Читать книгу Casi Muerta - Блейк Пирс - Страница 11
CAPÍTULO OCHO
ОглавлениеCassie necesitaba un arma y agarró el primer objeto que sus ojos aterrados pudieron ver: una estatuilla de bronce en una mesilla cerca de la escalera.
Luego, corrió hacia él. Ella tendría la ventaja del efecto sorpresa, ya que él no podría voltearse a tiempo. Lo golpearía con la estatuilla, primero en la cabeza y luego en la mano derecha para desarmarlo.
Cassie saltó hacia adelante. Él estaba girando, esta era su oportunidad. Alzó su arma improvisada.
Entonces, mientras él se volteaba para enfrentarla, se resbaló y se detuvo. El grito de disgusto de él sofocó el suyo de sorpresa.
El hombre delgado de baja estatura sostenía un vaso grande de café para llevar en la mano.
–¿Qué diablos? —Gritó él.
Cassie bajó la estatuilla y lo miró con incredulidad.
–¿Estabas intentando atacarme? —Refunfuñó el hombre— ¿Estás loca? Casi me haces soltar esto.
Él miró hacia abajo, al café, que le había salpicado la mano por el agujero de la tapa. Unas pocas gotas se habían derramado en el suelo. Él buscó en su bolsillo un pañuelo descartable y se inclinó a limpiarlas
Cassie adivinó que tendría treinta y pocos años. Estaba inmaculadamente arreglado. Su cabello castaño tenía un corte de pelo degradado a la perfección y tenía una barba bien cortada. Detectó una pizca de acento australiano en su voz.
Incorporándose, la miró con furia.
–¿Quién eres?
–Soy Cassie Vale, la niñera. ¿Quién eres tú?
Él levantó las cejas.
–¿Desde cuándo? Ayer no estabas aquí.
–Me contrataron ayer en la tarde.
–¿La Signora te contrató?
Él remarcó la última palabra y la observó por unos segundos, en los que Cassie se sintió cada vez más incómoda. Asintió en silencio.
–Ya veo. Bueno, mi nombre es Maurice Smithers, y soy el asistente personal de la señora Rossi.
Cassie lo miró boquiabierta. Él no encajaba con el perfil que ella tenía de un asistente personal.
–¿Por qué entraste a la casa a hurtadillas?
Maurice suspiró.
–La cerradura de la puerta del frente es difícil de abrir los días fríos. Hace un ruido nefasto y no me gusta perturbar a la casa cuando llego temprano. Así que uso la puerta trasera porque es más silenciosa.
–¿Y el café?
Cassie observó la taza, aún sintiéndose atacada por sorpresa por la extrañeza de su apariencia y su supuesto rol.
–Es de una cafetería artesanal calle abajo. Es el favorito de la Signora. Le traigo una taza cuando tenemos nuestras reuniones matinales.
–¿Tan temprano?
Aunque su tono era acusador, Cassie se sentía avergonzada. Había creído que estaba siendo heroica, actuando por el bienestar de la señora Rossi y sus hijas. Ahora descubría que había cometido un grave error y había empezado con el pie izquierdo con Maurice. Como su asistente personal, obviamente era una figura influyente en su vida.
De pronto, sus perspectivas de una pasantía futura parecían cada vez menos seguras. Cassie no podía soportar pensar en que su sueño ya estaba en riesgo gracias a sus acciones imprudentes.
–Tenemos un día muy ocupado hoy. La señora Rossi prefiere comenzar temprano. Ahora, si no te importa, quisiera entregarle esto antes de que se enfríe.
Golpeó la puerta respetuosamente y un momento después, esta se abrió.
–Buongiorno, Signora. ¿Cómo está esta mañana?
La señora Rossi estaba perfectamente vestida y arreglada. Hoy tenía un par de botas distintas; estas eran color cereza, con enormes hebillas plateadas.
–Molto bene, grazie, Maurice —y tomo el café,
Cassie se dio cuenta de que los cumplidos en italiano parecían ser una formalidad antes de que la conversación cambiara al inglés mientras Maurice continuaba.
–Está muy frío afuera. ¿Quiere que vaya a subir la calefacción en su oficina?
Hasta ahora, Cassie no sabía que Maurice podía sonreír, pero ahora su rostro estaba estirado en una sonrisa servil y prácticamente estallaba su deseo de complacerla.
–No, no estaremos allí por mucho tiempo. Estoy segura de que la calefacción será la adecuada. Trae mi saco, ¿sí?
–Por supuesto.
Maurice tomó el saco con cuello de piel del soporte de madera cerca de la puerta de su dormitorio. La siguió de cerca y comenzó a hablar animadamente.
–Espere a escuchar qué tenemos preparado para la semana de la moda. Ayer tuvimos una reunión excelente con el equipo francés. Por supuesto que grabé todo, pero también tengo la minuta y un resumen preparado.
Cassie se dio cuenta de que la señora Rossi no le había dirigido la palabra. Debía haberla visto allí parada, pero su atención había estado totalmente enfocada en Maurice. Ahora, los dos se dirigían a la oficina en donde Cassie había sido entrevistada el día anterior.
No creía que la señora Rossi la estuviese ignorando a propósito, al menos eso esperaba. Era más como si estuviese totalmente distraída y con toda su atención en el día de trabajo que la esperaba.
–Tengo el informe de ventas de la semana pasada y una respuesta de los proveedores indonesios.
–Espero que sean buenas noticias —dijo la señora Rossi.
–Eso creo. Están solicitando más información, pero parece positivo.
Maurice estaba prácticamente adulando a la señora Rossi, y Cassie no sabía si él la estaba ignorando sin intención o si lo hacía a propósito, quizás para demostrarle que él era mucho más importante que ella en su vida.
Los siguió hasta la oficina, arrastrándose unos pocos pasos más atrás, esperando el momento en que hubiera un hueco en la conversación para poder preguntar por los horarios de las niñas.
Poco tiempo después, resultó claro que no habría ningún hueco. Con las cabezas inclinadas hacia la pantalla de la computadora portátil de Maurice, ninguno de ellos siquiera la miraban. Cassie tuvo la seguridad de que Maurice la estaba ignorando a propósito. Después de todo, él sabía que ella estaba allí.
Pensó en interrumpirlos, pero eso la ponía nerviosa. Estaban concentrados y Cassie no quería hacer enojar a la señora Rossi, especialmente después de que la conversación que había escuchado ayer había demostrado que la empresaria era muy irascible.
Luego de haber sido contratada había tocado el cielo con las manos, recomendada y halagada por esta mujer prestigiosa. Esta mañana, era como si ella no existiera para la señora Rossi.
Alejándose, Cassie se sintió desanimada e insegura. Intentó ahuyentar los pensamientos negativos y se recordó a sí misma firmemente que su papel era cuidar de las niñas y no monopolizar la atención de la señora Rossi cuando estaba tan ocupada. Con suerte, Nina y Venetia sabrían cuáles eran sus horarios.
Cuando Cassie fue a las habitaciones de las niñas, las encontró vacías. Ambas camas estaban hechas de forma inmaculada y sus habitaciones estaban ordenadas. Cassie supuso que se habrían ido a desayunar, se dirigió a la cocina y se alivió de encontrarlas allí.
–Buen día, Nina y Venetia —dijo ella.
–Buen día —respondieron ellas con amabilidad.
Nina estaba sentada en una silla mientras detrás de ella, Venetia le ataba la coleta con un lazo. Cassie supuso que Nina recién habría hecho lo mismo por su hermana, porque el cabello de Venetia ya estaba prolijamente recogido. Ambas niñas estaban vestidas con un guardapolvo de color rosa y blanco.
Habían hecho tostadas y jugo de naranja, y los habían dispuesto sobre la mesa de la cocina. Cassie estaba sorprendida por cómo parecían actuar como una unidad. Por lo que había visto hasta ahora, tenían una relación armoniosa; no había señales de peleas ni de burlas. Supuso que al tener tan poca diferencia de edad, eran más como mellizas que como hermanas mayor y menor.
–Ustedes dos son tan organizadas —dijo Cassie con admiración—. Son muy inteligentes al cuidarse entre ustedes. ¿Quieren algo para untar las tostadas? ¿Qué suelen ponerles? ¿Mermelada, queso, manteca de maní?
Cassie no estaba segura de lo que había en la casa, pero supuso que tendrían esos básicos.
–Me gustan las tostadas simples con manteca —dijo Nina.
Cassie asumió que Venetia estaría de acuerdo con su hermana. Pero la niña menor la miró con interés, como si estuviese considerando sus sugerencias. Luego, dijo:
–Mermelada, por favor.
–¿Mermelada? No hay problema.
Cassie abrió las alacenas hasta encontrar la que tenía los productos untables. Estaban en el estante de arriba, demasiado alto para que las niñas lo alcanzaran.
–Hay mermelada de frutilla y de higo. ¿Cuál prefieres? Si no, hay Nutella.
–Frutilla, por favor —dijo Venetia amablemente.
–No tenemos permitida la Nutella —le explicó Nina—. Es solo para ocasiones especiales.
Cassie asintió.
–Tiene sentido, porque es tan deliciosa.
Le alcanzó la mermelada a Venetia y se sentó.
–¿Qué tienen para hacer esta mañana? Parece que están prontas para la escuela. ¿Debo llevarlas allí? ¿A qué hora comienza y saben a dónde van?
Nina terminó de masticar su tostada.
–La escuela comienza a las ocho y hoy terminamos a las dos y media porque tenemos clase de canto. Pero tenemos un chofer, Giuseppe, que nos lleva y nos trae.
–Ah.
Cassie no pudo esconder su sorpresa. Esta organización iba mucho más allá de lo que ella había esperado. Sintió como si su rol fuese inútil, y se preocupó por que la señora Rossi se diera cuenta de que podía prescindir de ella y de que no la necesitaría por los tres meses de la asignación. Tendría que volverse útil. Con suerte, cuando las niñas volvieran de la escuela tendrían tareas con las que ella podría ayudar.
Reflexionando sobre su estrategia, Cassie se levantó a prepararse café.
Cuando se volteó vio que las niñas habían terminado el desayuno.
Nina estaba apilando los platos y vasos en el lavavajillas y Venetia había acercado un banquito de la cocina a la alacena. Mientras Cassie la observaba, ella se trepó y extendió la mano lo más alto que pudo para colocar la mermelada de nuevo en su lugar.
–No te preocupes, yo lo haré.
Venetia parecía tambalearse en el banquito y Cassie se acercó con prisa previendo que esto podía terminar en un desastre.
–Yo lo haré.
Venetia se aferró al frasco de mermelada con fuerza, negándose a que Cassie se lo quitara de las manos.
–No hay problema, Venetia. Yo soy más alta.
–Necesito hacerlo
La pequeña niña sonaba intensa. Más que eso, parecía desesperada por hacerlo ella misma. En puntas de pie, con Cassie merodeando ansiosamente detrás de ella y lista para agarrarla si la silla se caía, Venetia reemplazó la mermelada empujándola cuidadosamente hacia atrás, en el lugar exacto en donde había estado antes.
–Muy bien —la halagó Cassie.
Supuso que esta independencia feroz debía ser parte del carácter y la crianza de la niña. Parecía inusual, pero nunca había trabajado para una familia de la alta sociedad.
Se quedó observando mientras Venetia colocaba el banquito exactamente en su posición original. Para entonces, Nina había puesto la manteca en el refrigerador y el pan en la panera. La cocina estaba inmaculada, como si nunca hubiesen desayunado allí.
–Giuseppe estará aquí pronto —le recordó Nina a su hermana—. Debemos lavarnos los dientes.
Salieron de la cocina y se dirigieron a sus habitaciones en la planta alta, mientras Cassie las observaba con asombro. Cinco minutos después, volvieron cargando sus mochilas escolares y sacos, y se dirigieron hacia fuera.
Cassie las siguió, pensando más que nada en la seguridad, pero un Mercedes blanco ya se estaba acercando a la casa. Un momento después, se detuvo en la entrada circular y las niñas se subieron.
–Adiós —gritó Cassie, saludándolas con la mano, pero no debían haberla escuchado porque ninguna de ellas le respondió el saludo.
Cuando Cassie volvió para adentro, vio que la señora Rossi y Maurice también se habían ido. No parecía haber ningún miembro del personal trabajando en ese momento.
Cassie estaba completamente sola.
–Esto no es lo que esperaba —se dijo a sí misma.
La casa estaba muy silenciosa y estar allí sola la inquietaba. Había asumido que tendría mucho más para hacer y que estaría mucho más involucrada con las niñas. Toda esta organización le resultaba extraña, como si realmente no la necesitaran para nada.
Se aseguró a sí misma que recién comenzaba, y que debería estar agradecida de tener un tiempo para ella. Probablemente, esta era la calma que precedía la tormenta, y cuando las niñas volvieran a casa estaría muy ocupada.
Cassie decidió que usaría el tiempo para hacer seguimiento a la pista que había recibido ayer. La inesperada mañana libre que ahora estaba disfrutando podría ser su única oportunidad de descubrir en dónde estaba Jacqui.
No tenía mucho. El nombre de la ciudad no era mucho.
Pero era todo lo que tenía y estaba decidida que sería suficiente.
*
Utilizando el Wi-Fi de la casa, Cassie pasó una hora familiarizándose con la ciudad en donde vivía Jacqui, o en todo caso, en donde ella le había dicho a Tim, el barman, que estaba viviendo hacía unas semanas.
El hecho de que Bellagio era una ciudad pequeña, no un lugar enorme, jugaba a su favor. Una ciudad pequeña significaba menos hostels y hoteles, y también había más posibilidades de que la gente supiera lo que hacían los demás, y de que recordaran a una hermosa mujer estadounidense.
Otra ventaja era que era un destino turístico, un lugar pintoresco que limitaba con el Lago Como que ofrecía vistas espectaculares, además de varias tiendas y restaurantes.
Mientras investigaba, se imaginaba cómo sería vivir en esa ciudad. Tranquila, pintoresca, animada con turistas durante la temporada alta veraniega. Se imaginó a Jacqui hospedada en uno de los pequeños hoteles o apartamentos de alquiler; probablemente un lugar pequeño con vistas a la calle empedrada, al que se accedía por una escalera empinada de piedra, con un una jardinera llena de coloridas flores.
Cassie pasó dos horas familiarizándose con el lugar y haciendo una lista completa de los alojamientos y hostels de mochileros, los numerosos Airbnb y las agencias inmobiliarias que alquilaban apartamentos. Sabía que probablemente le faltaban algunos lugares, pero esperaba que la suerte estuviera a su favor.
Entonces, llegó el momento de empezar a hacer llamadas.
Sentía la boca seca. Armar la lista había aumentado sus esperanzas. Cada nombre y número representaba una nueva oportunidad. Ahora, ella sabía que sus esperanzas podrían volver a derrumbarse cuando la lista de los lugares en donde Jacqui podría estar alojada se hiciera cada vez más pequeña.
Cassie marcó el primer número, una casa de huéspedes en el centro de la ciudad.
–Hola —dijo ella—. Estoy buscando a una joven llamada Jacqui Vale. Es mi hermana; perdí mi teléfono y no recuerdo en dónde me dijo que se estaba quedando. Estoy en Italia ahora y quiero encontrarme con ella.
Aunque esta no era la verdad, Cassie había decidido que era una razón creíble para sus llamadas telefónicas. No quería embarcarse en una historia larga y complicada, ya que temía que los dueños de las casa de huéspedes se impacientaran o incluso sospecharan.
–Puede haber reservado bajo el nombre Jacqueline. Habría sido en los últimos dos meses.
–¿Jacqueline?
Hubo un breve silencio y Cassie sintió que se le aceleraba el corazón. Entonces, sus esperanzas se desmoronaron cuando la mujer dijo:
–Nadie con ese nombre se ha hospedado aquí.
Cassie descubrió que esta era una tarea larga, frustrante y demandante. Algunos de los hospedajes se negaban a ayudarla por completo por temas de privacidad. Otros estaban ocupados, por lo que tenía que fijar una hora para volver a llamarlos.
Continúo con la lista de opciones hasta que casi llegó al final. Solo quedaban tres números y luego de eso, tendría que admitir su derrota.
Marcó el antepenúltimo número sintiéndose frustrada, como si la presencia esquiva de Jacqui se burlara de ella.
– Posso aiutarti? —Dijo el hombre del otro lado de la línea.
Cassie había aprendido que esta frase significaba “¿Puedo ayudarle?” Pero el hombre no parecía servicial. Sonaba impaciente y estresado, como si hubiese tenido un mal día. Cassie adivinó que él sería uno de los que le diría que no podía revelar ningún detalle por razones de confidencialidad. Lo diría solo para terminar la llamada porque tenía huéspedes esperando o porque estaba por salir.
–Estoy buscando a Jacqui Vale. Es mi hermana. Planeaba encontrarme con ella mientras esté en Italia, pero ayer me robaron el teléfono y no puedo recordar en dónde se estaba quedando.
Cassie aumentó el nivel de drama de su historia con la esperanza de causar compasión.
–Estoy llamando por teléfono a todos los lugares cercanos para intentar encontrarla.
Escuchó que el hombre escribía en el teclado.
Luego, casi se cayó de la silla cuando él dijo:
–Sí, tuvimos a una Jacqui Vale hospedándose con nosotros. Estuvo aquí por cerca de dos semanas y luego creo que se mudó a un apartamento compartido, porque estaba trabajando por aquí cerca.
El corazón de Cassie le dio un vuelco. Este hombre la conocía, la había visto y había hablado con ella. Este era un gran avance en su búsqueda.
–Ahora lo recuerdo, tenía un trabajo de medio tiempo en una boutique a la vuelta de aquí, Mirabella’s. ¿Quieres el número de Mirabella’s?
–Esto es increíble, no puedo creer que voy a poder encontrarla —dijo Cassie con entusiasmo—. Muchas gracias. Por favor, deme el número.
Él lo buscó y ella lo anotó. Estaba cautivada por la emoción. Su búsqueda había resultado un éxito. Había encontrado el lugar en donde había trabajado su hermana recientemente. Había muchas posibilidades de que ella aún estuviera allí.
Con las manos temblando y sintiéndose sin aliento, marcó el número que le habían dado.
Le respondió una anciana italiana y Cassie sintió una punzada de decepción porque no la hubiese atendido la misma Jacqui, porque eso era lo que se había imaginado que ocurriría.
–¿En qué la puedo ayudar? —Preguntó la mujer en un fuerte acento inglés en cuanto supo que Cassie no era italiana.
–¿Hablo con Mirabella?
–Así es.
–Mirabella, mi nombre es Cassie Vale. Estoy intentando contactarme con mi hermana, Jacqui. Perdí el contacto con ella hace un tiempo, pero descubrí que estuvo trabajando para usted. ¿Por casualidad, ella aún está allí? Si no, ¿me podría pasar su número?
Hubo una pausa.
Cassie se imaginó a Mirabella llamando a Jacqui con un gesto para que viniera al teléfono y se sintió desilusionada cuando la mujer volvió hablar.
Sonaba escueta, apenada y formal.
–Lo siento, pero Jacqui Vale está muerta.
Hubo un clic, y la llamada finalizó.