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CAPÍTULO SIETE

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Cassie se alejó lentamente de la puerta de la oficina con la esperanza de que la señora Rossi no se hubiese dado cuenta de que ella había estado escuchando. Se sentía profundamente conmocionada. ¿La joven empleada había sido despedida por un malentendido en relación a un aviso de empleo?

Esa no podía ser toda la historia. Debía haber otras cosas que había hecho mal. En cualquier caso, eso esperaba Cassie. Se dio cuenta con un escalofrío que quizás esto era lo que se necesitaba para construir un imperio, y por eso tan poca gente lo lograba. Los errores y las excusas eran inaceptables. Eso quería decir que debía mantenerse alerta todo el tiempo y hacer lo posible para no equivocarse.

Se podía imaginar haciendo algo mal y que la señora Rossi le gritara palabras despiadadas y le ordenara que empacara sus cosas y se marchara. Había sonado furiosa, como una persona totalmente diferente. Cassie no pudo evitar sentir pena por la desafortunada Abigail, pero se recordó que no le correspondía juzgar la situación y no sabía nada del trasfondo de su relación.

Cassie se alegró al ver que llegaba la criada y que podía alejarse de la furiosa conversación unilateral que aún podía escuchar desde adentro de la oficina. La mujer uniformada hablaba en italiano, pero pudieron comunicarse por medio de señas.

Salieron del estacionamiento y la mujer le mostró a Cassie en dónde debía estacionar, en un área protegida detrás de la casa. Le entregó las llaves de la puerta de entrada con un control remoto que manejaba la puerta de hierro, y luego la ayudó a cargar sus bolsos al piso de arriba.

Cassie dobló a la derecha automáticamente, dirigiéndose hacia las habitaciones de las niñas, pero la criada la llamó.

–¡No! —le dijo, y Cassie se alegró de que esta palabra fuese la misma en italiano.

La criada apuntó al corredor del otro lado de la herradura.

Cassie cambió de dirección, confundida. Había asumido que su habitación estaría cerca de las de las niñas, para poder atenderlas si la necesitaban durante la noche. Del otro lado de esta casa enorme no podría escucharlas si lloraban. En realidad, la habitación de la señora Rossi, en el centro de la herradura, estaba más cerca.

Sin embargo, ya había visto lo independiente que eran las niñas para su edad, y quizás eso quería decir que no necesitaban ayuda durante la noche o, por el contrario, que tenían la seguridad suficiente para cruzar la casa e ir a llamarla.

Su enorme dormitorio con baño en suite estaba ubicado al final de la otra ala de la herradura. Miró por la ventana y vio que las habitaciones tenían vista al jardín y al patio, con una fuente decorativa en el centro.

Del otro lado podía ver las ventanas de los dormitorios de las niñas y, en realidad, a la luz del atardecer, podía distinguir la cabeza oscura de una de las niñas, sentada en un escritorio y ocupada con su tarea. Como las niñas tenían coletas idénticas y una altura similar, no podía adivinar cuál de ellas era y el respaldo de la silla no le permitía ver el vestido, lo que la hubiese ayudado. Aún así, era bueno saber que podía verlas desde su lejana habitación.

Cassie quería cruzar la herradura e ir a conocer mejor a las niñas, para asegurarse de empezar con el pie derecho con ellas.

Sin embargo, estaban haciendo su tarea y luego iban a salir con su madre, por lo que tendría que esperar.

En su lugar, Cassie desempacó y se aseguró de que su habitación y los armarios estuvieran ordenados.

La señora Rossi no le había preguntado si tomaba alguna medicación, por lo que Cassie no tuvo que mencionar todas las pastillas para la ansiedad que la mantenían estable.

Guardó las botellas fuera de vista en el fondo del cajón de su mesa de noche.

Cassie no había esperado que su primera noche en la casa estuviera sola. Se dirigió hacia la cocina vacía y buscó en los cajones hasta encontrar los menús.

El refrigerador estaba lleno de comida, pero Cassie no sabía si estaba reservada para futuras comidas y no había nadie a quién preguntarle. Todo el personal, incluyendo a la criada que la había ayudado, parecía haberse marchado por el día. Se sintió cohibida e incómoda al pensar en ordenar comida para ella a cuenta de la familia en su primera noche, pero decidió que era mejor seguir las órdenes de la señora Rossi.

Había un teléfono en la cocina, así que llamó a uno de los restaurantes de la zona y ordenó una lasaña y una Coca-Cola dietética. Media hora después, llegó. Cassie no quería entrar al comedor formal, así que exploró otros lugares. El área de la planta baja tenía muchos salones más pequeños y uno de ellos, que supuso era el comedor de las niñas, tenía una pequeña mesa con cuatro sillas.

Se sentó allí y comió su comida mientras estudiaba su libro de frases en italiano. Luego, agotada después de todo lo que había ocurrido ese día, se fue a la cama.

Justo antes de dormirse su teléfono vibró.

Era el simpático barman de la casa de huéspedes.

“¡Hola, Cassie! Creo que recuerdo en donde estaba trabajando Jaxs. El nombre de la ciudad es Bellagio. ¡Espero que esto ayude!”

Al leer el mensaje, la inundó la esperanza. Esta era la ciudad, la verdadera ciudad en donde su hermana se había quedado. ¿Habría trabajado allí? Cassie esperaba que se hubiese quedado en un alojamiento o en un hotel, ya que eso significaba que podría rastrearla. Empezaría su investigación en cuanto tuviera tiempo, y Cassie estaba segura de que obtendría resultados.

¿Cómo sería la ciudad? El nombre sonaba encantador. ¿Por qué Jacqui había elegido viajar allí?

Le surgían tantas preguntas sin respuestas en su mente que le tomó más tiempo de lo que esperaba conciliar el sueño.

Cuando finalmente lo hizo, soñó que estaba en esa ciudad. Era singular y pintoresca, con terrazas salientes y edificios de piedra color miel. Caminando por la calle, le preguntó a un transeúnte:

–¿En dónde puedo encontrar a mi hermana?

–Está allí —dijo él señalando la cima de la colina.

Mientras caminaba, Cassie comenzó preguntarse qué era lo que había allí arriba. Parecía estar alejado de todo. ¿Qué hacía Jacqui allí? ¿Por qué no había bajado encontrarse con Cassie, si sabía que su hermana estaba en la ciudad?

Finalmente y sin aliento, llegó a la cima de la colina, pero la torre había desaparecido y todo lo que podía ver era un lago enorme y oscuro. Sus aguas oscuras salpicaban los bordes de las piedras oscuras que lo rodeaban.

–Aquí estoy.

–¿En dónde?

La voz parecía venir desde un lugar lejano.

–Es demasiado tarde —susurró Jacqui con voz ronca y llena de tristeza—. Papá me alcanzó primero.

Horrorizada, Cassie se inclinó y miró hacia abajo.

Allí estaba Jacqui, tumbada en el fondo del agua oscura y fría.

Su cabello se arremolinaba alrededor de ella, sus miembros estaban blancos y sin vida, y cubrían como algas a las rocas afiladas mientras sus ojos ciegos miraban hacia arriba.

–¡No! —Gritó Cassie.

Se dio cuenta de que esta no era Jacqui y de que no estaba en Italia. Estaba de nuevo en Francia, mirando por encima del parapeto de piedra al cuerpo despatarrado más abajo. Esto no era un sueño, era un recuerdo. El vértigo se apoderó de ella, y Cassie se aferró a la roca, aterrorizada de que también se iba a caer porque se sentía tan débil e impotente.

–Para eso están los padres. Eso es lo que hacen.

La voz burlona venía de detrás de ella y ella giró, tambaleándose.

Allí estaba, el hombre que le había mentido, la había engañado y había destruido su confianza. Pero no era a su padre a quien veía. Era Ryan Ellis, su jefe en Inglaterra, con el rostro retorcido con menosprecio.

–Eso es lo que hacen los padres —susurró—. Hacen daño. Destruyen. Tú no fuiste lo suficientemente buena, así que ahora es tu turno. Eso es lo que hacen.

Extendió la mano, la sujetó de la blusa y la empujó con todas sus fuerzas.

Cassie dio un alarido de terror al sentir que perdía la sujeción y la piedra se resbalaba.

Se estaba cayendo, cayendo.

Y cuando aterrizó, se sentó, jadeando, con sudor frío que le producía escalofríos aunque el espacioso dormitorio estaba templado.

La distribución de la habitación no le resultaba familiar y pasó un tiempo tanteando antes de encontrar su mesa de noche y luego finalmente el interruptor de la luz.

La prendió y se sentó, desesperada por confirmar que había escapado de su pesadilla.

Estaba en la enorme cama matrimonial con cabecera de metal. Del otro lado de la habitación estaba el enorme ventanal, con las cortinas color castaño dorado cerradas.

A la derecha estaba la puerta del dormitorio y a la izquierda, la puerta del baño. El escritorio, la silla, el minibar, el armario, todo estaba como ella lo recordaba.

Cassie soltó un suspiro profundo, con la tranquilidad de que ya no estaba atrapada en su sueño.

Aunque aún estaba oscuro, ya eran las siete y cuarto de la mañana. Con un sobresalto, recordó que no había recibido instrucciones de lo que las niñas debían hacer hoy. ¿O sí las había recibido, pero se había olvidado? ¿La señora Rossi había dicho algo de la escuela?

Cassie sacudió la cabeza. No podía recordar nada y no creía que hubiera mencionado los horarios de la escuela.

Salió de la cama y se vistió rápidamente. En el baño, controló sus ondas cobrizas con un peinado que esperaba que fuese aceptable en este hogar enfocado en la moda.

Mientras se miraba en el espejo, escuchó un ruido afuera.

Cassie se detuvo y escuchó.

Detectó el débil sonido de unos pasos crujiendo sobre la gravilla. El cristal esmerilado de la ventana del baño daba hacia afuera, hacia la puerta de hierro.

¿Sería alguien del personal de cocina?

Abrió la ventana y miró hacia afuera.

En el gris profundo de la mañana, Cassie vio una silueta vestida con ropa oscura avanzando furtivamente hacia la parte trasera de la casa. Mientras observaba con asombro, logró descifrar la silueta de un hombre con un gorro de lana negro y una pequeña mochila de color oscuro. Solo fue un vistazo, pero pudo ver que se dirigía a la puerta trasera.

Se le aceleró el corazón al pensar en intrusos, en la puerta automática y las cámaras de seguridad.

Recordó las palabras de la señora Rossi y la clara advertencia que le había dado. Esta era una familia acomodada. Sin dudas podían ser el blanco de un robo o incluso un secuestro.

Tenía que salir a investigar. Si él le parecía peligroso, daría la alarma, gritaría y despertaría a toda la casa.

Mientras se apresuraba por la escalera, decidió su plan de acción.

El hombre se había dirigido a la parte de atrás de la casa, así que ella saldría por la puerta del frente. Ahora había suficiente luz para ver bien, y la fría noche había dejado escarcha sobre el pasto. Podría seguir sus huellas.

Cassie salió hacia afuera, cerrando con llave la puerta. La mañana estaba tranquila y helada, pero estaba tan nerviosa que apenas notó la temperatura.

Había huellas, borrosas pero claras en la escarcha. Rodeaban la casa sobre el pasto prolijamente cortado y conducían hacia los ladrillos del patio.

Siguiéndolas, vio que conducían a la puerta trasera que estaba totalmente abierta.

Cassie se avanzó por los escalones, notando las huellas típicas de un zapato en cada escalón de piedra.

Se detuvo en la puerta, esperando y esforzándose por escuchar cualquier ruido sospechoso por encima del martilleo de su propio corazón.

No podía escuchar nada que viniera de adentro, aunque las luces estaban prendidas. Un leve aroma a café flotó hacia ella. Quizás este hombre era un chofer que venía dejar una entrega y la cocinera lo había dejado entrar. Pero entonces, ¿en dónde estaba él y por qué no podía escuchar ninguna voz?

Cassie caminó sigilosamente por la cocina, pero no encontró a nadie allí.

Decidió ir a ver a las niñas y asegurarse de que estuvieran bien. Entonces, una vez que se asegurara de que estaban a salvo, despertaría a la señora Rossi y le explicaría lo que había visto. Podría tratarse de una falsa alarma, pero era mejor prevenir que curar, especialmente viendo que el hombre parecía haber desaparecido.

Había sido un vistazo tan fugaz que si no hubiese visto las huellas de los zapatos, Cassie hubiera creído que se había imaginado al furtivo personaje.

Trotó por las escaleras y se dirigió a los dormitorios de las niñas.

Antes de llegar se volvió a detener, tapándose la boca con la mano para sofocar un grito.

Allí estaba el hombre, una figura delgada, vestida con ropa oscura.

Estaba afuera del dormitorio de la señora Rossi, extendiendo la mano izquierda hacia la manija de la puerta.

No podía ver su mano derecha porque la tenía enfrente de él, pero por el ángulo, era obvio que estaba sosteniendo algo con ella.

Casi Muerta

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