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CAPÍTULO IV

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CÓMO DESEMBARCAMOS EN UNA BAHÍA DONDE HABIA MAIZALES, CERCA DEL PUERTO DE POTONCHAN, Y DE LAS GUERRAS QUE NOS DIERON.

Y estando en las estancias y maizales por mí ya dichas, tomando nuestra agua, vinieron por la costa muchos escuadrones de indios del pueblo de Potonchan (que así se dice), con sus armas de algodon que les daba á la rodilla, y con arcos y flechas, y lanzas y rodelas, y espadas hechas á manera de montantes de á dos manos, y hondas y piedras, y con sus penachos de los que ellos suelen usar, y las caras pintadas de blanco y prieto enalmagrados; y venian callando, y se vienen derechos á nosotros, como que nos venian á ver de paz, y por señas nos dijeron que si veniamos de donde sale el sol, y las palabras formales segun nos hubieron dicho los de Lázaro, Castilan, Castilan, y respondimos por señas que de donde sale el sol veniamos. Y entónces paramos en las mieses y en pensar qué podia ser aquella plática, porque los de San Lázaro nos dijeron lo mismo; mas nunca entendimos al fin que lo decian.

Seria cuando esto pasó y los indios se juntaban, á la hora de las Ave-Marías, y fuéronse á unas caserías, y nosotros pusimos velas y escuchas y buen recaudo, porque no nos pareció bien aquella junta de aquella manera.

Pues estando velando todos juntos, oimos venir, con el gran ruido y estruendo que traian por el camino, muchos indios de otras sus estancias y del pueblo, y todos de guerra, y desque aquello sentimos, bien entendido teniamos que no se juntaban para hacernos ningun bien, y entramos en acuerdo con el capitan qué es lo que hariamos; y unos soldados daban por consejo que nos fuésemos luego á embarcar; y como en tales casos suele acaecer, unos dicen uno y otros dicen otro, hubo parecer que si nos fuéramos á embarcar, que como eran muchos indios, darian en nosotros y habria mucho riesgo de nuestras vidas; y otros éramos de acuerdo que diésemos en ellos esa noche; que, como dice el refran, quien acomete, vence; y por otra parte veiamos que para cada uno de nosotros habia trescientos indios.

Y estando en estos conciertos amaneció, y dijimos unos soldados á otros que tuviésemos confianza en Dios, y corazones muy fuertes para pelear, y despues de nos encomendar á Dios, cada uno hiciese lo que pudiese para salvar las vidas.

Ya que era de dia claro vimos venir por la costa muchos más escuadrones guerreros con sus banderas tendidas, y penachos y atambores, y con arcos y flechas, y lanzas y rodelas, y se juntaron con los primeros que habian venido la noche ántes; y luego, hechos sus escuadrones, nos cercan por todas partes, y nos dan tal rociada de flechas y varas, y piedras con sus hondas, que hirieron sobre ochenta de nuestros soldados, y se juntaron con nosotros pié con pié, unos con lanzas, y otros flechando, y otros con espadas de navajas de arte, que nos traian á mal andar, puesto que les dábamos buena priesa de estocadas y cuchilladas, y las escopetas y ballestas que no paraban, unas armando y otras tirando; y ya que se apartaban algo de nosotros, desque sentian las grandes estocadas y cuchilladas que les dábamos, no era léjos, y esto fué para mejor flechar y tirar al terrero á su salvo; y cuando estábamos en esta batalla, y los indios se apellidaban, decian en su lengua, al Calachoni, al Calachoni, que quiere decir que matasen al capitan; y le dieron doce flechazos, y á mí me dieron tres, y uno de los que me dieron, bien peligroso, en el costado izquierdo, que me pasó á lo hueco, y á otros de nuestros soldados dieron grandes lanzadas, y á dos llevaron vivos, que se decia el uno Alonso Bote y el otro era un portugués viejo.

Pues viendo nuestro capitan que no bastaba nuestro buen pelear, y que nos cercaban muchos escuadrones, y venian más de refresco del pueblo, y les traian de comer y beber y muchas flechas, y nosotros todos heridos, y otros soldados atravesados los gaznates, y nos habia muerto ya sobre cincuenta soldados; y viendo que no teniamos fuerzas, acordamos con corazones muy fuertes romper por medio de sus batallones, y acogernos á los bateles que teniamos en la costa, que fué buen socorro, y hechos todos nosotros un escuadron, rompimos por ellos; pues oir la grita y silbos y vocería y priesa que nos daban de flecha y á mantiniente con sus lanzas, hiriendo siempre en nosotros.

Pues otro daño tuvimos, que, como nos acogimos de golpe á los bateles y éramos muchos, íbanse á fondo, y como mejor pudimos, asidos á los bordes, medio nadando entre dos aguas, llegamos al navío de ménos porte, que estaba cerca, que ya venia á gran priesa á nos socorrer, y al embarcar hirieron muchos de nuestros soldados, en especial á los que iban asidos en las popas de los bateles, y les tiraban al terrero, y entraron en la mar con las lanchas y daban á mantiniente á nuestros soldados, y con mucho trabajo quiso Dios que escapamos con las vidas de poder de aquella gente.

Pues ya embarcados en los navíos, hallamos que faltaban cincuenta y siete compañeros, con los dos que llevaron vivos, y con cinco que echamos en la mar, que murieron de las heridas y de la gran sed que pasaron.

Estuvimos peleando en aquellas batallas poco más de media hora. Llámase este pueblo Potonchan, y en las cartas del marear le pusieron por nombre los pilotos y marineros Bahía de Mala Pelea.

Y desque nos vimos salvos de aquellas refriegas, dimos muchas gracias á Dios; y cuando se curaban las heridas los soldados, se quejaban mucho del dolor dellas, que como estaban resfriadas con el agua salada, y estaban muy hinchadas y dañadas, algunos de nuestros soldados maldecian al piloto Anton Alaminos y á su descubrimiento y viaje, porque siempre porfiaba que no era tierra firme, sino isla; donde los dejaré ahora, y diré lo que más nos acaeció.

Verdadera Historia de los Sucesos de la Conquista de la Nueva-España (Tomos 1-3)

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