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23 de enero ¿Dar o recibir?

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“En todo os he enseñado que, trabajando así, se debe ayudar a los necesitados, y recordar las palabras del Señor Jesús, que dijo: ‘Más bienaventurado es dar que recibir’ ” (Hechos 20:35).

En el versículo de hoy, Pablo cita una declaración de Jesús que no está en ninguno de los cuatro evangelios. Sin embargo, confiamos en la fuente paulina y creemos que Jesús dijo eso. Aparte, dar está en la misma esencia de Dios. Dice Juan 3:16 (que es, tal vez, el texto bíblico más conocido de la Escritura) que Dios nos ama de tal manera que nos dio a su Hijo. Dar es un acto que se origina en Dios.

Por eso, debemos imitarlo. Quien recibe es bienaventurado, quien da lo es aún más. Quien da se desprende de su propio egoísmo y recibe la bendición de Dios. Dar y darse es cada vez más indispensable en el mundo en que vivimos.

“Cuando observo el campo sin arar, me pregunto: ¿Dónde estarán las manos de Dios?

“Cuando observo la injusticia, la corrupción, el que explota al débil; cuando veo al prepotente pedante enriquecerse del ignorante y del pobre, me pregunto: ¿Dónde estarán las manos de Dios?

“Cuando contemplo a esta anciana olvidada, me pregunto: ¿Dónde estarán las manos de Dios?

“Cuando veo al moribundo en su agonía llena de dolor, me pregunto: ¿Dónde estarán las manos de Dios?

“Cuando miro a ese joven antes fuerte y decidido, ahora embrutecido por la droga y el alcohol; cuando veo titubeante lo que antes era una inteligencia brillante y ahora harapos sin rumbo ni destino, me pregunto: ¿Dónde estarán las manos de Dios?

“Cuando aquel pequeño a las tres de la madrugada me ofrece su cajita de dulces sin vender; cuando lo veo dormir en la calle tiritando de frío, con unos cuantos periódicos que cubren su frágil cuerpecito; cuando su mirada me reclama una caricia; cuando lo veo sin esperanzas vagar con la única compañía de un perro callejero, me pregunto: ¿Dónde estarán las manos de Dios?

“Y me enfrento a él y le pregunto: ¿Dónde están tus manos, Señor? Para luchar por la justicia, para dar una caricia, un consuelo al abandonado, rescatar a la juventud de las drogas, dar amor y ternura a los olvidados.

“Después de un largo silencio, escuché su voz: ¿No te das cuenta de que tú eres mis manos? Atrévete a usarlas para lo que fueron hechas” (Autor desconocido).

Nosotros somos en este mundo las manos de Dios. Sirve con amor, porque más bienaventurado es dar que recibir.

Pablo: Reavivado por una pasión

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