Читать книгу Pensar - Carlos Eduardo Maldonado Castañeda - Страница 14
6 | Intermezzo: la biología del pensar
ОглавлениеEl ser humano es un sistema de sistemas. Los sistemas constitutivos del ser humano a nivel biológico son: el sistema endocrino, el sistema linfático, el sistema inmunológico, el sistema nervioso central, el sistema cardiovascular, el sistema muscular, el sistema digestivo, el sistema respiratorio y el sistema circulatorio. Con una observación puntual: en un organismo saludable, no todo pasa por el cerebro.
Para los seres humanos, pensar es determinante con el cerebro —el cual, dicho de pasada, no es un órgano, sino una glándula, una que contiene otras glándulas—. El cerebro es el único “órgano” endo-esquelético en el caso de los seres humanos; todo el resto del organismo es exo-esquelético. Lo que hace el cerebro para funcionar son esencialmente reacciones eléctricas y químicas, pero toda reacción química es en últimas una reacción eléctrica. Pues bien, es la estimulación eléctrica la que desencadena procesos mentales.
Desear e imaginar son determinantes para poder pensar, y ambos, desear e imaginar, son procesos que se llevan a cabo en las funciones superiores. Para su comprensión es básico el reconocimiento de las áreas (primarias y secundarias) y los lóbulos (frontal, parietal, temporal y occipital).
Sin embargo, propiamente hablando, no todas las estructuras del cerebro son estrictamente necesarias para la formación del pensamiento. Así, algunos córtices sensoriales tempranos, todos los córtices inferotemporales, el hipocampo, los córtices relacionados con el hipocampo, los córtices prefrontales y el cerebelo no entran en primera línea de consideración para temas tan sensibles e importantes como el pensar, la conciencia o el yo.
Desde el punto de vista biológico, pensamos gracias a miles, millones, billones de conexiones. Literalmente, en su expresión más básica, pensar es relacionar. En efecto, el cerebro está compuesto por alrededor de 100.000 millones de neuronas y cada neurona dispara impulsos electroquímicos entre cinco y cincuenta veces por segundo, lo que da como resultado una estimación de 100 trillones de sinapsis, que son las conexiones que las neuronas, en sus extremos, tienen entre sí. A mayor flexibilidad de las sinapsis, mayor robustez en las conexiones y por tanto podemos pensar mejor. En otras palabras, la plasticidad de las neuronas garantiza una mejor capacidad de aprendizaje, de adaptación y de pensamiento.
Las neuronas son las células —e instancias— determinantes para la actividad cerebral. Como es sabido, las neuronas se componen del cuerpo celular, el axón, que es una fibra de salida, y las dentritas, que son fibras de entrada. Los extremos están constituidos por los citoesqueletos, que son los extremos que al mismo tiempo permiten, y en los que se realizan, las conexiones de las neuronas entre sí. Estas conexiones son conocidas como sinapsis. La figura 1 ilustra la estructura de una neurona:
Figura 1. Estructura de una neurona
Fuente: Kevenaar JT and Hoogenraad CC (2015) The axonal cytoskeleton: from organization to function. Front. Mol. Neurosci. 8:44. DOI: 10.3389/fnmol.2015.00044
Figura 1. La unidad biológica de base para el proceso del pensamiento es la neurona. Solo que no existe una sola neurona. Más adecuadamente, el pensamiento es el resultado de conexiones de las neuronas y la robustez de dichas conexiones es lo que permite los procesos cognitivos y de pensamiento. Desde el punto de vista funcional cabe pensar razonablemente que el cerebro humano es el fenómeno de máxima complejidad conocido hasta la fecha. Esto se comprende mejor, no tanto por el conocimiento mismo del cerebro, algo que si bien ha logrado magníficos avances es aún incipiente, sino por las realidades y sistemas que ha creado, en síntesis la historia, la cultura.
Las neuronas constituyen acontecimientos singulares en la historia de la evolución, y es cierto que en su estructura y funcionamiento incide la cultura y el medio ambiente tanto como que estos son el resultado de las propias conexiones neuronales. El tema que emerge exactamente en este punto es la epigenética.
Las interacciones entre las neuronas son de orden cooperativo, de suerte que la liberación de neurotransmisores se traduce en procesos cognitivos: imágenes, palabras, juicios, argumentos, conceptos e ideas. El funcionamiento de la corteza cerebral opera como series de interacciones a través de sistemas de contigüidad, que se van extendiendo siempre por medio de adyacentes posibles. En otras palabras, la complejidad de los procesos mentales emerge a partir de la simplicidad de las interacciones o circuitos neuronales.
Pues bien, gracias a la plasticidad del cerebro puede decirse de una dúplice manera: que el pensamiento emerge como la función de anticipar acciones y movimientos o bien, igualmente, con la idea de proyectar o anticipar futuros. Digámoslo de manera franca y directa: la función primera del cerebro consiste en crear futuros, concebir posibilidades, explorar e intuir horizontes, antes, mucho antes de que el cuerpo se lance entonces en dicha exploración, creación y concepción.
Propiamente hablando, el cerebro es una glándula que se encuentra totalmente encerrada en el cráneo. Nada sabe del mundo si no es a través de los agujeros que tiene el cuerpo —ojos, oídos, boca, nariz, etc.— y por las extensiones mismas del cuerpo; en primer lugar, la piel, y luego también los extremos, brazos y piernas. Es gracias a todos ellos que el cerebro sabe del mundo y el medioambiente en general. Pero la proporción no es exacta ni lineal. Así, mientras los sentidos suministran alrededor del 15% de la información sobre el mundo y el universo, el cerebro hace el resto. Sin ambages, el mundo es el resultado de complejos procesos cerebrales. El cerebro se inventa el mundo a su alrededor, con todo lo que lo compone y lo que sucede en él.
La plasticidad del cerebro abre las puertas a un dúplice camino: la epigénesis y la endosimbiosis. Sin embargo, por razones de espacio deben quedar aquí simplemente mencionadas. Como quiera que sea, la idea de base es que la biología y la cultura no son dos momentos, dimensiones o escalas diferentes. Por el contrario, constituyen un continuo vago que se implica en ambos extremos recíproca y necesariamente. El uno incide en las estructuras del otro, tanto como que las dinámicas de uno y otro se encuentran estrechamente entrelazadas y relacionadas. Sus relaciones son, literalmente, equilibrios dinámicos.
Sin embargo, la verdad es que la mayoría de las acciones e incluso decisiones que llevan a cabo los seres humanos suceden en la forma de “piloto automático”. Esto es, no son exactamente procesos conscientes, efectivamente racionales, objetos de juicios explícitos, en fin, el resultado de procesos reflexivos. Son, sencillamente, acciones que llevamos a cabo sin pensar (mucho o nada) en ellas. La vida transcurre, en su inmensa mayoría, en piloto automático, inconsciente, preconsciente.
Como quiera que sea, es un hecho que no existen dos cosas: neuronas y medioambiente o, también, genes y cultura. Por el contrario, existe una sola y misma cosa, y ello es conocido, recientemente, como la teoría de la epigénesis (o epigenética). Las creencias (cultura) y las acciones (palabras incluidas) modifican la estructura y el funcionamiento de las neuronas, tanto como estas inciden en el desarrollo mismo de la cultura. A la epigénesis es indispensable vincular la importancia de la endosimbiosis. Con ambas, el horizonte que emerge no es ya simplemente la biología como tal, sino, mucho mejor, la biología de sistemas. La idea de base es que la vida es un complejo entramado de codependencias, aprendizajes recíprocos de diversas instancias y dimensiones, procesos de cooperación en función de la afirmación de una unidad superior: el organismo, la vida misma; se trata de la constitución y reconstitución continua de procesos de inteligencia de enjambre, de mutualismo y comensalismo en todos los niveles y escalas: dentro del organismo, entre este y el medio ambiente, y entre unas especies y otras.
El cerebro está situado en el cuerpo y el cuerpo es tanto la interfaz entre nuestra subjetividad y el resto del mundo, como la expresión más concreta y directa de la naturaleza. Pues bien, evolutiva-mente es tan importante el cerebro para el desarrollo y la evolución de los seres humanos, que es el único “órgano” (es decir la glándula) que es endoesquelético. En los seres humanos, el resto del cuerpo es evidentemente exoesquelético (acaso con la excepción parcial del aparato cardiovascular y pulmonar). Nadie piensa sin su cuerpo, y el cuerpo mismo es la más directa e inmediata expresión de los procesos de pensamiento que tienen lugar en el cerebro.
El cerebro está protegido, literalmente, de las inclemencias del entorno por una dura capa: el cráneo. La existencia entera de la especie humana depende del cuidado del cerebro, pero con él, entonces, del cuerpo entero, pues de ambos depende el desarrollo y la evolución de la mente.
Es incuestionable que el cerebro, en su anatomía, fisiología y termodinámica es determinante para el pensar. Pero es fundamental evitar el encefalocentrismo, esto es, el reduccionismo que afirma que todos los procesos cognitivos y de pensamiento suceden exclusiva y determinantemente en el cerebro. La mayoría de voces acerca de las bases biológicas del pensar se encuentran en el filo y las laderas en esta pendiente reduccionista.
En síntesis, el cerebro es un sistema de sistemas compuesto por neuronas, circuitos locales, núcleos subcorticales, regiones corticales, sistemas y sistemas de sistemas. O también, en otras palabras, una gran glándula que contiene otros sistemas de glándulas, células y regiones.
La figura 2 presenta la idea de que los seres humanos son un entramado de sistemas de sistemas:
Figura 2. Los sistemas vivos son sistemas de sistema. El caso del ser humano
Fuente: elaboración del autor.
El ser humano es un sistema de sistemas. Literalmente, no existe un sistema que sea único o determinante. Por el contrario, el centro depende, en cada caso, de cada caso. Así, por ejemplo, mientras se hace ejercicio el centro es el sistema muscular, pero mientras se disfruta de una comida el centro se desplaza al sistema digestivo. Por el contrario, mientras estudiamos, el centro lo ocupa el sistema nervioso central. Quizás el sistema más determinante para la vida y el buen funcionamiento de un ser humano sea el sistema inmunológico, el cual se caracteriza, por lo demás, porque no está centralizado, pues es ubicuo y jamás deja de trabajar, digamos, veinticuatro horas, siete días a la semana.
Es fundamental atender entonces al hecho de que, en un sistema sano o saludable, no todo pasa por el cerebro, lo cual marca una distancia enorme con respecto a toda la tradición encefalocéntri-ca de la civilización occidental.
Para terminar parcialmente este intermezzo, cabe una reflexión puntual. Las bases biológicas del pensar pueden ser igualmente bien comprendidas a partir del reconocimiento explícito de que el modo como pensamos e incluso el contenido de lo que pensamos incide en la salud humana. A título ilustrativo, por ejemplo, la medicina ayurvédica pone de manifiesto que la salud humana pasa por el proceso de aprender a pensar. Aquí ello significa no pensar en el pasado o en el futuro, porque nos enfermamos. Debemos aprender a pensar en el presente. Y pensar en el presente significa simple y llanamente concentrarnos, en cada caso en aquello que hacemos, sin más. Si estamos comiendo, existe ese presente. Si caminamos o estudiamos, ese el único tiempo real, y así sucesivamente para cada una de las actividades que podemos emprender. Diversas otras tradiciones culturales coinciden con este aspecto.
La salud humana pasa por el hecho de que seamos nosotros quienes controlamos el cerebro, y no al revés. Para la inmensa mayoría de la gente, es el cerebro el que los domina. Y vale entonces recordar lo que, a modo de imagen, mencionaba Siddharta Gautama: el yo o el cerebro es un mono loco, borracho, picado por una abeja. El cerebro nos saca de nosotros mismos, y hace que nos perdamos en el camino. Entonces, simple y llanamente, erramos.