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Masters 1987, Madison Square Garden
Connors - Gilbert

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Connors y yo nos enfrentamos pocos meses después de que él me venciera en los cuartos de final del US Open. Ninguno de los dos estaba en gran forma. Yo había jugado cuatro torneos en cuatro continentes diferentes en cuatro semanas. Jimmy venía combatiendo un duro resfrío.

Sin embargo, llegué al partido concentrado y muy motivado. En buena medida, por el deseo de vengar mi derrota previa, una de las más duras que había sufrido. Sentía que, si me ajustaba a mi plan de juego, podía ganarle.

Fui con todo de entrada y llegué a estar 6-4, 4-1. Pensé que podía llegar a cerrarlo rápido y hasta Jimmy parecía darme la razón. Su actitud en el segundo set era completamente diferente de lo conocido, parecía estar haciendo el ridículo. Jugué un ángulo muy abierto en una bola y él frenó su carrera sólo al llegar a las tribunas, entonces empezó a bromear con el público: le sacó un pañuelo a un chico y se sonó la nariz. Unos minutos después se enojó y empezó a tomarse la entrepierna (un movimiento que Michael Jackson le copió). El público a esa altura ya se entretenía con él y lo alentaba. Pero también parecía estar sufriendo los efectos del resfrío; por momentos daba la impresión de que le faltaba el aire.

Entonces, estando 3-5 en el segundo set y un set abajo, cuando Jimmy se preparaba para sacar, se dio vuelta y le dijo a un expectador que tenía detrás: “Lo tengo a Gilbert justo donde lo quería”. Tenía una gran sonrisa en su rostro. El público se reía y lo aplaudía: “¡Jimbo, Jimbo!”. Y a mí también me gustaba, claro. Me daba cuenta de que Connors sabía que estaba cansado y fuera de partido, y que antes de irse quería tener un poco de diversión con sus fans. Gran error.

La siguiente vez que miré el tablero, estábamos 5-5. Había trabajado con el público y me había atrapado. Esa vez sin crear discordia, sino un clima más distendido que cambiaba el tenor del partido. No podía creer que había quebrado mi concentración. Me había llevado a mirar sus gracias y a pensar que estaba acabado. Había perdido mi foco. Darme cuenta de eso fue un shock y tuve que despertarme. Ambos mantuvimos el servicio y fuimos al tie-break.

Sabía que estaba en problemas si íbamos a un tercer set. El público empezaba a ser un factor a tener en cuenta y en un tercer set sería un valor para él. Revisé el plan de juego en mi cabeza: “Mantener la bola en juego. No darle ritmo. Provocarlo a que intente winners. Nada de lujos. Hay que ganarlo ya mismo”.

Y lo hice. Connors lo dejó pasar incluso tras ir 5-3 en el tie-break. Empatamos en 5 por dos voleas fallidas de revés. Mi turno. Intenté un gran servicio y se fue lejos. Mi segundo saque fue flojísimo y la devolución de Jimmy fue a la red. El odia los saques-basura (¿recuerdan mi estrategia de saque?).

En el match point entramos en un peloteo largo. Lanzó un approach profundo a mi revés. Pero me encontró bien parado y sacudí con un winner para ganar el partido. Su remontada terminó. Gilbert 6-4, 7-6 (7-5). Jimbo había trabajado su magia con el público para recuperar el partido, pero esa vez falló. Como verán después, no siempre fui tan afortunado.

Connors era magnífico para dar vuelta las cosas cuando estaba atrás. Frenaba tu ímpetu de diferentes maneras y hacía que te apartaras de tu juego al sacarte de concentración. Intentaba que jugaras en sus términos, no en los tuyos. Podía hacerlo con bromas con el público como aquella vez. O podía usar la intimidación y la furia para tener el control.

En el Masters de 1987 pude darme cuenta de lo que pasaba antes de que fuera demasiado tarde. Me había adelantado siguiendo mi plan de juego y me mantuve concentrado. Cuando Jimmy me “desenfocó” con éxito, fui capaz de volver sobre mis pasos porque tenía un fuerte compromiso con mis tácticas. Estaban bien resguardadas, en su lugar gracias a la planificación y el repaso mental previo al partido. Me di cuenta de que no eran mis golpes los responsables de la remontada de Jimmy, era mi mente y el hecho de que se había debilitado.

¡Ganar!

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