la cabeza. Ahora estoy mucho más tranquila.

Misión cumplida.

–De nada, Neen.

Ella se quedó mirándole la boca durante un largo rato y un suspiro escapó de sus labios entreabiertos. Se los humedeció y el deseo se apoderó de él. Entonces ella se apartó bruscamente, dejándole agarrado a la fuente del suflé, con la respiración acelerada, como si acabara de correr una carrera.

–¿Cuándo vamos a empezar a abrir los siete días de la semana? –preguntó Travis a la tarde siguiente.

Neen, que estaba sacando brillo a los cubiertos, alzó la mirada sonriendo.

–¿No llevamos ni siquiera tres semanas abiertos y ya quieres ampliar nuestras operaciones?

–Bueno, es que se nos está dando tan bien que…

–¿Que…?

–Me gusta trabajar aquí. Estoy muy agradecido por este trabajo.

Travis avanzaba a pasos agigantados. Sus aptitudes eran buenas cuando empezó, pero mejoraban semana a semana. Si seguía por ese camino alguno de los grandes hoteles para turistas lo cazaría. Neen se dio cuenta de lo mucho que lo iba a echar de menos. Pero al mismo tiempo sabía que ese era el propósito del programa de Rico: capacitar a los chavales para que pudieran trabajar en el mundo real. Aun así…

–¿Cuáles son tus sueños, Travis? ¿Adónde te gustaría llegar en tu carrera?

Ella esperaba oír que deseaba convertirse en el próximo Jamie Oliver, o en jefe de cocina de uno de los sofisticados hoteles de cinco estrellas de la ciudad.

–Quiero hacer lo que haces tú, Neen. Quiero regentar una cafetería.

Neen dejó de abrillantar los cubiertos para mirarlo.

–¿Y si el director del Wrest Point Casino te ofreciera formarte como cocinero?

El rostro del muchacho se ensombreció.

–Lo aceptaría.

¡Era lo que se esperaba de él!

–Travis, yo voy a estar aquí doce meses y después me gustaría abrir mi propia cafetería. Si el Wrest Point Casino te ofreciera el puesto del que te he hablado y, al mismo tiempo, Rico te ofreciera mi trabajo, en el que ganarías la mitad, ¿cuál escogerías?

–Este.

–¿Y el dinero?

–Puedo mantener a Joey con lo que gano ahora. Con este trabajo puedo pasar las noches con Joey y llevarlo al colegio por las mañanas. Trabajar el turno de noche en un restaurante no me permitiría hacerlo.

–Rico no me ha contado sus planes, pero si quieres te puedo enseñar a hacer mi trabajo y, cuando estés listo, si Rico está de acuerdo, podríamos empezar a abrir los siete días de la semana y tú estarías a cargo del local dos de ellos.

–¿De verdad? –preguntó con un brillo en los ojos.

–No te prometo nada; tengo que hablarlo primero con él.

Travis asintió. Se le veía tan entusiasmado que Neen sintió deseos de abrazarlo. Trabajaba duro y merecía que las cosas le salieran bien.

Un grito desde el rincón en el que solía sentarse Joey les hizo darse la vuelta. A Neen se le aceleró el corazón, pero no vio a Chris, sino a una mujer acercándose al mostrador haciendo eses.

–Qué local tan bonito –dijo arrastrando las palabras.

El hedor a alcohol la golpeó como una bofetada y Neen tuvo que hacer un esfuerzo para no retroceder.

–Gracias –acertó a decir, y antes de que pudiera preguntarle qué deseaba Travis salió del mostrador y tiró del brazo de la mujer.

–Mamá, te dije que no vinieras por aquí.

¡Era su madre!

La mujer le empujó.

–Dame dinero, desagradecido hijo de…

Un ataque de tos interrumpió su soflama. Neen cerró los ojos y tragó saliva.

–¡Dame tu sueldo, niño! Vives de mí como un parásito, me lo debes.

Joey se escondió detrás de la mesa. Neen lo vio allí agachado, con los ojos muy abiertos y la cara pálida, y le dio un vuelco el corazón. Sabía perfectamente cómo se sentía, aterrorizado, y sintió deseos de llorar.

–Hola, señora Cooper. Encantada de conocerla –dijo con voz serena. No quería que Joey se asustara más–. Soy Neen, la jefa de Travis.

La puerta de la cafetería se abrió y entró un cliente. Neen no apartó la mirada de la mujer por si acaso necesitaba realizar una llave de defensa personal.

–Sé quién eres y no he venido a verte a ti, sino a hablar con mi hijo.

El rostro de Travis se ensombreció y sus manos se convirtieron en puños. Neen se tragó un torrente de palabras airadas; gritar a una borracha no arreglaría las cosas. Sacó un billete de veinte dólares de la caja.

–Si le doy esto, ¿se marchará de aquí?

La señora Cooper miró el dinero y se pasó la lengua por los labios. El cliente que acababa de entrar soltó la puerta y avanzó hacia ellos a la velocidad del rayo. Cuando levantó la mirada vio que era Rico y pensó que nunca había estado tan contenta de ver a nadie.

Él se acercó y le quitó el dinero de las manos.

–¡No lo hagas!

–¡Oye! –gritó la señora Cooper.

Rico se volvió hacia ella y le clavó una fría mirada.

–¿Cuánto ha bebido?

–Eso no es asunto suyo –dijo arrastrando las palabras.

–Si no se marcha ahora mismo, llamaré a la policía.

–¡No me da miedo!

Rico sacó el móvil del bolsillo.

–Usted siempre con esos aires de superioridad. Está bien, me iré.

Se dirigió a la puerta, la abrió y salió, rabiosa. Rico cerró la puerta de un portazo, echó el cerrojo y se giró hacia Neen.

–¿Qué demonios…?

Ella sacudió la cabeza al oír a Travis proferir un juramento. El chico hizo como si fuera a golpear la pared, pero Neen se lanzó hacia él, le agarró la mano y lo llevó hasta una silla. Él volvió a maldecir y pegó un puñetazo en la mesa.

–Respira hondo –le ordenó poniéndole las manos sobre los hombros, en parte para reconfortarlo, en parte para que no se moviera de la silla.

Rico y ella se miraron y Neen señaló con la cabeza la mesa bajo la cual estaba escondido Joey. Rico no tardó mucho en hacer que saliera. Neen esperó que le diera un reconfortante abrazo al chiquillo, y al ver que no lo hacía extendió un brazo para que el chico se refugiara en él. Cuando sintió que Travis comenzaba a tranquilizarse, aflojó la presión.

–Quiero que sepas que lo que haga tu madre no te perjudica en absoluto. Estás haciendo un trabajo estupendo y estoy orgullosa de ti. No quiero que lo olvides.

Él respiró hondo y asintió levemente.

–Perdona que haya dicho una palabrota. Pensé que iba a estropearlo todo para Joey y para mí.

–Travis –susurró Joey–, ¿podemos volver a dormir en el cobertizo esta noche?

–¡Ni de broma! –saltó Neen–. Vosotros dos os venís a mi casa –le guiñó un ojo a Joey–. ¿Te gustan los perros?

El niño asintió.

–Tengo un perro enorme y un poco tontorrón al que le vas a encantar.

–¿De verdad?

–De verdad –le aseguró.

–Pero… yo… –balbuceó Travis.

Ella le sonrió tranquilizadoramente.

–No me supone ningún problema, de verdad. Me gustará tener compañía.

El alivio dibujado en su rostro fue suficiente agradecimiento.

–Todavía no he terminado de fregar la cocina.

–Bueno, pues ve a hacerlo mientras yo termino de recoger aquí.

Él se marchó, llevándose a Joey consigo. Rico la observaba en silencio.

–¿Cómo se te ocurre ofrecerle dinero a una alcohólica?

¿Era eso lo único que se le ocurría decir después de todo lo que había presenciado?

–¿No te das cuenta de que es una irresponsabilidad? –preguntó clavándole una mirada dura y fría.

–Solo quería deshacerme de ella lo antes posible, sin causar alboroto.

Lo había hecho por Joey y por Travis.

–¿Y qué pensabas hacer cuando volviera mañana, soltando la misma morralla y esperando que le dieras dinero? ¿Cuando corriera la voz y sus amigos empezaran a presentarse por aquí?

Ella tragó saliva. No había pensado en ello.

–Lo… lo siento. No volverá a ocurrir.

–¡Más te vale!

Su tono de voz la estremeció.

–Y vamos a dejar una cosa clara. Si ves la menor señal de consumo de alcohol o drogas entre los chicos, quiero saberlo inmediatamente, ¿me has oído?

–Sí –respondió ella sosteniéndole la mirada. Dio un paso atrás, con el corazón a cien por hora.

–¿Siempre muestras tan poca resistencia? ¿Era así como reaccionabas con Chris?

Toda la frustración que había contenido por el bien de Joey y Travis se apoderó de ella.

–¿Ahora vas a utilizar el tema de Chris en mi contra? Pues te digo una cosa: no pienso tolerar que me vuelvan a acosar de esa manera.

–¡No te estoy acosando!

–¿Qué estás haciendo entonces?

Rico se quedó inmóvil y la indignación fue desapareciendo poco a poco de su mirada.

–Yo… –Rico se frotó el cuello–. Lo siento.

Ella asintió.

–Una última cosa antes de dar por finalizada la conversación. Travis y Joey no se van a quedar en tu casa esta noche.

–Tienes razón –la bola de furia que se le había formado en el estómago se hinchó hasta ocupar todo su ser–. No se van a quedar esta noche, sino toda la semana.

Él abrió la boca.

–Y a menos que quieras que monte un numerito, más te vale que cierres la boca, te des la vuelta y te largues. Ahora mismo.

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