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CAPÍTULO CUATRO

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—Rápido. Levántate. Tenemos que irnos.

Alguien le tocaba el hombro a Cassie pero ella estaba cansada, tan cansada que apenas podía abrir los ojos. Luchando contra el cansancio, se despertó con dificultad.

Jacqui estaba parada al lado de su cama, con el cabello castaño brillante y perfecto, y una chaqueta negra moderna.

–¿Estás aquí?

Entusiasmada, Cassie se sentó, lista para abrazar a su hermana.

Pero Jacqui le dio la espalda.

–Apresúrate —le susurró—. Vienen por nosotras.

–¿Quién viene? —preguntó Cassie.

En seguida pensó en Vadim. La había agarrado de la manga y había desgarrado su chaqueta. Él tenía planes para ella. Había logrado escapar, pero ahora la había encontrado otra vez. Debió haber sabido que lo haría.

–No sé cómo podremos escapar —dijo ella con ansiedad—. Hay solo una puerta.

–Hay una escalera de emergencia. Ven, déjame mostrarte.

Jacqui la guió por el corredor largo y oscuro. Vestía a la moda con jeans rotos y sandalias rojas de taco alto. Cassie caminó lentamente detrás con sus zapatillas gastadas, con la esperanza de que Jacqui tuviera razón y hubiera una ruta de escape allí.

–Por aquí —dijo Jacqui.

Abrió una puerta de hierro y Cassie retrocedió al ver la desvencijada escalera de emergencia. La escalera de hierro estaba rota y oxidada. Peor aún, solo bajaba hasta la mitad del edificio. Más allá no había más que una caída interminable y vertiginosa a la calle debajo.

–No podemos salir por ahí.

–Podemos. Debemos.

La risa de Jacqui era estridente, y mirándola con horror, Cassie vio que su rostro había cambiado. Esta no era su hermana. Era Elaine, una de las novias de su padre, a la que más había temido y odiado.

–Bajaremos —gritó la rubia malvada—. Baja tú primero. Muéstrame cómo. Sabes que siempre te he odiado.

Sintiendo el temblor del metal oxidado cuando lo tocaba, Cassie también comenzó a gritar.

–¡No! Por favor, no. ¡Ayúdenme!

Una risa chillona fue su única respuesta mientras la salida de emergencia comenzaba a desplomarse, rompiéndose debajo de ella.

Y entonces, otras manos la sacudían.

–¡Por favor, despierta! ¡Despierta!

Abrió los ojos.

La luz del dormitorio estaba prendida y ella miraba hacia arriba a las mellizas de cabello oscuro. La estaban mirando con expresiones mezcladas con preocupación y molestia.

–Has estado teniendo muchas pesadillas, gritando ¿Estás bien?

–Sí, estoy bien. Lo siento. A veces tengo pesadillas.

–Es perturbador —dijo la otra melliza—. ¿Puedes hacer algo para detenerlo? Es injusto para nosotras; tenemos el turno diurno y tenemos que trabajar doce horas hoy.

Cassie sintió que le carcomía la culpa. Debió haberse dado cuenta de que sus pesadillas perturbarían enormemente en una habitación compartida.

–¿Qué hora es?

–Ahora son las cuatro de la mañana.

–Me levantaré —decidió Cassie.

–¿Estás segura?

Las mellizas se miraron entre ellas.

–Sí, estoy segura. Siento tanto haberlas despertado.

Se bajó de la cama, mareada y desorientada por la falta de sueño, y rápidamente se puso su blusa en la oscuridad. Luego, tomó su bolso, salió de la habitación y cerró la puerta silenciosamente.

El bar estaba vacío y Cassie se sentó en uno de los sillones y enrolló las piernas sobre un almohadón. No tenía idea de qué hacer ahora o a dónde ir.

Sería desconsiderado interrumpir el sueño de sus compañeras de habitación una noche más, y no podía pagar una habitación individual aunque una quedara libre.

Quizás podía ver si conseguía un trabajo. No tenía una visa para trabajar, pero por lo que los otros habían dicho la noche anterior, si el trabajo era por menos de tres meses a nadie en Italia le importaba mucho si era con una visa de turista.

Trabajar haría que su estadía aquí fuera accesible y le daría algo de tiempo. Aún si Tim no recordaba en dónde se estaba quedando Jacqui, su hermana podría intentar contactarla otra vez.

Cassie fue hacia la cartelera de anuncios para ver si había algún empleo disponible.

Esperaba encontrar algún trabajo como mesera, ya que tenía experiencia en eso y sentiría confianza al postularse. Sin embargo, para su consternación, todos los trabajos allí estipulaban que los postulantes debían hablar italiano fluidamente. Otros idiomas eran una ventaja pero no esenciales.

Con un suspiro de frustración, descartó la idea de trabajar como mesera.

¿Qué tal como lavaplatos? ¿O limpiadora?

Revisó la cartelera y no encontró ningún trabajo de ese tipo. Había algunos trabajos de asistente de ventas, pero también se requería italiano. Luego había un trabajo de mensajero en bicicleta que parecía interesante y pagaban bien, pero tenía que tener su propia bicicleta y casco, y ella no los tenía.

Esas eran las únicas oportunidades disponibles y ella no cumplía ninguno de sus requisitos.

Desanimada, Cassie volvió al sillón y enchufó el teléfono en el cargador. Quizás pudiera buscar en la red y ver si había otros empleos disponibles. Aún era muy temprano, y luego de que su noche había sido interrumpida, se sentía muy cansada por el sueño. En el sillón se deslizo en un sueño liviano, y se despertó dos horas después cuando las mellizas salían.

La gente estaba levantada, y sentía el aroma de la preparación de café. Cassie desenchufó su teléfono y se levantó tambaleando del sillón, pues no quería que nadie más supiera que había dormido allí en lugar de la cama que le habían asignado.

Siguiendo el aroma a café encontró a Gretchen, envuelta en una bata y fijando dos avisos laborales a la cartelera.

–Estos acaban de llegar —le dijo con una sonrisa—. Y hay café a la venta en la pequeña cocina por el pasillo.

Cassie miró a las dos tarjetas nuevas de empleo. Uno era otro aviso para una mesera, que otra vez no le servía. Al mirar el otro, sintió un escalofrío de nervios.

–Se solicita una niñera. Una madre divorciada con dos hijos necesita ayuda por tres meses, comenzando cuanto antes, para cuidar a dos niñas, de ocho y nueve años. Se prefiere angloparlante. Se ofrece alojamiento de lujo. Por favor comunicarse con Ottavia Rossi.

Cassie cerró los ojos y sintió un cosquilleo en la espalda.

No creía poder afrontar otro trabajo como niñera. No cuando los primeros dos habían resultado tan mal.

Su primera asignación, en Francia, había sido para trabajar con un terrateniente adinerado. Fue solo después de haber llegado al chateau que se dio cuenta de lo disfuncional que eran él y su prometida en la crianza de tres niños traumatizados. Todos ellos se habían rebelado contra su violenta autoridad cada uno a su modo, y Cassie había soportado lo peor de su comportamiento.

El trabajo se convirtió en una pesadilla, y cuando la prometida murió en circunstancias sospechosas, Cassie apenas había escapado que la arrestaran por sospechosa de asesinato.

El terrateniente, Pierre Dubois, había terminado siendo acusado por el crimen, y el juicio estaba en curso. Cada vez que veía informes al respecto en las noticias, Cassie las examinaba con ansiedad. Con el equipo legal dando una batalla feroz, el artículo más reciente declaraba que el veredicto se pronunciaría en febrero.

Había viajado a Inglaterra, desesperada por pasar desapercibida en caso de que el equipo legal decidiera citarla a testificar, o peor aún, lograra fabricar pruebas suficientes para probar que ella era la culpable.

En Inglaterra, había corrido a los brazos de un hombre encantador y atractivo que se había presentado como un padre divorciado que necesitaba ayuda urgente con sus hijos. Cassie se había enamorado de Ryan Ellis y le creía todo lo que él le decía. Entonces, su mundo idílico se había derrumbado alrededor de ella cuando se expusieron una mentira tras otra, y la situación se había desenvuelto en un horror.

Cassie aún no podía pensar en esa experiencia sin sentir que hervía de pánico. Se alejó y casi se chocó con Gretchen, que estaba ocupada actualizando la cartelera de anuncios y quitando los empleos más antiguos.

–Disculpa —dijo Cassie.

–¿Viste algo que te convenga? —preguntó Gretchen.

–No estoy segura. El trabajo de niñera parece interesante —dijo Cassie, solo por ser amable.

–Ese es en las afueras de Milán. Es en una zona adinerada. Y veo que con cama, así que el hospedaje está incluido.

–Gracias —dijo Cassie.

Tomó una foto del anuncio, aunque sabía que lo hacía por inercia, sin ninguna intención de aceptar el trabajo.

Miró los libros que estaban a la venta. Eran una mezcla ecléctica de ficción y no ficción, y vio dos en el estante que le serían útiles. Uno era un libro de frases en italiano, y el otro era una guía del idioma para principiantes. Los libros estaban destrozados y muy usados, pero también estaban baratos. Encantada de poder empezar a dominar el italiano, Cassie fue a pagarlos a la oficina.

Luego de comprar los libros y una taza de café, salió a buscar su auto. Aunque la ciudad era muy diferente a la luz del día, logró encontrar el camino de vuelta a su auto con solo un par de giros equivocados durante la ruta.

Durante el camino no podía dejar de pensar en el trabajo de niñera.

Los mendigos no podían elegir, y necesitaba quedarse en la ciudad desesperadamente por un tiempo. Después de todo, Tim el barman podía recordar el nombre de la ciudad en donde trabajaba Jacqui en cualquier momento.

Un trabajo con cama significaba que no molestaría a sus compañeros viajeros y que no arriesgaría tener otra experiencia aterradora en la ciudad, similar a lo que le había ocurrido la noche anterior con Vadim.

Además, trabajaría para una mujer,. Una mujer divorciada. Cassie podía asegurarse de confirmar que esto era cierto antes de tomar una decisión definitiva. No quería trabajar para un hombre otra vez. No parecía que hubiese un hombre en esa casa, solo una mujer y sus dos hijas.

Podía preguntar. No tenía nada de malo averiguar más, ¿cierto?

Aún así, al recordar sus experiencias anteriores Cassie sintió un malestar mientras llamaba.

La llamada entró, y entonces sonó y sonó, y los nervios de Cassie crecían con el pasar de los segundos.

Finalmente, alguien atendió.

Buongiorno —dijo una mujer que parecía sin aliento.

Deseando haber tenido la oportunidad de estudiar su libro de frases, Cassie respondió nerviosamente.

–Buen día.

–Este es el teléfono de la Signora Rossi, y habla Abigail. ¿En qué puedo ayudarla? —continuó la mujer en inglés.

De hecho, Cassie pensó que sonaba inglesa.

Intentó reprimir sus nervios y hablar con confianza.

–Llamo por el empleo. ¿Está Ottavia Rossi?

–¿El empleo? Por favor, espere. La señora Rossi está en una reunión.

Cassie escuchó a la mujer deliberando con alguien más. Un momento después, regresó.

–Lo siento mucho, pero el empleo ya está ocupado.

–Ah.

Cassie se sintió sorprendida y desanimada. No estaba segura de qué responder, pero la mujer tomó la decisión  por ella.

–Adiós —dijo, y cortó la llamada.

Casi Muerta

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