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30 de enero Víboras al ataque

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“Pero él, sacudiendo la víbora en el fuego, ningún daño padeció” (Hechos 28:5).

Aldi Novel Adilang, joven indonesio de 19 años, sobrevivió 49 días a la deriva en alta mar en una trampa flotante para peces, en la que trabajaba cuando los fuertes vientos rompieron las amarras y lo enviaron mar adentro. Lo rescató un barco carguero cuando se encontraba a más de 2.000 kilómetros de distancia del lugar, en aguas de Guam, y lo dejó en Japón. Durante su odisea, tuvo que lidiar con la soledad, el miedo, la sed y el hambre. Tenía una Biblia, y a ella y al Dios de la Biblia se aferró. Después del rescate, volvió con mucha alegría al seno de su familia.

La Biblia habla de otro naufragio, que dejó a Pablo y a sus compañeros de navegación en Malta, una isla rocosa a unos 100 km de Sicilia, Italia. Ellos son recibidos por los isleños, con clima frío, pero tratados con calidez. Acaban de emerger de un mar helado y están alrededor de una hoguera, calentándose. El servicial Pablo ayudaba a juntar ramas y fue justo en ese momento cuando una víbora se le prendió y quedó colgando de su mano.

“¿Había andado por el peligroso océano para morir en la orilla?”, sin duda pensó más de uno. De ninguna manera. ¿Acaso Dios no había prometido que testificaría de él, delante del César? Pablo tenía suficientes motivos para seguir confiando.

Mientras tanto, los isleños, asustados, esperaban que el cuerpo envenenado de Pablo se desplomara ante sus ojos. Pensaban que estaban en presencia de un gran malhechor, todavía encadenado y que, habiéndose salvado del naufragio, era alcanzado por Diké (la diosa del Olimpo, hija de Zeus), que personificaba la justicia moral. Pero el tiempo pasó y, al ver que nada sucedía, cambiaron de opinión y consideraron a Pablo un ser especial, venerándolo como a un dios. Él mantuvo la calma y salió indemne y prestigiado, ya que no solo quedó demostrada su inocencia, sino también pudo dar testimonio del poder y el amor de Dios.

Este hecho no solo muestra el valor de confiar en el Señor, sino también cuán inestables son nuestros juicios, ya que los isleños pasaron de considerarlo un reo a considerarlo un dios. Por causa de Pablo, todos fueron muy bien tratados y suplidas sus necesidades, durante los tres meses que permanecieron en aquel lugar. “Pablo y sus compañeros en el trabajo aprovecharon muchas oportunidades de predicar el evangelio. De manera notable, el Señor obró mediante ellos” (Elena de White, Los hechos de los apóstoles, p. 356).

El compromiso de Pablo con la misión y la esperanza era tal que nada podía detenerlo. “La esperanza no es la convicción de que algo saldrá bien, sino la certeza de que algo tiene sentido, independientemente de cómo resulte” (Vaclav Havel).

Como Pablo, cumplamos siempre el propósito de Dios.

Pablo: Reavivado por una pasión

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