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DE LAS MEMORIAS DE EUGENIO CASASOLA (II) Manicomio General La Castañeda, noviembre de 1910

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Lamento no haberte llorado, Murcia. Algo me bloqueó. La culpa o la incredulidad, supongo. Quizá las dos cosas. Lo cierto es que el nudo que desde entonces siento en el pecho nunca se expresó en forma de lágrimas. Hubiera sido mejor una catarsis, un descenso a la locura del duelo, en lugar del fantasma permanentemente enlutado en el que me convertí. Ninguna de las personas que me rodeaban pudo explicar esa transformación. En cambio, me distancié del único amigo que me comprendía. De algún modo, culpé a Julio por haber retrasado mi cita contigo aquella noche. Tiempo después, él partió a Europa –lo que me amargó aún más, pues me recordó mi sueño frustrado– y perdimos contacto de manera definitiva. Hace tres años, cuando me enteré de su muerte, tampoco lloré. Me conmovió profundamente, como si tan sólo lo hubiera dejado de ver un día antes, como si aún fuéramos ese par de jóvenes que recorrían la ciudad de noche en busca de aventuras. Tal vez el dolor por tu muerte, Murcia, por la forma salvaje en la que abandonaste este mundo, fue tan fulminante que consumió todas mis lágrimas desde antes de que pudiera producirlas. Fuiste la última víctima del Chalequero aquel año de 1888. Un hecho que nunca dejó de atormentarme. Si tan sólo lo hubieran detenido antes. Si tan sólo hubiera llegado esa noche… Ana me quitó algo de esa pena y me convirtió en un hombre menos tenebroso. Supongo que intuía una herida en mi pasado, pero discreta y prudente como es, nunca preguntó. Siempre respetó mis raptos de melancolía y buscó la manera de distraerme cuando la depresión me abatía. Cuando Julio falleció –dicen que en un hotel de mala muerte en París, en los brazos de una prostituta; no sé si sea verdad, pero es una historia a la altura del personaje que construyó–, murió un gran artista, pero también la única persona que sabía mi secreto. Por eso la importancia de esta última confesión. Pronto me reuniré contigo, Murcia; sin embargo, necesito a Madame Guillot para un último favor. Confío en que hace lo posible por venir a visitarme, que mueve sus influencias para obtener un permiso especial, pero de momento estoy incomunicado. La Bestia no lo permite. Ya encontraremos la manera. Lo importante ahora es continuar mi relato… Escucho el taconeo de las pezuñas, necesito más cera en mis oídos. Antes de que devore mi lengua, la utilizaré para decir mi última palabra: Murcia…

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