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2. LA INNOVACIÓN TECNOLÓGICA EN EL SECTOR FINANCIERO EN EL CONTEXTO DE LA NUEVA SOCIEDAD DIGITAL

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El mundo está experimentando una transición digital sin precedentes –aún en curso–, orientada a culminar una verdadera transformación digital en los próximos años, por la velocidad del cambio y por su dimensión global; una época de cambios que parece asimilarse al concepto de destrucción o deconstrucción creativa y que parece afectar ahora, también, a uno de los cimientos o preceptos que parecían inmutables, como el concepto del dinero y, sobre todo, el cuestionamiento sobre si es preciso el respaldo de una autoridad competente para otorgar valor o acuñación (o curso legal); o si, por el contrario, pueden crearse e intercambiarse unidades electrónicas representativas de un valor basado en la aceptación o el consenso mayoritario de las partes o intervinientes.

Este concepto de deconstrucción de los sistemas funciona como un proceso de innovación abierta que reformula los cimientos de las organizaciones para pasar de la economía tradicional a la economía digital3, situando a la tecnología en el centro de la actividad financiera.

La innovación es un elemento clave en cualquier actividad empresarial, como también ocurre en el sector financiero. En los últimos años, la innovación se está apoyando, principalmente, en la tecnología, tratando de mejorar procesos internos y procesos de gestión con los clientes y buscando una mejor experiencia de usuario. En ese contexto se ha desarrollado la llamada revolución Fintech (Arner, Barberis y Buckley, 2015) y, dentro de ella, la más disruptiva revolución criptomonetaria (Palomo, 2018a).

El hecho de que el valor de mercado de un Bitcoin fuese de 56.978 dólares el 30 de abril de 2021, cuando en 2010 su precio máximo era de 0,39 dólares; con una revalorización del 12.800% desde el año 2016, o que las diez principales criptomonedas superen los 1,7 billones de dólares (un 25% superior al PIB de España), o que se hable de estos activos como valor refugio, requiere destinar gran atención a este fenómeno, controvertido desde su origen y atractor de notorios riesgos (como fue el caso del presunto fraude de dos plataformas turcas de criptoactivos, Thodex y Vebitcoin, con unas pérdidas estimadas de 2.000 millones de dólares y 390.000 usuarios afectados).

En el mundo del dinero se están produciendo, simultáneamente, varios fenómenos: la progresiva desaparición de billetes y monedas (tendencia a la supresión del efectivo); el crecimiento de nuevas formas de pago digitales (aplicaciones de pago digital que van reemplazando a las tarjetas de plástico); y la creciente difusión de las criptomonedas o monedas virtuales.

Sin duda alguna, el fenómeno de las criptomonedas se está alzando como un concepto fascinante a la vez que controvertido, desde sus múltiples perspectivas económica, jurídica, tecnológica y social (Wray, 2020). Contorsiona axiomas bien asentados, cuestiona la autoridad de los Estados, supera fronteras y ofrece, incluso, soluciones operativas y de política económica que no puede abordar el dinero de curso legal, pues permite reducir drásticamente los plazos de ejecución de una transferencia internacional de fondos, hace posible realizar emisiones de valores con menores costes y, puede llegar a replantear el rol de la intermediación financiera bancaria.

Así, una “ocurrencia” o propuesta planteada por el/los enigmático/s firmantes con el pseudónimo de Satoshi Nakamoto en 2008, que pasó casi inadvertida fuera de los círculos más tecnológicos durante los primeros años, ha hecho correr ríos de tinta, principalmente, desde 2014, cuando empezó a ganar popularidad. Esa novedad ha llevado a que medio mundo considere ya a bitcoin como un concepto cotidiano, a que los jóvenes economistas universitarios le presten más atención que a la bolsa, o a que muchos Estados, prohíban, restrinjan o deseen controlar las transacciones en criptomonedas; y que presidentes de compañías como Facebook tengan que someterse a un tercer grado ante autoridades nacionales e internacionales tras su anuncio de querer lanzar la criptomoneda Libra en junio de 2019. Esta propuesta, que no ha llegado a cristalizar habría sido dinero digital no público diseminado de forma masiva a través de un sistema no integrado por el sistema bancario.

Blockchain, por su sistema de registro distribuido, por la inmutabilidad de los registros y por la reducción o eliminación de intermediarios resulta una tecnología idónea para muy diversas operativas con activos financieros y valores, para sistemas de compensación y liquidación, para las operaciones de financiación y refinanciación o para la gestión de transferencias internacionales (Pilkington, 2016). Además, aporta trazabilidad de las operaciones y, mediante el uso de los llamados Smart contracts, puede automatizar gestiones y la ejecución de cláusulas contractuales, como podría ser un pago de dividendos de acciones o del cupón de unos bonos. Así, el 12 de septiembre de 2019, Banco Santander hizo público que había realizado la primera emisión de bonos mediante la blockchain de Ethereum, por un importe cercano a los 20 millones de dólares4.

No es fácil saber si cambiará la esencia de lo que se llama dinero o si sólo se trata de innovaciones tecnológicas en los soportes, herramientas e instrumentos del dinero. Vivimos un tiempo en que parece que el mundo monetario se divide entre dos grandes categorías de monedas: las de curso legal y la que no lo son; o entre las monedas clásicas (en formato físico o digital) y las nuevas criptomonedas (también en formato digital). Ahora bien, son más las posibles clasificaciones de las monedas que pueden plantearse, como se muestra en la figura 1.

Figura 1. Taxonomía del Dinero.


Fuente: Adaptado de Bech, M. y Garratt, R., 2017.

Desde otro punto de vista, cabe distinguir tres modalidades principales de criptoactivos: loa equivalentes a medios de pago o “payment tokens”, como es el caso de Bitcoin, Ripple o Litecoin; los llamados criptoactivos utility, como aplicación funcional dentro de una plataforma digital (como los tokens que se utilizan en el mundo de los videojuegos o los que se aplican como puntos o descuentos); y los criptoactivos security, asimilables a valores negociables, por representar una participación en los beneficios de una actividad empresarial o conceder derechos políticos, como es el caso de las Ofertas Iniciales de Monedas (ICOs o Initial Coin Offering) o STOs (Security Token Offering). A menudo, se habla de criptoactivos híbridos entre estas tres amplias categorías.

Dentro de los criptoactivos o monedas virtuales se encuentran las llamadas stablecoins que tratan de evitar la alta volatilidad incorporando sistemas de inversión en un activo o reserva estable. Esta es la propuesta de Libra de Facebook o del Petro venezolano. En el momento de escribir estas líneas alcanzan cierta popularidad algunas noticias relacionadas con la tokenización, como el anuncio de la empresa pública española Correos, de emitir criptoactivos filatélicos en Blockchain con tecnología Ethereum; o la puesta a la venta de 25 millones de monedas digitales de la selección española a través del patrocinador Bitci. También cabe citar que el fichaje, en agosto de 2021, del jugador de futbol Leo Messi por parte del equipo Paris Sant Germain incluirá una parte de su remuneración mediante la moneda virtual del equipo, el fan token o $PSG.

Una cuestión relevante es la del anonimato en el dinero, pues los billetes y monedas lo garantizan, pero se pierde en toda transacción que deje rastro digital; por ello, una aportación de blockchain es que ofrecer una alternativa digital a los billetes y monedas que preserva el anonimato a pesar de residir en un medio digital.

Sin restricciones geográficas, sin necesidad de instalaciones físicas, pudiendo bordear los límites regulatorios nacionales y desplegando el máximo potencial de sus economías de red, los criptoactivos o monedas virtuales han llegado, incluso, a ser aceptadas como moneda convertible en países como El Salvador, mientras otros lo están considerando, particularmente aquellos con monedas débiles, con problemas de convertibilidad o cuyas economías están dolarizadas.

La innovación viene también desde grandes compañías tecnológicas. De hecho, los primeros servicios financieros que han atraído a estas empresas han sido la operativa de pagos, la financiación al consumo y otros servicios de esta índole, aunque, un paso más, especialmente trascendente, fue la propuesta de Facebook de desarrollar su propia moneda virtual (Libra), es decir, la creación de medios de pago para los usuarios de sus redes.

Libra es, en gran medida, una evolución natural del uso que se hace del dinero. Poder transferir dinero en redes sociales de forma similar a la que se envía un mensaje resulta muy atrayente, como de hecho funciona con WeChat o AliPay en China. Libra, sin embargo, propone (o proponía) crear la primera moneda privada global y, en fases sucesivas, ofrecer todo un conjunto de servicios financieros a sus usuarios.

La aceptación por parte de algunas grandes compañías de determinados criptoactivos como medio de pago ha estimulado también el interés del público. Algunos conocidos portales de compra-venta minorista o la reconocida compañía Tesla admitieron los pagos con bitcoin, aunque más tarde se retractaran.

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