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CAPÍTULO III

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DEL DESCUBRIMIENTO DE CAMPECHE.

Como acordamos de ir la costa adelante hácia el Poniente, descubriendo puntas y bajos y ancones y arrecifes, creyendo que era isla, como nos lo certificaba el piloto Anton de Alaminos, íbamos con gran tiento, de dia navegando y de noche al reparo y parando; y en quince dias que fuimos desta manera, vimos desde los navíos un pueblo, y al parecer algo grande, y habia cerca dél gran ensenada y bahía; creimos que habia rio ó arroyo donde pudiésemos tomar agua, porque teniamos gran falta della; acabábase la de las pipas y vasijas que traiamos, que no venian bien reparadas; que, como nuestra armada era de hombres pobres, no teniamos dinero cuanto convenia para comprar buenas pipas; faltó el agua, hubimos de saltar en tierra junto al pueblo, y fué un domingo de Lázaro, y á esta causa le pusimos este nombre, aunque supimos que por otro nombre propio de indios se dice Campeche; pues para salir todos de una barcada, acordamos de ir en el navío más chico y en los tres bateles, bien apercebidos de nuestras armas, no nos acaeciese como en la Punta de Cotoche.

Porque en aquellos ancones y bahías mengua mucho la mar, y por esta causa dejamos los navíos anclados más de una legua de tierra, y fuimos á desembarcar cerca del pueblo, que estaba allí un buen paso de buena agua, donde los naturales de aquella poblacion bebian y se servian dél, porque en aquellas tierras, segun hemos visto, no hay rios; y sacamos las pipas para las henchir de agua y volvernos á los navíos.

Ya que estaban llenas y nos queriamos embarcar, vinieron del pueblo obra de cincuenta indios con buenas mantas de algodon, y de paz, y á lo que parecia debian ser caciques, y nos decian por señas que qué buscábamos, y les dimos á entender que tomar agua é irnos luego á los navíos, y señalaron con la mano que si veniamos de hácia donde sale el sol, y decian Castilan, Castilan, y no mirábamos bien en la plática de Castilan, Castilan. Y despues destas pláticas que dicho tengo, nos dijeron por señas que fuésemos con ellos á su pueblo, y estuvimos tomando consejo si iriamos.

Acordamos con buen concierto de ir muy sobre aviso, y lleváronnos á unas casas muy grandes, que eran adoratorios de sus ídolos y estaban muy bien labradas de cal y canto, y tenian figurados en unas paredes muchos bultos de serpientes y culebras y otras pinturas de ídolos, y al rededor de uno como altar, lleno de gotas de sangre muy fresca; y á otra parte de los ídolos tenian unas señales como á manera de cruces, pintados de otros bultos de indios; de todo lo cual nos admiramos, como cosa nunca vista ni oida.

Segun pareció, en aquella sazon habian sacrificado á sus ídolos ciertos indios para que les diesen vitoria contra nosotros, y andaban muchos indios é indias riéndose y al parecer muy de paz, como que nos venian á ver; y como se juntaban tantos, temimos no hubiese alguna zalagarda como la pasada de Cotoche; y estando desta manera vinieron otros muchos indios, que traian muy ruines mantas, cargados de carrizos secos, y los pusieron en un llano, y tras estos vinieron dos escuadrones de indios flecheros con lanzas y rodelas, y hondas y piedras, y con sus armas de algodon, y puestos en concierto en cada escuadron su capitan, los cuales se apartaron en poco trecho de nosotros; y luego en aquel instante salieron de otra casa, que era su adoratorio diez indios, que traian las ropas de mantas de algodon largas y blancas, y los cabellos muy grandes, llenos de sangre y muy revueltos los unos con los otros, que no se les pueden esparcir ni peinar si no se cortan; los cuales eran Sacerdotes de los ídolos, que en la Nueva-España comunmente se llaman Papas; otra vez digo que en la Nueva-España se llaman Papas, y así los nombraré de aquí adelante; y aquellos Papas nos trujeron zahumerios, como á manera de resina, que entre ellos llaman copal, y con braseros de barro llenos de lumbre nos comenzaron á zahumar, y por señas nos dicen que nos vamos de sus tierras ántes que á aquella leña que tienen llegada se ponga fuego y se acabe de arder, si no que nos darán guerra y nos matarán.

Y luego mandaron poner fuego á los carrizos y comenzó de arder, y se fueron los Papas callando sin más nos hablar, y los que estaban apercibidos en los escuadrones empezaron á silbar y á tañer sus bocinas y atabalejos.

Y desque los vimos de aquel arte y muy bravosos, y de lo de la Punta de Cotoche aún no teniamos sanas las heridas, y se habian muerto dos soldados, que echamos al mar, vimos grandes escuadrones de indios sobre nosotros, tuvimos temor, y acordamos con buen concierto de irnos á la costa; y así, comenzamos á caminar por la playa adelante hasta llegar enfrente de un peñol que está en la mar, y los bateles y el navío pequeño fueron por la costa tierra á tierra con las pipas de agua, y no nos osamos embarcar junto al pueblo donde nos habiamos desembarcado, por el gran número de indios que ya se habian juntado, porque tuvimos por cierto que al embarcar nos darian guerra.

Pues ya metida nuestra agua en los navíos y embarcados en una bahía como portezuelo que allí estaba, comenzamos á navegar seis dias con sus noches con buen tiempo, y volvió un Norte, que es travesía en aquella costa, el cual duró cuatro dias con sus noches, que estuvimos para dar al través: tan recio temporal hacia, que nos hizo anclear la costa por no ir al través; que se nos quebraron dos cables, y iba garrando á tierra el navío. ¡Oh en qué trabajo nos vimos! Que si se quebrara el cable, íbamos á la costa perdidos, y quiso Dios que se ayudaron con otras maromas viejas y guindaletas.

Pues ya reposado el tiempo, seguimos nuestra costa adelante, llegándonos á tierra cuanto podiamos para tornar á tomar agua, que (como he dicho) las pipas que traiamos vinieron muy abiertas y asimismo no habia regla en ello; como íbamos costeando, creiamos que do quiera que saltásemos en tierra la tomariamos de jagueyes y pozos que cavariamos.

Pues yendo nuestra derrota adelante vimos desde los navíos un pueblo, y ántes de obra de una legua dél hácia una ensenada, que parecia que habria rio ó arroyo: acordamos de seguir junto á él; y como en aquella costa (como otras veces he dicho) mengua mucho la mar y quedan en seco los navíos, por temor dello surgimos más de una legua de tierra en el navío menor y en todos los bateles; fué acordado que saltásemos en aquella ensenada, sacando nuestras vasijas con muy buen concierto, y armas y ballestas y escopetas.

Salimos en tierra poco más de medio dia, y habria una legua desde el pueblo hasta donde desembarcamos, y estaban unos pozos y maizales, y caserías de cal y canto. Llámase este pueblo Potonchan, y henchimos nuestras pipas de agua; mas no las pudimos llevar ni meter en los bateles, con la mucha gente de guerra que cargó sobre nosotros; y quedarse ha aquí, y adelante diré las guerras que nos dieron.

Verdadera Historia de los Sucesos de la Conquista de la Nueva-España (Tomos 1-3)

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