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CAPÍTULO TRES

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Cassie se dio cuenta demasiado tarde que había sido muy estúpida y parlanchina, y demasiado confiada. En su necesidad de tener compañía, le había confesado a este extraño que estaba completamente sola en el mundo y que nadie sabía en dónde estaba.

Por la cabeza le empezaron a rondar escenarios de secuestro, tráfico y abuso. Tenía que escapar.

Aunque Vadim le sujetó el puño ella se liberó, y entonces él logró tomarla de la manga e la chaqueta.

Frágil y desgastada, la tela se desgarró, por lo que él solo se quedó con una pizca del forro de polyester en la mano. Entonces, era libre.

Cassie se volteó y corrió por el camino que había venido.

Bajó la cabeza para evitar la lluvia y cruzó la calle rápidamente mientras cambiaba el semáforo. Escuchó gritos y maldiciones detrás de ella que le decían que el enorme paraguas era un obstáculo más que una ayuda para Vadim. Dobló a la izquierda por una calle lateral mientras un autobús pasaba detrás de ella, suplicando que él no hubiese visto por dónde había ido, pero otro grito le dijo que sí lo había hecho, y que la estaba siguiendo.

Dobló a la derecha a una calle más concurrida en donde serpenteó entre los lentos peatones, se quitó la chaqueta y el gorro de lana en caso de que los colores lo ayudaran a encontrarla. Envolvió las prendas debajo del brazo y al llegar a otra intersección, miró hacia atrás mientras volvía a doblar a la izquierda.

Nadie parecía seguirla, pero aún podría alcanzarla, o algo peor, adivinar a dónde iba y esperarla allí.

Más adelante, como un rayo de esperanza y seguridad, vio el cartel de Pensione que había visto antes. No veía a Vadim por ningún lado.

Cassie corrió hacia él, rogando poder entrar y estar fuera de peligro a tiempo.

*

La música de la casa de huéspedes resonaba hasta la calle, en donde había una puerta de seguridad blanca y endeble entornada.

Cassie la empujó y subió pesadamente la angosta escalera de madera. Voces, risas y el olor a humo de cigarrillo flotaban en el aire.

Miró detrás de ella pero la escalera estaba vacía.

Quizás se había dado por vencido en la cacería. Ahora que se había escapado, se preguntó si habría exagerado la amenaza. La camioneta estacionada podría haber sido una coincidencia. Vadim podría haber querido que ella fuera con él a su casa.

De todos modos, no había hecho lo que le había prometido, y había intentado sujetarla en cuanto ella dudó. Sintió un terror renovado al recordar que apenas había logrado liberarse.

Había sido una tonta al dejar que se le escapara que estaba sola, que nadie sabía en dónde estaba, que estaba en una misión imposible en busca de una persona quizás nunca pudiera encontrar. Respirando con dificultad, Cassie se reprendió por su terrible estupidez. Había sido un alivio compartir la historia de Jacqui con un extraño que no podía juzgarla. No se dio cuenta de qué más podía estar compartiendo con él.

La puerta de seguridad al final de la escalera estaba cerrada. Conducía a un pequeño vestíbulo que estaba desocupado y un timbre en la pared tenía pegado un cartel impreso debajo. Estaba escrito en varios idiomas, arriba de todo en inglés.

“Para servicio, toque el timbre”.

Cassie tocó con la esperanza de que alguien escuchara el timbre, porque la música allí arriba era ensordecedora.

Por favor, respondan, rogó ella.

La puerta del otro lado del vestíbulo se abrió, y entró una mujer pelirroja de más o menos la edad de Cassie. Parecía sorprendida de ver a Cassie parada allí afuera..

Buona sera —la saludó ella.

–¿Hablas inglés? —le preguntó Cassie, rezando porque la mujer fuese bilingüe y entendiera que tenía que dejarla entrar rápido.

Para alivio de Cassie, ella cambió al inglés con un acento alemán.

–¿Cómo puedo ayudarte?

–Necesito alojamiento de forma urgente. ¿Hay alguna habitación disponible aquí?

La mujer pelirroja pensó por un momento.

–No hay habitaciones —dijo sacudiendo la cabeza, y Cassie se sintió decepcionada.

Miró hacia atrás por encima del hombro, pensando que había escuchado pasos en la escalera, pero debían ser los golpes de la música desde algún lugar del hospedaje.

–¿Por favor, al menos puedo entrar? —preguntó.

–Por supuesto. ¿Estás bien?

La mujer le abrió la puerta. Cassie sintió el frío metal vibrar en sus manos cuando la cerradura se abrió, y ella la cerró firmemente con un ruido metálico.

Finalmente, estaba  a salvo.

–Tuve una mala experiencia allí afuera. Un hombre me dijo que me acompañaría hasta aquí pero terminamos yendo en una dirección totalmente distinta. Me sujetó del brazo cuando me di cuenta de que algo andaba mal, pero logré liberarme.

La mujer levantó las cejas, sorprendida.

–Me alegro que hayas escapado. Esta parte de Milán puede ser peligrosa en las noches. Por favor, pasa por la oficina. Creo que entendí mal tu pregunta. No tenemos dormitorios disponibles; todas las habitaciones individuales están reservadas. Pero tenemos una cama disponible en un dormitorio compartido, si te interesa.

–Sí, muchas gracias.

Cassie sintió el alivio de no tener que volver a las calles oscuras y siguió a la mujer por el vestíbulo a una oficina minúscula con una cartel en la puerta: “Gerente del Hostel”.

Allí, Cassie pagó por la habitación. Una vez más, se dio cuenta de que el precio era inquietantemente elevado. Milán era un lugar costoso y no parecía haber una forma de vivir con poco dinero.

–¿Tienes equipaje? —le preguntó.

Cassie sacudió la cabeza.

–Está en el auto, a varios kilómetros.

Para su asombro, la mujer asintió como si eso fuese algo común.

–En una habitación compartida necesitarás artículos de tocador.

El cepillo y pasta de dientes, jabón y camiseta de algodón para dormir le salvaban la vida a Cassie, que le entregó más euros a cambio.

–Tu habitación está al final del corredor. Tu cama es la que está más cerca de la puerta e incluye un casillero.

–Gracias.

–Y el bar es por allí. Les ofrecemos a nuestros huéspedes la cerveza más barata de Milán —le sonrió mientras dejaba las llaves del casillero sobre el mostrador.

–Mi nombre es Gretchen —agregó.

–Soy Cassie.

Cassie recordó por qué estaba allí y preguntó:

–¿Tienen teléfono? ¿Internet?

Contuvo la respiración mientras Gretchen consideraba la pregunta.

–Los huéspedes pueden utilizar el teléfono de la oficina solo en casos de emergencia —dijo ella—. Hay muchos lugares cercanos en donde puedes hacer llamadas telefónicas y usar una computadora. Hay una lista de ellos en la cartelera de anuncios que está al lado de la biblioteca, y allí también encontrarás un mapa.

–Gracias.

Cassie miró detrás de ella. Había visto la cartelera cuando entraban, apoyada arriba de la biblioteca. Era una cartelera enorme, cubierta de recortes.

–También ponemos trabajos en la cartelera —explicó Gretchen—. Hacemos una búsqueda diaria en los sitios e imprimimos los avisos. Algunos lugares incluso nos contactan directamente si necesitan ayuda de media jornada, como meseros, repositores, limpiadores. En esos trabajos generalmente pagan por día, en efectivo

Le sonrió a Cassie comprensivamente, como si entendiera lo que era estar corta de dinero en un país extranjero.

–La mayoría de los huéspedes pueden conseguir trabajo si lo desean, así que si necesitas trabajo, házmelo saber —dijo ella.

–Gracias de nuevo —dijo Cassie.

Se dirigió derecho a la cartelera de anuncios.

Había una lista de cinco lugares cercanos en donde podía usar el teléfono e internet, y Cassie contuvo la respiración al ver que Cartoleria estaba allí, pero lo habían tachado recientemente con una nota, “Cerrado”.

Ese era un anuncio esperanzador, por lo que Cassie decidió preguntarle a Gretchen si podía revisar la lista de huéspedes. Se dirigió al bar y vio que la gerente acababa de empezar a tomar una cerveza y estaba sentada en un sillón entre en grupo de gente que reía.

–Allí hay otra clienta.

Un hombre alto y esbelto con acento inglés, que parecía más joven que Cassie, dio un salto y abrió el refrigerador.

–Soy Tim. ¿Qué te puedo ofrecer? —preguntó él.

Al ver que ella dudaba, dijo:

–Hay una oferta de Heineken.

–Gracias —dijo Cassie.

Pagó y él le entregó una botella helada. Dos chicas de cabello oscuro que parecían ser mellizas se cambiaron de sillón para hacerle un lugar.

–En realidad, vine aquí porque esperaba encontrar a mi hermana —dijo ella, con una punzada de nervios.

–Quisiera saber si alguno de ustedes la conoce, o si se hospedó aquí. Tiene el cabello rubio, o al menos así lo tenía la última vez que la vi. Y su nombre es Jacqui Vale.

–¿Hace mucho que no se ven? —preguntó una de las chicas de cabello oscuro, con compresión.

Cuando Cassie asintió, ella dijo:

–Eso es muy triste. Espero que la encuentres.

Cassie tomó un trago de cerveza. Estaba helada y tenía mucha malta.

La gerente estaba revisando su teléfono.

–No hubo ninguna Jacqui aquí en diciembre. Tampoco en noviembre —dijo ella, y a Cassie se le cayó el alma a los pies.

–Un momento —dijo Tim—. Recuerdo a alguien.

Cerró los ojos, como rememorando, mientras Cassie lo observaba con ansiedad.

–No vienen mucho estadounidenses aquí, así que recuerdo el acento. No reservó una habitación, vino con una amiga que se estaba quedando aquí. Tomó un trago y luego se marchó. No era rubia, tenía el cabello castaño, pero era muy bonita y se parecía un poco a ti.  Quizás unos años mayor.

Cassie asintió animadamente.

–Jacqui es mayor.

–La amiga la llamaba Jax. Empezamos a hablar cuando la atendí y me dijo que se estaba quedando en una pequeña ciudad, Creo que quedaba a una o dos horas de aquí. Por supuesto que no recuerdo el nombre de la ciudad.

Cassie se sintió sin aliento al pensar que su hermana realmente había estado allí. Visitando a una amiga, ocupándose de su vida. No parecía que estuviera en bancarrota, o desesperada, o que fuese una drogadicta o estuviera en una relación de maltrato, o cualquiera de los peores casos por los que Cassie se había preocupado cada vez que pensaba en Jacqui, y se preguntó por qué nunca se había contactado.

Quizás la familia nunca había significado mucho para ella y no había sentido la necesidad de reconectarse. Aunque habían tenido un vínculo muy estrecho, era la adversidad lo que las había obligado a unirse para sobrevivir a las rabietas de su padre y la vida familiar inestable. Quizás Jacqui quería dejar atrás esos recuerdos.

–No sabía que podías recordar tan bien los rostros, Tim —bromeó Gretchen—. ¿O es solo con chicas bonitas?

Tim sonrió avergonzado.

–Oye, era preciosa. Pensaba en invitarla a salir, pero luego supe que no se hospedaba en Milán, y pensé que probablemente no estuvieras interesada en mí de todos modos.

Las otras chicas protestaron al unísono.

–¡Tonto! Deberías haberlo hecho —insistió la chica que estaba al lado de Cassie.

–No sentí la onda adecuada de su parte, y creo que me hubiera dicho que no. De todos modos, Cassie, si me das tu número de teléfono haré lo posible por recordar cuál era la ciudad. SI lo recuerdo te enviaré un mensaje.

–Gracias —dijo Cassie.

Le dio su número a Tim y terminó su cerveza. Parecía que todos estaban listos para otra ronda y que conversarían hasta pasada la medianoche, pero ella estaba exhausta.

Se levantó y les deseó buenas noches antes de ir a darse una ducha caliente e ir a acostarse.

Fue solo cuando se arropó que recordó, con sorpresa, que su medicación para la ansiedad había quedado en su maleta.

Había sufrido las consecuencias de no tomar las pastillas antes. Era difícil conciliar el sueño si no había tomado la medicación y tenía más posibilidades de tener pesadillas muy reales. Algunas veces terminaba caminando dormida, y Cassie estaba nerviosa por si eso le llegaba a ocurrir en una habitación compartida.

Solo podía esperar que el cansancio junto con la cerveza que había tomado ahuyentaran las pesadillas.

Casi Muerta

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