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LAS TRES EDADES
ОглавлениеA principios del siglo XIX, la arqueología europea era un misterio confuso. Para la mayoría de los estudiantes del pasado europeo, la verdadera historia se iniciaba con Julio César y los romanos. Por supuesto, esto era una tontería, pues había muchas otras zonas arqueológicas más antiguas. Sin embargo, todo lo que fuera anterior al césar era un revoltijo de descubrimientos apilados en los museos y en colecciones privadas: hachas de piedra pulida, espadas de bronce y otros elaborados ornamentos. El caos de restos y sitios arqueológicos no tenía coherencia histórica.
Las Sagradas Escrituras, que se usaban comúnmente como fuentes históricas, no ofrecían ninguna respuesta. ¿Cómo se podría crear un marco teórico para el pasado remoto? ¿Habían sido diferentes los pueblos que habían utilizado herramientas de piedra o que habían desarrollado las espadas de metal? ¿Cuál era su apariencia? ¿Los individuos que habían vivido en Inglaterra y en otros países europeos se parecían a los indígenas americanos, como había sugerido John Aubrey (véase capítulo 1)? Nadie sabía qué sociedades humanas habían vivido en Europa antes de los romanos.
Pocos europeos se tomaron la arqueología tan en serio como los daneses. Los romanos nunca conquistaron Dinamarca, por lo que sus ciudadanos sentían un fuerte vínculo hacia sus antiguos habitantes. La arqueología, la única manera de estudiarlos, se desarrolló de manera paralela al fuerte interés patriótico por los restos precristianos. No obstante, al igual que sus colegas ingleses y franceses, los excavadores daneses lidiaron con una maraña de hallazgos arqueológicos. No es una coincidencia que los primeros intentos de ordenar ese caos surgieran en Escandinavia.
En 1806, el gobierno danés estableció una Comisión de Antigüedades para proteger las zonas arqueológicas y fundar un museo nacional. En 1817, sus miembros eligieron a Christian Jürgensen Thomsen (1788-1865) para poner en orden las colecciones nacionales y exhibirlas (en esa época estaban apiladas en el desván de una iglesia). Thomsen, hijo de un rico comerciante, era un entusiasta coleccionista de monedas. Gracias a su mente ordenada y precisa, era la persona idónea para ordenar y organizar el museo. Quien se dedica seriamente a la numismática se convierte en un clasificador acostumbrado a disponer los objetos según su estilo. Además, Thomsen disfrutaba conociendo personas y conversando con ellas. Si a esto añadimos un talento extraordinario para la escritura de cartas, lo cual le granjeó contactos a lo largo de Dinamarca y más allá, tenemos al encargado de museo ideal.
El meticuloso Thomsen comenzó registrando las colecciones en cuadernos de contabilidad, al igual que en los negocios. Cada objeto recibía un número. Las nuevas adquisiciones también se catalogaban y numeraban. De esta manera, tenía acceso inmediato a cualquier objeto del museo. En unos cuantos meses había catalogado 500 artefactos. El engorroso proceso de catalogación y registro le permitieron familiarizarse con una amplia variedad de artefactos prehistóricos. Las colecciones de Copenhague incluían miles de herramientas de piedra de las primeras zonas de caza e hileras de hachas de piedra y azuelas (herramientas de corte con una hoja afilada colocada perpendicularmente al mango) utilizadas para carpintería primitiva. Había dagas de piedra bellamente talladas, espadas de bronce y numerosos broches.
Realizar el catálogo era una cosa, pero organizar el embrollo de hachas y cuchillas de piedra, azuelas de bronce, escudos y algunos ornamentos de oro, era otra. Thomsen se dio cuenta de que muchas piezas de la colección provenían de sepulcros en los que se enterraba a las personas junto con vasijas de arcilla o hachas de piedra, y tal vez con broches y alfileres. Los grupos de ofrendas mortuorias diferían los unos de los otros según los artefactos que los componían. Después de examinar varios enterramientos, comprobó que algunos de los sepulcros contenían metal y otros artefactos de hueso o piedra. Decidió emplear la materia prima utilizada para elaborar las herramientas como base para la clasificación.
En 1816, dividió la historia danesa en tres períodos. Llamó al primero «Período pagano», que comprendía el tiempo antes de la historia escrita y correspondía con lo que actualmente llamamos Prehistoria. A su vez, subdividió el período en tres edades: la Edad de Piedra, la Edad del Bronce y la Edad del Hierro. Así nació el famoso sistema de las Tres edades, el cual transformó las percepciones de los tiempos prehistóricos.
El sistema de las Tres edades está completamente basado en las colecciones del museo de Thomsen. La Edad de Piedra es el período en el que solo se usaban piedras, cornamentas, huesos y madera para elaborar herramientas y armas. A esta le sigue la Edad del Bronce, en la que la mayor parte de los utensilios y armas que se fabricaban ya eran de bronce y cobre. Luego está la Edad del Hierro, en la que se comenzaron a utilizar las herramientas de hierro. Thomsen concebía las Tres edades como un marco cronológico para el pasado prehistórico. Lo desarrolló cuidadosamente, por medio de diferentes grupos de hallazgos de sepulcros intactos y zonas habitacionales.
Se podría esperar que Thomsen hubiese sido un curador de museo obsesionado con los objetos, pero no fue así. Aunque las salas del museo exhibían artefactos de las Tres edades, ofrecían algo más, pues Thomsen se había encargado de que los visitantes comprendieran que la arqueología se basaba más en el estudio de las personas que de los objetos.
Thomsen les hablaba a los visitantes del museo sobre los túmulos esparcidos a lo largo y ancho de las zonas rurales donde yacían hombres y mujeres que alguna vez vivieron ahí; describía los ornamentos de oro y de bronce que alguna vez relucieron en el cuello de una mujer o relumbraron al sol en un campo de batalla olvidado hace mucho tiempo. Al principio, el museo abría dos días a la semana, pero luego tuvo que ampliar más tiempo. Cada jueves a las dos de la tarde, Thomsen guiaba rebosante de entusiasmo a los visitantes; incluso ponía collares de oro alrededor del cuello de alguna muchacha. Hacía que el pasado regresara a la vida.
Thomsen escribió un solo libro, la pequeña Guía de la Antigüedad escandinava (Guidebook to Northern Antiquity), publicada en 1836 y leída por toda Europa. En ella describe el sencillo sistema de las Tres edades basado en las colecciones de museo bien documentadas. Las Tres edades de Thomsen acabaron con la confusión. Asombrosamente, en muy poco tiempo, el sistema se convirtió en el método utilizado para subdividir el pasado prehistórico.
La arqueología se basa en las excavaciones y en los estudios de campo, pero la investigación desarrollada en los laboratorios es igualmente importante. Nadie consideraría a Thomsen un investigador de campo. Él era, ante todo, un hombre de museo. Dedicó su quehacer profesional a las salas del museo. Solo excavó una vez, en 1845, cuando él y un colega analizaron una tumba de la Edad del Bronce. Allí enterrado, estaba el cuerpo incinerado de un hombre, su espada y un broche fino estaban dispuestos sobre una piel de buey. La excavación de Thomsen era notable por su registro riguroso, fiel reflejo de su mente precisa y su pasión por el detalle.
Aunque Thomsen dedicó mucho tiempo al estudio de hallazgos pequeños y artefactos diminutos, también revolucionó los grandes esquemas del pasado. Con el desarrollo del sistema de las Tres edades, nacieron la ciencia moderna de la arqueología y la clasificación arqueológica.
Aún faltaba demostrar si las Tres edades se sucedían una a la otra en el tiempo, así como establecer las fechas correspondientes. En 1838, Jens Jacob Worsaae (1821-1885), un joven estudiante universitario, se acercó a Thomsen. Hacía mucho tiempo que estaba interesado en la arqueología y había adquirido una gran colección de antigüedades. Worsaae era muy inteligente y rápidamente se convirtió en voluntario del museo sin ninguna retribución. Sin embargo, pronto incomodó a Thomsen por no tener miedo a expresar sus opiniones y se desenvolverse muy bien como escritor.
Afortunadamente, el rey Christian VIII avaló completamente el trabajo de Worsaae. Patrocinó la investigación del joven y su primer libro, Las antigüedades primitivas de Dinamarca (The Primeval Antiquities of Denmark), publicado en 1843 y traducido al inglés en 1849. Esta obra es un ensayo magistral sobre el sistema de las Tres edades. Worsaae insistía en que la excavación de emplazamientos arqueológicos era la única manera de escribir la historia antigua de Dinamarca, empleando los artefactos hallados de la misma forma que los historiadores utilizan los documentos. El rey quedó tan impresionado con Worsaae que lo comisionó para integrar una expedición por las islas británicas para estudiar los vestigios de los vikingos, marineros y comerciantes escandinavos que vivieron entre los siglos VIII y el XI. Esta experiencia inspiró otro libro, gracias al cual el rey nombró a Worsaae inspector para la conservación de las antigüedades.
Worsaae viajaba constantemente, registrando los sitios y salvando muchos de su destrucción. Sobre todo, excavó numerosas tumbas selladas de la Edad de Piedra y de la Edad del Bronce de las que pudo recuperar cadáveres, así como sus posesiones: espadas, escudos, vasijas de arcilla y restos de vestimentas de cuero. Estos hallazgos ofrecieron imágenes precisas de los diferentes pueblos y sus tecnologías. Gracias al sistema de las Tres edades se desvelaban retazos del pasado. Las excavaciones de Worsaae fueron muy significativas y concluyentes. Sus cuidadosas observaciones confirmaron que las Tres edades de Thomsen estaban en el orden cronológico correcto. Hasta entonces, el esquema había dependido única y exclusivamente de las colecciones de los museos; ahora, también se fundamentaba en las excavaciones.
Con el trabajo de Worsaae se demostró que la investigación arqueológica puede establecer hechos sobre el pasado. Cuando el cuerpo bien conservado de una mujer surgió de una ciénaga del sur de Dinamarca, los tradicionalistas que creían en las leyendas lo adjudicaron a la legendaria reina Gunnhild que había reinado en los primeros tiempos medievales. Worsaae disintió públicamente y argumentó que se trataba de un individuo de la Edad del Hierro.
Muchas de las investigaciones de Worsaae implicaban trabajar con túmulos. De hecho, una gran parte del pasado de Dinamarca se preservó gracias a estos monumentos, aunque no todo. Cientos de conchas de tiempos remotos, enormes pilas de ostras y otros caparazones de moluscos estaban esparcidos a lo largo de las costas del país. Algunos de esos montones eran inútiles, pero había otros en los que habían vivido personas y habían construido sus casas. La primera persona en investigarlos fue Japetus Steenstrup (1813-1897), profesor de zoología en la Universidad de Copenhague. Llamó a todos los sitios kjokkenmoddinger o concheros.
La única manera de entender los concheros era a través del estudio de las sociedades no occidentales aún vivas, que subsistían de los moluscos. Steenstrup y sus colegas, entre ellos el destacado arqueólogo inglés John Lubbock, estaban interesados particularmente en los fuéguidos, que vivían en la punta sur de Sudamérica. Charles Darwin los había descrito durante su viaje en el Beagle. Él (junto con Lubbock y Steenstrup) tenía una opinión muy negativa sobre sus habilidades y escribió sobre su estilo de vida primitivo de recolectores de moluscos.
El gobierno danés designó una comisión de tres científicos (incluyendo a Steenstrup y a Worsaae) para examinar los concheros. Otros científicos se sumaron a la empresa, incluyendo un zoólogo para identificar las conchas. Worsaae examinó muchos de los rimeros. Su mayor investigación fue sobre un conchero encontrado en Meilgaard, durante los trabajos de construcción de un camino. Un corte transversal del montículo reveló gruesas capas de ostras y mejillones. También se localizaron puntas de lanza hechas con cuernos, herramientas de piedra, fogones y otras evidencias de que el lugar había sido ocupado. Meligaard lo describió como algún «tipo de lugar para comer».
Steenstrup y Worsaae eran unos adelantados a su tiempo. No solo estudiaron los artefactos, sino también registraron las especies de moluscos que encontraron en los concheros y realizaron la primera investigación sobre cómo se vivía allí.
Mientras tanto, los colegas de Worsaae estudiaban el cambio climático del pasado usando las capas de las turberas y los residuos de plantas. Al término de la Edad de Hielo, el campo abierto que dejó la desaparición de los casquetes glaciares dio paso a bosques de abedul resistentes al frío. Después, el clima se calentó más y los robles reemplazaron a los abedules. Steenstrup incluso identificó los huesos de aves migratorias y así estableció las temporadas en las que se usaron los concheros. Esta era arqueología verdaderamente revolucionaria, que concentraba su atención en los entornos antiguos. Steenstrup publicó su trabajo un siglo antes de que tales métodos se convirtieran en una práctica común.
Durante varias décadas, Worsaae fue la gran autoridad de la arqueología escandinava. Enseñó Prehistoria en la Universidad de Copenhague, convirténdose en el primer profesor de esa materia en Escandinavia. Abandonó la docencia para convertirse en el director del Museo Nacional en 1866, puesto que ocupó hasta su muerte en 1885.
Hasta el momento de la muerte de Worsaae, la arqueología escandinava se encontraba muy adelantada con respecto a sus competidores. El empleo riguroso que Worsaae hizo del sistema de las Tres edades y su cuidadosa observación de las capas de ocupación le brindaron un marco general para la arqueología en el norte de Europa. Décadas más tarde se ajustaron sus descripciones, cuando el sistema de las Tres edades y las clasificaciones detalladas de todo tipo de artefactos históricos se convirtieron en una práctica común a lo largo de toda Europa.
Thomsen y Worsaae establecieron los fundamentos de la arqueología prehistórica europea (y, de hecho, de la arqueología en general). El sistema de las Tres edades trajo orden al pasado prehistórico. La Edad de Piedra comprendía las hachas de Somme, el hallazgo de Frere, el Homo erectus y los Neandertales, así como a las primeras sociedades agrícolas. Las Edades del Bronce y del Hierro comprendían los períodos más recientes del pasado, a partir del nacimiento de la civilización en Oriente Medio y en otros lugares en adelante.
Este entorno general proporcionó una especie de puente ordenado que unía los primeros sitios conocidos con los de tiempos más recientes. A pesar de ello, aún había algunas lagunas importantes. Sin embargo, los notables descubrimientos en los valles del río del sudoeste de Francia y en los lagos de Suiza pronto habrían de llenar esos espacios vacíos con espectaculares sociedades cazadoras y las sofisticadas comunidades agrícolas.