Читать книгу Cadenas en China - Bradley Booth - Страница 12

Capítulo 7

Оглавление

-Es mejor que nos vayamos a dormir –dijo el pastor Lin, como si fuera un eco de los pensamientos cansados de Chen–. No podemos terminar estos libros esta noche. Es mejor que me vaya a casa –agregó riendo, con una sonrisa cansada, y apagó de un soplido la llama de su lámpara de kerosén–. Si me quedo más tiempo, mi esposa se preguntará dónde estoy.

–No, no hay peligro de eso –respondió Chen, riendo también–. Usted hace esto casi todas las noches.

Chen siguió al pastor Lin hasta la salida, para luego cerrar con llave y poner el barrote en la puerta.

–Tengo que ir a ver a la viuda Lanfen mañana –dijo el pastor Lin, dándose vuelta por última vez en la oscuridad–. Ella se está deteriorando mucho, rápidamente. La semana pasada, su hija me rogó que fuera a verla, y me lo pidió otra vez este sábado, de modo que sencillamente no puedo postergarlo más. Espero visitarla a ella y a otra familia durante la mañana, y luego, más tarde, tal vez vaya a vender algunos libros. Estoy contento porque hayamos decidido que tú nos ayudes a traducir libros aquí, en la iglesia, en lugar de enviarte a recorrer las calles como lo hacemos el resto de nosotros. Alguien tiene que tratar de que los libros sigan saliendo de las prensas.

Puso una mano sobre el hombro de Chen e inclinó la cabeza instintivamente. “Señor, protege a mi hermano aquí esta noche, en la iglesia”, oró. “Que tus ángeles lo cuiden a él y a nuestra amada iglesia”. Dicho esto, se fue.

Chen volvió a su habitación y se arrodilló junto a su catre militar, antes de apagar la lámpara por esa noche. Le gustaba trabajar para la iglesia de esta manera, y se sentía honrado de servir a Dios en tiempos de persecución, pero el estar completamente solo le resultaba duro. Trató de no pensar en su esposa y su hijito, pero era casi imposible. Amaba a su esposa. Ella había sido una mujer muy buena, sirviendo con él en una de las iglesias de Shanghai, y su hijo era la niña de sus ojos. Se puso triste al pensar que todo había salido mal.

Debo confiar en el Señor, suspiró, mientras una lágrima furtiva se deslizaba por su rostro en la oscuridad . “Debo creer que tú puedes lograr que algo bueno resulte de estas grandes pruebas que me han ocurrido en la vida”. Y entonces se durmió, exhausto, pues había trabajado muchas horas.

A la mañana siguiente, despertó antes del amanecer con el sonido de suaves golpes en la puerta. Era Manchu, uno de los instructores bíblicos, que había venido a buscar ejemplares de Biblias y libros para vender. Chen se puso contento de ver a Manchu y le ofreció algo de comer, pero él declinó, temeroso de que la policía lo viera ir y venir a esta hora temprana, si se quedaba.

Chen lo ayudó a llenar su mochila con libros que estaban en u n escondite secreto debajo de las tablas del piso de la iglesia. Luego, después de una brevísima oración en la oscuridad, Manchu se apresuró a salir en medio de las nieblas del amanecer, con su mochila llena de libros en la espalda.

Fuera del pastor Lin, Manchu era la primera persona que había aparecido en la iglesia en casi una semana. Aun los otros miembros de la junta no se acercaban a la iglesia sino para buscar libros cuando se les terminaban, y entonces solo envueltos en la oscuridad.

Toda la mañana, Chen trabajó en su maltrecha máquina de escribir, terminando página tras página a la luz de su lámpara de kerosén, en la habitación sin ventanas. En su tarea de traducción, cuando llegaba a un lugar difícil del contenido, primero tenía que anotar sus pensamientos a mano en un papel, antes de escribir el texto en la máquina. Si había cometido un error al escribir, tenía que tomar una hojita de afeitar y raspar la tinta del papel, y luego corregir el error. Hacia el mediodía, había terminado cuatro páginas más, deteniéndose solo lo suficiente para comer apenas un poco de arroz hervido al vapor, con repollo y zanahorias ralladas.

Luego, volvió al trabajo. Esas largas horas en su máquina de escribir, a la luz de la tenue lumbre de la lámpara, eran cansadoras e intensas. A veces, lo único que lo mantenía en marcha era su devoción al evangelio y el pensamiento de que el pastor Lin contaba con él. Y, por supuesto, sabía que estaba ayudando a imprimir libros para salvar almas y acercarlas al Reino de Dios. Esa era la razón más importante de todas.

Nadie más llegó hasta el templo en todo el día, ni siquiera el pastor Lin, así que, Chen estuvo bastante solo. Hacia el final de la tarde, sintió la necesidad de tomar aire fresco y decidió arriesgarse a hacer una caminata. Salió de la iglesia por la puerta de atrás, mirando en ambas direcciones para estar seguro de que nadie lo veía, y luego caminó apresuradamente por una callejuela lateral.

Era maravilloso estar afuera, al fresco aire del otoño. Se dio cuenta de que no había estado afuera durante varios días, y el aire se sentía maravilloso. Fue hasta la zona del mercado, donde los vendedores ofrecían sus mercaderías y comidas. En uno de esos locales, vio toda clase de faroles de papel, y en otro, escobas para barrer el piso. Un poco más adelante, había locales de ropa, y más allá, se encontraba el área de comida al aire libre. Canastas de arroz estaban bajo los aleros de lona, y pilas de repollos, zanahorias y cebollas le recordaban que no había disfrutado de una buena comida casera desde hacía varios días. Más allá estaba la venta de carnes, con sus patos, gansos y cerdos colgados de ganchos.

Para ese tiempo, las sombras de la noche estaban acercándose, y Chen se dio vuelta y dirigió sus pasos hacia la iglesia. Pronto estaría oscuro. Cuando el pastor Lin llegara, Chen quería estar allí, para saludarlo y esperarlo con una comida caliente, una sopa de wantanes (especie de bolas rellenas).

Chen caminó de regreso a la iglesia por una ruta diferente, que le llevó más tiempo del necesario. Esta era una de sus muchas estrategias para evitar ser seguido, en caso de que la policía sospechara que él era obrero religioso. Siempre llevaba consigo sus papeles oficiales de identificación, y trataba de no llamar la atención, de modo que no estaba preocupado porque lo detuvieran. Solo tenía miedo de que lo siguieran hasta la iglesia y descubrieran las veintenas de valiosos libros religiosos almacenados allí.

El sol se había puesto sobre los techados rojos de Shangai, cuando Chen se acercó a la callejuela que pasaba detrás de la iglesia. Había retornado sin que lo detectaran, y agradeció a Dios por ello. En pocos minutos, estaba de nuevo adentro, con unas pocas llamas en el fogón con carbón e hirviendo agua para la sopa de wantanes que pensaba hacer.

De repente, oyó gritos y pies que corrían. Había estado trabajando en la oscuridad, sin otra luz excepto el fuego bajo la olla, de modo que se sentía seguro. Al instante se acercó a una pequeñita abertura que se encontraba a bastante altura, en una pared que daba hacia la callejuela, y lo que vio hizo que su corazón de detuviera por unos segundos. El pastor Lin estaba en la callejuela rodeado por cuatro policías del gobierno, con bandas rojas en las mangas de sus chaquetas. Uno de los policías tenía tomado al pastor por un brazo y lo estaba sacudiendo.

¡Chen quedó congelado! ¿Qué debía hacer? ¿Había seguido la policía al pastor Lin hasta allí? ¿Habían venido para allanar la iglesia? En un instante, él pensó en las Biblias y los libros escondidos bajo las tablas del piso. No había tiempo para adivinar lo que había que hacer: ¡él sabía que tenía que actuar con rapidez! Los segundos eran ahora muy importantes. ¿Podía escapar de la iglesia y llevarse escondidas algunas de las Biblias sin ser detectado? No era probable. Sin duda, la policía tendría para entonces rodeada toda la iglesia. A menos que, por supuesto, no supieran que Chen estaba en allí.

Rápidamente, Chen tomó una decisión. Escaparía –si podía– y se llevaría consigo tantos libros como le fuera posible. Parecía la única salida. Tomó su mochila y corrió hacia la esquina donde las tablas del piso estaban sueltas. Separándolas, saltó hacia el reducido espacio desde el que podía arrastrarse por debajo del piso, y comenzó a cargar Biblias y libros en su mochila. Esta era grande, pero igual se sorprendió por la cantidad libros entraban en ella: más de los que pensaba que era posible.

En menos de lo que a Chen le pareció un minuto, ya estaba saliendo de allí y puso las tablas otra vez en su lugar. Sus ojos recorrieron velozmente el lugar. No debía dejar ningún indicio del escondite. Rápidamente, arrastró una alfombra para cubrir las tablas sueltas, y luego colocó una mesa pequeña y una silla sobre la alfombra. Entonces, pensó en los manuscritos de los libros que él y el pastor Lin habían estado copiando en las máquinas de escribir. Si la policía veía páginas recién escritas, sospecharían y comenzarían a buscar esos libros preciosos, y también Biblias. Hasta podrían arrancar las tablas del piso buscando más libros, si sospechaban que había algún escondite en el lugar.

Cadenas en China

Подняться наверх