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3. TECNOLOGÍA, RECONCEPTUALIZACIÓN DEL DINERO Y NUEVAS FRONTERAS DE LA INVERSIÓN

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La idea de que las transformaciones radicales requieren reiniciar procesos o plantearlos de nuevo en su integridad empieza a cobrar sentido en muchas actividades del sector financiero.

Así, la tecnología blockchain podría redefinir la intermediación financiera y eliminar actores muy asentados como las cámaras de compensación, los sistemas de liquidación, la gestión centralizada de órdenes y transacciones, los sistemas de transferencias, e incluso, la propia configuración de la moneda y su futura digitalización mediante criptoactivos, pudiendo trascender aún más sobre el rol de la intermediación financiera de los bancos privados.

A este respecto, la actual arquitectura bancaria puede verse superada por la funcionalidad de las nuevas monedas virtuales. La inclusión de facilidades transaccionales inteligentes que integrasen en un solo punto de contacto, servicios que hoy están separados y no son directamente interoperables, tendría un considerable impacto sobre la actividad bancaria, lo que reforzaría la teoría del fin de la banca en su visión tradicional (McMillan, 2018 y Noya, 2017).

Por otra parte, en el ámbito económico se ha llegado a acuñar el concepto de “tokenomics” o “tokenización de la economía”, que permite hablar de la virtualización o digitalización de todo tipo de activos, e incluso de la subdivisión o creación de activos subyacentes sobre los tokens que representan un activo real o físico; o bien, un activo o un derecho virtualizado5, como podrían ser unas acciones, un préstamo o un activo hipotecario, por lo que pueden verse muchas aplicaciones en el ámbito financiero (Cabrera, 2021 e Ibáñez, 2021), además de las criptomonedas, como ocurre con sistemas de pago, operativa y registro de transacciones en los mercados de valores (Financial Stability Board, 2019), etc.

Blockchain cambia el paradigma de la necesidad de elementos centralizadores como depositarios tradicionales y acreditados de la confianza y, por ello, altera el rol de los intermediarios bancarios y de la tradicional necesidad de compilar registros en un mismo lugar –físico, como un registro de documentos, o virtual, como un servidor de internet– (Ibáñez, 2018).

Con todo, es conveniente indicar que los criptoactivos o monedas virtuales conlleva un elevado riesgo del que deben ser conscientes los usuarios. Por un lado, la elevada volatilidad producto de las fuertes oscilaciones de su cotización y, por otro lado, un riesgo regulatorio y que podría considerarse sistémico, que está siempre presente como una fuerte y latente amenaza que puede materializarse de modo casi imprevisto (prohibición, nuevos mecanismos de control, sanciones tributarias, etc.). Probablemente, este segundo tipo de riesgo, derivado de la discrecional actuación por parte de los gobiernos en el sentido de prohibir o restringir la operativa con cripotactivos, puede plantearse, actualmente como el riesgo con menor capacidad de medidas de cobertura.

La más reciente aceptación de algunos criptoactivos como herramienta de diversificación en la gestión institucional de inversiones añade una nueva perspectiva dentro del contexto de la gestión patrimonial de los intermediarios financieros.

A la inversión directa que puede realizar un particular o empresa se añade la posibilidad de introducir criptoactivos como activo de cartera de inversión para aumentar su diversificación por descorrelación con otros activos y favorecerse así de la rentabilidad adicional que puede aportar, mitigando el riesgo de su volatilidad. De algún modo, ello supone situar a los criptoactivos en una nueva categoría que se añade a las clásicas formadas por inversiones financieras, inversiones en activos reales (generalmente inmobiliarios), inversiones alternativas (arte, oro y otros) y, ahora, la nueva categoría de los criptoactivos. Así lo han entendido algunos grandes, consagrados y reconocidos bancos de inversión y gestores de patrimonios, incluyendo ya proporciones de criptoactivos en las carteras de sus inversores, en combinación con renta variable y renta fija y activos de cobertura.

Además, la inversión directa o mediante carteras de inversión en criptoactivos, parece ampliarse con una nueva categoría derivada que ha causado sensación desde 2020: los denominados NFT (Non Fungible Token) que no son criptomonedas, pero sí son criptoactivos dentro de la categoría del arte digital. Sirva como referencia que una pieza de arte digital del artista Mike Winkelmann, conocido como Beeple, fue vendida en una subasta de la conocida galería Christie’s por 69 millones de dólares. el comprador recibió un token digital (o vale digital) NFT.

Un NFT sería así un activo “inimitable” en el mundo digital que puede ser comprado y vendido como cualquier otro tipo de propiedad, pero sin forma tangible en sí mismo. Los tokens digitales son como certificados de propiedad de activos virtuales o físicos; los registros no pueden ser falsificados porque están grabados en la red blockchain alrededor del mundo. Ahora bien, se pueden copiar; y el artista, incluso, retiene los derechos de autor de su trabajo, para así poder continuar produciendo y vendiendo copias. Con todo, los compradores de un NFT posees un token que prueba que son los propietarios de la obra “original”; es decir, han comprado una copia firmada. En este contexto cabe referir también cómo un gif de Nyan Cat, el famoso “meme” de 2011 de un gato con cuerpo de galleta volando, se vendió por más de 500.000 dólares; o que la cantante canadiense Grimes vendió una colección de obras digitales por más de 6 millones de dólares y que el fundador de Twitter, Jack Dorsey, vendió su primer tuit en la red social por 2,9 millones de dólares.

El descubrimiento y exponencial expansión de la tokenización de activos físicos y digitales añade fuerza a un fenómeno que se revela imparable y cada vez más popular, que gana adeptos destacados día tras día y que se refuerza con noticias como la decisión de Tesla, a finales de 2020, de aceptar el pago con bitcoins en la compra de sus vehículos, aunque se retractó meses más tarde.

Por ello, era cuestión de tiempo que un creciente número de países conceptualizaran o desarrollaran pruebas para plantear la puesta en circulación de dinero digital emitido directamente por sus respectivos bancos centrales (las llamadas CBDC o Central Bank Digital Currencies), con un plan de progresiva sustitución de los billetes y monedas, lo cual supondría un cambio muy sustancial del formato de moneda, similar a lo que fue la introducción del papel moneda (Kumhof y Noone, 2018). Culminaría así un proceso de siglos de evolución del formato representativo del dinero: de la tangibilidad completa basada en el valor real del metal de la moneda hasta su intangibilidad completa por su registro digital descentralizado, habiendo pasado por la tangibilidad figurada del papel moneda y las monedas no convertibles.

El dinero, en su caracterización como “dato digital”, circula cada vez más sobre plataformas de todo tipo; y, pronto podría querer desligarse del sistema actual de conversión a dinero fiat para querer ser nativo de esas plataformas. Esto sería altamente viable por la dimensión y el volumen de transacciones que registran plataformas de comercio electrónico como Amazon o Aliexpress, que podría disponer de su propia moneda virtual para sus usuarios registrados.

En este contexto, las fintech y las bigtech, que entran en el negocio financiero tradicional6, reservado hasta hace poco a los llamados “incumbentes financieros” se han aliado con las redes sociales y con los sistemas virales de difusión de sus servicios a golpe de una simple “descarga de app” o de acceso a una web (Fischer, 2021). Lo mismo ocurre con las finanzas descentralizadas (DeFi) o con los diversos actores del mercado de criptoactivos; estas nuevas organizaciones con actividad financiera son digitales, no tienen oficinas de atención al público y no tienen estructura pesada institucional, lo cual otorga una ventaja competitiva evidente, además de una gran agilidad y capacidad de adaptación.

Este contexto ha abierto la puerta a la entrada de empresas intensivas en tecnología que pueden gestionar pagos entre particulares o empresas; o bien, intermediar en la financiación de proyectos de inversión (como ocurre en las diversas modalidades de crowdsourcing o financiación colectiva o participativa)7.

A nivel tecnológico, cabe percibir una serie de ventajas de los criptoactivos si se comparan con el dinero tradicional: resiliencia, trazabilidad, inmediatez, ubicuidad, universalidad, facilidad de acceso y eficiencia.

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