Читать книгу Cadenas en China - Bradley Booth - Страница 13
Capítulo 8
ОглавлениеLa policía todavía estaba gritando en la callejuela, y se le ocurrió a Chen que el pastor Lin estaría tratando de demorarlos, de modo que pudiera salir a tiempo para salvarse. ¿Y los libros? ¿Habría sospechado el pastor Lin que Chen podría estar tratando de rescatar algunos? Era probable. Chen y el pastor Lin pensaban en forma muy similar.
Chen tomó las páginas sin terminar de las máquinas de escribir y la pila de manuscritos que estaban sobre las mesas. Apretándolas en la mochila entre los libros, tomó su chaqueta y corrió a la puerta delantera de la iglesia. Cómo salir ahora de la iglesia era ahora el mayor problema. Cuando miró por la ventana delantera, se sorprendió de no ver a nadie allí. No había policías. Ni siquiera parados, para ver de qué se trataba toda la conmoción atrás de la iglesia.
Se puso el abrigo, acomodó la capucha sobre su cabeza y saltó hacia la oscuridad. El aire frío de la noche llenó sus pulmones, añadiendo emoción a la tensión del momento. Miró a un lado y a otro. ¿Adónde podría ir? ¿Dónde debía esconderse? Él no sabía exactamente qué debía hacer, pero sabía lo que no podía hacer: no podía volver a la iglesia, ni siquiera para recoger sus pocas pertenencias que había dejado atrás. ¡Era demasiado arriesgado! Los espías y los informantes lo estarían vigilando, sin duda, y podrían suponer que volvería una vez que la excitación del ataque hubiese pasado. ¿Debería ir a la casa de alguno de los otros instructores bíblicos o miembros de la junta? ¿Eran sus hogares lugares seguros, o los habrían buscado también? Chen sabía que no tenía tiempo para perder mientras caminaba rápidamente hacia el lugar más transitado de la ciudad. En esa parte de la ciudad, se podía perder fácilmente entre la multitud.
Al dar vuelta a la esquina, miró hacia atrás una vez más, para ver la iglesia, el lugar que había llegado a amar. ¿Regresaría alguna vez? Él sabía que, para él, no había nada más en Shanghai. No tenía trabajo, ni hogar ni familia. Con estas severas restricciones impuestas por el nuevo gobierno, debía salir de la ciudad. Tendría que comenzar de nuevo, en algún lugar alejado, donde nadie lo reconociera. Pero ¿dónde? Decir que necesitaba irse era una cosa; hacerlo era otra. Había tantas incógnitas.
En el este, la luna estaba asomando, de un color naranja pálido, por sobre la ciudad. Dios no me abandonará, pensó Chen, mientras cambiaba la mochila al otro hombro. Se detuvo para recostarse en una columna de luz, cerró los ojos y recordó las palabras de las Escrituras que el pastor Lin había repetido muchas veces. “Por mi causa los llevarán ante gobernadores y reyes para dar testimonio”, decía. “Por causa de mi nombre todo el mundo los odiará, pero el que se mantenga firme hasta el fin será salvo”.4
Pensar en esas cosas ahora era deprimente, y no obstante, de un modo extraño, los versículos eran animadores. Jesús les había dicho cosas que sucederían, pero él también había prometido que finalmente algo bueno resultaría de todo ello. ¿No había dicho: “Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida”?5
Cuando Chen pensó en esto, sintió que descendía sobre él una extraña paz. Ya no temía a lo desconocido y, de alguna manera, todo parecía esperanzador. Sí, estaba preocupado por el pastor Lin y su encuentro con la policía, pero oró para que no sufriera ningún daño. Seguramente, Dios estaría con el pastor, mientras él y la iglesia pasaban por las llamas de la persecución; de la misma manera en que habían sucedido las cosas antes de que Chen comenzara a trabajar en la iglesia, y por la gracia de Dios siempre sería así. El pastor Lin y los demás eran fuertes y fieles. Eran hombres y mujeres piadosos, listos para mantenerse firmes en favor de Dios, sin importar cuál fuera el costo.
Chen deambuló por las calles de la ciudad durante varias horas, no muy seguro de adónde debía ir. Necesitaba un lugar donde pudiera quedarse unos días, hasta decidir qué hacer. Finalmente, pensó en una hermana anciana, la Sra. Ah Lam, que siempre había sido bondadosa con él en la iglesia local. ¿Se atrevería él a ir a su casa? ¿Lo aceptaría ella? ¿Estaría dispuesta a correr el riesgo, y a permitirle ocultarse en su hogar por un tiempo?
La Sra. Ah Lam lo dejó entrar cuando llamó a la puerta de su hogar, tarde en la noche. Ella le dio una cálida bienvenida y le dio de comer una sabrosa sopa de wantan. Luego, le dio una estera y un lugar, donde durmió en el piso. Chen quedó emocionado por la bondad de ella. Le hizo sentir bien el saber que había personas en la iglesia que lo amaban y se interesaban por su seguridad.
Pero aún allí, en el hogar de la Sra. Ah Lam, él sabía que no estaba seguro. La policía sabría que había otros miembros de la iglesia en la comunidad. Ellos tenían sus informantes y podrían ir a buscarlo.
Para el mediodía siguiente, Chen se enteró de que los diez miembros de la junta habían sido arrestados con la acusación de espionaje y tráfico ilegal de la religión. Chen sabía que esas acusaciones eran ridículas, pero también sabía ahora que sus temores habían estado bien fundados. Ya no era seguro para él quedarse más tiempo en Shanghai. Debía huir de la ciudad. Un tren probablemente sería la mejor opción, aunque no tenía mucho dinero para el pasaje.
Chen sacó su monedero y contó los pocos yuanes chinos que tenía. ¿Debía ir a vivir con sus padres? Esa localidad quedaba a una buena distancia, si tenía suficiente dinero para llegar hasta allí. Contó otra vez los billetes. Era claro que no le quedaría dinero para comida.
Agradeció a la Sra. Ah Lam por su bondadosa hospitalidad y salió de su hogar a la tarde temprano. La policía podría ir a buscarlo en cualquier momento, y él no se atrevía a poner la vida de la Sra. Ah Lam en peligro. En su mochila, llevaba las únicas posesiones que tenía en el mundo: unas pocas prendas de vestir, una docena de galletas de repollo que le había dado la Sra. Ah Lam, y, por supuesto, su Biblia.
Parado en la calle, pensando en su próximo movimiento, un ómnibus de larga distancia se acercó a la vereda y se detuvo. Aquí hay una idea, pensó Chen para sí mismo, mientras veía que los pasajeros bajaban y subían. ¿Por qué no tomar el autobús? Sería más barato, y podría ir tan lejos como lo llevara. De ese modo, al menos se alejaría de la policía comunista que podría estar buscándolo.
Sin pensarlo dos veces, Chen saltó al ómnibus, y se acomodó junto a una ventanilla. “Espero que esta sea una buena idea, Señor”, susurró Chen. “Llévame donde me necesites. Quiero servirte en algún lugar; pero creo que, en este momento, ese lugar no es aquí”.
El ómnibus partió pronto, y con él fue Chen en una nueva aventura para Dios. Sin embargo, todavía no tenía ningún plan real, ninguna respuesta de a dónde podría ir para comenzar de nuevo, ahora él solo. Y más importante aún, ¿qué debía hacer con su vida de ahora en adelante? ¿Tenía que prepararse para ser pastor? Chen pensaba que tenía la vocación de ser pastor y que era idóneo para esa tarea; le gustaba estudiar la Biblia. Le gustaba traducir y publicar libros. Y más que todo, quería compartir el evangelio con otros. No obstante, ¿cómo podría hacer eso y dónde?
4 Mateo 10:18, 22 (NVI).
5 Apocalipsis 2:10.