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1 | El pensar como problema

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El cerebro humano no evolucionó considerando la ciencia, la filosofía o la lógica, sino atendiendo al medio ambiente y desarrollando aquellos atributos que fueran preferibles para la supervivencia. Posteriormente, entre esos atributos aparecen las artes, la filosofía, la ciencia… Dicho en otras palabras, desde el punto de vista evolutivo, lo primero fue el conocimiento, y lo que hacen los seres vivos para vivir es conocer el entorno en el que viven, y explorarlo. El pensar es un resultado posterior de la evolución. Literalmente, una exaptación del cerebro.

Nadie piensa bien si no piensa en todas las posibilidades. Pero pensar en todas las posibilidades incluye pensar en lo imposible mismo. Sin embargo, pensar no es un acto voluntario y deliberado. No se piensa porque se lo desea. Más bien, pensamos porque resulta una imperiosa necesidad, pero también porque se han desarrollado ya, con anterioridad, costumbres o hábitos que permiten anticipar que el pensar es posible y tiene sentido, en un momento determinado. No en última instancia pensamos porque disponemos de libertad y autonomía, y podemos entonces entregarnos a juegos ideatorios.

De manera más precisa, el pensar se hace posible a partir de la identificación de problemas, y son problemas los que sirven como simiento o cuna para que el pensar se haga posible. Sin problemas, en el sentido fuerte y exacto de la palabra, pensar no resulta necesario. Esta idea exige una aclaración indispensable.

Tal y como se dice generalmente en ciencia, en filosofía y en general en el espectro de la academia, la investigación se funda a partir de problemas. Esto es, retos, apuestas, desafíos. Ahora bien, si bien es cierto que la identificación o formulación de problemas requiere como condición necesaria el conocimiento del estado del arte de un tema o materia determinadas —según el caso—, la tarea de formular problemas es esencialmente un ejercicio o un acto de la imaginación. Dicho de manera puntual, un problema se concibe, esto es, se imagina. Y un problema, entonces, se resuelve (esto en contraste con la técnica habitual de la pregunta de investigación: una pregunta se formula y, a su vez, una pregunta se responde).

Un problema no se concibe sin la cabeza, pero, propiamente hablando, un problema es una experiencia. De manera puntual, una experiencia vital. Como el amor, como la angustia, como el encuentro con el rostro del otro, como la muerte. Cuando se tiene un problema no somos nosotros quienes lo tenemos; por el contrario, es el problema el que nos tiene. Como cuando estamos enamorados (enamorados y no simplemente infatuados). Así, por ejemplo, nos despertamos a media noche pensando en la persona amada, nos sorprendemos en la calle o en reuniones totalmente abstraídos, porque la mente y el corazón pivotan alrededor del recuerdo o la imagen de la persona amada. Al fin y al cabo, como es sabido, el amor es una experiencia psicótica: perdemos el sentido de la realidad y estamos totalmente envueltos por la experiencia sin que nada ni nadie más nos importe. Pues bien, literalmente, un problema es como una experiencia de amor. El problema nos tiene, nos sorprendemos en numerosas ocasiones pensando o relacionando o remitiendo todo al problema, y creemos verlo en todas partes.

Ahora bien, los problemas (de investigación; los problemas que dan qué pensar) no existen en el mundo. Es el pensador (el investigador, el experimentador, el descubridor, pensador, el inventor) quien define qué es un problema y por qué lo es; qué implica que algo sea un problema y qué se sigue de esto. En otras palabras, los problemas no los encuentra el investigador en el mundo; por el contrario, los introduce en el mundo, y estos le confieren otro sentido, otro significado, en fin, otro significante al mundo y a la realidad.

Pues bien, pensar es una experiencia distinta al conocimiento. Si, con razón, Maturana y Varela (1984) ponen de manifiesto que las raíces del conocimiento se encuentran en la biología (y no ya en aquellas instancias que los psicólogos, los epistemólogos de vieja data, y los filósofos creían, como el alma, el intelecto, el entendimiento, la razón, la conciencia, y demás), los motivos y el modo mismo del pensar tiene lugar o se gatilla en una experiencia ante-predicativa que es semejante a una experiencia límite. Y esa experiencia encuentra sus raíces en la biología, en efecto.

Pensamos en la forma de la duda, en la forma de tanteos, en la forma misma del bosquejo. Hay quienes piensan con la mano, y entonces elaboran trazos sobre una hoja de papel cualquiera, y hay a quienes se les ve el pensamiento en los movimientos mismos del cuerpo. El pensar tiene un rasgo distintivo que es reconocible a quienes tienen experiencias semejantes o próximas, y se hace evidente en el rostro como un todo; así por ejemplo en la mirada, o en una cierta área no enteramente definible, en fin, también en el hecho de que quienes se dan a la tarea de pensar no siempre emplean las palabras comunes y corrientes que usan todos los seres humanos en el día a día. El pensar como la inteligencia son evidentes ante una mirada sensible, y no pueden ser ocultados de manera fácil.

A los que piensan, como a quienes están enamorados, o a quienes padecen de pobreza, o quienes sufren de una enfermedad, por ejemplo, se los conoce por un ejercicio de entropatía (Einfühlung), esto es, una especie de “ponernos en el zapato de los otros”, un acto de interiorización de un fenómeno externo. Pensar está jalonado por una especie de hybris, una pasión, un gusto, una fruición únicas. Ya la historia de la ciencia tanto como de la filosofía, la psicología del descubrimiento científico al igual que los estudios sociales sobre ciencia y tecnología, así lo han puesto de manifiesto.

Sin embargo, el pensar no es exclusivo de los seres humanos. También los animales y las plantas piensan. Oportunamente volveremos al respecto; por lo pronto, lo verdaderamente importante estriba en el reconocimiento de que pensar no es un atributo exclusivo o distintivamente humano. Un escándalo cuando se lo mira con los ojos del pasado o de la tradición.

Pero no es este el lugar para entrar en este tema, por razones de espacio5.

A pensar nos preparamos a través de mucha lectura, mucho estudio, mucha reflexión. Pero también, a través de mucha experiencia y una larga vida. Pensar, en otras palabras, no es un punto de partida, sino un punto de llegada, el resultado de un trabajo o una forma de vida que permite que, entonces, haya en la sociedad y en la cultura pensadores.

Pensar se convierte en un problema dado que, de suyo, es crítico, reflexivo, no acepta ningún criterio de autoridad de ninguna clase, es siempre cuestionador e implica la autonomía, independencia, libertad y la formación de criterio propio. No en vano la Ilustración, con Kant, eleva el pensar a un acto de soberanía por parte del individuo: “atrévete a pensar” (sapere aude) (literalmente: “atrévete a saber [por ti mismo]”). Como se aprecia, la clave no está en la frase de Kant sobre el pensar, sino en el acto de osadía, de libertad, de independencia por parte de alguien.

En un mundo cargado de intereses de todo tipo, pensar se asimila tanto a un “lujo” y a algo innecesario. Lo importante sería hacer o establecer para qué sirve algo. En este caso, para qué sirve pensar6. Un caso particular ilustra bien esta situación: de acuerdo con Kurt Lewin (1890-1947), “no hay nada más práctico que una buena teoría”. Pensar nos permite elaborar modelos, teorías y comprensiones filosóficas sobre nosotros mismos y sobre el universo. En este sentido, sostenía Einstein que es la teoría la que nos permite ver las cosas.

Los aztecas jamás vieron llegar a Hernán Cortés, y solo se percataron que estaba allí cuando ya estaba matando a los aztecas, asolando los campos, violentando a sus mujeres. Y la razón por la que no vieron a los españoles es porque carecían del concepto de arcabuz, de perro, de caballo, de hombre blanco, y demás. Los conceptos y las teorías nos permiten ver las cosas, y al verlas podemos explicarlas y comprenderlas. Tal es el valor de pensar; esto es, pensar en y con conceptos, pensar y elaborar modelos y teorías, por ejemplo. Pensar y nombrar las cosas; cosas que anteriormente eran innombrables, innominadas. Al cabo, finalmente, toda discusión acerca de conceptos es una discusión filosófica. La inteligencia consiste en crear conceptos, pero, asimismo, al mismo tiempo, en crear metáforas y símiles. La inteligencia consiste en una libertad con respecto al lenguaje mismo; si se quiere, la inteligencia pasa, atraviesa por juegos de lenguaje, juegos de palabras —y, claro, entre ellos, encontramos la ironía y el sarcasmo—, la alegría, esa capacidad de juego que se desborda a sí misma. Sin embargo, es evidente que la inteligencia no únicamente consiste en esto.

En el mundo actual se asimila y se impulsa, se promueve y se hace el llamado constante a comportamientos distintos al pensar. Así, notablemente, se elogia el sentido de pertenencia, la lealtad, la fidelidad, la obediencia incluso, el cumplimiento de las normas y la institucionalidad. Todo ello va en desmedro del pensar en sentido propio. Vivimos una cultura de fobia al pensar, y son las normas, las leyes y la institucionalidad las que pasan a primer plano en la conciencia individual y social, repetidas por medios de comunicación social, ingenierías sociales de todo tipo y, en fin, estructuras organizacionales y cuerpos administrativos de toda índole. Predomina, sin más, una cultura de la obediencia y el acatamiento. De consumo, el olvido acerca del pensar se traduce exactamente en toda una política de control, sumisión, obediencia, claudicación y entrega (giving up). Han estado reduciendo amplias capas de la población a ser simplemente objetos, con comportamientos inerciales, reactivos, propios de la mecánica clásica, en fin, ulteriormente pasivos.

En metodología de la ciencia, se ha convertido ya en una costumbre enseñar a los estudiantes que es importante tener “la pregunta de investigación”. Lo que no se dice expresamente es que los estudiantes deben ser cuestionadores, inquisidores, no aceptar los hechos ni las ideas sin más. In extremis, lo que menos se enseña en estos casos es el desarrollo del gusto por el conocimiento, y la pasión por este; por ejemplo, la eliminación o disminución al máximo del temor a no equivocarse. Recientemente han comenzado a aparecer algunas revistas en las que se pueden publicar resultados negativos. Mientras tanto, lo cierto es que la inmensa mayoría de publicaciones son acerca de aciertos, triunfos, aseveraciones, éxitos, todo lo cual ofrece una visión parcializada, y por tanto equivocada de la ciencia y, entonces, del pensar.

Bien entendida, la pregunta de investigación es bastante más que una técnica; se trata de una actitud radical. Formular preguntas, mucho mejor: cuestionar es, en propiedad, una invitación a pensar las cosas de que se ocupan los seres humanos de otro modo distinto a la costumbre. Costumbre que eufemísticamente es conocida como el “estado del arte”. Esta actitud radical no es, simple y llanamente, otra que la capacidad de cuestionar, formular o concebir problemas; literalmente, problematizar. Digámoslo sin más: pensar e investigar constituyen un auténtico acto de rebeldía, una insumisión.

Ahora bien, bien entendido, pensar consiste en imaginar mundos posibles, escenarios distintos, fenómenos y comportamientos nunca vistos hasta la fecha. Nadie piensa bien si no imagina nuevas realidades, si no se juega con posibilidades. Pensar no es, así, diferente a llevar a cabo experimentos mentales, en fin, jugar con pompas de intuición (intuition bubbles). Sin imaginación, el investigador es un autómata más; esto es, alguien que realiza tareas y las cumple eficientemente.

Pensar es un proceso que, contradictoriamente, implica al mundo y la naturaleza, pero que se lleva a cabo individualmente. Desde luego, existen los think tanks (tanques de pensamiento); además, en nuestra época son fundamentales las redes —nacionales e internacionales— de cooperación. Pero pensar implica soledad y aislamiento, encuentro consigo mismo, desafío y libertad (total, literalmente). Pensar se funda en un ejercicio en el que el alma dialoga consigo misma, si cabe aún la expresión, y el alma cuida de sí misma (epimeleia tes psychés). Quien piensa cuida de sí mismo y de los demás. El ejercicio de soledad del pensar es un ejercicio de fortaleza del alma misma. Consiste en una radical autonomía e independencia. Y esto constituye, manifiestamente, un problema.

En otras palabras, pensar sucede en la interfaz entre el mundo interior, rico, inmensamente rico por parte de quien piensa, y el resto del mundo y la realidad. Esa interfaz es un umbral móvil y difuso que se dirime en el cruce entre biografía y entorno familiar y social, es decir, la cultura misma o el momento histórico en los que emerge y se hace posible, o no, el proceso mismo del pensar.

Una observación final: dado que, presuntamente, el pensar sucede en las universidades, es necesario volver la mirada por un instante en esta dirección. Pues bien, la observación tiene que ver con el reconocimiento explícito de una tendencia peligrosa a hacer carrera en muchas universidades hoy en día, con paso cada vez más apretado y voz cada vez más elevada. Se trata de los intentos por disciplinar la investigación. Esto es, por ejemplo, que los economistas deben publicar en revistas de economía, los administradores en revistas de administración, los politólogos en revistas de su disciplina, y los médicos, por ejemplo, en las revistas de su área.

Se les quieren cortar las alas a los investigadores para que publiquen en revistas diferentes a su propia disciplina, y se tiende cada vez más a valorar poco y nada la publicación de artículos de alta calidad en revistas de otras áreas, incluso aunque esas revistas puedan ser A1.

Esta es una tendencia evidente en Colombia y en otros países. Por tanto, cabe pensar que se trata de una estrategia velada que solo se podría ver como anomalías locales. Falso.

Se trata de un esfuerzo cuyas finalidades son evidentes: adoctrinar a los investigadores y ejercer un control teórico —ideológico, digamos— sobre su producción y su pensamiento. Y claro, de pasada, cerrarles las puertas a enfoques cruzados, a aproximaciones transversales a la interdisciplinariedad.

Esta es una política a todas luces hipócrita: mientras que de un lado cada vez más los gestores del conocimiento hablan de la importancia de la interdisciplinariedad, de otra parte se cierran, tanto los programas de enseñanza, como los procesos mismos de investigación, libertades básicas que corresponden a lo mejor del avance del conocimiento en nuestros días.

Ciertamente, el conocimiento en general puede tener un avance al interior de cada disciplina. Pero ese progreso es limitado, técnico y minimalista. Dicho con palabras grandes: ese avance beneficia a la disciplina, pero deja intacto el mundo. No cambia para nada la realidad, ni la de la naturaleza ni la de la sociedad. Tampoco cambia a los sujetos que llevan a cabo la investigación. Una investigación que no cambia a quien investiga es tarea, rutina, ejercicio de reducción y, en suma, embrutecimiento.

En realidad, disciplinar la investigación corresponde a la emergencia y consolidación del capitalismo académico. Bien vale la pena volver a leer, incluso entre líneas, el libro fundamental de Slaughter y Rhoades: Academic Capitalism and the New Economy. Un texto invaluable sobre el cual los gestores del conocimiento en países como Colombia han arrojado un manto de silencio. Mientras que en los contextos académicos y de investigación de algunos países desarrollados sí es un motivo de reflexión y crítica.

Están pretendiendo controlar el pensamiento mismo de los investigadores. Ya no solamente el de los educadores y profesores. Con ello, de consuno, se trata de controlar a posibles futuros lectores, a los estudiantes y a una parte de la sociedad. Una empresa de control total.

En muchos colegios, los mecanismos de control ya están establecidos, notablemente a partir de las fuentes que trabajan, los libros por ejemplo, muchos de ellos pertenecen a dos o tres fondos editoriales. El control ya viene desde las editoriales elegidas por numerosos colegios para la formación del pensamiento de los niños. Solo que el control de la información y el conocimiento a través de (un cierto número de) las editoriales ya es un control ideológico de la sociedad. Ideológico, es decir, doctrinal.

En las universidades se ha establecido ya la elaboración de los syllabus y de los programas. La libertad de enseñanza, la libertad de cátedra, como se decía, quiere ser cercenada y manipulada. Incluso hay numerosos lugares donde se discuten colectivamente los programas, todo con la finalidad de ajustarlos finalmente a los syllabus. Técnicamente, en esto consiste la “curricularización” de la educación; se presume la libertad de cátedra, pero se amarra a los profesores al programa o al currículo.

Con respecto a la investigación, el control ha de introducirse justamente con el llamado a la publicación de artículos en revistas de la disciplina. La libertad de pensamiento (es decir de la investigación) queda así limitada, si acaso no eliminada. La educación, así concebida, según parece, no forma personas inteligentes y libres; seguiría siendo simplemente un mecanismo de movilidad social, conjuntamente con el clero y la formación militar.

En un evento internacional hace poco conocí a un profesor que había estudiado un pregrado determinado, había hecho su doctorado en otra área en un país europeo, y como resultado investiga en otros temas diferentes, pero, como pude comprobarlo, en investigación de punta (spearhead science). Pues bien, este profesor anda por medio país, y ahora por medio continente buscando trabajo pues las convocatorias en muchas ocasiones exigen disciplinariedad (por ejemplo, haber estudiado economía y tener un doctorado en economía). De manera “generosa” (ironía), se escribe con frecuencia: “o en áreas afines”. Economía es aquí tan solo un ejemplo.

El subdesarrollo —eso ha quedado en claro hace ya tiempo—no es un asunto de ingresos, dinero o crecimiento económico. Es ante todo una estructura mental. Pues bien, con fenómenos como los que estamos señalando, las universidades están reproduciendo las condiciones del atraso, la violencia, el subdesarrollo y la inequidad. Por más edificios que compren o reestructuren y por más aparatos y dispositivos que introduzcan en las clases y en los campus.

Como se aprecia, parece haber toda una estrategia política. Y sí, la política se ha convertido en un asunto de control y manipulación, no de libertad y emancipación.

Disciplinar la investigación es en muchas ocasiones un asunto de improvisación; en otros términos, una cuestión de mala fe (en el sentido sartreano de la palabra), y en muchas ocasiones también un asunto de ignorancia.

Muchos profesores, simplemente por cuestiones básicas de supervivencia, terminan ajustándose a elaborar programas en concordancia con los syllabus, y a investigar y publicar de acuerdo con las nuevas tendencias y políticas. Por miedo, por pasividad. Pero siempre hay otros que conservan su sentido de independencia y autonomía.

Como sea, en el futuro inmediato, parece que el problema no se resolverá a corto plazo. Debemos poder elevar alertas tempranas contra la disciplinarización de la investigación. Y hacer de eso un asunto de discusión, estudio y cuestionamiento. Son numerosos los académicos e investigadores que viven en estas condiciones.

Terminemos la observación puntual anterior. Supuestamente el topos del pensamiento tiene lugar en las universidades: en las maestrías, los doctorados, postdoctorados y los centros e institutos de investigación. La verdad es que, por regla general, si el pensar genera conocimientos nuevos, la gran mayoría de la innovación no sucede en la universidad, sino fuera de esta; tiene lugar a pesar de la universidad. Pensar no conoce un espacio exclusivo para su existencia y desarrollo, aunque sí sea posible identificar condiciones de posibilidad excelsas para el pensar, en un lugar y en un momento determinado.

Además de la bibliografía sobre el tema, referimos sobre el desarrollo reciente de la neurobiología de las plantas y los estudios animales: Mancuso, S., Viola, A. (2015). Brilliant Green. The Surprising History and Science of Plant Intelligence. Washington: Island Press; Kohn, E. (2013). How Forests Think. Toward and Anthropology beyond the Human. Berkeley: University of California Press; Baluska, F., Mancuso, S., Volkman, D. (eds.) (2007). Communication in Plants. Neuronal Aspects of Plant Life. Springer Verlag; Gross, A., and Vallely, A. (eds.) (2012). Animals and the Imagination. A Companion to Animal Studies. New York: Columbia University Press.

En la cultura popular, y notablemente en muchas películas de Hollywood que tratan de viajes espaciales, siempre hay un ingeniero, un médico, un físico o un químico, un técnico y así sucesivamente. Pero raramente hay un pensador. Los pensadores no importarían para la supervivencia de la especie humana y la exploración del espacio extraterrestre, aparentemente.

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