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LA NOCHE DEL ESTRENO (30 DE ENERO DE 1901)

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Todos cuantos iban entrando en el Teatro Español conocían la obra de oídas. En las redacciones de los periódicos, en las tertulias de los cafés, en el Ateneo de Madrid, en muchos despachos de los centros políticos, en la Universidad y, por supuesto, en muchos centros religiosos, sin excluir el propio obispado madrileño, es decir, en lo que más arriba hemos llamado centros neurálgicos de la opinión pública, el gran tema, la gran cuestión fue la obra teatral Electra.

Catorce veces salió Galdós a escena. Don Marcelino Menéndez Pelayo, cuya reacción favorable a la obra no cae en vacío (católico fervientísimo y maestro indiscutible de la historia literaria española, sus opiniones fueron aireadas por toda la prensa liberal) había afirmado que el cuarto acto de Electra «era uno de los actos más hermosos que se habían escrito en España» (El Liberal, 1 de febrero de 1901).

Baroja contó en sus memorias lo ocurrido en el famoso estreno. La representación fue interrumpida varias veces por los estruendosos aplausos del público y por los gritos contra el personaje de Pantoja. Ramiro de Maeztu, según el relato de Baroja, con voz tonante da un terrible grito de «¡Abajo los jesuitas!», cuando Máximo, en la escena X del acto cuarto, acomete a Pantoja y agarrándole por el cuello le arroja sobre un banco que hay en el jardín del palacio de los García Yuste. Añade Baroja: «Entonces todo el público comenzó a estremecerse, y algunas señoras de los palcos se levantaron para marcharse». El grito de Maeztu y la reacción de las señoras de los palcos se repetirán en las calles y en los teatros hasta casi cinco meses después del estreno.

En ninguna escena, en ninguna frase de los cinco actos de Electra hay ni la más leve referencia, ni la insinuación a los jesuitas; sin embargo, los que gritaban contra ellos habían personificado en el personaje de Pantoja a un padre jesuita —el padre Cermeño— sujeto verdadero de una historia real: «El caso de la señorita Ubao», dado a conocer por toda la prensa nacional de aquel entonces, y del que trataremos más adelante. En cuanto a las señoras que abandonaban el teatro en plena representación manifestando así su repulsa y desagrado también fueron escena y actitud repetidas en los meses siguientes al estreno y siempre en ocasión de otros estrenos. Cuando los periódicos recuerdan estas actitudes, hacen constar que se trata de señoras: en el estreno de Madrid, Baroja es más preciso: «señoras de los palcos».

Electra

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