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Capítulo 3

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RICO lanzó un enérgico juramento. El roedor bajó correteando los escalones y se escabulló detrás de unos cubos de basura.

Una rata. ¡Maldita sea! El departamento de Sanidad se pondría las botas con aquello. Su visión de una próspera cadena de cafeterías benéficas quedó empañada durante unos instantes. De pronto parecía fuera de su alcance. Con la cabeza baja y los hombros vencidos, pensó que estaba exhausto de tener que pelear cada subvención, cada céntimo de dinero gubernamental, cada… Se puso derecho.

«Ya basta, D’Angelo. No tienes razones para quejarte».

Se le llenó la boca de esa bilis tan familiar. Alzó la cabeza y enderezó los hombros. Neen lo observaba con los ojos entornados y los labios fruncidos.

–¿Estás al día con la vacuna del tétanos?

La pregunta lo sorprendió.

–Sí.

Ella señaló la puerta.

–Entonces entra por esa puerta, apaga las luces y cierra con llave. Te espero en la parte delantera. ¡Ah! ¿Te importaría traerme el bolso? Lo he dejado en la encimera de la cocina –dicho esto, desapareció.

Con el ceño fruncido, él obedeció y se reunió con ella en el caminito de entrada a la cafetería. Le dio el bolso tratando de decir algo jovial, pero no se le ocurrió nada. Puso rumbo al coche, pero ella lo tomó del brazo.

–Ven conmigo.

–¿Adónde?

–Vamos a celebrar una reunión de emergencia.

–¿Una qué? ¿Dónde?

–En el pub que hay a la vuelta de la esquina.

–¿Qué te apetece beber?

Ella alzó la barbilla con aire desafiante.

–He tenido una semana de aúpa, y tengo sed.

Rico no supo por qué, pero sintió ganas de sonreír.

–¿Te apetece una buena jarra de cerveza?

–Será mejor que me la pidas sin alcohol. No quiero ponerme tontorrona y que me dé la risa floja. Pide también una bolsa de patatas fritas con sal y vinagre. Estaré ahí mismo –dijo señalando una mesa en el rincón.

Cuando regresó, se la encontró sentada frente a un boli y un cuaderno. Le dio un sorbo a la cerveza que él le tendía y, abriendo la bolsa de patatas, se llevó una a la boca.

–Tenemos que hacer una lista de tareas y organizarlas por orden de prioridad.

Él depositó con brusquedad su limonada encima de la mesa. Tenía que haber empezado a pensar en posibles soluciones a los problemas, como había hecho Neen, en lugar de desesperarse. Debería de haber sido más proactivo. Normalmente era tan…

El cumpleaños de Louis. Se desplomó sobre una silla. Aquel día habría sido el cumpleaños de Louis; la idea lo había hostigado desde el momento en que abrió los ojos aquella mañana, rodeándolo de oscuridad y de desprecio por sí mismo. Dio un respingo en el asiento al darse cuenta de que Neen lo observaba atentamente.

–¿Cuándo fue la última vez que dormiste a pierna suelta? –le preguntó.

«Hace diez años», pensó.

–Yo podría preguntarte lo mismo –dijo él observando las bolsas negras bajo sus ojos–. ¿Qué pasó en la cena de anoche?

Ella alzó una ceja.

–Lo siento, no es asunto mío.

–Terminó en acusaciones y palabras airadas. Lo que esperaba.

Las manos de él agarraron con fuerza el vaso.

–¿No invitarías a ese ex tuyo que…?

–¿Crees que soy idiota?

Lo fulminó con la mirada, y él se sintió aliviado.

–Lo siento, es que… tengo mucha experiencia con mujeres atrapadas en el ciclo de la violencia doméstica.

–¿Experiencia personal?

–No.

No había sido testigo de ella de niño, ni tampoco la había sufrido en sus carnes.

–En el trabajo. Sería horrible ver a la madre de uno pasar por eso.

Bastante duro era verlo en las familias de los chicos a los que trataba de ayudar.

–¿Te acuerdas que te conté lo del testamento impugnado?

Él asintió.

–La cena de anoche era con la otra parte interesada.

¿Y había terminado con acusaciones y palabras airadas?

–Lamento que no fuera bien.

–Te lo agradezco, pero no tiene nada que ver con el trabajo. Lo que necesitamos ahora es idear un plan de acción.

Rico estaba tan acostumbrado a que la gente le pidiera, o más bien le exigiera, ayuda que la actitud decidida de Neen lo dejó perplejo. En el buen sentido.

–Creo que lo más importante es, lo primero, fumigar el local, y lo segundo, llamar a un electricista para que compruebe el estado del tendido. Las ratas se lo comen todo.

–Conozco a uno que estará dispuesto a ayudarnos a cambio de publicidad.

–¿Cómo de grandes van a ser nuestros menús, Rico?

Él soltó una carcajada.

–No tengo contactos en el sector del control de plagas.

–Es obvio que te preocupa el presupuesto.

Neen se llevó la cerveza a los labios y él se dio cuenta de pronto de lo bonita que era. No era llamativa o vistosa; nadie diría que era bella, pero la mata de espeso pelo castaño, la naricilla respingona y la boca ancha la convertían definitivamente en una chica atractiva.

Ella se llevó la mano a la cara.

–¿Qué pasa?

¿Qué estaba haciendo? No tenía tiempo de ponerse a ponderar atributos femeninos, ni de coquetear, ciertamente no con una empleada. Estaba cansado, no se había tomado vacaciones desde hacía… diez años.

–Es normal preocuparse por el presupuesto.

–Mira, esto va a ser una cafetería benéfica. Un programa para formar a los jóvenes menos favorecidos y ayudarlos a encontrar trabajo, ¿no? Seguro que si conseguimos que la comunidad lo apoye el radio de acción será mucho mayor.

–Eso es lo que pretenden todas y cada una de las iniciativas benéficas. Y la comunidad está… un poco harta de estas iniciativas. La generosidad de la gente tiene un límite.

Rico lo comprendía, pero si pudiera involucrar a unas cuantas empresas más… El problema era que sus chicos no eran graciosos y adorables. Eran desgarbados, malhumorados y respondones, lo cual no ayudaba a la hora de hacer publicidad.

–Hace un tiempo una familia perdió su casa a causa de una tormenta. No sabían que el seguro no lo cubría. Una emisora de radio hizo un llamamiento para que gente de diferentes oficios ofreciera su ayuda. Se vieron inundados de ofertas. Por lo visto, la publicidad que recibieron compensó el trabajo que hicieron. Nosotros podríamos hacer algo parecido.

–Tengo un contacto en una de las emisoras.

El corazón de Rico comenzó a latir rápidamente. Si pudieran conseguir a un fumigador y un electricista gratis… Durante unos instantes sintió la tentación de tomar el rostro de Neen entre las manos y besarla, pero en lugar de eso le dio un trago a su bebida.

–¿También tienes contactos en la televisión local? –preguntó ella removiéndose en el asiento con los ojos brillantes.

–¿Estás pensando en que nos entrevisten a ti, a mí y a algunos de los chicos?

–Yo preferiría pasar desapercibida.

Rico recordó lo de su exnovio y apretó los puños por debajo de la mesa.

–Entiendo. Mira, Neen, he hablado varias veces con los medios, y a mí no me plantea ningún problema. Pero algunos de los chicos se expresan fatal.

–¿Por qué no hacemos algo divertido, usando el humor?

–¿Como qué?

Ella rio de repente, y él se dio cuenta de que olía al fresco aire alpino del parque nacional del suroeste de Tasmania. Un lugar que no había visitado en más de… diez años.

–Podríamos mostrar a un grupo de adolescentes caminando por la calle en actitud amenazadora y una voz en off que dijera: «¿Le gustaría ver a estos chicos merodeando por su calle?». También unos viejecitos metiéndose en sus casas a toda prisa y cerrando la puerta con llave. Luego, enfocaríamos la cafetería, donde estarían todos los chicos trabajando y sirviendo café y tartas deliciosas a los vecinos que antes estaban atemorizados. La voz en off podría decir algo así como: «Ayúdenos a apartarlos de la calle y a encontrarles un empleo».

Rico no pudo evitar reír al imaginar la escena.

–Costaría dinero… y tiempo.

–¿Pero, y si hace que la gente se fije en nuestra causa?

En eso tenía razón.

–Bueno, pasemos al siguiente punto. Tú te encargas de la campaña publicitaria.

–Una vez obtengamos la aprobación del departamento de sanidad y riesgos laborales, podríamos organizar una jornada de trabajo. Podríamos pedir ayuda a través de la radio. ¿Crees posible convencer a tus adolescentes de trabajar a cambio de nada?

–A algunos, sí.

Algunos deseaban una oportunidad desesperadamente.

–Si ayudan a pintar y a decorar la cafetería se sentirán más involucrados en el proyecto. Sobre todo si reciben pizza gratis a cambio.

–Es un plan excelente.

–También tendríamos que promocionar la apertura de la cafetería. ¿Crees que podríamos sortear tickets para el almuerzo el día de la inauguración?

–Creo que es una idea estupenda, pero me gustaría que ese día siguiera siendo el miércoles de la semana que viene.

–Pues vamos a tener unos días de lo más ajetreados, ¿no crees?

–Totalmente. Yo preferiría anunciar un evento para dentro de dos meses, e invitar a propietarios de restaurantes y hoteles, a encargados de empresas de catering…, a cualquiera que pudiera estar interesado en contratar a nuestros aprendices.

Ella aplaudió.

–Podríamos organizar un almuerzo para la Copa Melbourne. Para entonces los chicos tendrán algo de experiencia.

–¡Genial!

Él se acomodó en el asiento. Después de tanto trabajo duro e interminables trámites burocráticos, Rico comenzaba a apreciar el lado divertido del proyecto y a convencerse de que podrían hacerlo funcionar. Miró a Neen y de nuevo sintió la necesidad de inclinarse hacia ella y besarla. Por pura gratitud, nada más. Terminó su limonada de un trago.

–Neen, estoy impresionado. Desde el momento en que entraste en mi oficina supe que eras la persona adecuada para el trabajo.

–¿Pero?

–Pero no me había dado cuenta hasta ahora de hasta qué punto. Cuando te negaste a firmar un contrato por dos años, dudé de tu compromiso, pero me equivoqué. ¿De dónde salen tanta energía y tantas ideas?

Los ojos de Neen se llenaron de lágrimas súbitamente.

–¿Qué…? –preguntó, angustiado–. Te estaba piropeando. ¿Qué he dicho de malo?

Ella quiso decir que nada, que eran tonterías suyas, pero las palabras se negaron a salir. Además, no le apetecía mentir, no a Rico.

–Me has preguntado que de dónde saco tanta energía y tantas ideas…

–Era una pregunta retórica; solo quería alabarte.

–Lo sé, y te lo agradezco. Me has hecho sentir que estaba haciendo un buen trabajo.

–¿Pero…?

Ella se inclinó hacia él y estuvo a punto de tocarle la mano, pero se retractó en el último momento.

–Rico, mi sueño es abrir mi propia cafetería. Durante tres meses y medio pensé que estaba a punto de hacerse realidad. Busqué locales, diseñé menús, hablé con gente de posibles empleados. La cabeza me hervía de ideas, pero…

No pudo seguir. Su sueño se había aplazado indefinidamente, quizá para siempre, y… Sintió que algo se desplomaba dentro de ella, amenazando con aplastar algo bueno y puro en su interior. Enderezó la espalda y combatió el deseo de enterrar la cara entre sus manos.

–¿Pero has tenido que posponerlo hasta que se solucione el asunto del testamento?

–Exacto.

–Y mi cafetería se está beneficiando de tu desengaño…

Él le tomó la mano, inundándola de calidez y algo más que no supo definir.

–Neen, no es más que un retraso. Al final, conseguirás tener tu propia cafetería. Eres lista y capaz, y…

–Rico –no quería darle la impresión de estar sumida en la autocompasión–. Te agradezco que me hayas dado una oportunidad. Si no puedo llevar a la práctica mis planes de abrir mi propia cafetería, dirigir la tuya es la mejor alternativa. No quiero que pienses que no estoy entregada al cien por cien, o que te voy a dejar en la estacada. Pase lo que pase con el testamento, te he prometido un año.

–No dudo de tu compromiso, Neen.

–Pero tampoco quiero que pienses que te estoy prometiendo más que eso.

Él se echó hacia atrás y le soltó la mano.

–Comprendo –dijo con rostro inexpresivo.

Neen lamentó su retraimiento, pero se dijo que era mejor así. No quería darle la impresión de haber hecho suya su causa. Ella tenía sueños, sueños que sin duda la gente entregada a una causa consideraría egoístas. Sintió un sabor acre en la boca; eso era exactamente lo que le habían dicho sus padres la noche anterior. Eran demasiado fanáticos para reconocer sus propias obsesiones. Trató de sacudirse los recuerdos de la cena de la víspera; regodearse en ellos no le hacía ningún bien.

–¿Cuándo conoceré a los chavales?

Él miró su reloj.

–Les he pedido a varios de ellos que vengan al centro comunitario esta tarde.

¿El centro comunitario? No parecía mal sitio; mejor que una pista de patinaje o de baloncesto.

–¿Suelen reunirse allí?

Cruzó los dedos, con la esperanza de que los chicos de Rico se tomaran el trabajo en serio y aprovecharan la oportunidad que se les ofrecía.

–El centro tiene un gimnasio gratuito que suelen frecuentar.

Neen advirtió cómo la expresión de Rico se suavizaba cuando hablaba de ellos.

–Quiero que les des una oportunidad, Neen. Son algo rudos, pero es que han tenido una vida dura.

–No tengo intención de prejuzgarlos.

–La mayoría de la gente espera lo peor de ellos. Yo intento esperar lo mejor.

–Espero que sean conscientes de lo afortunados que son de tenerte como protector.

Él permaneció en silencio.

–¿Cómo acabaste haciendo este tipo de trabajo?

La luz de sus ojos se ensombreció.

–No fue algo casual, sino muy deliberado.

Neen esperó en vano a que siguiera hablando. Mensaje captado. Tragó saliva y asintió, recordándose a sí misma que no era más que una empleada y que los hombres entregados a las buenas causas no le parecían ni remotamente atractivos. Y aunque se lo parecieran, lo último que quería era una relación o una aventura. Ya había buscado el amor y se había llevado un escarmiento. Había aprendido la lección; nadie podía acusarla de ser mala estudiante.

–Pues entonces llévame a ese centro comunitario del que hablas –dijo poniéndose en pie.

Neen conoció a cuatro de los chicos que Rico había seleccionado para trabajar en la cafetería. El quinto no se presentó. Todos ellos mascullaron un saludo y trataron a Neen con relativa educación y a Rico con respeto. Entre ellos, sin embargo, el comportamiento era rudo y el lenguaje, insultante.

–¿Qué te han parecido? –le preguntó Rico cuando salieron del centro minutos después.

Ella lo miró.

–Necesito un café.

–No son tan malos –afirmó él, tenso.

–No he dicho que lo fueran. ¿Por qué te pones a la defensiva?

La relación que mantenía con los chicos la tenía totalmente confundida. Los defendía con tanta pasión que ella había esperado que adoptara un papel de hermano mayor cuando estaba con ellos. Nada más lejos de la realidad. No había duda de que los chicos lo respetaban, pero Rico se mantenía distante, y ella no comprendía el porqué.

–Hay una cafetería por aquí cerca que me gustaría que vieras. Quiero hablarte de los chicos y de temas puramente logísticos –dijo ella echando a andar en dirección a la cafetería–. Esperabas que nada más conocerlos me enamorara de ellos y te dijera que tus planes van a salir a la perfección y que va a ser un éxito rotundo, ¿a que sí?

–No, no esperaba eso, pero hubiera estado bien. En lugar de eso, te has puesto a pensar en problemas y desastres.

–Y también en sus posibles soluciones –puntualizó ella.

–Es verdad, perdona –se disculpó–. Es que estoy tan acostumbrado a tener que defenderlos, que automáticamente…

No terminó la frase y ella tampoco lo hizo por él. Entraron en el local.

–¿Qué te parece? –le preguntó señalando con la mano la decoración mientras esperaban a que les llevaran el café.

–Me gusta. Tiene encanto y es acogedor. Estaría genial crear un ambiente así.

Ella reprimió un suspiro. Eso no ocurriría jamás.

–Nuestros cafés están listos. Quiero que te fijes en la camarera.

Le dieron las gracias cuando esta les sirvió las tazas.

–¿Qué se supone que tenía que ver? –le preguntó cuando la chica volvió al mostrador.

–Es bajita, ¿verdad? Y bastante grácil.

–Supongo.

–Mira el espacio que hay entre las mesas. Escaso, ¿no te parece? Ahora piensa en el tamaño de los chicos que me acabas de presentar. Había olvidado lo brutos y torpes que pueden ser los adolescentes.

–¡Ya aprenderán!

–Ay, Rico, ¿puedes dejar de ponerte a la defensiva por un momento? No estoy diciendo que no vayan a aprender, sino que si queremos que den buena impresión tenemos que crear un ambiente que lo haga posible.

Él la miró tamborileando la mesa con una mano.

–Para que cuando posibles empleadores vengan en busca de talentos…

–Exacto. Creo que será mejor que optemos por líneas limpias y menos mesas, en lugar de por el encanto campestre que se respira aquí. Deberíamos aprovechar la historia de Battery Point y recrear el ambiente de una colonia de convictos.

Él la miró con intensidad, haciendo que su corazón latiera con fuerza. Tenía unos ojos muy seductores.

–¿Te han caído bien los chavales?

–Es demasiado pronto para decirlo –dijo frunciendo el ceño–. Bueno, Travis me ha parecido estupendo.

A sus diecisiete años, Travis era algo mayor que los demás, y además tenía experiencia en restaurantes de comida rápida. Mantuvo el contacto visual con ella durante toda la conversación. Neen había percibido la ambición en su mirada y, al igual que Rico, mantenía ligeramente las distancias con el resto del grupo.

–Es un diamante en bruto. Si le dan una oportunidad, llegará lejos.

Rico la estaba mirando con la boca entreabierta. De pronto, una luz relampagueó en sus ojos y, antes de que ella pudiera darse cuenta de lo que ocurría, se inclinó hacia ella, tomó su cara entre las manos y la besó.

Luz de alegría - El novio perfecto - Un buen novio

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