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Prólogo La Biblia del tenis
ОглавлениеPor Juan Pablo Varsky
Nunca pude ganar el torneo interno de mi club, el Racket (ex Vilas Racket). Hay buen nivel. Juego en la categoría A, la mejor. Gano dos o tres partidos y luego pierdo en cuartos o semifinales. Una vez estuve muy cerca de ganarlo, en 2008. No era el favorito porque nadie me conocía. Iba seguido al club, me entrenaba pero no competía. Empecé a sorprender a todos con triunfos inesperados. “¿Viste Varsky? ¡Le ganó a Diego!”, comentaban en el gimnasio.
A mis treinta y siete años (hoy cuarenta y cuatro), yo era el jugador raro del revés a dos manos. Muy pocos pegan ese golpe a mi edad. Los Sub-35 son multitud pero los +40 que aprendieron a jugar de chicos tienen el sello de Vilas y Clerc. El heterodoxo Roberto Argüello, con los dos golpes a dos manos, no marcó tendencia entre los hoy cuarentones. ¿Por qué a dos manos? Podría mentirles y contarles de mi admiración por Borg / Connors, los santos patronos de ese tiro. Pero la verdad es que no tenía fuerza en mi brazo derecho para pegarle de revés. El profesor de Harrods Gath & Chaves me sugirió que agarrara la raqueta con las dos manos para darle de revés. Y así empezó todo.
Mi ídolo fue, es y será Johnny Mac. “You cannot be serious! That ball was on the line”, memorable grito adolescente en su primer show grande de Wimbledon. Amo a John McEnroe. No sé qué haría si lo tuviera enfrente. Intentaría un abrazo aunque me cueste un rechazo hosco y áspero. Justamente, Johnny Mac se enfurecía cada vez que enfrentaba al autor de este libro.
Brad Gilbert, divino ejemplo de cómo exprimir al máximo virtudes y esconder limitaciones, lo volvía loco con su juego. Y McEnroe no podía creer cómo ese pasapelotas lo complicaba una y otra vez. Un día, obviamente después de una derrota, el genio zurdo le dio el título a la edición en inglés de este manual imprescindible: “Winning ugly” (o Ganar jugando feo). Lejos de ofenderse, Brad se enorgulleció con semejante calificación. No ganó ningún Grand Slam pero llegó a ser cuatro del mundo sin un solo golpe dominante. Fue todo cabeza y condición física.
Estaba cantado que seguiría su carrera como entrenador tras el retiro. Le cambió la vida a Andre Agassi. Cansado de ser la eterna promesa y quedarse sólo en la imagen y el marketing, el calvo de Las Vegas recurrió a Brad para ser número uno del mundo. Y lo logró. Llegó y se mantuvo. Ganó su último Major a los treinta y tres años en Australia. Ni siquiera Roger Federer pudo levantar un gran trofeo a esa edad. Más tarde, Andy Murray lo buscó para dar un salto de calidad en su juego. Misión cumplida.
Encontré su libro con prólogo del propio Andy durante un viaje a Londres en 2011. Visité el museo de Wimbledon con el clásico viaje en subte y la bajada en la estación Southfields. Caminé ese kilómetro y medio en colina ascendente. Llegué al All England. Mi Disneylandia. En la caminata de vuelta, elegí pasear por la vereda de enfrente. A trescientos metros de la estación de subte, detecté un negocio de tenis de fachada muy pequeña. Resultó enorme. Raquetas, raqueteros de todas las marcas, la ropa oficial de todos los cracks, zapatillas, torta de cuerdas… Una locura. Había también una sección de libros. Autobiografías, reseñas históricas, lecciones de técnica. Ahí compré Winning ugly*. Empecé a leerlo en el subte. Lo terminé en el hotel ese mismo día.
Es La Biblia. Antiguo y Nuevo Testamento. Está todo. Desde qué llevar en el bolso hasta cómo jugar contra esa ladilla de polvo de ladrillo que lo único que hace es pasarla del otro lado sin tomar un solo riesgo. Brad lo cuenta simple, preciso. Puro concepto.
Apenas regresé a mi casa, lo metí en el raquetero. Mejoré mucho. Nunca dejé de tomar clases. Me gusta entrenarme. Hacer canasto, una y una, intenso. Que la hora de entrenamiento valga la pena. Competí más seguido y me animé al circuito senior de la Asociación Argentina de Tenis. Jugué clasificación. Me hice bien de abajo. Y en 2011, terminé vigésimo segundo del país en la categoría +40 años.
En enero de 2012 me operé del tendón cubital derecho luego de una infiltración que me estiró su vida útil hasta romperlo por completo. Estuve seis meses sin jugar. Volví ya sin tiempo para competir. Cambié de raqueta y de raquetero. Pero llevo siempre La Biblia conmigo.
Cuando me enteré de que Brad estaba en esa aldea de alta intensidad llamada Twitter, recomendé que lo siguieran y elogié su Winning ugly. Días después, me mandó un mensaje directo y me pidió la dirección de mi casa. Una semana más tarde, llegaba a mi domicilio un Winning ugly autografiado en el que me agradecía “haberle abierto la puerta de Twitter Argentina”. Le escribí para agradecerle y nunca más volvimos a interactuar. Ojalá pueda encontrarlo en algún torneo.
Lamento mucho haber encontrado el libro en 2011. En 2008, llegué a la final del interno contra un tipo muy inferior, al que le había ganado 6-0, 6-0 un mes antes en un amistoso. Lo llevaba 6-3, 1-0 y saque. Llegaron los demonios a mi mente. Me puse nervioso. Perdí el segundo set. Quedé 2-4 en el tercero. Partí una raqueta (perdón Brad, ahí soy team McEnroe. No me enorgullezco pero es la realidad). Corté cuerda y tuvieron que prestarme una para seguir. Lo levanté. Me puse 5-4 y saque. Match point. Revés de mi rival a la línea. 5-6, 30-40. Match point en contra. Doble falta. Game, set, match y campeonato para mi adversario. Volvimos a jugar cincuenta veces. Nunca me sacó siquiera un set. Pero ese día me ganó. Lo perdí yo. Si hubiera tenido Winning ugly esa tarde, el prólogo tendría otro final. Que lo disfruten.