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El caso de la señorita Ubao
ОглавлениеEn 1898 una señora de la alta burguesía, doña Adelaida de Icaza, viuda de Ubao, asistió con su hija Adelaida a unos ejercicios espirituales, dirigidos por el padre jesuita Fernando Cermeño. La señorita Ubao de Icaza tenía novio formal, lo cual, según las costumbres sociales de la época, hacía presumir que el novio sería pronto esposo de la joven. Pero no; el padre Cermeño, ya confesor de Adelaida a raíz de los ejercicios espirituales, impulsó a su dirigida al rompimiento de las relaciones con su prometido. Después, Adelaida declara a su madre y a su hermano mayor su intención de ingresar en el noviciado de un convento, ya que, según el padre Cermeño, ese era el camino más seguro para su salvación eterna. La señora Ubao y su hijo mayor, Eduardo, se oponen tajantemente a los deseos de su hija y hermana Adelaida. Sospechan, y así lo dicen, que está influida por las sugestiones del padre Cermeño. No la convencen. El 12 de mayo de 1900 Adelaida se escapa de casa y se interna en el convento madrileño de las Esclavas del Corazón de Jesús, situado en el paseo del Obelisco.
A principios del verano de 1900, los periódicos de toda España cuentan los antecedentes y el desarrollo del «Caso Ubao». La señorita Ubao continúa en el convento madrileño. Ni su madre ni su hermano han podido sacarla de allí. Adelaida se niega a salir y las monjas del convento, inseguras y perplejas, no saben qué partido tomar. Hecha la denuncia en un juzgado, ya que la señora Ubao considera que su hija está allí sugestionada por voluntades ajenas a la suya propia, el juzgado correspondiente niega a la madre el derecho de recuperar a su hija. Entonces se acude al Tribunal Supremo, y se nombra abogado de la familia a un famoso jurisconsulto, catedrático de la Universidad de Madrid: don Nicolás Salmerón.
En varias ocasiones Galdós negó que el «Caso Ubao» tuviera que ver algo con Electra, pero claro que lo tuvo. La noche del estreno se estaba esperando la resolución del Supremo. La sentencia favorable a la familia Ubao llegó el 19 de febrero de 1901. Fácil es comprender que los asistentes a las representaciones de Electra veían en el también «secuestro conventual» de la protagonista de Galdós una semejanza muy sugestiva con el caso Ubao.
Sin embargo, las dos protagonistas (Adelaida y Electra) son dos muchachas muy, muy diferentes. La heroína de Galdós es encantadora, expansiva y simpática, con un punto de desequilibrio nervioso, derivado de sus orígenes familiares [léase el texto de la obra]. El carácter de Adelaida es muy otro al de la infeliz Electra, decidida, segura de sí misma, poco o nada tierna y sin ningún torcedor familiar que le produjera temor o angustia. Ni siquiera su propio caso, hecho público, le acomplejará. Dictada la sentencia del Tribunal Supremo que la obliga a reintegrarse al domicilio materno, se despide de las monjas con serenidad. Llegada a casa, al advertir que hay unos caballeros cuya identidad desconoce, pregunta: «Si está entre ellos el señor Salmerón [que ha sido el representante legal de su madre] no lo quiero ver, porque le voy a soltar un descaro». Cuando la madre le pregunta si es cierto que piensa presentar una acusación de malos tratos, la joven responde: «Me lo han propuesto, pero todavía no he contestado a la consulta». Dos días más tarde, don Antonio Maura, como abogado de la señorita Ubao, presentaba «demanda de depósito provisional, por ser sospechoso el domicilio de la madre de la señorita».
Para terminar con la historia del «Caso Ubao», el Tribunal Supremo devolvió a la joven al domicilio de su madre, donde debía residir hasta cumplir los veinticinco años, cuando, según la ley, podría «tomar estado», en este caso religioso, sin previo consentimiento familiar. Le faltaban unos meses para cumplir esa edad, pero no volvió al convento hasta pasados cuatro años. En 1905 estaba en el noviciado de las Salesas, en Azpeitia. Al año siguiente falleció, víctima de una crisis gripal. Tenía veintinueve años.
En el verano de 1900, Galdós comenzaba a escribir en su casa de Santander la historia de Electra. Por su correspondencia con el doctor Tolosa Latour, sabemos que nuestro escritor era consciente de que su obra iba a ser conflictiva: «Estoy escribiendo, sí, una obra dramática que se titula Electra. Y no es floja tarea.Tiene cinco actos y mucha miga, más miga quizá de lo que conviene. Está toda planeada en diálogo. Escritos casi definitivamente tres actos». Clarín, desde Oviedo, también sabe qué está escribiendo su amigo Galdós y le dice encarta del 11 de noviembre: «¿Y Electra? ¿Es la Electra griega o una invención de usted? Por Dios, mire quién se la hace. […] No siendo María Guerrero, yo no veo Electras posibles. Si no se trata de la hija de Agamenón, no digo nada». Por supuesto, la Electra galdosiana, desde que su autor comenzó a escribirla, tenía mucha miga, como castizamente la juzgaba su autor, don Benito. Electra produjo todo un hervor social. Muchos consideraron la obra como «un nuevo episodio nacional de Galdós».