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Capítulo 6

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Chen se restregó los ojos y se enderezó de la máquina de escribir ante la cual estaba sentado, en una pequeña habitación de la Iglesia Adventista China de Shanghai. Se reclinó en el respaldo recto de la silla, e inspiró profundamente, para despejar sus pulmones. El olor del alcohol del mimeógrafo era fuerte y lo mareó un poco.

Ya hacía seis semanas que había comenzado a traducir del inglés al chino un ejemplar de El conflicto de los siglos, un libro acerca de la historia y el futuro de la humanidad y de la iglesia cristiana, escrito por Elena de White. Pero su máquina de escribir era muy antigua, y los dedos le dolían de tanto golpear las teclas oxidadas. Ya había completado trescientas páginas, y todavía le quedaban unas cuatrocientas.

Una mariposa nocturna revoloteaba cerca de la lámpara de kerosén en su mesa de trabajo, atraída en forma irresistible por el danzante resplandor de la mecha. ¡Qué idea!, pensó Chen. La luz de esta lámpara de kerosén es como la luz del evangelio para el pueblo de la China. Como esta mariposita, las personas que busquen realmente la verdad verán la luz de Dios en los preciosos libros que estoy traduciendo.

Chen miró la hoja a medio escribir que tenía delante. Sus esfuerzos parecían muy débiles. Golpeando una tecla por vez en esa vieja máquina de escribir se formaban palabras en el papel; estas palabras formaban oraciones y párrafos; los párrafos se volvían páginas y capítulos. Cuando, finalmente, el libro estuviese terminado después de meses de un trabajo agotador, sería realmente un triunfo. Pero el proceso insumía tanto tiempo...

Él no podía negar que estos libros con los cuales trabajaba día y noche eran sagrados. La inspiración y el duro trabajo invertido en estos libros especiales habían costado mucho a la iglesia. La misma tarea de Chen parecía insignificante, en comparación con la de los hombres y las mujeres que se habían sacrificado mucho para llevarlos al público. Los instructores bíblicos habían arriesgado su libertad, caminando las calles de Shanghai y otras ciudades chinas para vender los libros. Algunos de estos soldados de Cristo habían sido encarcelados por sus esfuerzos de mantener los libros a salvo. Algunos hasta habían pagado con sus vidas.

Chen miró el reloj en la pared. Ya era tarde, casi las diez de la noche, y él sabía que era hora de concluir el día de trabajo, pero ¿cómo podía hacerlo? Su pastor, Lin David, todavía estaba sentado a una mesa cercana trabajando con otra máquina de escribir. Su proyecto actual era un ejemplar de El Deseado de todas las gentes, un libro acerca de la vida de Jesús, también de Elena de White.

El pastor Lin era un monumento de fortaleza espiritual, un gigante en la comunidad cristiana china. Durante catorce años había dirigido ese grupo de adventistas del séptimo día en Shanghai, y ahora la Iglesia en el Oriente chino estaba creciendo a pesar de la persecución. La obra había tenido tanto éxito, en realidad, que la “iglesia” había designado a nueve hombres para que trabajaran con el pastor Lin en sus planes de evangelización. Los creyentes los llamaban la “junta directiva”, porque el pastor y este grupo de ayudantes tomaban todas las decisiones finales acerca de los asuntos de la iglesia. Sin embargo, ese título les confería muy poco estatus. Su misión principal era llevar las Biblias y los libros de Elena de White a las personas honradas y trabajadoras que buscaban la verdad, y la única manera de hacerlo era saliendo a las calles.

La mayoría de los miembros de la junta eran jóvenes, no mucho más mayores que Chen mismo. El pastor Lin le había dicho a Chen que probablemente él pronto sería parte de esa junta, pues él trabajaba arduamente para lograr que se imprimieran esos libros. No obstante, Chen no se sentía digno de ese llamamiento. ¿Cómo podría ser parte de la junta, cuando su propia vida era un desastre, un fracaso en todo sentido? Él no tenía nada que ofrecer a la iglesia, en cuanto a liderazgo. Él no era sabio, ni rico ni influyente en la comunidad. Nadie en la calle lo llamaría una persona de éxito, de esto estaba seguro. Por causa de su determinación por guardar el sábado, había perdido su trabajo, a su esposa y a su hijo, todo en un solo día. La experiencia lo había sacudido hasta lo más íntimo, y se preguntaba si podría volver a ser el hombre fuerte y confiado que una vez había sido.

Todo parecía muy desalentador, pero el pastor Lin le recordaba que Jesús había hablado de esas cosas. Los cristianos podían esperar que los seguidores de Jesús fueran abandonados por su familia, y que perdieran sus posesiones y hasta su casa, por sus esfuerzos para mantener en alto las verdades del evangelio.

Estaba prohibida la evangelización de cualquier iglesia cristiana bajo el nuevo régimen chino, de modo que la Iglesia Adventista del Séptimo Día había pasado a la “clandestinidad”, como lo llamaba la policía del gobierno. Ahora, cada semana, nadie sabía realmente dónde debían o podían reunirse los cristianos. El edificio de la iglesia no era una posibilidad, aun en medio de la noche. Los espías del gobierno estaban en todas partes. Pululaban en cada muchedumbre y, a menudo, se infiltraban en las reuniones cristianas realizadas en secreto.

Pero esto no impedía que los cristianos se reuniesen. Las noticias de los servicios secretos corrían de boca en boca. Cuando los informantes daban al pastor Lin indicios de que los soldados del gobierno o la policía secreta estaban a punto de descubrir su escondite, ellos sencillamente cambiaban las reuniones a otro lugar. Aun la junta de dirigentes de la iglesia no se atrevía a encontrarse en la iglesia.

Chen bostezó y miró su catre en el rincón de la habitación donde estaba escribiendo. Hacía justo un mes que el pastor Lin le había hecho una oferta que no podía rechazar. A cambio de un lugar para dormir, Chen debía servir como guardia de seguridad, para prevenir robos en la iglesia. Ya nadie adoraba en el edificio, pero eso no importaba. Era un lugar perfectamente bueno para Chen, y estaba seguro de que los ángeles de Dios estarían con él en ese lugar. No podría haber pedido un lugar mejor.

Estaba agradecido al pastor Lin por aceptarlo así otra vez. Por supuesto, él sabía que el pastor Lin realmente no lo necesitaba en la iglesia por razones de seguridad. Chen estaba avergonzado por haber dejado su tarea como instructor bíblico, para tomar ese trabajo en el laboratorio farmacéutico. Pero en ese momento el dinero en el hogar era escaso, y Ruolan había sido muy insistente. No había sido una buena situación para un joven con familia, y la fe de Ruolan había sido débil, haciendo que fuera más difícil mantenerse junto al pastor Lin en la iglesia.

No obstante, ahora estaba de vuelta. Después de que Chen aceptara la oferta del pastor Lin de ser guardia de seguridad en la iglesia, el pastor había preguntado a Chen si podría ayudarlo a traducir Biblias y libros, usando una de las antiguas máquinas de escribir de la iglesia.

–Me gustó su idea cuando me la mencionó hace algunos años –admitió el pastor Lin–, pero no teníamos el equipo o las personas para hacerlo bien en ese momento. Pero ahora, gracias a usted, tenemos una buena operación en marcha aquí, en la iglesia, y podemos traducir y publicar más de media docena de libros por año.

La habitación donde estaban trabajando ahora era un cuarto interior sin ventanas, de modo que los dos podían trabajar con sus libros hasta tarde en la noche. La iglesia ya no se usaba para reuniones públicas, de modo que la policía no sospechaba que estaba realizando en ella una tarea editorial.

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