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Aparece un nuevo actor

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El 11 de marzo de 2020, “la Organización Mundial de la Salud declaró oficialmente el Coronavirus como una Pandemia”3. En ese momento, dijeron las noticias, ya se había detectado una enfermedad llamada COVID-19 en 114 países del mundo, donde por esa causa ya habían muerto 4000 personas; 14 días después, el 25 de marzo, según datos del Gobierno colombiano, ya se registraban 186 países afectados por la enfermedad, 416.916 casos confirmados en el mundo y 18.565 personas muertas. En Colombia había 470 personas contagiadas, 4 personas muertas y 8 recuperadas.

Hoy, 24 de abril, cuando retomo la escritura del Prólogo dinámico, se han registrado en el mundo 2.588.068 personas contagiadas, de las cuales han fallecido 182.8084.

Según datos oficiales, en Colombia se han registrado hasta ahora 4561 casos, 927 personas recuperadas y 250 fallecidas.

Cuando acabo de transcribir estas cifras —y, por supuesto, para cuando el libro esté disponible en su versión virtual—, ya estarán desactualizadas, porque aumentan cada segundo con la velocidad de un taxímetro adulterado. Y porque presentan variaciones de una fuente a otra, o se ajustan a medida que se van volviendo más eficaces los sistemas de detección y de registro.

Mientras tanto, la crisis climática se sigue consolidando, con todas las consecuencias que ello implica para los ecosistemas y los procesos que hacen posible la vida en la Tierra, a pesar de que hoy existen indicios de que algunas de las causas estructurales de esa crisis —como las emisiones de gases de efecto invernadero por el consumo de combustibles fósiles— se pueden estar reduciendo como consecuencia del “encierro obligado” de la especie humana con motivo del coronavirus (sobre esto volveremos más adelante); sin embargo, es tal la acumulación de esos gases en la atmósfera que aunque las emisiones llegaran a cesar totalmente, las que ya están allí seguirán produciendo sus efectos —en el mejor de los casos— durante, mínimo, 100 años más.

En Colombia siguen los incendios forestales. De acuerdo con información publicada el 26 de marzo por la revista Semana Sostenible, a esa fecha

Un total de 11 incendios se encuentran activos en este momento en el territorio nacional, de acuerdo con el último reporte de la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres.

Según se dio a conocer, las conflagraciones se registran en los municipios de Pailitas, Valledupar y La Jagua de Ibirico, en el departamento del Cesar; Riosucio, en Chocó; Puerto Gaitán y Vistahermosa en el Meta; Ciénaga y El Banco en Magdalena; Contratación y Rionegro en Santander y Tolú Viejo, en Sucre. De acuerdo con la entidad, entre el primero de enero de este año y el 25 de marzo se han registrado un total 1.033 conflagraciones, de las cuales 1.019 ya se encuentran totalmente liquidadas y tres más están controladas. Estas últimas en los municipios de Barrancas, Guajira y Pueblo Bello y El Copey en el departamento de Cesar.5

Otro proceso de necrodiversidad que no se detiene es el de los asesinatos de líderes sociales. De acuerdo con el Instituto de Estudios para el Desarrollo y la Paz (INDEPAZ), entre el 2 de enero y el 10 de marzo de 2020, en Colombia fueron asesinados 57 líderes sociales, y entre el 1 de enero y el 15 de febrero, corrieron igual suerte 10 excombatientes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) que se habían acogido plenamente al acuerdo de paz. Desgraciadamente, esas cifras también se desactualizan con trágica rapidez6.

Todos estos procesos se entrelazan, entonces, con los efectos del coronavirus, ese nuevo actor que ha irrumpido en el panorama mundial, y que tiene total y literalmente sitiada a la especie humana… a la que se suele llamar la civilización humana, y ello confirma lo que desde hace años ya se veía venir como una crisis civilizatoria, aunque sin sospecharse que podría ser disparada por un virus.

Esa crisis fractal nos afecta desde el ámbito planetario a los 7800 millones de seres humanos que formamos parte de la Tierra, hasta lo más íntimo de la vida personal de cada cual. Ni siquiera se han salvado algunas de esas cerca de 100 comunidades indígenas del mundo que han intentado mantenerse —en ejercicio de lo que reclaman como un derecho— en aislamiento voluntario7, un concepto sobre el cual inevitablemente debemos reflexionar quienes hoy nos encontramos en aislamiento obligatorio.

A escala mundial parece existir ya la convicción (si bien no unánime, en muchos casos sí expresa) de que cuando salgamos de esto —suponiendo, con optimismo, que sí vamos a poder salir de esto— el planeta Tierra y la gran mayoría de las comunidades humanas van a ser muy distintas de como éramos la víspera de que se declarara que había llegado la pandemia a Colombia.

En cuanto al planeta hace referencia, ante las noticias reiteradas de cómo, en distintas partes del mundo, muchas especies de animales silvestres están retomando espacios terrestres y acuáticos de los cuales los humanos las habíamos desplazado, pensaba que nos encontramos en una especie de tráiler con nosotros, de ese “mundo sin nosotros” que describió Allan Weisman en su libro con ese título, y que explora la manera como las especies animales y vegetales comenzarían a retomar el planeta en caso de que súbitamente despareciéramos los seres humanos, por alguna causa no determinada, que solamente afectara a nuestra especie, pero sin implicar la destrucción planetaria. ¿Habrá pensado Weisman que esa causa podría eventualmente ser un virus?

Esa retoma de la Tierra por parte de la vida silvestre y el impacto positivo que está demostrando esa pausa obligada de la voracidad humana sobre los que llamamos “recursos naturales”, así como la reducción notable de las emisiones de gases de efecto invernadero y de otras muchas formas de contaminación atmosférica y de los suelos y de los cuerpos de agua continentales y de las aguas oceánicas (incluida la contaminación sonora, que tanto afecta a los seres del mar), nos permiten suponer que cuando los humanos salgamos de nuestro encierro vamos a encontrar —por lo menos, en su dimensión específicamente ecológica— un planeta mejor.

¿Seremos capaces, entonces, de redefinir el papel que nuestra especie ejerce en el conjunto planetario y en cada territorio local?

Formas dignas de co-existencia

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