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Y, AHORA, ELECTRA
ОглавлениеDurante casi cincuenta años, a partir del estreno de Electra, pasados los dos años subsiguientes, fueron muy raras las ediciones sueltas de esta obra teatral. Si sobre el estreno siguen apareciendo aún artículos en revistas especializadas, del texto completo de la obra solo existe en edición suelta la de 1981 de la editorial Hernando. Desde 1936 a 1951 tampoco hay ediciones de ninguna de las obras teatrales galdosianas; en 1951 la editorial Aguilar publica las Obras Completas, en cuyo tomo VI (final de la serie) se incluye la producción teatral de don Benito. El autor de la edición e introducciones de las Obras Completas, don Federico Sainz de Robles, dice así de las veintidós obras dadas al público por Galdós:
La producción teatral de Galdós se inició el 15 de marzo de 1892, con el estreno de Realidad, y termina el 8 de mayo de 1918, con el de Santa Juana de Castilla. La primera, en el Teatro de la Comedia, por la compañía de Emilio Mario. La última, en el Teatro de la Princesa, por la compañía Guerrero-Mendoza. Realidad, con éxito de público apoteósico y reparón de crítica. Santa Juana de Castilla, con un éxito muy estimable de público y muy laudatorio —demasiado incondicional para ser sincero— de crítica. En veintisiete años de labor estrenó veintidós obras y dejó inéditas dos: Antón Caballero —arreglada por los hermanos Álvarez Quintero, grandes galdosianos, y estrenada después de muerto Galdós— y Un joven de provecho.
Esta última fue publicada por vez primera en las Obras Completas de Aguilar.
Pero, desde la publicación de las Obras Completas en Aguilar en 1951, la dramaturgia galdosiana ha aumentado de número entre obras estrenadas y obras escritas: hoy podemos afirmar que don Benito Pérez Galdós escribió veintisiete obras. (Véase la lista en la página 31 de la excelente obra de Fernando Hidalgo, Electra, en Sevilla, Ayuntamiento de Sevilla, 1985.)
Presentadas ya aquí lo que hemos llamado las circunstancias temporales del estreno de Electra, tal vez sería conveniente hacer un resumen lo más objetivo posible del argumento de la obra. Ahí va:
Los señores de García Yuste (Evarista y Urbano), matrimonio muy rico, piadoso y sin hijos, han recogido en su casa a la joven (dieciocho años) Electra, hija natural de una prima hermana de Evarista. Electra se ha educado desde los cinco años en un colegio de ursulinas en Bayona, y después de una corta temporada, en Hendaya, con unos parientes de su madre. En casa de los García Yuste conoce Electra a un reducido número de personas que frecuentan diariamente a sus tíos. Don Salvador Pantoja, hombre atormentado por los pecados de su juventud, que ahora lleva una vida austera y piadosa, es generoso protector del convento de San José de la Penitencia, donde pasó los últimos días de su vida la madre de Electra y donde fue enterrada. Don Leonardo Cuesta es agente de bolsa y gestor administrativo y financiero de los García Yuste. Máximo (treinta y cinco años), sobrino de Evarista y Urbano, vive en una casa contigua a la de sus tíos; es ingeniero, viudo, con tres niños pequeños, rico por herencia de sus padres y dedicado plenamente a investigaciones relacionadas con la electricidad en un laboratorio instalado en su propio domicilio. Por último, el marqués de Ronda (cincuenta y ocho años), muy rico, casado con una amiga de Evarista, dama devota dedicada a múltiples obras piadosas. El marqués de Ronda, juerguista y mujeriego en su juventud, vive ahora en un limbo de paz. Electra se convierte de inmediato en el objeto de atención de todos estos personajes. Pantoja y Cuesta, por separado, le dan a entender con reticencias e insinuaciones, que son sus padres y cada uno en su estilo le ofrece protección: Cuesta le promete su fortuna cuando él muera, y morirá pronto porque está gravemente enfermo del corazón; Pantoja va llenando el espíritu de Electra de oscuros temores y angustias. Según Pantoja, el destino de Electra es un convento, aquel donde está enterrada la madre de la joven. Al mismo tiempo, Máximo, atraído por el encanto juvenil de Electra, comienza con ella un idilio que terminará en declaración de amor y petición de mano que hace oficial ante los García Yuste. Pantoja, que ha mirado siempre con prevención la personalidad científica de Máximo, ve perdidas las esperanzas de que Electra ingrese en el convento, único medio, según él, de prevenir que la joven se descarríe como su madre, y asimismo para que con el sacrificio y oración expíe los pecados maternos y paternos. Pantoja, en fin, levanta una intriga: declara a Electra que Máximo es hermano de ella. La joven en un estado casi demencial se deja conducir al convento. Máximo y el marqués de Ronda acuden al claustro para poner en claro, con pruebas irrefutables, la falsedad de Pantoja. Pero es la sombra de la madre de Electra la que se aparece a su hija, la convence y tranquiliza, instándola a que vuelva al mundo: «Dios está en todas partes… Yo no supe encontrarle fuera de aquí… Búscale en el mundo por senderos mejores que los míos». Llegan Máximo y el marqués de Ronda, Electra corre hacia ellos. Pantoja pregunta: «¿Huyes de mí?», y Máximo responde: «No huye, no… Resucita».
Ahora, leído el texto de la obra con sosiego, y las circunstancias temporales de la época en que se escribió, los lectores y lectoras de nuestro final del siglo XX podrán extraer sensatas consecuencias sobre obra tan singular. Si la historia es, como aseguraron los clásicos latinos, «maestra de la vida, luz de la verdad y anunciadora de la posteridad»; si como han asegurado en nuestros días que «los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla», digno y justo será leer con atención esta Electra que conturbó a miles de españoles. Muchos hallaron en el texto galdosiano, por encima de lo más obvio de aquellos años —política y religión—, otras claves y sugestiones que hoy día siguen preocupándonos, aunque las circunstancias sean otras.
En Galdós, un hombre «viril y mujeriego», como lo calificó su amigo y médico el doctor Marañón, fue la mujer la protagonista de casi la totalidad de sus obras teatrales, y en una porción muy alta en sus novelas. Y de todos nuestros escritores, en todos los tipos de mujeres que describió el gran Galdós sobresale el talento, el genio de un hombre que, sin duda alguna, fue el que mejor conoció y se interesó por ese ser humano que es la mujer. Por encima de todos —muchos, ciertamente— de sus amores, amoríos, líos circunstanciales y vulgares, escribió mejor que nadie la historia de la mujer española durante dos siglos —el XVIII y el XIX— y eso, de verdad, no es digno que lo olvidemos.
Queda, por último, algo que comentar: el título de la obra y el sobrenombre con que se reconoce a la protagonista: Electra. En la pieza teatral se da una explicación: «A su desdichada madre, Eleuteria Díaz, los íntimos la llamábamos también Electra no solo por abreviar, sino porque a su padre, militar valiente, desgraciadísimo en su vida conyugal, le pusieron Agamenón». Por eso la joven Eleuteria recibe también el mismo nombre que su madre, siendo así Electra Segunda.
Pero no se olvide que la onomástica en la producción de Galdós, tiene casi siempre una función significativa, que atañe al carácter o ideología del personaje. Si descartamos cualquier relación argumental entre nuestra Electra y las clásicas de Sófocles y Eurípides (la explicación de ese descarte no parece necesaria aquí) aventuramos otra explicación para el título, inspirada en la palabra «electricidad», cargada de connotaciones a principios del siglo.
La sociedad de 1850 había sido la del vapor; a finales del siglo XIX el invento eléctrico comenzó a extenderse, a iluminar calles y plazas, a mover la industria. Antonio Flores, en su obra Ayer, hoy y mañana, había subtitulado esta última sección «La chispa eléctrica». El título de la pieza teatral de Galdós, buscado adrede o no por su autor, expresa un símbolo de aquella sociedad, una llamada de atención a lo nuevo, a lo insólito. Máximo, el brioso ingeniero amigo y enamorado de Electra, se dedica a hacer experiencias con la electricidad (en algún periódico se le llama «ingeniero electricista»), y está en contacto con empresas vascas y catalanas para industrializar sus inventos. Galdós, tan apreciado hoy por los historiadores españoles de este período, no eludió introducir en sus obras datos y noticias sobre inventos o circunstancias económicas que le parecieron decisivas en la evolución de la sociedad española. A Electra, su heroína de la libertad, la que electrizó a cientos de españoles representando la historia personal de una muchacha sensible, encantadora, que, finalmente, se liberaba de quienes querían dominarla, subyugarla; a esa Electra le puso Galdós el nombre que era el símbolo del progreso y del cambio. Se non e vero… ¿no?