Читать книгу Quéreas y Calírroe. Efesíacas. Fragmentos novelescos. - Caritón de Afrodisias - Страница 12

LIBRO SEGUNDO

Оглавление

Leonas, después de encargar a Focas, el administrador, [1 ] tener mucho cuidado con la mujer, salió de noche aún hacia Mileto, ansioso de anunciar a su señor la buena nueva sobre la muchacha recién comprada, creyendo llevarle un gran consuelo a su pena. Y encontró a Dionisio aún acostado, pues fuera de sí de dolor no salía la mayor parte del tiempo, pese a la nostalgia que de él sentía su ciudad, sino que pasaba el tiempo en su habitación, como si su mujer estuviese aún con él. Y al ver a Leonas le dijo: [2]

—Solamente esta noche he dormido bien después de la muerte de la desdichada, pues la vi claramente, pero más alta y más hermosa, y estaba conmigo como si estuviera despierto. Y me pareció que era el primer dia de nuestras bodas, y que la conducían como novia desde mi finca de junto al mar, y eras tú quien me cantaba el himeneo.

Cuando aún estaba contándolo, gritó Leonas: [3]

—¡Eres afortunado, señor, en sueños y despierto! Vas a oír lo que has visto.

Y comenzando a hablar le explicó:

—Se me acercó un mercader que vendía una muchacha bellísima, y que por los impuestos había anclado su nave fuera de la ciudad, cerca de tu finca. Y yo, después [4] de concertarlo con él, marché al campo, y allí, habiéndonos reunido uno con otro, realizamos la venta de hecho. Yo, en efecto, le di un talento. Pero ahora es preciso que se haga la escritura legalmente.

[5] Dionisio oyó con placer lo de la belleza de la mujer (pues era en verdad hombre amante de las mujeres), pero con disgusto lo de la esclavitud, pues, hombre de estirpe real, muy superior en costumbres y educación al resto de la Jonia, rechazaba como algo indigno las relaciones con una esclava, y dijo:

—Es imposible, Leonas, que sea bello un cuerpo que no ha nacido libre. ¿No has oído decir a los poetas que son hijos de los dioses los bellos, mucho antes que de hombres nobles? Ella te agradó en un lugar solitario, [6] al compararla con las campesinas. Pero en fin, ya que la has comprado, vete al ágora. Adrasto, el más entendido en leyes, organizará las escrituras.

Se alegró Leonas de no ser creído, pues lo inesperado iba a hacer admirarse más a su señor. Y recorriendo todos los puertos de Mileto y las mesas y la ciudad entera [7] no pudo encontrar a Terón por ninguna parte. Interrogó a comerciantes y marineros, pero nadie los conocía. Al encontrarse en tal dificultad tomó una barca de remos y costeó hasta el promontorio, y de allí a la finca, pero no iba a encontrar al que ya se había hecho a la mar.

[8] Entonces penosa y lentamente volvió junto a su señor. Y Dionisio, al verlo con aire sombrío, le preguntó qué le había ocurrido, y él dijo:

—Te he hecho perder, señor, un talento.

—Lo ocurido —dijo Dionisio— te hará más prudente en lo sucesivo. Pero, ¿qué es lo que ha pasado? ¿Acaso se ha escapado la esclava que acabas de comprar?

—Ella no —respondió—, sino el vendedor.

—Entonces era un traficante de hombres libres, y por eso, porque era una esclava ajena, te la vendió en lugar solitario. ¿De dónde dijo el hombre que era la esclava?

—Sibarita, de Italia, vendida por su señora por celos.[9]

—Busca si hay algún sibarita que resida aquí, y entre tanto deja allí a la mujer.

Entonces se marchó Leonas entristecido porque no le había sido favorable el asunto. Pero acechaba la oportunidad de convencer a su señor de ir a la finca, pues sólo le quedaba la esperanza de que viera a la mujer.

Por otra parte, ante Calírroe entraron las campesinas, [2 ] y al punto empezaron a adularla como si fuese una señora. Y Plangón, la mujer del administrador, persona no inexperta, le dijo:

—Estás buscando, hija, en verdad a los tuyos. Piensa que también aquí hay otras cosas y otras personas que somos tuyos, pues Dionisio, nuestro amo, es un hombre excelente y humanitario. Para tu fortuna te han conducido los dioses a una buena casa: aquí vivirás como en tu patria. Así pues, quítate el barro de tan [2] larga travesía. Aquí tienes a tus servidoras.

Con dificultad, y contra su voluntad, la condujo a pesar de todo al baño. Y una vez que hubo entrado, la ungieron de aceites y la lavaron cuidadosamente, de modo que, si al estar ella vestida se admiraban de su rostro casi divino, al quedar desnuda se asombraron aún más, pareciéndoles que su rostro era igual a todo su cuerpo. Pues su piel blanca resplandeció al punto, brillando de un modo semejante a un vivo resplandor, y su carne era tan delicada que temían que incluso el contacto de los dedos le hiciera grandes heridas. Y en [3] voz baja se decían unas a otras:

—Nuestra ama era hermosa y famosa, pero hubiera parecido su esclava.

Pero a Calírroe le entristecían los elogios, pues no le faltaba capacidad de predecir el futuro.

Una vez que estuvo lavada y trenzado su cabello, le proporcionaron finos vestidos, pero ella dijo que no convenían esas cosas a una esclava recién comprada:

[4 ] —Dadme un manto de esclava, pues vosotras sois superiores a mí.

Así pues, se vistió uno de los que encontraron a mano, y éste le sentaba bien e, iluminado por su belleza, daba la impresión de ser un vestido costoso.

[5 ] Una vez que comieron las mujeres dijo Plangón:

—Ve al templo de Afrodita y ruégale por ti misma, pues la diosa se aparece aquí, y no sólo le ofrecen sacrificios los vecinos, sino también gentes que vienen de la ciudad. Ella es particularmente favorable a Dionisio, y él nunca pasa de largo por su templo.

[6 ] Luego le contaron las apariciones de la diosa, y una de las campesinas dijo:

—Te parecerá, mujer, al mirar a Afrodita, que estás viendo tu propia imagen.

Pero Calírroe, al oír esto, se llenó de lágrimas y dijo para sí:

—¡Ay de mí, desdichada, también aquí está Afrodita, la diosa que es causa de todos mis males! Pese a ello, iré, pues quiero hacerle muchos reproches.

[7] El santuario estaba cerca de la casa junto al mismo camino. Calírroe, postrándose y cogiéndose a los pies de Afrodita, dijo:

—Tú fuiste la primera que me mostraste a Quéreas, y habiendo ajustado tan hermoso yugo, no lo cuidaste. [8] Y, sin embargo, nosotros te rendíamos culto. Pero ya que así lo quisiste sólo una gracia solicito de ti: que hagas que a nadie agrade después de a él.

A esto se negó Afrodita, pues es madre de Eros y de nuevo le estaba organizando otro matrimonio, que tampoco le iba a conservar.

Así pues, Calírroe, liberada de los piratas y del mar, iba recobrando toda su belleza, de suerte que asombraba a los campesinos al verla cada día más hermosa.

Leonas, habiendo encontrado el momento oportuno, [3 ] le dijo a Dionisio las siguientes palabras:

—En tu finca de junto al mar, señor, no has estado ya hace mucho tiempo, y allí se añora tu llegada. Es preciso que veas los rebaños y las plantaciones y que apresures la recolección de los frutos. Y que hagas uso [2] de la magnificencia de la casa que construimos por orden tuya. Además, allí soportarás más tolerablemente tu pena, distraído por el placer del campo y la administración de la finca. Y si quieres recompensar a un boyero o un pastor le puedes dar la mujer que acabamos de comprar.

Le agradó esto a Dionisio, y anunció su partida para el día convenido. Y dada la orden, los cocheros prepararon [3] los carruajes, los palafreneros los caballos y los marineros las barcas, y los amigos y gran número de libertos fueron invitados a acompañarlo en el viaje, pues era Dionisio de natural magnificente.

Cuando todo estuvo dispuesto mandó que el equipaje [4] y la mayoría de las personas fueran por mar, y que los carros le siguieran una vez que él mismo se hubiera adelantado, porque no cuadraba la escolta a un hombre en duelo. Así, con la aurora, y antes de que la mayoría se diera cuenta, subió al caballo con otros cuatro hombres, uno de los cuales era Leonas.

Así, Dionisio salía al campo. Y por su parte Calírroe, [5] que aquella noche había visto a Afrodita, quiso de nuevo postrarse ante ella. Y estaba de pie haciéndole súplicas cuando Dionisio, bajándose del caballo el primero, entró en el templo.

Calírroe, al oír ruido de pasos se volvió hacia él. Y [6] Dionisio al verla gritó:

—¡Séme propicia, Afrodita, y que tu aparición me sea para bien!

Y cuando él estaba ya prosternándose le detuvo Leonas y dijo:

—Ésta es, señor, la recién comprada. No te turbes. Y tú, mujer, acércate a tu amo.

Calírroe, bajando la cabeza ante la palabra «amo», dejó escapar un torrente de lágrimas, teniendo que olvidar tardíamente su libertad. Pero Dionisio, golpeando a Leonas, dijo:

[7] —Impío, ¿hablas a los dioses como si fueran hombres? ¿Dices que ésta es una mujer comprada con dinero? Entonces es lógico que no encuentres al que te la vendió. ¿No has oído que Homero nos enseñó que los dioses, tomando la forma de extranjeros de otras tierras, vigilan la insolencia y la justicia de los hombres? 30

Entonces Calírroe dijo:

—Deja de burlarte de mí, llamando diosa a esta que ni siquiera es una persona afortunada.

[8] Y, al hablar ella, su voz le pareció a Dionisio una voz divina, pues sonaba como música y producía un son como el de la cítara. Así que, muy turbado y sintiendo pudor de permanecer con ella más tiempo, se marchó a la casa, inflamado ya de amor.

No mucho después llegó de la ciudad el equipaje, y [9] al punto se corrió la voz de lo ocurrido. Por ello, todos estaban ansiosos de ver a la mujer, y todos ponían el pretexto de ir a venerar a Afrodita. Calírroe, avergonzada ante la multitud, no sabía qué hacer, pues todos eran para ella extraños y no veía ni a la familiar Plangón, sino que ella estaba dedicada a la recepción de su señor.

[10] Como pasaba el tiempo y nadie llegaba a la casa, sino que todos estaban allí detenidos como fascinados, Leonas se dio cuenta de lo ocurrido y, yendo al templo, sacó a Calírroe. Y entonces fue posible ver que los reyes lo son por su propia naturaleza, como ocurre en los enjambres de abejas, pues todos la seguían automáticamente, como si la hubieran hecho por votación señora por su belleza.

Ella, pues, se fue a su habitación de costumbre. Y [4 ] Dionisio estaba herido, pero intentaba esconder su herida, como hombre cultivado y que busca muy especialmente la virtud. Y no queriendo parecer despreciable a sus servidores ni pueril a sus amigos, resistió toda la tarde, creyendo que lo ocultaba; pero haciéndolo más evidente por su silencio. Y tomando una parte de la [2] cena, dijo:

—Que alguien lleve esto a la extranjera. Pero que no diga «de parte del amo», sino «de parte de Dionisio».

Y prolongó mucho la bebida de sobremesa 31 , pues sabía que no iba a dormir, de modo que quería pasar su [3] insomnio con los amigos. Después que hubo pasado parte de la noche, puso fin a la reunión, pero no consiguió el sueño. Todo su ser estaba en el templo de Afrodita, y se acordaba de todo, del rostro, del cabello, de cómo se había dado la vuelta, cómo había mirado, de su voz, de su figura, de sus palabras. Y sus lágrimas le quemaban.

Entonces se pudo ver el combate entre la razón y el [4] sentimiento, pues, inundado por el deseo, intentaba, como hombre de noble linaje, resistir. Y como el que saca la cabeza de una ola, se decía a sí mismo:

—¿No te avergüenzas, Dionisio, el primer hombre de Jonia por tu virtud y tu fama, al que admiran los sátrapas 32 , los reyes y las ciudades, de sentir cosas de chiquillo? Estás enamorado después de haberla visto una sola vez, y eso estando de duelo, antes de haber ofrecido [5] expiaciones a la sombra de la desdichada. ¿Por eso has venido al campo, para celebrar una boda vestido de luto, y una boda con una esclava, y que quizá pertenece a otro? Pues ni siquiera tienes su escritura.

Pero Eros gustaba de luchar con el que razonaba sensatamente, y le parecía orgullo su templanza. Por eso inflamaba más fuerte al alma que filosofaba en cuestiones [6] de amor. Así pues, no soportando más el dialogar solo consigo mismo, mandó a buscar a Leonas. Y éste, al ser llamado, se dio cuenta de la causa, pero fingió desconocerla, y como turbado dijo:

—¿Por qué tienes insomnio, señor? Quizá de nuevo se ha apoderado de ti el dolor por tu mujer muerta?

—Por una mujer sí —dijo Dionisio—, pero no por la [7] muerta. Nada hay que yo no pueda decirte por tu afecto y fidelidad. Pero por tí estoy perdido, Leonas. Tú eres el causante de mis males. Trajiste el fuego a mi casa, o mejor, a mi alma. Y además me conturba el misterio que hay en torno a esa mujer. Me has contado una historia de un mercader con alas, que no sabes ni de dónde venía ni a dónde se volvió a marchar. ¿Quién, que poseyera tal belleza, la vendería en lugar solitario, y por sólo un talento, a una mujer digna de las riquezas del [8] Rey? ¿Te engañó algún dios? Reflexiona, pues, y recuerda lo ocurrido. ¿A quiénes viste? ¿Con quién hablaste? Dime la verdad, tú la nave no la viste.

—No, no la vi, sino que oí hablar de ella.

—Eso es. Una de las Ninfas o de las Nereidas salió del mar. Incluso a los dioses les sobrevienen ocasiones que les obligan a entablar trato con los hombres por decreto del destino. Eso nos cuentan los poetas e historiadores.

Con agrado se convencía Dionisio a sí mismo de glorificar [9] a la mujer para hacerla más augusta que el común de los hombres. Leonas, que quería agradar a su señor, dijo:

—No nos ocupemos más, señor, de quién es. Si la deseas, la conduciré a ti, y no te aflijas, como si no la pudieras obtener, cuando estás en libertad de amarla.

—No podría hacerlo —dijo Dionisio—, antes de saber [10] quién es esa mujer y cuál es su origen. Por la mañana sabremos por ella la verdad. Pero no la envíes aquí, no sea que sospeche alguna violencia, sino a donde la vi por primera vez. Que nuestra conversación tenga lugar bajo la protección de Afrodita.

Eso le pareció bien, y al día siguiente Dionisio, cogiendo [5 ] a sus amigos y libertos y a los más fieles de sus criados, para tener también testigos, fue al santuario, después de arreglarse no precisamente con descuido, sino habiendo adornado moderadamente su cuerpo, como el que va a estar con su amada. Y era él de natural [2] hermoso, y alto, y sobre todo, de apariencia respetable.

Leonas, por su parte, cogiendo a Plangón, y con ella a las esclavas que solían servir a Calírroe, fue hacia ella y le dijo:

—Dionisio es un hombre muy justo y respetuoso de [3] la ley. Ve, pues, al templo, mujer, y dile la verdad sobre quién eres, pues no dejarás de obtener ninguna clase de ayuda justa. Sólo háblale con sencillez, y no le ocultes nada de la verdad, pues eso le inclinará a tener más benevolencia contigo.

Después de oírle marchó Calírroe, con más ánimo porque la conversación entre ellos iba a tener lugar en el templo. Y cuando llegó, aún más la admiraron todos. [4]

Dionisio, impresionado, se quedó sin voz, y después de un largo silencio, tras mucho tiempo y con dificultad habló:

—Mis cosas te son conocidas todas, mujer. Soy Dionisio, el primer hombre de Mileto y casi de toda la [5] Jonia, celebrado por mi piedad y benevolencia. Es justo que también tú nos digas la verdad sobre ti misma. Los que te vendieron dijeron que eras de Síbaris y que fuiste vendida allí por tu ama por celos.

Enrojeció Calírroe, y bajando la cabeza dijo suavemente:

—Esta es la primera vez que he sido vendida. Y nunca estuve en Síbaris.

[6] —Ya te decía yo —dijo Dionisio mirando a Leonas— que no era una esclava. Y adivino que incluso es de noble familia. Cuéntame, mujer, todo, y en primer lugar tu nombre.

—Calírroe —respondió (y agradó el nombre a Dionisio). Pero se calló todo lo demás. Y como le preguntaba con tenacidad le dijo:

—Te lo suplico, señor, permíteme guardar silencio [7] sobre mi suerte. Lo anterior fue un sueño y un cuento. Yo soy ahora lo que he llegado a ser, esclava y extranjera.

Y al decir esto, intentaba ocultarlo, pero le resbalaban las lágrimas por las mejillas. Y se puso a llorar también Dionisio y todos los que estaban con él; y a alguno le pareció que la propia Afrodita se había puesto más triste.

Pero Dionisio se sentía aún más curioso y dijo:

[8] —Yo te pido este primer favor. Cuéntame, Calírroe, tu historia. No hablarás a un extraño, pues ya hay como un cierto tipo de parentesco. No tengas miedo, ni aunque hayas hecho algo terrible.

Ante esto se indignó Calírroe y dijo:

—No me ofendas, pues no estoy implicada en nada [9] vil. Pero como mi condición es muy superior a mi suerte presente, no quiero parecer pretenciosa ni hacer relatos increíbles para quienes no los conocen. Pues no me sirven de testigo las cosas de antes para las de ahora.

Se admiró Dionisio de la cordura de la mujer y dijo:

—Ya te comprendo, incluso aunque no hables; pero habla, pues no puedes decir sobre ti misma nada tan grande como lo que estamos viendo. Cualquier magnífico [10] relato es inferior a ti.

Entonces ella empezó penosamente a contar su hìstoria:

—Soy hija de Hermócrates, el estratego de Siracusa. Habiéndome quedado sin voz por un repentino golpe me enterraron mis padres con todo lujo. Unos ladrones de tumbas abrieron el sepulcro; me encontraron a mí ya volviendo a respirar, me condujeron aquí, y Terón me entregó a este Leonas en lugar solitario.

Al decir todo sólo calló lo de Quéreas. [11]

—Te suplico, Dionisio (pues eres griego y participas de una ciudad humanitaria y de educación), que no seas igual a los violadores de tumbas y no me prives de mi patria y mis parientes. Poco es para ti, que eres rico, un solo esclavo, y no perderás mi precio si me devuelves a mi padre. Pues Hermócrates no es desagradecido. Admiramos a Alcínoo 33 y todos lo amamos porque condujo a su patria al suplicante. Yo también te suplico. Salva a esta huérfana cautiva, pues si no puedo vivir [12] como noble, elegiré una muerte libre.

Al oír esto se echó a llorar, en apariencia por Calírroe, pero en realidad por sí mismo, pues se dio cuenta de que no iba a lograr su deseo.

—Ten valor —dijo—, Calírroe, y mantén con ánimo tu alma, pues no serás privada de lo que reclamas. Pongo por testigo de ello a esta Afrodita. Entre tanto, tendrás entre nosotros el trato de una señora más que el de una esclava.

[6 ] Ella se marchó convencida de que ya no podía ocurrirle nada contra su voluntad, y Dionisio entristecido llegó a su casa, y llamando a solas a Leonas, dijo:

—En todo soy desafortunado y odiado por Eros. A la que había desposado la he enterrado, y se me escapa la que acabo de comprar, la que confiaba que era un regalo de Afrodita, y con la que planeaba una vida más feliz que la de Menelao 34 el marido de la lacedemonia, pues creo que ni Helena ha sido tan hermosa. Y además ésta tiene incluso el poder de persuadir con sus [2] palabras. Mi vida se ha acabado. El mismo día en que Calírroe abandone este lugar abandonaré yo la vida.

Ante esto gritó Leonas:

—No, señor, no te maldigas a ti mismo. Tú eres el amo y tienes poder sobre ella, de modo que, queriendo o no, hará lo que a ti te parezca bien, pues la hemos comprado por un talento.

[3] —¿Que tú has comprado, tres veces desgraciado, a una mujer noble? ¿No has oído hablar de Hermócrates, el estratego de toda Sicilia, que goza de amplia fama, el que el Rey de los persas admira y ama y le envía cada año presentes porque venció en batalla naval a los atenienses, enemigos de los persas? ¿Voy yo a conducirme como un amo con una persona libre, y yo, Dionisio, celebrado por mi templanza, voy a ultrajar contra su voluntad a una mujer a quien ni siquiera Terón el pirata ultrajaría?

Esto le dijo a Leonas, pero en realidad no renunciaba [4] a convencerla, pues por naturaleza es Eros fácilmente accesible a la esperanza, y confiaba en realizar su deseo mediante sus cuidados. Así pues, llamando a Plangón le dijo:

—Me has dado ya suficientes pruebas de tu solicitud. Te encomiendo por eso la mayor y más preciada de mis posesiones, la extranjera. Quiero que ella no se vea privada de nada, que se llegue incluso a la molicie en sus lujos. Considérala tu señora, cuídala, adórnala y haz [5] que nos tome afecto. Alábame ante ella a menudo y cuéntale lo que se te ocurra. Y cuida de no llamarme «amo».

Comprendió bien Plangón su orden, pues era por naturaleza hábil, y aplicando al asunto toda su inteligencia poco aparente, se puso a llevarlo a cabo. De suerte que, presentándose ante Calírroe, no le reveló que se le había ordenado servirla, sino que le hacía ver que era pura buena disposición personal, y quiso que la tomara por consejera digna de toda confianza.

Y ocurrió lo siguiente: [7 ]

Dionisio pasaba el tiempo en la finca, con un pretexto u otro, pero realmente porque no podía alejarse de Calírroe ni quería llevársela de allí, pues en cuanto fuese vista iba a ser famosa y a su belleza se iba a someter toda la Jonia, e iba a subir su fama incluso hasta el Gran Rey. Y al ocuparse durante su estancia más [2] minuciosamente de los asuntos de su propiedad, hizo en alguna ocasión ciertos reproches a la gestión de su administrador Focas.

El reproche no llegó más allá, sino sólo a las palabras, pero así encontró Plangón una buena oportunidad, y llena de miedo corrió a Calírroe arrancándose los cabellos. Y cogiéndose a sus rodillas le dijo:

—Te lo suplico, señora, sálvanos. Pues Dionisio está irritado con mi marido, y por naturaleza es un hombre [3] colérico, tanto cuanto benévolo. Nadie sino tú podría salvarnos, pues Dionisio te concederá con gusto la primera gracia que le pidas.

Calírroe sentía vergüenza de presentarse ante él, pero por otra parte no podía decirle que no a quien tanto le insistía y suplicaba, obligada por sus servicios anteriores. Así que para no parecer desagradecida dijo:

—También yo soy una esclava y no puedo hablar libremente, pero si crees que tengo algún poder, estoy dispuesta a ir a suplicar contigo. Y ojalá tengamos éxito.

[4] Cuando llegaron, mandó Plangón al que estaba ante la puerta que anunciara al amo que Calírroe estaba allí. Y estaba precisamente Dionisio derrumbado por el dolor, y se le iba consumiendo incluso el cuerpo; al oír que Calírroe estaba allí se quedó sin voz, y una especie de niebla le inundó, por lo inesperado, y recobrándose con dificultad dijo:

—¡Que entre!

[5] Calírroe, situándose cerca y con la cabeza baja, al primer momento se inundó de rubor; pero aun así, y con alguna dificultad, habló:

—Yo conozco mi deuda con Plangón, pues ella me quiere como a una hija. Por eso te suplico, señor, que no te irrites con su marido, sino concédele la gracia de la salvación.

Y aunque quería seguir hablando, no pudo.

[6] Dionisio entonces, dándose cuenta de la estratagema de Plangón dijo:

—Estoy irritado, y ningún hombre podría haber librado de perecer a Focas y Plangón por haber hecho tales cosas. Pero con gusto les concedo gracia por ti. Y vosotros sabed que es por mediación de Calírroe por quien os habéis salvado.

Plangón se arrojó a sus rodillas y Dionisio dijo:

—Arrojaos a las rodillas de Calírroe, pues es ella la que os ha salvado.

Y como Plangón vio que Calírroe se alegraba y sentía [7] placer por la gracia dijo:

—Entonces sé tú quien dé las gracias a Dionisio en nuestro nombre.

Y al mismo tiempo la empujó hacia él.

Ella, cayendo a sus pies de este modo, tomó la mano de Dionisio, y él, como el que considera poco digno darle la mano, acercándosele, la besó, y luego rápidamente la dejó ir, para que no hubiera sospecha alguna de la artimaña.

Las dos mujeres salieron, y a Dionisio se le hundió [8 ] el beso como un dardo en el corazón, y ya no era capaz de ver ni de oír, y estaba por todas partes cogido en la trampa, no encontrando ningún remedio a su amor. Ni con regalos, pues veía la grandeza de alma de la mujer, ni con amenazas o violencia, convencido de que ella elegiría la muerte antes que ser ultrajada. Así que consideraba que su única ayuda era Plangón, y enviándola a buscar dijo:

—En la primera empresa has sido buen estratego, y te doy las gracias por el beso. Pero este beso me ha salvado y me ha perdido. Mira, pues, cómo tú, mujer, [2] puedes vencer a una mujer, teniéndome también a mí como aliado. Pues sabe que tu premio será la libertad y, lo que creo que te es más agradable que la libertad, la vida de Dionisio.

Con este impulso aplicó Plangón a la empresa todas sus estratagemas y su arte. Pero Calírroe era absolutamente inconquistable y permanecía sólo fiel a Quéreas. Mas fue vencida por las artimañas de la Fortuna, que [3] es la única contra la que nada puede la inteligencia del hombre, pues es una diosa que ama la lucha y nada que proceda de ella es inesperado. Y así entonces aprovechó un hecho extraordinario, o mejor, increíble. Merece la pena oír cómo.

[4] Conspiró la Fortuna contra la virtud de la mujer, pues Quéreas y Calírroe al tener la primera relación amorosa de su matrimonio, tenían ambos igual deseo de placer uno del otro, y ese deseo equilibrado hizo que [5] su unión no quedara sin fruto. Así que poco antes del golpe la mujer había concebido.

Por los peligros y sufrimientos posteriores no se dio cuenta de que estaba embarazada, pero al empezar el tercer mes se le empezó a curvar el vientre, y en el baño se dio cuenta Plangón, puesto que ya tenía experiencia [6] en los asuntos de las mujeres. Y de momento se calló, por la presencia de varias esclavas, pero al caer la tarde, cuando tuvieron un poco de tiempo libre, sentándose en el lecho le dijo:

—Sabe, hija, que estás embarazada.

Calírroe se echó a llorar y, gritando y arrancándose los cabellos, dijo:

—Aún añades ésta, oh Fortuna, a mis desgracias, para que también engendre un hijo esclavo.

[7] Y golpeándose el vientre dijo:

—Desdichado, antes de nacer estuviste en una tumba y fuiste entregado a manos de piratas. ¿A qué clase de vida vienes? ¿Con qué esperanzas te voy a llevar en mi seno, huérfano, sin patria y esclavo? ¡Antes de nacer busca la muerte!

Plangón la cogió de las manos, prometiéndole que al día siguiente le proporcionaría un modo fácil de abortar.

[9 ] Cada una de las mujeres al quedar sola emprendió sus propias reflexiones. Plangón pensaba:

—Se presenta una circunstancia favorable para realizar el amor del amo. Tienes un defensor en el ser que lleva en su vientre. Ya he encontrado la seguridad de que se dejará convencer. Vencerá a la virtud de la mujer el amor de la madre.

Y combinaba el modo de realizarlo de una manera convincente.

Calírroe, por su parte, deliberaba matar a su hijo, [2] diciéndose a sí misma:

—¿Voy yo a engendrar para un amo al descendiente de Hermócrates, y a traer al mundo un niño cuyo padre nadie conoce? Quizá incluso dirá algún envidioso «en poder de los piratas lo concibió Calírroe». Basta que [3] sea yo sola la infortunada. No conviene que tú, hijo, vengas a una vida miserable, que te convendría rehuir incluso si ya hubieras nacido. ¡Márchate libre, sin que te afecten las desgracias, y no oigas nada de las aventuras de tu madre!

Y de nuevo volvía a reflexionar, y la entraba compasión del que tenía en su vientre.

—¿Estás pensando en matar a tu hijo? Jasón era un hombre licencioso. Y tú, ¿tomas los razonamientos de [4] Medea? 35 . Pero incluso más feroz que la escita parecerás, pues ella odiaba a su marido; pero tú quieres matar al hijo de Quéreas y no dejar ningún recuerdo de vuestro matrimonio tan celebrado. ¿Y si va a ser un niño? ¿Y si va a ser semejante a su padre? ¿Y si va a ser más afortunado que yo? ¿Va a matar su madre al que se salvó de la tumba y los piratas? ¿De cuántos hijos de [5] dioses y reyes hemos oído que, nacidos en la esclavitud, recobraron más tarde el rango de su padre, como Zeto y Anfión, y Ciro 36 ? Quizá tú, hijo, navegues un día a Sicilia, y buscarás a tu padre y a tu abuelo y les contarás la historia de tu madre. Y de allí se enviará una expedición en mi ayuda. Tú, hijo, devolverás uno al otro a tus padres.

[6] Razonando así durante toda la noche le vino el sueño unos instantes. Y se le presentó la imagen de Quéreas, en todo semejante a él, parecida en la altura y en los bellos ojos y en la voz, y sobre su piel tenía las mismas vestiduras 37 . Y poniéndosele delante, dijo: «Te confío, mujer, a nuestro hijo». Y cuando aún quería seguir hablando, se lanzó hacia él Calírroe, tratando de abrazarlo. Así que, creyéndolo un consejo de su marido, decidió criar a su hijo.

[10 ] Al día siguiente, al llegar Plangón le reveló su decisión. Y ella no pasó por alto lo inoportuno de su resolución, sino que dijo:

—Es imposible, mujer, que críes a tu hijo entre nosotros, pues nuestro amo, que está enamorado de ti, no te forzará contra tu voluntad por respeto y por templanza; pero no consentirá en criar al niño por celos, considerándose insultado si pones tanto afecto en el [2] ausente y le desprecias a él, que está presente. Por tanto, a mí me parece mejor matar al niño antes de nacer que después de que haya nacido, pues te ahorrarás a ti misma vanos dolores y un embarazo inútil. Yo te aconsejo la verdad porque te quiero.

Con dolor la oyó Calírroe, y arrojándose a sus rodillas la suplicó que buscara algún modo de poder criar al niño. Ella, después de darle muchas negativas y de dilatar [3] la respuesta dos o tres días, cuando ya la había inflamado más para que le suplicara, y se le había hecho más digna de confianza, en primer lugar le hizo jurar que a nadie diria su artimaña, y luego, frunciendo las cejas y retorciéndose las manos, dijo:

—Las grandes cosas, mujer, se arreglan con grandes proyectos, y yo por cariño hacia ti voy a traicionar a mi amo. Sabe, pues, que te ya a ser preciso una de las dos [4] cosas: o hacer perecer a tu hijo o que nazca el más rico de los jonios, heredero de la más ilustre casa. Y eso te hará a ti una madre feliz. Elige, pues, cuál de las dos cosas quieres.

—¿Y quién —respondió— será tan insensata para elegir la muerte de su hijo en lugar de su felicidad? Pero me parece que dices algo imposible e increíble, así que explícamelo con más claridad.

Preguntó entonces Plangón: [5]

—¿De cuánto tiempo crees que estás embarazada?

Y ella dijo:

—De dos meses.

—Entonces el tiempo nos ayuda, pues puedes hacer creer que lo has tenido sietemesino de Dionisio.

Ante esto gritó Calírroe:

—¡Mejor que muera!

Y Plangón le dijo cínicamente: [6]

—Tienes razón, mujer, al preferir abortar. Hagamos eso, pues es menos peligroso que engañar al amo. Corta todos tus recuerdos de nobleza, y no tengas ya más esperanza de tu patria. Adáptate a tu actual suerte y [7] hazte exactamente una esclava.

Al aconsejarle Plangón esto, nada sospechó Calírroe, muchacha noble y sin experiencia de las astucias de los esclavos. Pero cuanto más le exhortaba ella a matarlo, tanto más compadecía al que llevaba en su vientre, y dijo:

—Dame tiempo para reflexionar, pues se trata de una elección entre las cosas más graves: mi virtud o mi hijo.

[8] De nuevo alabó esto Plangón, el no elegir precipitadamente:

—Pues es poderosa la inclinación hacia ambas cosas. Lo uno tiene la fidelidad de la esposa, y lo otro el amor de la madre. Sin embargo, la ocasión no admite un largo retraso, sino que es preciso que mañana sepas ya cuál de las dos cosas eliges, antes de que tu vientre se haga evidente.

Acordaron esto, y se separaron una de otra.

[11 ] Calírroe, subiendo al piso superior y cerrando las puertas, acercó a su vientre la imagen de Quéreas y dijo:

—He aquí que nos hemos convertido en tres, un hombre, su mujer y el hijo. Deliberemos sobre lo que nos conviene a todos. Yo voy a mostrar primero mi pensamiento. En efecto, yo quiero morir como esposa de Quéreas sólo. Esto es para mí más dulce que los padres, la patria y el hijo, el no tener conocimiento de otro [2] hombre. ¿Y tú, hijo, qué eliges para ti mismo? ¿Morir, con una medicina, antes de ver el sol, y ser arrojado junto con tu madre, y quizá no ser considerado digno ni de una sepultura; o vivir y tener dos padres, uno de Sicilia, y el otro el primero de Jonia? Cuando llegues a hombre serás reconocido fácilmente por tus parientes, pues estoy convencida de que te engendraré igual a tu padre. Y navegarás brillantemente en los trirremes 38 milesios, y Hermócrates recibirá con alegría a su descendiente, ya capaz de ser estratego. Traes, hijo, [3] un voto contrario al mío y no nos consientes matarte.

Preguntemos también a tu padre. Pero en realidad él ya ha hablado, pues él mismo, presentándoseme en sueños me dijo: «te confío a nuestro hijo». Te tomo por testigo, Quéreas, tú me desposas con Dionisio.

Todo el día y la noche estuvo en estas reflexiones, y [4] no por sí misma, sino por el niño, se persuadió de seguir viviendo. Y al día siguiente, cuando llegó Plangón, se sentó primero con semblante sombrío, y mostró el aspecto de participar de su dolor, y ambas permanecieron en silencio. Y cuando hubo pasado largo tiempo Plangón [5] preguntó:

—¿Cuál es tu opinión? ¿Qué hacemos? Pues no es momento de esperar.

Pero Calírroe no pudo contestarle al pronto, llorando y trastornada, y penosamente dijo:

—Mi hijo me traiciona contra mi voluntad. Haz tú lo necesario. Pero temo que incluso si me someto a esta violencia Dionisio me desprecie por mi situación y, considerándome como concubina, no como esposa, no eduque al engendrado por otro, y yo perderé en vano mi virtud.

Mientras estaba aún hablando, la interrumpió Plangón [6] y dijo:

—Yo misma he pensado en eso antes que tú, pues ya te quiero más que al amo. Confío en el carácter de Dionisio, pues es un hombre honrado, pero aún así le pediré juramento, aunque él sea mi amo. Pues es preciso que lo hagamos todo con plena seguridad. Y tú, hija, confía en su juramento. Yo me voy ahora a llevar esta embajada.


30 Od . XVII, 485 ss.

31 En los banquetes griegos se dejaban para el final la bebida y libaciones a los dioses. Era éste el momento en que tenían lugar la recitación de poesías, discursos y discusiones filosóficas, tal como Platón nos describe en algunos de sus diálogos.

32 La palabra sátrapa viene del antiguo persa xšaçapavan que significa «protector de la tierra». Eran los gobernadores enviados por el Rey a las distintas demarcaciones en que el territorio del imperio persa estaba dividido. De poder absoluto dentro de su territorio, debían rendir cuentas al Rey de su gestión.

33 Alcínoo, rey de los feacios, recibió a Ulises como un náufrago en su palacio, y, tras oír el relato de sus aventuras, le proporcionó una nave para volver a su reino, a Ítaca, que no se halla lejos de su isla, y lo cargó además de regalos.

34 Menelao, rey de Esparta y marido de la hermosísima Helena, que, al huir con Paris, hizo estallar la guerra de Troya.

35 Medea, aludida también más adelante como «la escita», es la hija del rey de la Cólquide, nieta, por tanto, del Sol, y de la maga Circe. Ayudó a Jasón y los Argonautas a conquistar el vellocino de oro, y se desposó con él, de quien tuyo dos hijos. Traicionada después por su marido, se venga de la futura nueva esposa de éste, regalándole un vestido que la hace arder a ella y su palacio, y completa su venganza asesinando a sus propios hijos, y escapando en un carro de fuego que le envía su abuelo el Sol. Aquí se alude al famoso monólogo patético de la Medea euripídea.

36 Zeto y Anfión, gemelos, hijos de Zeus y Antíope, fueron expuestos en el monte al nacer por su abuelo. Recogidos y criados por un pastor, reconocieron a su madre cuando fueron mayores, y la vengaron, ocupando el trono de Tebas. De Ciro, primer rey de los persas, cuenta Heródoto que fue también expuesto en el monte al nacer, por orden de su abuelo Astiages, rey de los medos, al que un sueño le había anunciado que el hijo de su hija sería superior a él. Salvado y criado por un pastor, fue más tarde reconocido por su abuelo, al que tiempo más tarde destronó (HERÓDOTO , Historia I, 107-122).

37 Il . XXIII, 66-67, aparición de Patroclo a Aquiles.

38 El trirreme es el navio de guerra griego, provisto de puente y con tres órdenes de bancos de remeros.

Quéreas y Calírroe. Efesíacas. Fragmentos novelescos.

Подняться наверх