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La Ley de Asociaciones de 1901. El año anticlerical
ОглавлениеEn el «Caso Ubao» y en la boda de la princesa de Asturias hay una cuestión recurrente que envuelve los dos acontecimientos: un proceso social de anticlericalismo que, en varias ocasiones, llega a extremos de violencia pura y dura y, en general, suscita un comportamiento ciudadano de crispación y descontento.Ese anticlericalismo no fue solo una circunstancia española, Francia y Portugal pasaron por la misma situación, aunque en nuestros dos vecinos países el anticlericalismo tomase formas y conclusiones diferentes a las nuestras. En la historia europea, 1901 fue llamado «el año anticlerical».
La religiosidad, que es la manifestación pública y evidente de la fe, no puede menos que implicarse en las ideas políticas que entonces, como siempre, aspiraban a transformar la sociedad civil. El Partido Liberal español, que calificaríamos hoy como la izquierda del Parlamento de la Regencia de la reina María Cristina, tiene que habérselas con la manera y el procedimiento de explicar a la sociedad española qué son y en qué consisten esas nuevas ideas. En principio, la nueva ideología choca dramáticamente con una gran parte del clero, que se pone en guardia. Entonces se publica en 1884 un libro de Sardá y Salvany con título muy concluyente: El liberalismo es pecado. Un sacerdote, del círculo de asesores religiosos del Palacio Real de Madrid, publica una reseña elogiosa de la obra de Sardá y Salvany, con el mismo título, en El siglo futuro, de ideología muy conservadora.
Por otra parte, empiezan a cruzar nuestras fronteras importantes comunidades religiosas francesas, dedicadas a la enseñanza, expulsadas del país vecino a causa de nuevas leyes anticlericales.
En este ambiente, surge el tema de la Ley de Asociaciones. La ley había sido promulgada en 1887, pero ahora, a principios de siglo, en una nueva dimensión: el Partido Liberal quería que se aplicara a las congregaciones religiosas, insistiendo en que los estatutos de estas debían ser aprobados o rechazados por los órganos correspondientes del propio Estado. Se abrió la caja de Pandora: los comerciantes acusaban de competencia ilegal a los conventos que sostenían industrias (que entonces eran pequeños talleres de bordado, artesanía y confitería) y los periódicos de corta tirada, especializados en truculencias, sacaron a relucir la moral (que entonces, como todavía en nuestro tiempo, muchos creían que era solo lo sexual), o casos de crueldad o sadismo: niñas maltratadas, sometidas a humillaciones, etc. Los cargos más sugestivos y sugestionables se hicieron contra la Compañía de Jesús: se acusaba a los jesuitas de apoderarse de los bienes y haciendas de seglares, dirigidos por astutos confesores, y que la educación impartida en sus colegios deformaba, en beneficio de la Compañía, la personalidad de los alumnos.
El ataque contra las congregaciones religiosas se libró en dos frentes: la revuelta callejera y el bloque de los políticos liberales, unido a un grupo numeroso de intelectuales de la Institución Libre de Enseñanza.
El 9 de abril de 1901, cuando las representaciones de Electra estaban en pleno apogeo, Galdós publicó en El Liberal de Madrid un artículo titulado «La España de hoy». Don Benito se despachó a su gusto contra los jesuitas. Es un artículo muy largo que incluyó completo la gran hispanista Josette Blanquat en su magnífico estudio «Au temps d’Electra (Bulletin Hispanique, 1966, pp. 253-308). Escribe allí nuestro autor sobre los chicos de «buenos modales y una frialdad tónica», sometidos a la dirección y consejo de sus confesores. Don Benito asegura que a los jesuitas no les interesaba el dominio de las muchedumbres, sino el de las clases pudientes, principalmente en España, la burguesía enriquecida por los negocios de contratas para el abastecimiento de la guerra carlista. Asimismo esa burguesía había conseguido a bajo precio edificios magníficos, obras de arte de alta calidad y fincas y terrenos rurales en las subastas de las desamortizaciones de bienes eclesiásticos. Galdós alude además a la nueva imagen de los interiores de las iglesias españolas: los jesuitas habían adecentado nuestros templos, que hasta mediados del siglo XIX se distinguían por su desaseo y hasta cochambre. Las comunidades francesas refugiadas en España implantaron en nuestras iglesias una limpieza rigurosa en los suelos y en las imágenes escultóricas y ofrecieron a los fieles en general bancos y sillas para seguir con más comodidad los actos litúrgicos. Incluso impusieron, para la clase noble y de la alta burguesía, el uso del reclinatorio individual, que las damas linajudas adornaban con una placa de plata en la que estaba grabado el nombre, y en su caso, el título nobiliario de la propietaria.
Galdós aludió con alguna frecuencia, en sus novelas y obras de teatro, a lo que en el artículo «La España de hoy» llama «conciencias turbadas» de la burguesía rica, que incluso decoró sus caudales con títulos de nobleza, casando a sus hijas o hijos con la aristocracia empobrecida. Los enriquecidos por medios dudosos buscaron con frecuencia la cancelación de sus culpas por donaciones suntuosas a las congregaciones, por la construcción de edificios religiosos y por el ejercicio de una vida piadosa altiva y señorial. Comerciantes y especuladores de Bolsa hicieron de sus relaciones con Dios un negocio de toma y daca (do ut des). Buen ejemplo es recordar que el personaje de Torquemada, de la famosa trilogía galdosiana, recurre a las mismas artes cuando acude a Dios para que salve la vida de su hijo. En el Episodio Nacional Cánovas, último que escribió don Benito, cuenta muy bien lo que sentía y opinaba sobre la Restauración y la invasión de las congregaciones francesas y los jesuitas. Pero es justo y necesario terminar con los párrafos finales del artículo «La España de hoy» que hace cien años, al hilo del estreno teatral más estruendoso y famoso de la historia de nuestro teatro, escribió don Benito Pérez Galdós.
«No se pone en tela de juicio ningún principio religioso de los que son base de nuestras creencias; lo que se litiga es el dominio social y régimen de los pueblos». Y dice a continuación: «Por esto, el buen arte político aconseja que no se complique el problema confundiendo en un solo anatema a las dos familias sacerdotales, y si en otro tiempo dijo alguien: “No toquéis a la Marina”, ahora todos debemos decir a los gobernantes: “No toquéis al clero secular”».
Pero de nuevo hay que insistir: en Electra no hay ataques específicos a la Compañía de Jesús, sí los hay y muy claros para quien lea la obra; y los hubo para quienes asistieron a las representaciones teatrales, hace un siglo. Las tensiones sociales y políticas vividas y sufridas por los españoles de aquel entonces sirvieron para explicar y desembozar cuanto ocurría en la escena teatral; en algunos casos viniera o no a cuento, pero así fue.