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20 de enero El mártir

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“Y ahora, yo sé que ninguno de todos vosotros, entre quienes he pasado predicando el reino de Dios, verá más mi rostro” (Hechos 20:25).

El capítulo 50 del libro Los hechos de los apóstoles, de Elena de White, cuenta el final de la vida Pablo. No hay registro de las últimas escenas, pero sí de su postrer testimonio: “Como resonante trompeta, su voz ha vibrado a través de los siglos, enardeciendo con su propio valor a millares de testigos de Cristo y despertando en millares de corazones afligidos el eco de su triunfante gozo: Porque yo ya estoy para ser ofrecido, y el tiempo de mi partida está cercano. He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida ” (Los hechos de los apóstoles, p. 409).

Nerón pronunció la sentencia: Pablo sería decapitado. Fue conducido al lugar de ejecución con la presencia de pocos testigos, pues querían evitar que el testimonio de su muerte ganará más creyentes que su predicación. La sangre de los cristianos era como una semilla que producía más cristianos. Aun los rudos soldados se asombraron y se convirtieron por su paz, su espíritu de perdón y su inquebrantable confianza en Cristo.

Pablo llevaba consigo el ambiente del cielo. Puede ser que los argumentos, por irrebatibles que sean, no provoquen más que oposición; pero un ejemplo piadoso entraña fuerza irresistible. Se olvidó el apóstol de sus sufrimientos, al llegar al paraje del martirio; no vio la espada del verdugo ni la tierra que iba a absorber su sangre, sino que a través del sereno cielo miraba esperanzado el Trono del Eterno.

Este hombre de fe vio a Cristo, a los patriarcas y los santos que de siglo en siglo testificaron por su fe seguros de que Dios es fiel. Desde la rueda de tormento, la estaca, el calabozo y cavernas de la Tierra, escuchaba el grito de triunfo de los mártires.

Redimido por el sacrificio de Cristo, lavado del pecado y revestido de su justicia, su alma era preciosa a la vista de su Redentor. Se aferraba a la promesa de resurrección en el día final. Sus pensamientos y sus esperanzas estaban concentrados en la segura venida de su Señor.

Nerón terminó su existencia con estas palabras: “Qué artista que va a perder el mundo”, mientras que las últimas palabras de Pablo fueron: “He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida” (2 Tim. 4:6–8).

La corona de oro no solo será para él. También hay una para ti.

Pablo: Reavivado por una pasión

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