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CAPÍTULO XIII

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CÓMO LLEGAMOS Á UN RIO QUE PUSIMOS POR NOMBRE RIO DE BANDERAS, É RESCATAMOS CATORCE MIL PESOS.

Ya habrán oido decir en España y en toda la más parte della y de la cristiandad, cómo Méjico es tan gran ciudad, y poblada en el agua como Venecia; y habia en ella un gran señor que era Rey de muchas provincias y señoreaba todas aquellas tierras, que son mayores que cuatro veces nuestra Castilla; el cual señor se decia Montezuma, é como era tan poderoso, queria señorear y saber hasta lo que no podia ni le era posible, é tuvo noticia de la primera vez que venimos con Francisco Hernandez de Córdoba, lo que nos acaesció en la batalla de Cotoche y en la de Champoton, y agora deste viaje la batalla del mismo Champoton, y supo que éramos nosotros pocos soldados y los de aquel pueblo muchos, é al fin entendió que nuestra demanda era buscar oro á trueque del rescate que traiamos, é todo se lo habian llevado pintado en unos paños que hacen de henequén, que es como de lino; y como supo que íbamos costa á costa hácia sus provincias, mandó á sus gobernadores que si por allí aportásemos que procurasen de trocar oro á nuestras cuentas, en especial á las verdes, que parecian á sus chalchihuites; y tambien lo mandó para saber é inquirir más por entero de nuestras personas é qué era nuestro intento.

Y lo más cierto era, segun entendimos, que dicen que sus antepasados les habian dicho que habian de venir gentes de hácia donde sale el sol, que los habian de señorear.

Agora sea por lo uno ó por lo otro, estaban en posta á vela indios del grande Montezuma en aquel rio que dicho tengo, con lanzas largas y en cada lanza una bandera, enarbolándola y llamándonos que fuésemos allí donde estaban.

Y desque vimos de los navíos cosas tan nuevas, para saber qué podia ser fué acordado por el general, con todos los demás soldados y capitanes, que echamos dos bateles en el agua é que saltásemos en ellos todos los ballesteros y escopeteros y veinte soldados, y Francisco Montejo fuese con nosotros, é que si viésemos que eran de guerra los que estaban con las banderas, que de presto se lo hiciésemos saber, ó otra cualquier cosa que fuese.

Y en aquella sazon quiso Dios que hacia bonanza en aquella costa, lo cual pocas veces suele acaecer; y como llegamos en tierra hallamos tres caciques, que el uno dellos era gobernador de Montezuma é con muchos indios de propio, y tenian muchas gallinas de la tierra y pan de maíz de lo que ellos suelen comer, y frutas que eran pinas y zapotes, que en otras partes llaman niameyes; y estaban debajo de una sombra de árboles, puestas esteras en el suelo, que ya he dicho otra vez que en estas partes se llaman petates, y allí nos mandaron asentar, y todo por señas, porque Julianillo, el de la Punta de Cotoche, no entendia aquella lengua; y luego trujeron braseros de barro con ascuas, y nos zahumaron con uno como resina que huele á incienso.

Y luego el capitan Montejo lo hizo saber al General, y como lo supo, acordó de surgir allí en aquel paraje con todos los navíos, y saltó en tierra con todos los capitanes y soldados.

Y desque aquellos caciques y gobernadores le vieron en tierra y conocieron que era el capitan general de todos, á su usanza le hicieron grande acatamiento y le zahumaron; y él les dió las gracias por ello y les hizo muchas caricias, y les mandó dar diamantes y cuentas verdes, y por señas les dijo que trujesen oro á trocar á nuestros rescates.

Lo cual luego el gobernador mandó á sus indios, y que todos los pueblos comarcanos trujesen de las joyas que tenian á rescatar; y en seis dias que estuvimos allí trujeron más de quince mil pesos en joyezuelas de oro bajo y de muchas hechuras; y aquesto debe ser lo que dicen los cronistas Francisco Lopez de Gómora y Gonzalo Hernandez de Oviedo en sus corónicas, que dicen que dieron los de Tabasco; y como se lo dijeron por relacion, así lo escriben como si fuese verdad; porque vista cosa es que en la provincia del rio de Grijalva no hay oro, sino muy pocas joyas.

Dejemos esto y pasemos adelante, y es que tomamos posesion en aquella tierra por su majestad, y en su nombre Real el gobernador de Cuba Diego Velazquez.

Y despues desto hecho, habló el General á los indios que allí estaban, diciendo que se queria embarcar, y les dió camisas de Castilla.

Y de allí tomamos un indio, que llevamos en los navíos, el cual, despues que entendió nuestra lengua, se volvió cristiano y se llamó Francisco, y despues de ganado Méjico, le vi casado en un pueblo que se llama Santa Fe.

Pues como vió el General que no traia más oro á rescatar, é habia seis dias que estábamos allí y los navíos corrian riesgo, por ser travesía norte, nos mandó embarcar.

É corriendo la costa adelante, vimos una isleta que bañaba la mar y tenia la arena blanca, y estaria, al parecer, obra de tres leguas de tierra, y pusímosle por nombre isla Blanca, y así está en las cartas del marear.

Y no muy léjos desta isleta Blanca vimos otra isla, mayor, al parecer, que las demás, y estaria de tierra obra de legua y media, y allí enfrente della habia buen surgidero, y mandó el general que surgiésemos.

Echados los bateles en el agua, fué el capitan Juan de Grijalva con muchos de nosotros los soldados á ver la isleta, y hallamos dos casas hechas de cal y canto y bien labradas, y cada casa con unas gradas por donde subian á unos como altares, y en aquellos altares tenian unos ídolos de malas figuras, que eran sus dioses, y allí estaban sacrificados de aquella noche cinco indios, y estaban abiertos por los pechos y cortados los brazos y los muslos, y las paredes llenas de sangre. De todo lo cual nos admiramos, y pusimos por nombre á esta isleta isla de Sacrificios.

Y allí enfrente de aquella isla saltamos todos en tierra, y en unos arenales grandes que allí hay, adonde hicimos ranchos y chozas con ramas y con las velas de los navíos.

Habíanse allegado en aquella costa muchos indios que traian á rescatar oro hecho piecezuelas, como en el rio de Banderas, y segun despues supimos, mandó el gran Montezuma que viniesen con ello, y los indios que lo traian, al parecer estaban temerosos, y era muy poco.

Por manera que luego el capitan Juan de Grijalva mandó que los navíos alzasen las anclas y pusiesen velas, y fuésemos adelante á surgir enfrente de otra isleta que estaba obra de media legua de tierra, y esta isla es donde agora está el puerto.

Y diré adelante lo que allí nos avino.

Verdadera Historia de los Sucesos de la Conquista de la Nueva-España (Tomos 1-3)

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