Читать книгу Luz de alegría - El novio perfecto - Un buen novio - Barbara Hannay - Страница 11
Capítulo 6
ОглавлениеCUANDO Rico se marchó, Travis salió de las sombras del almacén. Neen sospechaba que llevaba un buen rato allí escondido, pero no le preguntó.
–Hola, ¿solucionaste el problema?
Él asintió vagamente y señaló algo detrás de él.
–¿Te importa si mi hermano pequeño se queda en el patio hasta que termine mi turno? Te prometo que se portará bien.
Ella frunció el ceño y se dirigió a la puerta trasera para echar un vistazo. Sentado en el escalón, un chiquillo desaliñado botaba con tristeza una pelota de tenis entre sus pies.
–Vaya, Travis, cuando hablabas de tu hermano pequeño no exagerabas.
El niño no tendría más de siete años. Cuando se volvió, percibió el miedo en la cara de Travis y le dio un vuelco el corazón.
–¿Por qué no lo sientas en una de las mesas del rincón y le das algo de comer, un batido y un tebeo?
La mirada de Travis se iluminó.
–¿Estás segura?
–Pues claro que estoy segura –hizo ademán de irse, pero se detuvo–. Travis, ¿estáis a salvo?
–Por supuesto.
–¿Por qué no querías que Rico supiera nada?
–Estamos teniendo problemas en casa, pero dentro de unas semanas cumpliré dieciocho años. Entonces podré apartar a Joey de todo aquello y convertirme en su tutor legal.
–Rico te ayudaría.
Puede que no fuera cálido y juguetón con los niños, pero estos le respetaban y le tenían confianza, o al menos eso le parecía a Neen.
–Si se entera de lo mal que estamos en casa, llamará a los Servicios Sociales. Rico es un buen tipo, pero es su trabajo. Pondrán a Joey en un programa de cuidado tutelar y… Seis semanas, Neen, es todo lo que necesito.
Los ojos le ardieron. A veces lo único que necesitaban las personas para avanzar en la vida era una persona a la que amar, como Travis quería a su hermanito. Como ella había querido a su abuelo.
–¿Me prometes que ninguno de los dos corréis peligro físico?
–Sé cómo protegernos de él, te lo prometo.
–¿Me llamarás si te metes en algún lío? ¿Tienes mi número de móvil?
Él asintió. Ella soltó un suspiro que en nada alivió la tirantez que sentía en el pecho.
–Está bien.
–Gracias, Neen.
–Creo que para Joey será mejor venir aquí después del colegio de miércoles a viernes, ¿no te parece?
–¿Estás segura?
–Totalmente.
El chico sonrió.
–Eh, Joey, ven que te presente a la señorita Cuthbert.
Rico giró el volante a la altura de una mansión con vistas al puerto en Sandy Point, un acomodado barrio de las afueras, y Neen se quedó boquiabierta.
–¿Te criaste aquí?
–¿Dónde pensabas que me había criado?
–A juzgar por tu afición a hacer buenas obras, en un gueto.
–Que no te oiga mi madre –dijo él con una media sonrisa.
Esa sonrisa que podía ensancharle el corazón y llenarla de calidez. Aquella noche el magnetismo de Rico era imposible de negar. Lo había visto con sus trajes de chaqueta, todo serio y peripuesto y con unos vaqueros cubiertos de pintura con los que no parecía estar del todo a gusto. Pero aquella noche llevaba unos chinos color arena y un polo azul y… Aquella noche su masculinidad la abrumó y de pronto vio en él a un hombre con el que no le importaría pasar más tiempo. Una idea peligrosa.
Los dos apartaron bruscamente la mirada al mismo tiempo, al darse cuenta de que llevaban observándose demasiado tiempo.
–Vamos –gruñó–. Terminemos con esta cena.
–Veo que esperas pasar una velada divertida…
Él no contestó.
Neen no tardó en simpatizar con la familia de Rico. Tenía dos hermanos mayores, ambos casados, que trabajaban en el restaurante familiar y estaban claramente contentos de hacerlo. Rico permaneció en un segundo plano, callado casi todo el tiempo. Neen recordó las frías miradas de Bonita, los comentarios cortantes que le había dedicado a su hijo en la cafetería y no le sorprendió que él se mostrara tan reservado. Pensó también en lo mucho que había disfrutado el viernes en la cocina y se preguntó por qué no le habrían permitido seguir los pasos de sus hermanos mayores.
–¿Qué te parece mi comida, Neen? –preguntó Bonita mientras cenaban.
–¡Deliciosa! Nunca había probado un escalope de ternera tan bueno.
–Chicos, Neen tiene muy buena mano para los postres. Sí… –dijo señalando a Neen–, mis espías me han informado de tu tarta de queso, tu bizcocho de toffee y dátiles y tu tarta de lima –miró a Rico de soslayo–. Puede que trate de robártela para llevármela al restaurante.
–¡Que no se te pase por la cabeza!
–Puedo pagarle el doble de lo que le pagas tú.
–Me he comprometido con Rico durante un año. Le he dado mi palabra, y el trabajo me resulta interesante –intervino Neen.
–Tonterías. Si cambias de opinión…
Rico se quedó mirando el plato y Neen reprimió un suspiro. ¿Por qué era tan tensa la relación con su familia? No había duda de que Rico era complicado, y Bonita dominante y autoritaria, pero ella parecía llevarse muy bien con sus hijos mayores. ¿Qué había hecho Rico para merecer la continua desaprobación de su madre?
–Neen, ¿podrías imbuir algo de sentido común en mi hijo pequeño?
Neen sintió cómo Rico se ponía tenso. Le dieron ganas de apretarle la mano por debajo de la mesa. Le parecía injusto que todos se pusieran en su contra. Especialmente, cuando se dejaba la piel en un trabajo tan desagradecido.
–¿Sobre qué?
–Sobre ese trabajo tan ridículo que tiene.
Ella depositó el cuchillo y el tenedor sobre el plato.
–¿Qué tiene de malo su trabajo?
Era cierto que tenía que aprender a relajarse un poco, ¿pero no se daba cuenta su familia de lo importante que era su labor?
–Trabaja con gentuza, con delincuentes.
–Pensé que la había convencido de que los chicos que trabajan en la cafetería no son ni una cosa ni otra.
–¡Ellos son la excepción! –exclamó Bonita mirando a Rico con dureza–. Debería haber sido médico. Tenía la inteligencia para ello y era el mayor deseo de su padre. Nos matamos a trabajar y nos apretamos el cinturón para costearle los estudios.
Neen frunció el ceño y trató de desviar el tema de conversación.
–¿Así que no crio a la familia en esta casa tan bonita?
–Cielos, no –Bonita mencionó un barrio conocido por su alto índice de criminalidad–. Vivíamos ahí. Y cuando mi querido Nico murió le prometí que pagaría los estudios de medicina de Rico.
El aludido se mantenía derecho y en silencio y Neen intentó cambiar de tema por segunda vez.
–¿Qué edad tenían los chicos cuando murió su padre?
–Rico solo tenía quince años.
–Debe de haber sido terriblemente difícil para usted criar a tres adolescentes sola.
El rostro de Bonita se hundió de repente.
–Los fallé.
–No lo hiciste –dijo Rico en voz baja pero con firmeza.
–¿Ah sí, acaso fuiste a la Facultad de Medicina? –saltó ella con tanta amargura que hizo a Neen estremecer.
–Creo que para ser médico hace falta una vocación muy fuerte. Seguro que usted prefiere verle feliz haciendo un trabajo que le encanta que desgraciado como médico. Y lo que hace es tan importante… Ayuda a mucha gente y…
–¿Crees que es feliz? –preguntó Bonita cruzándose de brazos y fulminándola con la mirada.
A Neen le dio un vuelco al corazón porque la respuesta a su pregunta era un rotundo no. Rico no era feliz. Lo miró. ¿Por qué no decía nada? ¿Por qué no se defendía?
–Creo que Rico es un hombre adulto y libre de tomar sus propias decisiones, algo que deberíamos respetar.
–Eres una buena chica, Neen, pero no eres madre.
Después de ese comentario, no quedaba mucho que decir.
–Ha sido divertido –dijo Neen cuando Rico salió con el coche del caminito de entrada de la casa de su madre y se dirigió a Bellerive, al otro lado del puerto.
Rico sabía que estaba intentando hacerle sonreír, pero era incapaz de hacerlo. Pensó que la presencia de Neen aquella noche reprimiría las ganas de sermonear de su madre, pero en lugar de eso, las había empeorado. Y, como de costumbre, él había tenido que apretar los dientes y aguantar el chaparrón, porque había mucho de verdad en todo lo que decía. La había fallado, y era justo que pagara por ello.
Neen consultó su reloj. Eran las diez en punto. Suspiró casi imperceptiblemente.
–¿Qué pasa?
–Nada.
–Neen.
–Es solo que, para mí, los lunes y los martes son el fin de semana.
–Y te he fastidiado la noche del sábado.
–Sé que esta velada ha sido una pesadilla para ti, pero para mí no ha estado tan mal. La familia de uno es siempre más difícil que la de los demás, ¿no crees? Suspiraba porque hoy es mi sábado por la noche y voy a estar metida en la cama a las once. Solo tengo veinticinco años, ¿no te parece trágico?
Él detuvo el coche inmediatamente y se puso a pensar dónde podría llevarla. Se lo merecía después de haber soportado a su familia. Además, lo había defendido, algo que él no podía olvidar.
–¿Entonces no me equivoco al suponer que te gustaría salir hasta la madrugada?
Ella sacudió la cabeza bruscamente.
–No, tienes que trabajar mañana.
Trabajaba todos los días; el fin de semana no significaba nada para él.
–Seguro que no has salido desde que rompiste con el imbécil de tu ex.
Ella se estremeció.
–¿Te apetece una aventura? –preguntó.
–Yo…
–Di la verdad.
–Me encantaría.
Rico tuvo que reprimir una carcajada cuando Neen dio un salto junto a la mesa de blackjack con una sonrisa de oreja a oreja.
–¡He ganado otra vez! –exclamó aplaudiendo–. Ay, Rico, muchas gracias, me lo estoy pasando genial.
Tenía las mejillas arreboladas y los ojos le brillaban como nunca.
–Pensar que llevo toda mi vida en Hobart y que esta es la primera vez que voy al casino…
El casino de Wrest Point, un lujoso edificio con vistas al puerto, era un punto de referencia en la ciudad.
–Ven, te enseñaré a jugar a los dados.
Neen disfrutó tanto jugando a los dados y a la ruleta como en la mesa de blackjack. Verla reír de esa manera aflojó el nudo que tenía Rico en el pecho.
–¿Quieres una copa? –le preguntó mucho después de que el sábado se convirtiera en domingo y ella hubo terminado la limonada que tenía desde hacía más de una hora.
–Me encantaría.
La condujo a una mesa libre con unas magníficas vistas al mar y pidió una copa de champán. Él decidió soltarse el pelo y se pidió una cerveza. Una no tendría consecuencias. Ya no tenía diecisiete años.
–Mira –dijo ella pasándole el bote lleno de fichas–. Tenemos más que cuando empezamos.
–Te las has ganado.
–Pero las compraste tú. El dinero me da igual, pero esto… –dijo señalando alrededor–, esto es exactamente lo que necesitaba. Gracias.
Ella inclinó la copa hacia él antes de llevárselo a los labios. Rico la observó beber con los ojos entrecerrados y sintió una oleada de sensualidad en la entrepierna. Neen alzó la mirada y algo en la expresión de él hizo que sus ojos se oscurecieran. Abrió los labios y…
Ambos miraron hacia otro lado.
–Me alegro de que hayas disfrutado. Yo también lo he pasado bien.
Era verdad. No le hubiera importado vaciarse los bolsillos con tal de verla contenta. Se imaginaba que el júbilo de Neen se debía a la novedad de aprender las reglas del juego y a la emoción de jugar por primera vez. El suyo, sin embargo, estaba totalmente circunscrito a ella.
–Sé que para mí es fácil decirlo pero… –se inclinó hacia Neen y aspiró el suave aroma almizclado que despedía–. Creo que no debería permitir que Chris te convierta en una ermitaña.
–Lo sé, pero… –dijo sonriendo con aire de disculpa–. Cuando solicité la orden de alejamiento él dejó de acosarme y yo pensé que todo había acabado. Ver que ha vuelto a las andadas me ha dejado descolocada. No sé por qué, pero ahora parece incluso más siniestro –dijo mirando en derredor, como si esperara que Chris apareciera de pronto.
Ninguna mujer tenía por qué vivir con tanto miedo. Rico soltó la cerveza en la mesa con un golpe.
–¡Como alguna vez me tope con ese indeseable, le retorceré el pescuezo!
Ella rio.
–Si te soy sincera, Chris no es el único culpable de que me haya vuelto un poco solitaria. La muerte de mi abuelo… –se mordió el labio y miró por la ventana antes de volverse hacia él–. Él sabía que mi sueño era abrir una cafetería, me animó y me dijo que podría conseguir cualquier cosa que me propusiera. Estábamos muy unidos y le echo de menos.
–Lo siento, Neen.
–Llevaba un tiempo enfermo. Tuvimos la oportunidad de hablar y despedirnos, por lo cual estoy muy agradecida.
–Pero eso no significa que no lo eches de menos.
–No. Se quedaría horrorizado si supiera lo lúgubre que se ha vuelto mi vida. Esta noche me he dado cuenta de que haga lo que haga siempre lo voy a echar de menos. Así que más me vale hacer cosas positivas en lugar de quedarme parada compadeciéndome a mí misma.
Él admiró su fortaleza.
–¿Es el mismo abuelo que te dejó la herencia que han impugnado?
El rostro de Neen se ensombreció y Rico deseó haber mantenido la boca cerrada.
–Eso está en manos de los jueces. No puedo hacer nada más que esperar y ver lo que pasa.
–Menuda época estás pasando. El imbécil de tu ex, la pérdida de tu abuelo y ahora el problema con el testamento –dijo con el ceño fruncido. Sin duda, se trataba de algún pariente lejano que ni siquiera había conocido al pobre hombre, pero había acudido al olor del dinero.
Neen rio de repente.
–Por lo menos tengo un trabajo interesante, como tú me has dicho tantas veces.
–¿Estás contenta con él? –de pronto, le parecía importantísimo que así fuera. En caso contrario, encontraría la manera de arreglarlo.
–Sí, mucho.
Rico sintió que le quitaban un peso de encima. Ella apretó los labios y lo miró con expresión pícara.
–Hablando de trabajos… ¿Médico, Rico? ¿En serio?
Él trató de sonreír, pero no pudo.
–¿No me imaginas con bata blanca y un estetoscopio colgado del cuello?
Ella meneó la cabeza.
–Te veo con delantal y una espátula en la mano.
Él dio un respingo. No lo había dicho para ofenderlo, pero él no pudo evitar su reacción.
–Lo siento, no quería…
–No te preocupes.
No quería que ella se sintiera mal por su culpa, bastantes sinsabores tenía ya.
–Mi madre piensa que ser cocinero equivale a ser un burro de carga.
–Pero ella es cocinera, y nadie diría que es una burra de carga.
–Le llevó mucho tiempo llegar a ser propietaria. Hizo verdaderos sacrificios para darnos a todos una buena educación. También se opuso a que mis hermanos se hicieran cocineros.
–Tenía todas las esperanzas puestas en ti…
–Sacaba buenas notas. Y si hubiera querido…
–Pero no quisiste.
Ella vaciló antes de inclinarse hacia él y tocarle la mano.
–Rico, comprendo el deseo de agradar a un padre, ¿pero no crees que es más importante ser consecuente con uno mismo? Tengo la impresión de que una vez que tu madre te vea contento se aplacará su desilusión.
Si solo tuviera que lidiar con la desilusión de su madre… Pero las cosas no eran así. Nunca podría compensar la muerte de Louis. Su mejor amigo había muerto por su culpa a los diecisiete años. Él fue el que compró las drogas con el dinero que le había robado a su madre. Él fue el que se las ofreció a Louis. Se le revolvió el estómago y una sustancia ácida le abrasó la garganta. Nunca podría devolver a Louis a su familia. Lo único que podía hacer era proteger a jóvenes vulnerables y tratar de evitar que cometieran los mismos errores que habían cometido Louis y él. Miró a la deliciosa mujer que tenía frente a él y decidió no amargarle la noche con una historia tan horrible. Pero cuanto más la miraba, más crecía el abismo en su interior. La quería. La quería con toda la pasión con la que un hombre puede querer a una mujer. Pero no podía tenerla. Le había quitado la vida a su mejor amigo: no tenía derecho a disfrutar de la suya.
Neen y Travis estaban fregando la cocina cuando llamaron al timbre.
–Travis –dijo Jason desde el umbral–. ¿Puedes salir un momento?
El joven salió a una velocidad impropia en un adolescente tan corpulento. A Neen se le secó la boca. ¿Le habrían seguido los problemas domésticos hasta el restaurante? Salió tras él y entonces se detuvo bruscamente, con el corazón a cien por hora.
Era Chris. Estaba en mitad del comedor. Travis y Jason le habían interceptado el paso.
–Por favor, Neen, tengo que hablar contigo.
Su piel se cubrió de un sudor frío.
–Estás violando la orden de alejamiento, Chris. Vete, por favor, antes de que llame a la policía.
–Necesito que sepas que…
Se quedó callado al ver que Travis daba un paso al frente.
–La señora le ha pedido que se vaya.
Lanzando un juramento, Chris se giró y se marchó con cajas destempladas. Travis echó el cerrojo tras él y colgó el cartel de Cerrado.
–¿Cómo lo sabías? –le preguntó Neen.
–Rico.
Una sola palabra con mucho significado detrás.
–Gracias.
Rico se puso rígido mientras sostenía el auricular del teléfono con tanta fuerza que los nudillos se le pusieron blancos. ¿Chris había estado en la cafetería?
–No dejes que se marche hasta que yo llegue –ordenó a Travis.
Colgó el teléfono, agarró la chaqueta que colgaba del respaldo de su silla y se dirigió a la puerta.
–Rico, ¿adónde vas? –le preguntó Lisle–. ¡Recuerda que tienes una cita con el diputado!
–Discúlpame ante él –contestó Rico saliendo de la oficina.
Travis le abrió la puerta de la cafetería cinco minutos más tarde.
–Te has dado prisa.
–Estaba a punto de salir cuando llamaste.
Neen entró en la sala.
–Travis, ¿sabes dónde…?
Se detuvo de golpe al verlo.
–Rico –lo saludó con una sonrisa temblona–. Qué alegría verte.
–Yo me marcho –dijo Travis–. ¿Estás listo, Joey?
Fue en ese preciso momento cuando Rico vio al pequeño sentado a una mesa en la penumbra. El chiquillo corrió hacia Neen y la abrazó a la altura del estómago.
–Adiós, Neen.
–¡Nos vemos, compi!
Le revolvió el cabello y le dio una bolsa de papel que él sujetó junto a su pecho. Cuando pasó junto a él para abrirle la puerta a los niños y echar el cerrojo, su aroma quedó flotando en el ambiente, una mezcla de arándanos y coco con un toque floral.
Ella se giró hacia él. Se hizo un denso silencio y él tragó saliva.
–¿Va todo bien por aquí? –preguntó señalando a los chicos con la cabeza.
–Joey viene a veces después del colegio a esperar a Travis. Es un niño adorable.
–No has contestado a mi pregunta.
Neen agarró un trapo y se puso a fregar el mostrador vigorosamente.
¿Ahora qué?, pensó Rico. ¿Tendría que ponerse a investigar el caso de Travis y Joey?
La mano de Neen en su brazo lo sacó de su ensimismamiento
–Rico, ¿sabes que Travis cumplirá pronto los dieciocho años?
–¿Y?
–Creo que lo tiene todo bajo control.
Él esperaba que fuera verdad, aunque no acabara de creérselo.
–¿Cuánto tiempo tardarías en examinar la situación de los chicos, decidir si es necesario intervenir y rellenar los papeles necesarios antes de enviarlos al departamento correspondiente?
No tanto como ella esperaba, pero captó la indirecta. En cualquier caso, aquella no era la razón por la que estaba allí. Trató de pensar en la mejor manera de formular la pregunta, pero ella se le adelantó.
–Travis te ha llamado para contarte que Chris ha estado aquí, ¿verdad?
–¿Estás enfadada con él o conmigo?
–¡Claro que no estoy enfadada! ¿Cómo puedes pensar eso? Los dos os preocupáis por mí y yo os lo agradezco.
Pero sus palabras contradecían lo que expresaban sus hombros tensos y su boca abatida. El brillo de sus ojos había desaparecido y Rico sintió ganas de golpear algo. En lugar de eso, la estrechó entre sus brazos. Durante unos conmovedores instantes ella se recostó junto a él, pero el momento no duró demasiado. Alzó la mirada y se retiró.
–Os agradezco que tanto tú como los chicos me cuidéis, Rico. Pero… odio el hecho de que tengáis que hacerlo.
–¿Has llamado a la policía?
Ella negó con la cabeza.
–Vamos a llamar ahora mismo –dijo sacando el móvil del bolsillo–. Chris ha violado las condiciones de la orden de alejamiento y vamos a ir por él. Como le ponga las manos encima a ese cabr…
–¡Rico! –exclamó–. En mi cafetería no se dicen palabrotas. Sin excepciones.
–¿La cafetería de quién?
–Está bien, tu cafetería. Aquí no se dicen palabrotas, ¿entendido?
Él meneó la cabeza y reprimió una sonrisa. Neen se estaba encariñando con el local y con los niños. Tal y como él había esperado.