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5 | Pensar y sembrar

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No existen garantías para el pensar y tampoco el pensar sienta garantía alguna. Bien entendido, pensar es un juego; acaso el juego mismo de la vida. Solo que es el más grande, riesgoso y atrevido de los juegos. A su manera, pero en la misma longitud de onda de este texto, ya François Jacob hablaba del “juego de lo posible” como el juego mismo de la vida o de los sistemas vivos, y resalta cómo la forma de la evolución —la vida— es la del bricolaje. Hoy aprovechamos alguna cosa sin saber exactamente cómo o para qué, y mañana o pasado mañana le damos otro uso que el que originalmente pudo tener. La vida se va haciendo de retazos, de mosaicos y vamos dándole una estética a medida que el tiempo va pasando.

En verdad, pensar es una especie de bricolaje —en el sentido de Jacob—, puesto que vamos, en ocasiones, por la vida pensando, no a la manera de un plan o programa pre-establecido, sino en adecuación de paisajes rugosos adaptativos. Pues bien, en esto consiste, bien entendida, la investigación. Esta no responde a una estrategia fría y determinada, sino, fundamentalmente, se asienta sobre fortalezas, capacidades, formación y ganas por parte de los investigadores. Cuando la investigación se funda en objetivos, habitualmente estos están puestos por agentes externos, especialmente por su fuente de financiación.

Hacemos la vida como podemos, intentando lo mejor y aprovechando lo que está a la mano en cada momento. Asimismo se hace la ciencia, el pensamiento. Cada época desarrolla la ciencia que puede, y cada época desarrolla la ciencia que necesita. En este mismo sentido, no existe una comprensión —y definitivamente ninguna definición— única de “ciencia”. A fortiori, como observaremos en el curso de este libro, tampoco existe una definición única de “lógica”. Cabe decirlo sin más: pensar constituye una ventaja selectiva en la vida. Pero esta ventaja exige ser cultivada, literalmente, no construida. Esta distinción entre sembrar y construir constituye quizás el rasgo diferenciador más grande entre el mundo de las urgencias y las necesidades, y el mundo de los problemas que dan qué pensar. El pensar no construye nada; por el contrario, siembra, y como en los procesos del campo, espera, cultiva, cuida, riega, vuelve a esperar y finalmente cosecha. Pero cosecha para volver a sembrar. Lo que tenemos aquí es el ritmo o el pulso mismo de la tierra, de la naturaleza. Para los seres humanos, la expresión más inmediata de la tierra o la naturaleza es el cuerpo. Pues bien, cuando verdaderamente pensamos, no pensamos sin la cabeza, pero pensamos con el cuerpo mismo. Solo que la metodología habitual de la investigación nada sabe sobre esto y por eso mismo nunca dice nada al respecto.

Pensar con el cuerpo implica una consecuencia fuerte: la autenticidad. La mente en ocasiones nos engaña; nos engaña a veces la percepción. Pero el cuerpo jamás miente. Solo que debemos poder escucharlo. El pensar se anida en alguna parte del cuerpo, vibra y sale en la forma de palabras y textos escritos, a través del cerebro.

El primer objeto de trabajo, en ciencia y en lógica, es el lenguaje, pues es a través del lenguaje como aparece “verdad” en el mundo. Más exactamente, “verdad” tiene lugar tan solo en el lenguaje proposicional, no en ningún otro. El lenguaje proposicional es del tipo: S es P —esto es, sujeto, verbo predicado—; esto es, cuando afirmamos alguna cosa de algo. Existen numerosos otros tipos de lenguajes: en ninguna de ellos acaece “verdad” (o falsedad).

Nos batimos en primer lugar no con “la cosa” directamente; por ejemplo, la empresa, el paciente, la región, la centrifugadora, el aula de clase o lo que sea que nos ocupe en la ciencia o disciplina en que trabajamos. El primer objeto de trabajo es el lenguaje: cómo decir cosas nuevas, cómo decir cosas diferentes, cómo decir las cosas liberándonos del lenguaje ya habido, ya sedimentado y que resulta insuficiente.

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