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LA CIVILIZACIÓN MAYA AL DESCUBIERTO

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Copán, Honduras, 1840: los monos se movían en las copas de los árboles. El crujir de las ramas secas que quebraban rompía el silencio de la selva y perturbaba la paz de la ciudad desierta al otro lado del río. Unos 40 o 50 monos iban en procesión, como los espíritus de aquellas personas desconocidas que alguna vez habitaron en las misteriosas ruinas. Las pirámides llenas de maleza se levantaban por encima de los árboles.

John Lloyd Stephens (1805-1852), un viajero y abogado americano, y Frederick Catherwood (1799-1854), un prestigioso artista inglés, se quedaron paralizados con su primer vistazo a la arquitectura maya antigua. Se abrieron camino entre la vegetación y se tropezaron con algunas piedras verticales con inscripciones muy elaboradas. Nunca habían visto arquitectura de tal naturaleza.

Ambos eran aventureros experimentados. Stephens había nacido en Nueva Jersey, ingresó en la Universidad de Columbia a los trece años y se graduó con la mejor nota en 1822. Tenía formación en derecho, pero prefería la política y los viajes.

Stephens se estrenó como aventurero en un viaje al Oeste en el que llegó incluso más allá de Pittsburgh. En 1834, emprendió una expedición de dos años que lo llevó por Europa, hasta Polonia y Rusia. Después exploró el valle del Nilo y Jerusalén. También fue a Petra, que en ese momento era un lugar lejano y peligroso. La gran ciudad caravanera lo dejó atónito con sus templos tallados. Petra hizo que Stephens se apasionara por las civilizaciones antiguas inmediatamente.

Narrador talentoso, comenzó escribiendo a su familia sobre sus viajes. Algunas de sus cartas aparecieron publicadas en los periódicos de Nueva York y la audiencia las disfrutaba mucho. Escribió dos libros sobre sus aventuras, ambos llamados Incidentes de viaje. Uno trataba sobre Egipto y Tierra Santa, y el otro era un relato de Polonia, Turquía y Rusia. Stephens tenía un estilo de escritura directo y entretenido, además de ser un gran observador de la gente y los lugares. Ambos libros se volvieron best sellers y lo convirtieron en un famoso escritor de libros de viajes de primera categoría.

A través de sus colegas escritores, conoció al artista Frederick Catherwood, de Londres. Tenía un talento artístico soberbio que florecieron cuando fue a Italia en 1821. Igual que Stephens, era un viajero inquieto. Entre 1822 y 1835, Catherwood hizo un largo viaje por Oriente Medio. En Egipto trabajó junto al viajero Robert Hay, quien había visitado y estudiado varios sitios de interés. También visitó Jerusalén, donde dibujó el prácticamente inaccesible tejado de un santuario islámico del siglo XI: La Cúpula de la Roca. Para hacerlo usó una «cámara lúcida», básicamente un espejo que reflejaba la imagen del techo en su tablero de dibujo.

De vuelta en Londres, Catherwood creó una enorme escena panorámica de Jerusalén, que se volvió altamente popular. Stephens y Catherwood se conocieron en la exposición de 1836. Ese mismo año, Catherwood llevó su obra a Nueva York y comenzó a trabajar como arquitecto. Para entonces, los dos hombres habían entablado amistad, pues compartían el entusiasmo por la aventura y las civilizaciones antiguas. La personalidad seria de Catherwood era radicalmente distinta a la de Stephens.

En una búsqueda constante por nuevas oportunidades, el artista atrajo la atención de su amigo hacia dos publicaciones poco conocidas que describían las misteriosas ruinas en las selvas de América Central. Acordaron que las buscarían un día. Afortunadamente, la arquitectura de Catherwood y la exposición trajeron dinero, así como los libros de Stephens, lo que hizo posible que viajaran. Para facilitar las cosas, Stephens se las ingenió para obtener un puesto diplomático en América Central. El 3 de octubre de 1839, los dos amigos partieron de Nueva York hacia una pequeña y aislada ciudad costera llamada Belice, ahora país soberano con el mismo nombre. Desde ahí, viajaron tierra adentro a las ruinas de un lugar llamado Copán.

El viaje terrestre por la selva de la península de Yucatán fue duro. La situación política era caótica. Sus mulas se hundían en el lodo atravesando los estrechos caminos. En algún momento llegaron al poblado de Copán, con su media docena de chozas destruidas. Al día siguiente, un guía los llevó por los campos y la densa selva a la orilla de un río. Al lado contrario, vieron la muralla de la ciudad maya.

Stephens y Catherwood llegaron sin saber qué esperar. Cruzaron el río a caballo y llegaron a un complejo de terrazas y pirámides. Inesperadamente, después se encontraron con una columna cuadrada de piedra esculpida en altorrelieves con la figura de un hombre y complejos jeroglíficos. Inmediatamente, se dieron cuenta de que el estilo arquitectónico y artístico en Copán era distinto de cualquier otro del mundo mediterráneo. Los constructores habían erigido pirámides (ahora cubiertas de vegetación), separadas con patios y plazas. Los edificios estaban cubiertos por jeroglíficos muy elaborados tallados en estuco (una pasta de grano fino), y había una serie de columnas individuales copiosamente decoradas (conocidas como estelas). Las estelas de Copán —retratos de gobernantes— dibujaban caminos procesionales en la plaza central. También se encontraban cerca de un gran complejo real de pirámides escalonadas, plazas y palacios superpuestos, que formaban el núcleo principal de la ciudad. La pirámide más alta, conocida como Estela 16, alguna vez alcanzó más de 30 metros de altura.

La selva imponente y las plazas impresionaron de tal manera a Stephens que, elocuentemente, comparó su perfección con la de cualquier anfiteatro romano. «La ciudad estaba desolada», escribió, «todo eran misterios, oscuros e impenetrables enigmas». «¿Quién había construido esos impresionantes monumentos?», se preguntaba. Los jeroglíficos eran muy distintos de los egipcios, y los indígenas locales no tenían idea de quién había construido Copán. Stephens lo comparó con un naufragio: «Estaba ahí, delante de nosotros como un barco destruido». Con una brújula y una cinta métrica, trazaron el mapa de la ciudad antigua marcando líneas rectas a través de la selva. Este fue el primer plano de un asentamiento maya. A diferencia de Layard en Mesopotamia, ellos no realizaron excavaciones, sino que se basaron en sus mediciones y observaciones minuciosas para relatar la historia de Copán.

Catherwood se instaló aquí para dibujar las estelas y los relieves decorados, una tarea compleja que desafió sus habilidades artísticas. Mientras tanto, Stephens averiguaba quién había construido Copán. De inmediato, llegó a la conclusión de que no era obra de los antiguos egipcios, o de alguna otra civilización que cruzara el Atlántico muchos siglos atrás. Esta era una ciudad exótica y única. Si hubieran podido transportar incluso una pequeña porción de las ruinas a Nueva York, hubiera sido una exposición asombrosa. Después de muchas negociaciones, Stephens compró Copán a su dueño local por 50 dólares. Para fortuna de los siguientes arqueólogos, el río no soportaba embarcaciones por lo que, de hecho, no pudo trasladar nada.

Stephens pasó solamente 13 días en Copán, pero Catherwood se quedó durante mucho más tiempo. Trabajó con lluvias intensas, con lodo hasta los tobillos y plagado de mosquitos. Los relieves se veían con mucha dificultad, excepto con luz muy intensa. Su tarea era enorme pues la extensión de Copán era de casi tres kilómetros y tenía tres patios principales, pirámides y templos.

Más tarde, Stephens y Catherwood volvieron a encontrarse en la ciudad de Guatemala. En ese momento, Stephens ya había desistido de su carrera diplomática. Decidieron ir a verificar la información sobre otra ciudad cubierta de maleza conocida como Palenque, en el sur de México, y que se decía era tan espectacular como Copán. El viaje los llevó por terrenos bastante accidentados. Para entonces ya habían optado por usar sombreros de ala ancha y ropa holgada para estar más cómodos, como la gente de ahí acostumbraba a vestir.

Las últimas etapas del viaje habían sido terribles a pesar de la ayuda que recibieron de 40 botones locales. Muchas veces tenían que abrirse camino entre la maleza, pero finalmente, Palenque emergió de entre la selva. Este yacimiento arqueológico era mucho más pequeño que Copán y había sido gobernado por Pakal el Grande desde el año 615 hasta el año 683 d.C. El magnífico Templo de las Inscripciones era su monumento funerario y albergaba su cuerpo bajo la pirámide del mismo, que fue excavada en 1952.

Stephens y Catherwood acamparon en el complejo palaciego de Pakal. Estaba tan húmedo que era inútil prender velas, y Stephens se divertía leyendo el periódico a la luz de las luciérnagas. Vencidos por los mosquitos y las fuertes lluvias, los dos hombres se tropezaban con edificios que eran prácticamente invisibles por la vegetación. Mientras Catherwood dibujaba, Stephens construía escaleras rudimentarias y despejaba las paredes del palacio para el artista. La estructura de muros gruesos con decoraciones elaboradas rodeaba varios patios, y en total medía 91 metros de largo. Trazaron un plano en bruto después de varias semanas, pero la humedad y las nubes de insectos terminaron por ahuyentarlos.

Conscientes del potencial científico y económico de Palenque, Stephens intentó comprar las ruinas por 1.500 dólares, cantidad muy superior a los 50 que pagó por la lejana Copán. Pero cuando descubrió que se tenía que casar con una mujer local para cerrar el trato, renunció de inmediato a su adquisición. Los dos hombres huyeron en busca de otra ciudad maya, Uxmal, pero para su mala suerte, Catherwood cayó gravemente enfermo con fiebres y solo logró permanecer un día en el magnífico asentamiento.

En julio de 1840, ambos regresaron a Nueva York, donde Stephens comenzó con la escritura de Incidentes del viaje en Centroamérica, Chiapas y Yucatán, un best seller al año siguiente. El libro mostraba a Stephens en su mejor momento, pues estaba escrito en un estilo narrativo muy sencillo. Era, por supuesto, un libro de viajes, pero Stephens habló de los tres sitios desde la perspectiva de alguien que está muy familiarizado con los indígenas locales. Declaró que la gente que había construido Copán, Palenque y Uxmal compartían una misma cultura. Su arte era rival de las obras más exquisitas de las civilizaciones mediterráneas y era de origen local. Stephens terminó el libro con una clara afirmación basada en sus observaciones y conversaciones con los lugareños: las ruinas que él había visto las habían construido los ancestros de los mayas.

Stephens no era el único que escribía sobre los mayas. Su libro apareció dos años antes de que el historiador bostoniano, William H. Prescott publicara su clásico Historia de la conquista de México, en 1843. Prescott aprovechó el trabajo de Stephens y se aseguró de que se leyera mucho entre sus colegas de la academia. Entre tanto, solo quince meses después de su regreso a Nueva York, Catherwood y Stephens regresaron a América Central, determinados a pasar más tiempo en Uxmal.

De noviembre de 1841 a enero de 1842, se quedaron en las ruinas, ocupados con el mapeo, medición y dibujo del centro maya que probablemente sea el más representativo de este estilo arquitectónico. Uxmal es famoso por sus pirámides, templos y largos edificios palaciegos. Fue la capital del Estado maya desde el año 850 hasta el año 925 d.C. Una vez más, los hombres no realizaron excavaciones, tan solo se concentraron en concebir una idea de la ciudad y de su edificio principal, el famoso cuadrángulo de las Monjas. Catherwood intentó elaborar un registro lo más minucioso posible, para poder elaborar una réplica de vuelta en Nueva York.

A pesar de los ataques de fiebre, Stephens consiguió visitar otros sitios en las proximidades, como Kabáh. Recuperó las vigas de una puerta de madera con inscripciones de jeroglíficos, que más tarde se llevó a Nueva York. Viajaban ligeros y cabalgaron a través de la península de Yucatán. Pasaron 18 días en Chichén Itzá, que ya era famoso por su gran pirámide escalonada, El Castillo, y su enorme campo de juego de pelota. También conocieron a algunos estudiosos locales que compartieron información histórica muy valiosa con ellos.

Catherwood y Stephens visitaron Cozumel y Tulum, lugares anotados por los primeros exploradores españoles, donde había poco que ver además de nubes enteras de mosquitos. Con todo esto, los dos viajeros regresaron a Nueva York en junio de 1842. Como era de esperar, apareció otro best seller de Stephens, Incidentes de viaje en Yucatán, nueve meses después. En los capítulos finales del libro, reafirmó que las ruinas mayas eran obra de los locales, que prosperaron hasta la Conquista española. Todas las subsiguientes investigaciones sobre la civilización maya están basadas en su conclusión directa.

Este fue el fin de las aventuras arqueológicas de Stephens y Catherwood. Ambos regresaron a América Central para trabajar en el proyecto del ferrocarril. Sin embargo, cuando apareció la malaria se fueron. Stephens murió en Nueva York en 1852, debilitado por años de enfermedades tropicales. Catherwood falleció en un accidente de barco en el mar de Terranova dos años más tarde.

Tuvieron que transcurrir cuarenta años para que se reanudara algún trabajo científico en los asentamientos que ellos habían documentado con palabras y dibujos. Así como Austen Henry Layard, John Lloyd Stephens estaba satisfecho con la descripción y el registro realizados y dejó la excavación a sus sucesores. Aparte de las dificultades del viaje, no tenía fondos para las excavaciones y, además, él estaba escribiendo un libro de viajes.

La civilización maya antigua se vio engullida por la selva después de que los españoles llegaran en el siglo XV. Aun así, los descendientes modernos de aquellos que construyeron Palenque y otros grandes centros ceremoniales aún conservan muchos elementos de la antigua cultura maya, como algunas tradiciones rituales ancestrales. Con sus dibujos y publicaciones, Catherwood y Stephens se aseguraron de que la civilización maya nunca vuelva a desvanecerse en el olvido histórico.

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