Читать книгу Quéreas y Calírroe. Efesíacas. Fragmentos novelescos. - Caritón de Afrodisias - Страница 11
LIBRO PRIMERO
ОглавлениеYo, Caritón de Afrodisias, secretario del orador Atenágoras, [1 ] voy a contar una historia de amor que tuvo lugar en Siracusa.
Hermócrates, el estratego 1 siracusano que había derrotado a los atenienses 2 , tenía una hija de nombre Calírroe, muchacha admirable y ornato de toda Sicilia, [2] pues era su belleza no humana, sino divina, y no la propia de una Nereida o una Ninfa de las montañas, sino la de la misma Afrodita Virgen.
La fama de su extraordinaria hermosura se extendía por todas partes, y a Siracusa afluían los pretendientes, reyes e hijos de tiranos; no sólo de Sicilia, sino incluso de Italia y del Epiro y de los pueblos del continente. Pero Eros quiso unirla en yugo insoluble a un [3] simple particular.
Había en efecto un muchacho, Quéreas, de hermosa apariencia, que a todos era superior, tal como muestran los escultores y escritores a Aquiles y Niseo, y a Hipólito y Alcibíades 3 . Su padre. Aristón era el segundo en Siracusa, tras Hermócrates, y había entre ellos una cierta enemistad política, de suerte que se hubieran aliado [4] por matrimonio a cualquiera antes que uno a otro. Pero Eros es amante de la lucha y se complace en los éxitos inesperados; y buscó una ocasión como la que sigue.
Era la fiesta pública de Afrodita y casi todas las mujeres [5] salieron al templo. Aquel día llevó su madre a Calírroe, que hasta entonces no había ido, por haber ordenado su padre que fuesen a prosternarse ante la diosa. Y en ese momento volvía Quéreas del gimnasio a casa, radiante como una estrella, pues resplandecía sobre su rostro brillante el rubor de la palestra como [6] el oro sobre la plata. Por azar se encontraron frente a frente en un recodo estrecho, pues el dios había dispuesto el encuentro para que cada uno pudiese contemplar bien al otro; y al punto se produjeron uno en otro un sentimiento de amor, ya que en ambos iban juntas la belleza y la nobleza de linaje.
[7] Quéreas, tras la herida, volvió a casa con gran dificultad, al igual que un guerrero valeroso herido mortal-mente en combate, que se avergüenza de caer, pero no puede mantenerse en pie. La muchacha, por su parte, se arrojó a los pies de Afrodita y besándoselos dijo:
—Tú, oh Señora, concédeme a ese varón que me has mostrado.
Cayó sobre ellos una noche terrible, pues el fuego [8] los inflamaba. Pero más terriblemente sufría la muchacha a causa de su silencio, ya que sentía pudor de delatarse.
Quéreas, por su parte, joven bien nacido y de noble alma, al ver consumirse ya su cuerpo, se atrevió a decir a sus padres que estaba enamorado, y que no viviría si no conseguía casarse con Calírroe. Su padre, al oírlo, [9] se puso a gemir y dijo:
—Estás perdido para mí, hijo, pues es evidente que Hermócrates no te dará jamás a su hija, teniendo tantos pretendientes ricos, e incluso reyes. Y no debes siquiera intentarlo, para que no seamos públicamente injuriados.
El padre trataba de consolar a su hijo, pero a él se le agravaba la enfermedad, hasta el punto de que ya no iba a sus ocupaciones acostumbradas.
El gimnasio añoraba a Quéreas y estaba como vacío, [10] pues los jóvenes le adoraban. Y así, informándose, se enteraron de la causa de la enfermedad, y todos se compadecieron del hermoso muchacho que corría peligro de perecer por el sufrimiento de su noble alma.
Tuvo lugar la asamblea ordinaria 4 , y el pueblo, una [11] vez reunido, lo primero y lo único que gritó fue esto:
—Noble Hermócrates, gran estratego, salva a Quéreas; eso será el mejor de tus trofeos. La ciudad te solicita hoy las bodas, ya que son dignos uno del otro.
[12] ¿Quién podría describir aquella asamblea, en la que Eros actuaba como líder? Hermócrates, hombre amante de su patria, no pudo oponerse a lo que la ciudad le pedía. Y, al inclinar él la cabeza asintiendo, todo el pueblo salió del teatro, y los más jóvenes fueron a casa de Quéreas, mientras el Consejo 5 y los arcontes 6 acompañaban [13] a Hermócrates; y se presentaron también las mujeres de Siracusa, que debían acompañar a la novia a casa del nuevo marido.
Se cantaba el himeneo 7 por toda la ciudad, las calles estaban llenas de coronas y antorchas y las puertas inundadas de vino y perfumes: aquel día transcurrió para los siracusanos más agradablemente que el del aniversario de la victoria.
[14] La muchacha, que nada de esto sabía, estaba tendida en su lecho cubierta con un velo, llorando y guardando silencio, y la nodriza, acercándose a su lecho, le dijo:
—Hija, levántate, pues ha llegado el día más deseado por todas nosotras. Toda la ciudad va a acompañar el cortejo de tus bodas.
Y entonces a ella se le desataron las rodillas y el corazón 8 , pues no sabía con quién iba a casarse. Se quedó al punto sin voz y las tinieblas le inundaron los ojos, y poco faltó para que expirara; pero eso a los que la veían les pareció pudor.
Después que las criadas la hubieron adornado, la [15] multitud quedó a la puerta; y entonces los padres condujeron al novio ante la muchacha. Quéreas, corriendo a ella, la besó, y a Calírroe, al reconocer a su amado, le ocurrió lo que a la luz de la lámpara que ya se va extinguiendo, que al echarle aceite vuelve de nuevo a brillar y se hace mayor y más fuerte. Así, cuando salió [16] ante el público, toda la multitud se estremeció, como cuando se yergue Ártemis en plena soledad ante unos cazadores. Y muchos de los presentes incluso se posternaron.
Tal cuentan los poetas que fue la boda de Tetis en el Pelión, excepto que también aquí se encontró un dios envidioso, como allí dicen que fue Eris 9 .
En efecto, sus pretendientes, privados así del matrimonio, [2 ] experimentaron pena mezclada con cólera, y ellos, que hasta entonces luchaban unos contra otros, se pusieron entonces de acuerdo; y, por este acuerdo, ya que creían que habían sido ofendidos, se reunieron a deliberar en común. Y fue la Envidia quien los enroló para la guerra contra Quéreas.
El primero en levantarse fue un joven italiano, hijo [2] del tirano de Regio 10 , que habló así:
—Si fuera alguno de nosotros el que se hubiera casado no me irritaría, pues, lo mismo que en los certámenes gimnásticos, tiene que ser uno de los participantes el que venza. Pero como nos ha ganado uno que ningún trabajo ha pasado para conseguir la boda, no puedo [3] soportar tal ofensa. Pues nosotros nos consumimos pasando la noche a las puertas de su casa, halagando a sus nodrizas y criadas, y enviando regalos a sus ayos. ¿Durante cuánto tiempo sufrimos esclavitud? Y, lo que es peor de todo, que por ser rivales en amor nos odiábamos unos a otros. Pero este puto miserable, que no es mejor que ninguno de nosotros, ha conseguido sin esfuerzo la corona 11 , pese a ser reyes quienes competíamos. [4] Pero que sea para él vano el premio. Convirtamos la boda en muerte para el novio.
Todos aprobaron sus palabras, y el único que le contradijo fue el tirano de los acragantinos 12 :
—No es por simpatía hacia Quéreas, dijo, por lo que rechazo vuestra decisión, sino por un cálculo más prudente. Recordad, en efecto, que Hermócrates no es un hombre al que se pueda desdeñar fácilmente, de suerte que nos es imposible dar la batalla contra él abiertamente, y en cambio nos es más fácil darla mediante alguna [5] artimaña. Pues, en efecto, también la tiranía la obtenemos más por la astucia que por la fuerza. Elegidme a mí estratego para la guerra contra Quéreas, y yo os aseguro que haré deshacerse el matrimonio, pues armaré contra él a los Celos, que, tomando como aliado [6] al Amor, realizarán un enorme daño. Calírroe es una mujer íntegra y sin experiencia de sospecha maligna, pero Quéreas, como educado en los gimnasios y no precisamente inexperto en lo tocante a las faltas juveniles, puede fácilmente concebir sospechas y caer en los celos, tan propios de la juventud. Y además es más fácil acercarse a él y hablarle.
Todos, mientras estaba él aún hablando, votaron a favor de su idea, y dejaron en sus manos el asunto, considerándole hombre capaz de urdir todo tipo de intrigas. Y él puso en marcha ya su plan.
Era ya de noche, y llegó un mensajero a anunciar que [3 ] Aristón, el padre de Quéreas, se había caído de una escalera en el campo y tenía muy pocas esperanzas de sobrevivir. Y Quéreas, al oír esto, aunque realmente amaba a su padre, se entristeció, sin embargo, más aún porque tenía que partir solo, pues no era posible hacer salir ya a la muchacha 13 .
En esa noche nadie se atrevió a dar una serenata 14 [2] abiertamente, pero yendo allí ocultamente y sin ser vistos dejaron, sin ruido, señales de una comitiva: adornaron con guirnaldas las puertas, las rociaron con perfumes, vertieron vino hasta hacer fango con él y tiraron antorchas a medio consumir.
Alumbró el día, y todo el que pasaba se detenía con [3] un común sentimiento de curiosidad. Quéreas, al estar ya su padre mejor, se apresuró a volver con su mujer, y al ver la multitud ante sus puertas, al principio se asombró, pero en cuanto conoció la causa se precipitó dentro fuera de sí; y, encontrando la cámara nupcial [4] cerrada, la golpeó violentamente.
Y cuando la esclava le abrió, al encontrarse de pronto frente a Calírroe, cambió su cólera en dolor, y desgarrándose los vestidos se echó a llorar, y al preguntarle ella qué le ocurría se quedó sin voz, incapaz de no creer [5] lo que había visto, ni de creer lo que no quería. Y mientras él estaba confuso y temblando, la mujer, que nada de lo ocurido sospechaba, le suplicaba que le dijera la causa de su cólera, y él, con los ojos inyectados en sangre y voz enronquecida, dijo:
—Lloro mi propia suerte, ya que tan pronto me has olvidado.
Y le reprochó la serenata.
[6] Pero ella, como hija de un estratego, llena de orgullo, se irritó por tan injusta acusación, y dijo:
—Nadie me dio una serenata en casa de mi padre. Son tus umbrales los acostumbrados a los cortejos, y el que te hayas casado ha entristecido a tus amantes.
Después de decir esto se dio la vuelta, y cubriéndose con el velo abrió las fuentes de su llanto.
[7] Fáciles son las reconciliaciones de los amantes, y con gusto aceptan todo tipo de excusas. Así pues, Quéreas, cambiando de humor, comenzó a adularla y la mujer acogió pronto con caricias su arrepentimiento.
Este suceso inflamó con más fuerza su amor, y los padres de ambos se consideraban felices al ver la concordia de sus hijos.
[4 ] Pero el acragantino, al fracasar su primera artimaña, maquinó para el futuro una más eficaz, y preparó lo siguiente:
Conocía él a un parásito con mucha labia y lleno de todo tipo de encantos para las relaciones públicas. A éste le ordenó que fingiese amor y se hiciera amante de la favorita de Calírroe, la más querida entre todas sus [2] criadas. Él lo hizo con dificultad, y solamente consiguió seducirla con grandes regalos y diciéndole que se iba a matar si no conseguía su deseo. Pues la mujer es fácil de engañar cuando se cree amada.
Una vez preparado ya esto, el organizador del drama encontró otro actor, no de tanto encanto, pero astuto y que sabía inducir confianza con sus palabras. Y después [3] de enseñarle lo que debía hacer y decir, envió este desconocido a Quéreas, y él, acercándosele cuando paseaba en torno a la palestra, le dijo:
—También yo tenía un hijo, Quéreas, de tu misma edad, que te admiraba y amaba sobremanera cuando vivía. Y como él ha muerto te considero a ti como mi hijo, pues tu felicidad es un bien común a toda Sicilia 15 . Concédeme, pues, un instante ahora que no estás [4] ocupado, y escucha un asunto tan importante, que atañe a toda tu vida.
Aquel hombre abominable, habiendo puesto en conmoción con estas palabras el alma del muchacho, y habiéndole llenado de esperanza, miedo y curiosidad, al pedirle él que hablara se mostraba remiso, y pretextaba que no era ése el momento adecuado, y que era preciso retrasarlo y buscar una ocasión en que dispusieran de más tiempo libre. Más le instaba entonces Quéreas, esperando [5] ya algo más grave; y él, tomándole de la mano, lo llevó a un lugar solitario, y luego, frunciendo las cejas, y tomando el aspecto de quien está triste, e incluso medio llorando dijo:
—Mal de mi grado, Quéreas, te revelo un triste asunto que he ido dilatando, pues ya hace tiempo que quería hablarte. Pero puesto que ya es pública tu afrenta y se murmura por todas partes esa indignidad, no puedo seguir callando, pues soy un hombre que detesta por naturaleza la maldad y que te aprecia extraordinariamente. Sabe, pues, que tu mujer te es infiel, y, para que me [6] creas, estoy dispuesto a mostrarte «in fraganti» el adulterio.
Así dijo; y a él una nube negra de dolor le cubrió, y tomando con ambas manos ceniza ennegrecida por el fuego la derramó sobre su cabeza y afeó su hermoso rostro 16 .
[7] Durante mucho tiempo estuvo estupefacto, sin poder ni abrir la boca ni levantar los ojos, y cuando por fin recuperó la voz, no la suya de siempre, sino otra más débil, dijo:
—Un triste favor te pido, que me hagas ser testigo ocular de mi propia desgracia. Vamos, muéstramelo, para que con bien fundada razón me quite la vida. Pues a Calírroe, aún culpable, no la dañaré.
[8] —Haz —le contestó— como si fueras al campo, y bien entrada la noche vigila la entrada; entonces verás entrar al amante.
Convinieron en esto, y Quéreas, enviando un mensajero (pues no consintió ni en volver en persona) mandó decir «me voy al campo». Y el malvado y calumniador preparó la escena.
[9] Llegada la noche, el uno se puso al acecho, y el otro, el que había seducido a la favorita de Calírroe, fue a situarse en una callejuela, interpretando el papel del que se propone realizar algo clandestino, pero poniendo todos los medios posibles para no pasar desapercibido: tenía el cabello abrillantado y sus bucles expandían olor a perfumes, los ojos subrayados por un trazo de pintura, un manto lujoso, sandalias finamente trabajadas, y lanzaban destellos sus enormes sortijas. Luego, tras mirar alrededor muchas veces, se acercó, y golpeando [10] ligeramente la puerta hizo la señal acostumbrada. La criada, ella también llena de miedo, abriendo una rendija y tomándole de la mano, le hizo entrar.
Al ver esto Quéreas no se contuvo más, sino que corrió adentro para coger in fraganti al adúltero. Pero él, [11] ocultándose junto a la puerta del patio, salió rápidamente.
Calírroe, por su parte, estaba sentada en el lecho echando de menos a Quéreas sin tener encendida lámpara alguna por la pena. Al producirse un ruido de pasos reconoció inmediatamente a su marido por el modo de respirar y corrió hacia él llena de alegría. Pero él no tenía ni voz para hacerle reproches, y dominado [12] por la cólera le dio una patada cuando se le acercó. Y habiéndole alcanzado el pie justamente en el diafragma, quedó privada de respiración, derribada en el suelo, y las criadas, levantándola, la tendieron en el lecho.
Así pues, Calírroe yacía sin voz y sin respiración, [5 ] pareciéndoles a todos la imagen de una muerta, y la Fama, mensajera del suceso, atravesó toda la ciudad, levantando gemidos por las callejuelas de la ciudad hasta el mar. Por todas partes se oían cantos fúnebres, y la situación era la misma que si hubiesen tomado la ciudad.
Quéreas, hirviendo aún en cólera, encerrándose en su cámara, interrogó durante toda la noche a las criadas, y en primero y último lugar a la favorita. Finalmente, [2] al torturarlas con el fuego y el látigo, se enteró de la verdad, y entonces sintió compasión de la muerta y deseó matarse a sí mismo; pero se lo impidió Policarmo, excelente amigo, tal como cuenta Homero que fue Patroclo de Aquiles.
Al llegar el día, los arcontes designaron por suertes 17 el tribunal para el asesino, apresurando el juicio por consideración a Hermócrates. Pero también el pueblo [3] entero corrió a reunirse en el ágora, gritando cada uno cosas distintas; y se captaban al pueblo los pretendientes rechazados, y sobre todo el acragantino, brillante y orgulloso, como quien ha realizado una obra que nadie esperaba.
[4] Pero ocurrió un hecho extraño y que nunca se había dado en un tribunal: después de hablar la acusación, el asesino, al empezar a medirse para él el agua 18 , en lugar de hacer su propia defensa se acusó con más fuerza, y aportó él el primero el voto de condena, no diciendo nada de lo que era justo para su defensa, ni la calumnia, ni los celos, ni lo involuntario de su acto, sino que les pidió a todos:
—Lapidadme públicamente, pues yo quité al pueblo [5] su corona. Es algo humanitario el que me entreguéis al verdugo. Convenía que sufriera eso incluso si hubiera matado a una esclava de Hermócrates. Buscad una forma indecible de castigo. He hecho algo peor que los ladrones de templos y los parricidas. No me enterréis, no manchéis la tierra, sino arrojad al mar este cuerpo impío.
[6] Al decir esto prorrumpieron en gemidos, y todos, olvidando a la muerta, se dolieron por el vivo. Hermócrates fue el primero en defender a Quéreas.
—Yo —dijo— sé que lo ocurrido fue involuntario. Y estoy viendo a los que han conspirado contra nosotros. Pero no tendrán el placer de conseguir dos cadáveres, ni entristeceré a mi hija muerta. Yo le oí decir muchas veces que prefería que Quéreas viviera antes que vivir ella misma. Dejando, pues, este juicio inútil, volvamos a lo necesario, el entierro. No entreguemos al tiempo a la muerta, ni dejemos su cuerpo sin belleza por la tardanza. Enterremos a Calírroe mientras aún es bella.
Los jueces dieron voto de absolución, pero Quéreas [6 ] no se absolvió a sí mismo, sino que deseaba la muerte e ideaba todos los caminos posibles para su fin. Y Policarmo, viendo que no había otro modo de salvarle, le dijo:
—¡Traidor a la muerta!, ¿no esperarás a enterrar a Calírroe? ¿Confiarás su cuerpo a manos ajenas? Ahora es para ti el momento de ocuparte de la magnificencia de los funerales y procurarle un cortejo fúnebre digno de una reina.
Este argumento le convenció, pues le infundió amor [2] propio y un objeto de preocupación.
¿Quién podría describir dignamente aquel cortejo fúnebre. Yacía Calírroe envuelta en sus vestidos de boda sobre un lecho recubierto de oro, tan bella y majestuosa que todos la comparaban a Ariadna 19 dormida. Iban delante [3] del lecho en primer lugar los jinetes siracusanos, de gala ellos y sus caballos, tras ellos los hoplitas 20 , que llevaban las insignias de los trofeos de Hermócrates, y luego el Consejo y en medio el pueblo, todos dando escolta a Hermócrates.
Era llevado también Aristón, aún enfermo, llamando a Calírroe hija y señora. Después de ellos las mujeres de los ciudadanos vestidas de negro, y luego el tesoro [4] de los funerales, propio de un rey: en primer lugar el oro y la plata de la dote, la belleza y el lujo de los vestidos (y Hermócrates añadió también muchas cosas de su botín de guerra), regalos de sus parientes y amigos. Y en último lugar seguía la fortuna de Quéreas, pues deseaba, si le fuera posible, quemar su hacienda juntamente [5] con su mujer. Llevaban el lecho los efebos de Siracusa, y le seguía la multitud, y aunque todos se iban lamentando, se oía sobre todo a Quéreas.
Estaba la tumba magnífica de Hermócrates cerca del mar, de suerte que era visible incluso para los que navegaban de lejos, y a ésta, como a un tesoro 21 , la llenó la magnificencia del entierro. Pero lo que parecía para honor de la muerta impulsó el inicio de grandes acontecimientos.
[7 ] Había, en efecto, un tal Terón, hombre perverso, que navegaba por el mar con intención injusta, y tenía un equipo de ladrones que se mantenían anclados al acecho contra los puertos, con pretexto de dedicarse al transporte, componiendo una banda de piratas. Éste se encontró con el cortejo funerario y puso con ambición su mirada en el oro, y de noche, acostado en su lecho, no dormía, diciéndose a sí mismo:
—¿Entonces yo me arriesgo combatiendo en el mar y matando a vivos por un botín pequeño, cuando me es posible enriquecerme a costa de una simple muerta? [2] ¡Que juegue la suerte! No dejaré escapar esta ganancia. Y, ¿a quiénes reclutaré para este golpe? Mira, Terón, quién es el más adecuado de los que conoces. ¿Cenófanes el de Turio?, es listo pero cobarde. ¿Menón el Mesenio?, es audaz pero traidor.
Y recorriéndolos uno a uno en su pensamiento como [3] quien prueba la plata, después de excluir a muchos, encontró a algunos que le parecieron bastante adecuados. Y en consecuencia, corriendo al puerto al despuntar la aurora fue buscando a cada uno de ellos, y a algunos los encontró en los prostíbulos, y a otros en tabernas, ejército adecuado para tal estratego. Y diciendo que [4] había algo que tenía que comentar con ellos, se los llevó detrás del puerto y empezó diciendo:
—Yo, que he encontrado un tesoro, os he elegido como socios a vosotros entre todos; pues no es ganancia para uno solo ni exige demasiado esfuerzo, sino que una sola noche puede hacernos ricos a todos. Y no nos falta experiencia [5] en tales empresas, que producen repugnancia entre los hombres estúpidos, pero utilidad a los sensatos.
Al punto se dieron cuenta de que les proponía o piratería o violación de tumbas o profanación de un templo, y dijeron:
—Deja de intentar persuadir a quienes ya están convencidos, y revélanos simplemente el asunto, pues no desaprovecharemos la ocasión.
Entonces Terón tomando la palabra de nuevo dijo: [6]
—Habéis visto el oro y la plata de la muerta. Sería más justo que ése fuera nuestro, ya que nosotros estamos vivos. Soy de la opinión de que abramos de noche la tumba y luego, metiéndonos en la nave y navegando a donde nos lleve el viento, vendamos nuestra carga en tierra extranjera.
El plan les gustó.
—Así pues, ahora —siguió Terón— dedicaos a vuestras ocupaciones acostumbradas. Y cuando esté ya entrada la noche, que baje cada uno al navío llevando herramientas de albañil.
Éstos hicieron lo dicho. Y respecto a Calírroe, estaba [8 ] experimentando un nuevo y más extraño nacimiento. Habiéndose producido por la falta de alimento una cierta relajación en la respiración, que le faltaba hasta entonces, comenzó a respirar penosamente y poco a poco. Luego comenzó a mover su cuerpo miembro a miembro, y al abrir los ojos recobró la consciencia como si saliera del sueño, y llamó a Quéreas creyendo que dormía [2] a su lado. Y como no le oían ni su marido ni las criadas, y todo era soledad y tiniebla, el escalofrío y el temblor se apoderaron de la joven, aunque aún no era capaz de alcanzar la verdad con su razón.
Al levantarse penosamente, tocó coronas y cintillas, y produjo ruido de oro y plata, y había un gran olor [3] a plantas aromáticas. Entonces se acordó de la patada y de la caída por ella producida, y con dificultad y angustia reconoció aquello como una tumba. Y empezó a gritar cuanto pudo «¡Estoy viva!» y «¡Ayudadme!». Y como después de haber gritado muchas veces no ocurrió nada, desesperó ya de la salvación, y apoyando la cabeza en las rodillas se lamentaba diciendo:
—¡Ay de mí, desdichada!, estoy enterrada viva sin haber delinquido en nada y voy a morir de una muerte [4] larga. Y me lloran a mí que estoy sana y salva. ¿Y qué mensajero enviará qué mensaje? Criminal Quéreas, no te hago reproches porque me hayas matado, sino porque te apresuraste a sacarme de casa. No era preciso que enterraras tan rápidamente a Calírroe ni aunque hubiera estado muerta de verdad. Pero quizá sea que ya ahora mismo estás pensando en un nuevo matrimonio.
[9 ] Ella estaba en tales lamentaciones. Y, entre tanto, Terón, después de esperar justo hasta la medianoche, se acercaba sin ruido a la tumba, avanzando con suavidad sobre el mar con los remos. Y desembarcando él el primero dispuso a su tripulación de esta manera:
[2] —A cuatro los envió a un puesto de vigilancia, ordenándoles que si alguien se acercaba al lugar lo mataran si podían, y si no, avisaran de su llegada mediante una señal convenida, y él mismo con otros cuatro se acercó a la tumba. A los demás (pues eran en total dieciséis) les ordenó que se quedaran en la barca y que tuviesen los remos preparados para que, si ocurriera algo de improviso, pudieran alejarse navegando rápidamente después de recoger a los de tierra.
Cuando se aplicaron a forzar la puerta de la tumba [3] con palancas y golpes muy fuertes, se apoderaron de Calírroe miedo, alegría, preocupación, asombro, esperanza, incredulidad, todo a la vez.
—¿De dónde viene el ruido? ¿Acaso es un espíritu que se presenta contra mí según la ley común a los mortales? ¿O no es esto un ruido, sino la voz de los de abajo que me llaman a ellos? Es más lógico que sean profanadores de tumbas. Entonces eso se sumará a mis desgracias. ¡Oh riqueza inútil para un cadáver!
Mientras ella estaba aún pensando estas cosas, metió [4] la cabeza un ladrón y al poco rato entró. Calírroe, entonces, se lanzó hacia él, queriendo suplicarle; pero aquél, aterrorizado, salió de un salto y tembloroso dijo a sus compañeros:
—¡Huyamos de aquí, pues un espíritu custodia lo de dentro y no nos deja entrar!
Terón se echó a reír, llamándole cobarde y más cadáver [5] que la muerta. Luego mandó entrar a otro. Pero como nadie se atrevió, entró él mismo, llevando por delante la espada. Ante el brillo del hierro Calírroe, atemorizada, no habló, se tendió en un rincón y desde allí suplicaba emitiendo una débil voz:
—¡Compadécete, quienquiera que seas, de quien no tuvieron compasión ni su marido ni sus padres! ¡No mates a la que has salvado!
Cobró ánimos Terón, y como hombre listo comprendió [6] la verdad. Se quedó pensativo, y en un primer momento pensó en matar a la mujer, considerando que iba a ser un obstáculo para todo el asunto, pero inmediatamente cambió de idea por la ganancia y dijo para sí:
—¡Que sea también ella parte del tesoro de la tumba! Hay aquí mucha plata y mucho oro, pero de más precio que todo esto es la belleza de la mujer.
[7] Así pues, cogiéndola de la mano, la sacó fuera, y luego, llamando a su cómplice, le dijo:
—He aquí el espíritu al que tuviste miedo. ¡Bonito ladrón que se asusta incluso de una mujer! Tú guárdala, pues quiero devolverla a sus padres. Nosotros llevémonos lo que hay dentro ahora que ya no lo guarda la muerta.
[10 ] Una vez que metieron en la nave el botín, Terón ordenó al guardián que se alejara un poco con la mujer, [2] y luego celebró consejo sobre ella. Y hubo opiniones distintas y opuestas a otras. El primero en hablar dijo:
—Habíamos venido por otras cosas, oh camaradas, pero nos ha ocurrido lo mejor, deparado por la Fortuna. Aprovechémoslo, pues podemos hacerlo sin peligro. Mi opinión es dejar en tierra el tesoro funerario y devolver a Calírroe a su marido y a su padre, diciéndoles que echamos el ancla en este lugar, como es costumbre en los pescadores, y como oímos voces abrimos la tumba por piedad, para salvar a la que estaba encerrada dentro. [3] Hagamos jurar a la mujer que será en todo testigo a nuestro favor. Ella lo hará con gusto por favorecer a sus bienhechores, por quienes está a salvo. ¿De cuánta alegría creéis que llenaremos a toda Sicilia? ¿Cuán grande será la recompensa que obtendremos? Y al mismo tiempo haremos algo justo a los ojos de los hombres y piadoso a los de los dioses.
[4] Mientras él estaba todavía hablando, se puso otro a hablar en su contra:
—Hombre inoportuno y estúpido, ¿nos invitas ahora a filosofar? ¿Acaso el violar tumbas nos ha hecho honrados? ¿Tendremos piedad de aquella de quien no la tuvo su propio marido, sino que la mató? Ciertamente no nos ha hecho ningún daño, pero nos hará el mayor. Pues, en primer lugar, si la devolvemos a sus parientes [5] no sabemos qué opinión tendrán sobre lo ocurrido, y es imposible que no sospechen la causa por la que vinimos a la tumba e, incluso, si nos hacen gracia de su venganza los parientes de la mujer, los arcontes y el propio pueblo no dejarán libres a unos violadores de tumbas aunque les lleven por sí mismos el botín. Pues, en efecto, no llevamos una vida libre de peligros. Pero [6] alguno dirá tal vez que es más provechoso vender a la mujer, pues tendrá un precio alto por su belleza. Pero eso también tiene un peligro. Porque el oro no tiene voz, ni la plata dirá de dónde la tomamos. Sobre estas cosas [7] es posible componer una historia. Pero un botín que tiene ojos y oídos y lengua ¿quién podría esconderlo? Y ni siquiera tiene una belleza de mortal, para que podamos pasar desapercibidos. Porque ¿vamos a llamarla «esclava»? ¿Y quién al verla lo creerá? Matémosla, por tanto, aquí mismo, y no llevemos con nosotros a nuestro propio acusador.
Aunque eran muchos los que estaban de acuerdo con [8] éstos, Terón no dio su voto a ninguna de las dos opiniones:
—Tú, por un lado —dijo—, nos llevas al peligro, pero tú, por otro, pierdes una ganancia. Yo ni devolveré a esta mujer ni la mataré, pues, al ser vendida, callará por miedo, y una vez vendida lejos, que acuse a quienes ya no estarán presentes. ¡Ea, embarcad; hagámonos a la mar, pues ya está cerca el día!
Levada el ancla, la nave se movía sin trabas, pues no [11 ] luchaban contra las olas ni el viento, ya que no se habían fijado previamente ninguna ruta, sino que cualquier viento les parecía favorable y les venía de popa. Terón consolaba a Calírroe, intentando engañarla con diversas invenciones. Y ella, por su parte, se daba cuenta de su [2] situación, y de que en vano se había salvado, pero fingía que no lo sabía, sino que le creía, temiendo que incluso la matasen si creían que estaba irritada con ellos. Y diciendo que no soportaba el mar, cubierta por el velo y llorando decía:
—Tú, oh padre, en este mar derrotaste a trescientas naves atenienses, y en cambio a mí, tu hija, la ha arrebatado una pequeña barca, y no puedes ayudarme. A tierra extranjera soy llevada, y voy a tener que ser esclava [3] yo, una mujer de noble linaje. Y quizá comprará a la hija de Hermócrates algún amo ateniense. ¡Cuánto mejor hubiera sido para mí yacer muerta en la tumba! Al menos Quéreas sería enterrado conmigo; pero ahora nosotros nos vemos separados, al mismo tiempo vivos y muertos.
[4] Mientras ella se entregaba a tales lamentaciones, los piratas pasaban de largo, costeándolas, islas pequeñas y sus ciudades. Pues no era su carga propia de pobres, sino que buscaban hombres ricos.
Echaron el ancla frente al Ática 22 , al abrigo de un promontorio. Allí había una fuente de abundante y pura [5] agua y un tupido prado. Haciendo bajar a Calírroe, la dejaron lavarse y descansar un poco del viaje, pues querían preservar su belleza, y, ya a solas, deliberaron a dónde debían dirigir su ruta, y uno dijo:
—Está cerca Atenas, ciudad grande y próspera. Allí encontraremos gran cantidad de mercaderes y hombres ricos, pues lo mismo que es posible ver en el ágora a los hombres, es posible ver en Atenas a las distintas ciudades.
A todos les parecía bien navegar hacia Atenas, pero [6] a Terón no le agradaba la excesiva curiosidad de la ciudad:
—¿Sois vosotros los únicos que no habéis oído hablar de la indiscreción de los atenienses? Es un pueblo charlatán y aficionado a los juicios, y en su puerto miles de sicofantes 23 se informarán de quiénes somos y de dónde traemos estas mercancías. Y les entrará la mala sospecha a esos hombres malignos. Y allí inmediatamente [7] interviene el Areópago 24 y los arcontes, más duros que tiranos. Temamos a los atenienses más que a los siracusanos. Un lugar más favorable para nosotros es Jonia 25 , pues allí se encuentran riquezas regias que fluyen del interior de la gran Asia, y hombres voluptuosos y desocupados. Y espero también que allí encontraré algunos conocidos.
Aprovisionándose de agua, y tomando víveres de los [8] navíos que había al lado, navegaron inmediatamente hacia Mileto 26 , y al tercer día desembarcaron en una dársena que distaba de la ciudad ochenta estadios, muy apropiada para esperar.
[12 ] Entonces Terón mandó sacar los remos, dejar sola a Calírroe y proporcionarle todo lo necesario para su comodidad. Pero eso no lo hacía por amabilidad, sino por deseo de lucro, actuando como un mercader más que como un ladrón.
Él mismo se apresuró a ir en persona a la ciudad, haciéndose acompañar por dos de sus amigos. No quería buscar abiertamente al comprador, ni hacer el asunto público, sino que tenía prisa de realizar la venta ocultamente y de mano a mano. Pero resultó difícil de arreglar, pues no era ella una posesión propia de la multitud ni del primero que llegase, sino de un hombre rico, e incluso de un rey, y a tales hombres temía acercarse.
[2] Como por ello se produjo gran demora, no pudo ya resistir este retraso, y llegada la noche no podía dormir y se decía a sí mismo:
—Eres un estúpido, Terón, pues has dejado abandonados ya hace tantos días plata y oro en un lugar solitario, [3] como si fueras el único ladrón. ¿No sabes que por el mar navegan también otros piratas? Y además yo temo también a mis compañeros, no sea que abandonándonos se hagan a la mar, pues no has enrolado a los hombres más justos para que te guarden fidelidad, [4] sino a los más malvados de los que conocías. Así pues, ahora —se dijo— duerme por necesidad, y cuando llegue el día, corriendo a la barca, arroja al mar a esa mujer inoportuna e inútil para ti y no lleves más una mercancía invendible.
Pero cuando se durmió vio en sueños unas puertas [5] cerradas. Entonces decidió esperar aquel día. Y, como perplejo, estuvo sentado junto a una tienda con el alma totalmente turbada. En este intervalo pasó una multitud [6] de hombres libres y esclavos, y en medio de ellos un hombre ya en la edad madura, vestido de negro y con el semblante triste. Terón, levantándose (pues la naturaleza del hombre es curiosa) preguntó a uno de los que formaban el séquito:
—¿Quién es éste?
Y él le contestó:
—Me parece que eres extranjero o vienes de muy lejos, puesto que no conoces a Dionisio, que sobrepasa en riqueza, linaje y educación a todos los demás jonios, amigo del Gran Rey 27 .
—¿Y por qué va vestido de negro? [7]
—Porque ha muerto su mujer, a la que amaba.
Terón trataba de alargar mucho la conversación, ya que había encontrado un hombre rico y al que le gustaban las mujeres. Por tanto, ya no dejó irse al hombre, sino que preguntó:
—¿Qué puesto tienes tú junto a él? [8]
Y él contestó:
—Soy el administrador de todas sus propiedades, y educo también a su hija, niña aún muy pequeña, privada antes de tiempo de su desdichada madre.
Terón: —¿Y cómo te llamas tú?
—Leonas.
—En buena hora —dijo Terón—, Leonas, te he encontrado. Soy mercader y vengo ahora navegando desde Italia, por lo que nada sé de los asuntos de Jonia. Una mujer de Síbaris 28 ; la más rica de las de allí, que tenía una esclava bellísima, su favorita, la vendió por celos, [9] y yo se la compré. Así que sea ella un beneficio para ti, si quieres guardarla como institutriz de la niña (pues tiene una buena educación), o si incluso consideras que es digna de agradar a tu amo, pues es más ventajoso para ti que él tenga una mujer comprada con dinero, para que no dé una madrasta a tu pupila.
[10] Esto lo oyó Leonas con alegría, y dijo:
—Un dios te ha enviado a mí como bienhechor; que me presentas despierto lo que he visto en sueños. Ven, pues, a mi casa y sé mi amigo y huésped. Y sobre la elección de la mujer, la vista juzgará si es posesión digna de mi señor o mía propia.
[13 ] Cuando llegaron a la casa, se asombró Terón de su grandeza y magnificencia (pues estaba preparada para recibir al Rey de los Persas), y Leonas le mandó que esperase mientras él se dedicaba primero al servicio de [2] su señor. Luego, tomándole de la mano, le condujo a su propia habitación, que era en todo adecuada a un hombre libre, y mandó poner la mesa. Y Terón, como hombre astuto y hábil para adaptarse a cualquier situación, se dedicaba a la comida y daba con brindis testimonio de amistad a Leonas, por una parte en prenda de su rectitud, pero más aún para dar garantía de camaradería. [3] Y entre todas las cosas surgió muchas veces la conversación sobre la mujer, y Terón alababa más su carácter que su belleza, sabiendo que es lo que está oculto lo que tiene necesidad de defensa, pues la vista se da consistencia a sí misma.
—Vayamos, pues —dijo Leonas—, y muéstramela.
[4] Y él contestó:
—No está aquí, pues a causa de los perceptores de impuestos nos detuvimos junto a la ciudad, y el navío está anclado a ochenta estadios. —Y le describió el lugar.
—Habéis fondeado —dijo Leonas— en nuestras tierras. Eso es magnífico, ya que sin duda la Fortuna os [5] condujo a Dionisio. Marchemos, entonces, al campo, para que también vosotros os repongáis del viaje, pues la villa que hay allí cerca está suntuosamente preparada.
Terón se alegró mucho, considerando que iba a ser [6] más fácil la venta si no era en el ágora, sino en un lugar solitario, y dijo:
—Partamos al apuntar el día, tú a la villa y yo a la nave, y de allí conduciré la mujer ante ti.
Acordaron esto, y dándose la mano uno a otro, se alejaron. Y a ambos se les hizo larga la noche, el uno porque tenía prisa por realizar la venta, y el otro de comprar.
Al día siguiente Leonas fue costeando hasta la villa, [7] llevando también dinero para asegurar de antemano al vendedor. Terón llegó al promontorio junto a sus cómplices, que ya le estaban echando mucho de menos, y después que les contó el asunto comenzó a adular a Calírroe:
—Yo —dijo—, hija, quería devolverte inmediatamente [8] a los tuyos, pero al haber vientos contrarios me lo impidió el mar. Sabes cuánto cuidado hemos tenido de ti, y sobre todo, que te hemos guardado pura. Sin mancha te volverá a recibir Quéreas, salvada del tálamo de la tumba gracias a nosotros. Ahora nos es preciso hacer [9] la travesía hasta Licia 29 , pero no lo es que tú sufras más penalidades en vano, ya que tan terriblemente te mareas. Así que ahora te voy a dejar entre amigos dignos de confianza, y cuando vuelva te recogeré, y con todo tipo de cuidados te llevaré a continuación a Siracusa. Coge de tus cosas las que quieras, pues para ti guardamos también las que quedan.
[10] De esto se rio para sí Calírroe, pese a estar sumamente afligida (él la creía completamente estúpida), porque se daba cuenta de que ya estaba vendida, pero consideraba su venta más feliz aún que su antigua nobleza, ya que quería librarse de los piratas. Y dijo:
—Te estoy agradecida, padre 29 a , por tu bondad hacia mí. ¡Ojalá os devuelvan a todos vosotros los dioses la [11] justa recompensa! Yo considero de mal agüero usar ofrendas funerarias. Guardádmelo bien todo. A mí me basta con este anillito que llevaba incluso muerta.
Y luego, cubriéndose la cabeza, dijo:
—Llévame ya, Terón, a donde quieras. Pues cualquier lugar es mejor que el mar y la tumba.
[14 ] Cuando estuvo cerca de la villa, Terón planeó la estratagema siguiente. Le quitó el velo a Calírroe, le soltó el cabello, y abriendo la puerta la mandó que entrase ella la primera. Y Leonas y todos los que estaban dentro, al presentarse ella de pronto, quedaron estupefactos, creyendo que estaban viendo a una diosa, pues se decía [2] que en los campos se aparecía Afrodita. Y cuando aún no habían salido de su asombro, Terón, que la seguía, entró detrás y dijo a Leonas:
—Levántate y ven a recibir a la mujer, pues ésta es la que quieres comprar.
Y, al oírlo, se produjo en todos alegría y asombro a la vez.
[3] Entonces, a Calírroe, haciéndola acostarse en la mejor de las habitaciones, la dejaron descansar. Y en efecto, necesitaba mucho reposo de su dolor, fatiga y miedo. Y Terón, tomando de la mano a Leonas dijo:
—Mi parte está ya realizada fielmente. Tú sé ya el amo de la mujer (pues, además, eres mi amigo). Ve a la ciudad y coge el contrato, y entonces me darás el precio que quieras.
Y Leonas, queriendo corresponderle, dijo: [4]
—No, por cierto, sino que ya te entrego en prueba de confianza el dinero antes del contrato.
Así, al mismo tiempo, quería asegurarse la venta, temiendo que quizá cambiara de opinión, pues pensaba que iba a haber muchos en la ciudad que querrían comprarla. De modo que le obligó a tomar el talento de [5] plata que había llevado consigo, y Terón lo tomó después de hacerse de rogar. Y como Leonas le retenía para que se quedase a comer (pues ya era una hora avanzada) le dijo:
—Quiero navegar esta tarde a la ciudad. Mañana nos encontraremos en el puerto.
Después de esto se separaron, y Terón al llegar a la [6] nave ordenó levar anclas y hacerse a la mar lo más rápidamente posible, antes de que los descubrieran. Y mientras ellos se alejaban a donde los llevaba el viento, Calírroe, sola al fin, se lamentaba libremente de su suerte.
—He aquí —decía— otra tumba en la que Terón me ha encerrado, más desierta aún que aquélla. Pues allí [7] habrían ido mi padre y mi madre, y Quéreas habría hecho libaciones llorando. Y yo me daría cuenta, incluso muerta. Pero aquí, ¿a quién llamaré amigo? Fortuna envidiosa, no te has saciado con mis males por tierra y mar, sino que primero convertiste a mi amante en mi asesino. Quéreas, que ni a un esclavo pegó nunca, me dio una patada mortal a mí, que le amaba. Y luego me [8] entregaste a las manos de unos violadores de tumbas, y me llevaste de la tumba al mar y me expusiste a unos piratas más temibles que las olas. Para esto poseo mi tan alabada belleza, para que Terón, el ladrón, obtenga [9] por mí un alto precio. He sido vendida en un lugar solitario, ni siquiera he sido llevada a la ciudad como las demás mujeres que se compran con plata. Porque tuviste miedo, oh Fortuna, de que le pareciera noble a alguno de los que me vieran. Por eso fui entregada como un mueble no sé a quiénes, griegos o bárbaros o a otros ladrones.
Y al golpearse el pecho con las manos vio en el anillito la imagen de Quéreas y besándolo dijo:
—En verdad estoy perdida para ti, Quéreas, separada [10] de ti por tanto mar. Y seguro que tú sufrirás y tendrás remordimientos, y te sentarás junto a la tumba vacía, dando testimonio de mi modestia después de mi muerte. Y yo, la hija de Hermócrates, tu mujer, hoy he sido vendida a un amo.
Y después de lamentarse así, a duras penas descendió, al fin, el sueño sobre ella.
1 El estratego, jefe supremo del ejército o la flota, era un alto funcionario que tenía también competencias civiles. En Atenas, desde Clístenes, había diez estrategos, nombrados cada año, que formaban un colegio bajo la dirección del Polemarco.
2 Se trata de la batalla del 414 a. C., en que Siracusa venció a la flota ateniense, asestando con ello un duro golpe al poderío de esta ciudad, y provocando su derrota final en la guerra del Peloponeso.
3 Estos cuatro nombres, sacados de la mitología y la historia griega, representan el paradigma de la belleza del varón. Aquiles es el héroe de la guerra de Troya. Niseo, hijo de la ninfa Aglae, fue uno de los pretendientes de Helena y murió también en esta guerra. Hipólito es el bellísimo hijo de Teseo y la amazona Melanipa, que, solicitado por su madrastra Fedra, la rechaza y muere por su venganza. Su historia fue contada en una tragedia de Eurípides.
De Alcibíades, el político ateniense de la segunda mitad del siglo V , se dice que era tan guapo que era igualmente atractivo para hombres y mujeres.
4 La Ecclesía era la Asamblea de todos los ciudadanos varones de una polis , que tenía el máximo poder legislativo en todos los asuntos públicos. Debía reunirse un número determinado de veces al año, aparte de las ocasiones en que una circunstancia especial (por ejemplo, la guerra) exigía una convocatoria extraordinaria. Las decisiones se tomaban por votación.
5 La Boulḗ o Consejo era el órgano ejecutivo en que la Ecclesía delegaba parte de sus poderes, por la dificultad de regir todos los asuntos de la ciudad mediante la democracia directa. La constitución de este Consejo era distinta en cada polis . En Atenas se elegían por suertes sus miembros entre los ciudadanos de cada dêmos.
6 Los árchontes eran los magistrados que desempeñaban en el régimen democrático las funciones ejecutivas que antes se concentraban en el rey. Eran elegidos cada año, de manera diferente en cada polis , y sus funciones eran también diferentes en cada una.
7 En el rito de la boda, la novia era llevada a casa del novio en un carruaje, sentada entre el novio y un amigo de éste, y acompañada por un cortejo de hombres y mujeres, coronados de flores y con antorchas, que entonaban las canciones de boda (himeneo).
8 Il . XXI, 114.
9 Tetis, una de las hijas de Nereo, el viejo dios del mar, se unió en matrimonio a un mortal, Peleo, y de este matrimonio nació Aquiles, el héroe de la guerra de Troya, que, según el oráculo, había de ser mejor que su padre. Eris es la Discordia.
10 Ciudad situada en la costa de Italia, en el estrecho entre ésta y Sicilia, en lugar preeminente.
11 La corona era el premio de los certámenes atléticos. Caritón sigue aquí la metáfora de una competición gimnástica.
12 Acragante (Agrigento) era otra importante ciudad de Sicilia, situada en la costa del S.O. y también colonia doria, como Siracusa.
13 Tras la boda, la esposa permanecía encerrada en el gineceo, pues era costumbre que durante cierto tiempo no se mostrase en público.
14 Después de un banquete, los jóvenes solían ir en cortejo a las puertas de la mujer cuyos favores esperaban. Naturalmente, tal cosa sólo se hacía de ordinario con las cortesanas.
15 Cita de Menandro (Estobeo, Florilegio 43, 25).
16 Il . XVIII, 22-24.
17 Los miembros que debían formar parte de los tribunales de justicia se elegían por sorteo entre los ciudadanos de pleno derecho.
18 A cada contendiente en un juicio se le concedía, para defender su punto de vista, un tiempo limitado, que se medía mediante el reloj de agua o clepsidra. Tal tiempo no podía sobrepasar la medida de una clepsidra.
19 Ariadna es la hija de Minos, rey de Creta, que, enamorada de Teseo, le proporcionó los medios para vencer al Minotauro y salir del Laberinto, y huyó con él. Pero en una escala en la isla de Naxos, antes de llegar a Atenas, éste la abandonó dormida en la orilla, y allí la encontró el dios Dioniso (Baco), que se casó con ella y la llevó al Olimpo.
20 Los hoplitas eran la infantería pesada de los griegos, formada por los ciudadanos de pleno derecho. Sus armas se componían de lanza, espada, escudo, yelmo, coraza y grebas.
21 Thesaurós se llamaba antiguamente al lugar donde se guardaba algo, y al mismo tiempo a lo guardado. En los templos es la dependencia en que se acumulaban las riquezas procedentes de las ofrendas y el culto.
22 Atenas era la más importante ciudad de la Grecia antigua, centro económico y cultural de toda la vida griega. En el momento en que se sitúa la acción de la novela su poderío político había ya decaído, a consecuencia de su derrota frente a Esparta y sus aliados, pero no así su potencia económica y, sobre todo, su carácter de centro espiritual de la cultura, que pocos años antes había alcanzado su cénit.
23 La palabra sicofante designa a la persona que utilizaba el derecho a ejercer la acusación pública, que la legislación ateniense concedía a todo ciudadano, con el fin de enriquecerse o desacreditar a sus enemigos privados o políticos. Para defenderse de ellos se creó incluso una acusación especial, la sykophantíās graphḗ .
24 El Areópago era el más antiguo tribunal de Atenas, compuesto por todos los antiguos arcontes, que hasta el 462 a. C. concentraba en sí todo el poder judicial. Posteriormente se vio privado, por la reforma de Efialtes, de gran parte de sus atribuciones, que pasan al pueblo, y quedó reducido a entender solamente de casos de asesinatos premeditados, heridas con intención de causar la muerte, y tentativas de incendio o envenenamiento. Pero en la mente de muchos atenienses quedaba éste como el Tribunal Supremo, y, sobre todo, como el guardián de la Constitución.
25 Jonia es la región del O. de Asia Menor, situada en una franja de la costa, que comprendía las ciudades griegas fundadas por los jonios que escaparon del continente empujados por las invasiones dorias.
26 Mileto, famosísima ciudad jonia de la costa de Asia Menor, importante centro comercial y metrópoli de numerosísimas ciudades griegas.
27 Los griegos llamaban al rey del imperio persa el basileús (rey) por antonomasia, y a veces el Gran Rey. Por ello nosotros utilizaremos, cuando el texto se refiera a él, la mayúscula, para distinguirlo de los demás reyes que puedan salir en la acción.
28 Síbaris, colonia griega de la costa Sur de la península itálica se hizo famosa por el lujo y la molicie de sus ciudadanos. De esta fama procede nuestro uso del adjetivo «sibarita».
29 Licia, región del Sur de Asia Menor.
29 a La palabra páter se utiliza como apelativo cariñoso con las personas de cierta edad. Todo este párrafo de Calírroe tiene un sentido claramente irónico.